Por Agustina Quintana
“La historia –dijo Stephen–, es una pesadilla de la que intento despertar”. James Joyce, Ulises (1922).
Breve radiografía del alma estadounidense
El sociólogo Richard Sennett prefiguraba el panorama actual cuando escribió en El declive del hombre público (1977) que existe un paralelo entre la decadencia de la sociedad romana tras la muerte del emperador Augusto y la sociedad occidental –estadounidense– de aquel momento, ya a cuatro años del inicio de la crisis del petróleo que marcaría el primer hito en su lenta decadencia. La clave de esta similitud, según el autor, tiene que ver con un desequilibrio entre la vida privada y la vida pública. Este desequilibrio alcanzó su paroxismo en la última década, durante la cual creemos estar más conectados –palabra polisémica que últimamente parece aplicarse sólo a las redes sociales– que nunca antes aunque, más bien por el contrario, la sociedad se encuentre fracturada y descompuesta.
A pesar del cinismo general y de la desconfianza por las instituciones que viene asediando a su estirpe, el homo americanus siempre ha tendido a reunirse en células. Los nombres varían: Manson Family, Children of God, Scientology, Westboro Baptist Church, Branch Davidians (conocidos por el asedio de Waco), Heaven’s Gate, People’s Temple, Fundamentalist Church of Latter Day Saints… La sociedad estadounidense siempre ha sido un hervidero de sectas, la mayoría tan ilustres como la larga lista de los asesinos en masa, las guerras y los golpes de estado que ha engendrado a partir de aquel estelar 4 de julio. El origen de esta tendencia se puede identificar con su historia migratoria, ya que a diferencia de nuestro país, donde la inmigración europea tuvo como principal factor la subsistencia y la huída de diversas guerras, los llamados Padres Peregrinos eran puritanos calvinistas refugiados de la persecución religiosa en Inglaterra, donde no eran vistas con buenos ojos sus creencias –por así decirlo– más extremas que las del anglicanismo convencional.
Dice Harold Bloom en La religión americana (1992) que todas estas creencias heteróclitas pueden reunirse bajo un solo rótulo denominado «la religión americana», y que esta es fundamentalmente gnóstica, una tendencia originada en la Antigüedad que considera que hay retazos de divinidad en cada uno de nosotros. No hace falta respetar lo establecido, y más sorprendentemente aún, ni siquiera hace falta ser coherente. Procederé a citar a dos pioneros del pensamiento nacional, comenzando por el propulsor de la escuela filosófica trascendentalista, Ralph Waldo Emerson (1803–1882): «Una consistencia tonta es el duende de las mentes pequeñas, adorada por pequeños estadistas, filósofos y teólogos. Con consistencia, una gran alma simplemente no tiene nada que hacer». El poeta Walt Whitman (1819–1892): «¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? (Yo soy inmenso, contengo multitudes)». ¿Tendrán esto en cuenta los antiimperialistas cuando acusan de hipocresía al Tío Sam por alzar la bandera de la democracia y de la libertad a pesar de su historial de instaurar dictaduras por todas partes? Quizás no consideren que no hay contradicción posible donde solo habita la grandeza.
Día de furia
A inicios del siglo XIX tuvo lugar en la región de los Apalaches el Segundo Gran Despertar, cuando los fervores presbiteriano, metodista y bautista se fusionaron para alcanzar temperaturas hasta entonces insólitas. Se destaca el “Avivamiento de Cane Ridge” de agosto de 1801, cuando tuvo lugar un festival religioso que duró seis días y en el que hasta 20,000 personas se entregaron a una maratón de sermones, eucaristías, convulsiones y glosolalia. No conformes con los movimientos heterodoxos ya importados de las Islas Británicas, esta oleada dio origen a mutaciones aún más extremas como el adventismo y el mormonismo.
