El peronismo en situación

El autor lleva el blog Pre-textos. Notas sobre política argentina contemporánea.

Hace poco, Abel Fernández subió un excelente análisis en dos tiempos del presente del peronismo -uno más, en este tema al menos-. Para él, “existe, desde el 2003, fastidio, en muchos casos bronca, con Néstor Kirchner en mucho de la militancia tradicional del peronismo. Yo lo comparto, por ejemplo. […] Es una tentación para los opositores internos subirse a esa ola. Y lo han hecho. Pero no les alcanza para construir alternativas nuevas. Para la sociedad en general, y para muchos peronistas, el enfrentamiento interno en el peronismo es entre Kirchner, que ya lleva seis años, y un peronismo más viejo aún.”

El problema esencial, concluye Fernández, reside en las escasas chances de que el peronismo disidente, en solitario, alcance a capitalizar la oleada antikirchnerista. En sus términos, “la oposición peronista a Néstor Kirchner no ha elaborado propuestas nuevas […] Se han limitado a repetir las críticas que ya le hacían otros opositores al gobierno, el menemismo residual, o, más recientemente, el grupo Clarín. El problema obvio que se les presenta es que, si la mayoría de los argentinos deciden votar contra los K, lo que parece probable ¿por qué habrían de hacerlo por opositores peronistas?”

En efecto, ese es uno de los problemas, probablemente el central que enfrenta el peronismo disidente de cara a 2010 -2011. Agregaría que, así como carece de un proyecto propio, tampoco tiene, como parecía en junio, una figura popular aglutinante. El derrumbe de Reutemann y las reticencias generalizadas hacia Macri por parte de la tropa -reticencias que el derrumbe electoral de PRO en Capital parece confirmar- lo han dejado en una vulnerabilidad extrema respecto de una generación sobre la cual existe un amplio consenso negativo.

En ese marco, el alarde de protagonismo de Duhalde, que hasta poco tiempo atrás entendíamos como parte de un intento, un tanto desesperado, por contener a la tropa, evitando fugas hacia Unión – PRO o el kirchnerismo, puede comenzar a mostrar visos de intención real. Sencillamente, hoy por hoy, no hay nadie más en condiciones de pelear, simultáneamente, el liderazgo del justicialismo y su habitual correlato, la presidencia de la Nación. Y eso es bastante malo, no sólo para los disidentes.

Pues ese mismo dato señala otra realidad, a saber, que por primera vez desde 1999, el peronismo en general se expone claramente a una elección en la que bien puede salir derrotado, resignando importantes posiciones a manos de otras fuerzas, como el radicalismo, sus aliados, y, por supuesto, el poco confiable armado PRO bonaerense. No es precisamente un buen escenario para un partido que, aún en cenizas, gobierna -con diferentes sociedades y elencos- casi sin interrupción desde 1989.

Todo parecería impulsar, por la lógica misma de las cosas, un acuerdo entre Kirchner y los disidentes, acuerdo que Abel imagina atado a la suerte de un candidato “que garantize a los sectores que hoy apoyan o toleran el liderazgo de Kirchner que no serán tratados peor que hoy, y que pueda rescatar algunos de esos sectores alienados por el estilo K.”

Hay que decir, sin embargo, que esa fórmula política no contiene, pese a sus virtudes formales, demasiadas chances. Es cierto que existe un aliciente importante -por ejemplo, la perduración en los cargos, muchas veces asociada a la perduración política per se-. Pero hay dos problemas. El primero reside en la composición del kirchnerismo: un sector decreciente del peronismo, anclado en la estructura política bonaerense y en la CGT, convive con un electorado de centro – izquierda, históricamente adverso al PJ, muchos de cuyos integrantes hicieron sus primeras armas contra dicha estructura, tildada de “aparato”. En ese escenario, la sensación de peligro del electorado que sigue respondiendo a Kirchner debiera ser sumamente alta, si se espera que tolere y obedezca un pacto de continuidad con sectores ligados al duhaldismo a la cabeza.

El problema presenta, también, una faceta inversa: dado el antikirchnerismo predominante, parece difícil que un eventual apoyo disidente, fruto de un pacto con el kirchnerismo, o bien de una derrota interna, dé como resultado un peronismo unificado detrás de un liderazgo que, como el de Kirchner, aparece demasiado golpeado entre los sectores medios, erosionado en los sectores populares, rechazado en amplios bolsones de la Región Centro, desgastado por casi una década de gestión. Es decir, si parece improbable que los kirchneristas procedentes del progresismo -y, en general, del no peronismo- apoyen a un candidato disidente, es casi tan improbable que los votantes disidentes, reflejo interno de un sentimiento más amplio de rechazo, se vuelquen hacia Kirchner, así lo dictamine una interna partidaria o un acuerdo cupular -o, incluso, ambas opciones-. Si el candidato no ofrece garantías, al menos que no recabe demasiado rechazo: si suceden ambas cosas…

En lo personal, hace tiempo que rodeo estos temas, con la sensación de que el partido está ya jugado y definido: Kirchner, de presentarse, debería ganar, salvo cataclismo, la interna frente a un duhaldismo mermado y caduco, pero tiene pocas o ninguna chance en un ballotage frente al arco del antiperonismo tradicional. Lo mismo vale para un eventual candidato disidente. Es cierto que la futurología no es mi área específica -me dedico, antes bien, al estudio del pasado-, pero no puede negarse que es éste el fantasma que acecha como pesadilla a los dirigentes y militantes peronistas. Con un agravante: la presencia simultánea de Kirchner y Scioli en la derrotada boleta de junio dejó al peronismo fuertemente tocado en el territorio más sensible a sus intereses: el conurbano.

Por otra parte, si bien es cierto que perder, a secas, sin judicialización de la política, no es el final de la historia para Kirchner, la edad promedio de sus adversarios indica lo contrario. Veinte años mayores, veteranos de muchas batallas, 2011 puede ser su despedida del plano nacional, potenciando así las tendencias centrífugas de un sector que se apresta a ver en Macri o en De Narváez a su nuevo estratega -algo que, a su vez, depende del desempeño simultaneo de PRO en Provincia y Capital en el año del recambio presidencial-.

Todo esto nos lleva a dos preguntas esenciales:

a) ¿Cómo y con quién ha de asociarse el peronismo actualmente en el gobierno para los dos años que le restan de gestión?

b) ¿Cuáles serían, de existir, las alianzas hacia fuera susceptibles de generar para el peronismo el grado de consideración social y electoral que requiere para gobernar?

En estos dos años, la identidad social, cultural y política del peronismo vuelve a estar en juego, señal de que algo no anda bien. Serán sus militantes los que elijan su color, reforma política mediante, y será el pueblo quien decida su suerte. Cualquiera sea el resultado, hay algo seguro: ya nada será igual.

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