Fue una especie de éxtasis al revés lo que tuvo lugar en el Capitolio el 6 de enero de 2021, cuando una tropa de fanáticos de Donald Trump irrumpió en el recinto con violencia, alzando guillotinas y pidiendo la cabeza de la congresista Nancy Pelosi. ¿El objetivo? La continuidad en el poder de su líder político-espiritual, y la desestimación de los resultados del conteo que señalaba como presidente electo a Joe Biden. No tardaron en circular memes desde nuestros lares, donde a muchos les resultó chistoso que el país más golpista de la historia reciente se estuviera haciendo un golpe a sí mismo. Disfraces de bisonte y todo, el ataque al Capitolio estuvo lejos de ser gracioso. Cinco personas perdieron la vida, y Reuters confirma que cuatro policías a cargo de resguardar el edificio se suicidaron a raíz de los hechos. Uno de ellos se pegó un tiro porque ya no aguantaba el dolor que le dejaron los golpes en la cabeza, los cuales le habían causado daño cerebral.
Trump y sus acólitos niegan que se haya tratado de un golpe. En una entrevista con CNN el pasado 12 de julio, el periodista Jake Tapper le dijo a John Bolton –ex asesor de Seguridad Nacional del magnate– que “uno no tiene que ser brillante para intentar un golpe”, a lo que Bolton le respondió con aire casual: “No estoy de acuerdo. Como alguien que ha ayudado a planear golpes de Estado, no aquí, sino en otros países, puedo decir que requiere de mucho trabajo”. Como era de esperar, el repudio fue inmediato, sobre todo de parte de Venezuela, Bolivia e incluso de las Naciones Unidas. En mi opinión lo interesante sería, más que señalar lo obviamente atroz de sus dichos, seguir escuchándolo o incluso investigarlo. Tristemente es mucho más probable que la frase quede perdida en los anales del Archivo Universal de la Indignación, donde los titulares escandalosos van a morir. ¿Acaso alguna vez enfrentaron consecuencias Henry Kissinger –quien sigue vivo con 99 años, por lo menos al momento de la redacción de esta nota–, Robert McNamara, Donald Rumsfeld, Colin Powell o Dick Cheney? Los halcones se suceden impunes, alcanzan la centena y todos estos hechos –y sus evidencias– se siguen perdiendo como lágrimas bañadas por la lluvia.
Irónicamente el sector trumpista se considera obsesionado por la verdad, tanto así que propone toda clase de teorías conspirativas. El mismo Trump inauguró la falsa creencia de que Obama no nació en Hawái sino en territorio keniano, lo cual lo hubiera inhabilitado para ocupar la presidencia. (Está claro que ese no era tanto el objetivo de Trump como lo era remarcar negativamente la negritud del ex-presidente). Como argumenta el británico Adam Curtis en su documental de seis partes para la BBC, Can’t Get You Out of My Head, se han creado tantas teorías conspirativas falsas como la de los supuestamente malvados Illuminati –no eran más que una sociedad de filósofos de la Ilustración alemana– que las conspiraciones verdaderas, como el proyecto MK Ultra –programa de control mental de la CIA– permanecen ocultas o simplemente son ignoradas.
Podría decirse entonces que la violencia, el racismo y el fanatismo son graves problemas que padece la sociedad estadounidense, aunque están lejos de ser los únicos. También urge mencionar el carácter elitista y contramayoritario del Poder Judicial, el cual es capaz de revertir derechos que aquí consideraríamos adquiridos, como el derecho al aborto hasta hace poco establecido con el fallo “Roe v. Wade”. (En un giro sorprendente de la sororidad global, llegaron a verse mujeres marchando con pañuelos verdes). Así y todo el aparato estatal estadounidense considera importante seguir llevando su luz civilizatoria a otros países, y muestra de esto es la existencia de la división Comando Sur del Departamento de Defensa, liderado por la general de cuatro estrellas Laura J. Richardson.
El supernova de los imperios
Es un hecho universalmente reconocido que los imperios nacen y mueren, al igual que las estrellas. Hoy Roma es una simple ciudad, España sea quizás el país más endeudado de Europa occidental, Mongolia es un olvidado país de Asia, etcétera. Pero la cercanía del fin, o peor aún, una lenta pero efectiva decadencia, es capaz de generar las peores angustias. Podría decirse que el Departamento de Defensa estadounidense se dedica más bien, por estos días, a elaborar mecanismos de defensa freudianos como aquel de la negación.
El principal asunto en la agenda de Richardson, al menos guiándose por sus entrevistas y conversaciones con líderes de la región, es la creciente influencia china y rusa –pero especialmente la china– en nuestros territorios. Habla tanto del tema que es fácil imaginarla insomne, su mente agitada con imágenes de Putin y de Xi Jinping jugando al fútbol con el globo terráqueo.
En cualquier caso, la existencia del Comando es una muestra visible de que la Doctrina Monroe sigue gozando de buena salud en la psique estadounidense. El impasible Bolton lo confirmó en 2019, cuando dijo que “la Doctrina Monroe está viva y bien”. El año anterior ya había definido a Cuba, Nicaragua y Venezuela como “la troika del mal”, y no era su primera vez acuñando términos semejantes. En 2015 escribió un artículo para The Heritage Foundation –fundación conservadora creada durante el gobierno de Reagan– sumando a Cuba, Libia y Siria al tan mentado “eje del mal” publicitado por Bush hijo, el cual originalmente comprendía a Irán, Irak y Corea del Norte. El mismo Reagan se refería a la Unión Soviética como “imperio del mal”. Es que sin enemigos externos ni internos, como en épocas de macartismo, es difícil sostener la fe.
Pero en términos de realpolitik, casi todo en esta vida tiene que ver con el dinero. Ya sabemos que desde el “Nixon Shock” de 1971 y la mencionada crisis petrolífera de 1973 el dólar ya no es exactamente lo que era. “El verde” ya no se corresponde con la cantidad de oro alojado en la Reserva Federal: es una moneda fiduciaria, no menos que la inestable criptomoneda. A esto se suman las desastrosas guerras de Vietnam, Afganistán e Irak, que no hicieron más que socavar los recursos y la moral de la población. Estados Unidos dispondrá todavía de amplias cantidades de poder blando –como se llama en las relaciones internacionales a la influencia cultural e ideológica de un país–, y gracias a esto el dólar sigue pisando tan fuerte, pero su poder duro está en declive.
¿Será que la solución es salir a buscar oro? En este caso “oro blanco”, es decir, el tan mentado litio. La meta es apurarse antes de que China alcance, o peor aún supere, el PBI de la gran potencia. En este sentido, las proyecciones no son tan favorables. Es que está claro que la historia no se terminó ni sintetizó en un orden democrático liberal, como pregonaba Fukuyama en el mismo año en que Bloom analizaba las raíces del fanatismo religioso estadounidense –mucho más auténtico y cercano al alma del pueblo–, y que como en un castillo de naipes, cada acción desata una reacción que genera una nueva acción.
Se dice que el litio fue una razón determinante para que Estados Unidos apoyara el golpe de Estado en Bolivia, pero el país del norte está pensando en hacerse una mina propia. La compañía Lithium Americas proyecta finalizar una mina de litio en Thacker Pass, California para el 2024, si bien allí mismo vive una comunidad indígena que se opone al proyecto por razones ambientales. ¿Será el litio, que en otras variables se utiliza para tratar el trastorno bipolar, la clave para sanar a este mundo multipolar? Solo el tiempo lo dirá. Mientras tanto las minas, esas fracturas en la Tierra, no dejan de mostrarnos como por el rabillo de una puerta cómo es que se ve el infierno, si es que se encuentra –como sostenían los puritanos, lectores literales de la Biblia– en el núcleo del planeta. Y el Imperio, como una estrella que muere, se autodestruye en una explosión de color rojizo.
Agustina Quintana (La Falda, 1994) forma parte del Centro de Investigación en Derecho Crítico (CiDerCrit) y es ayudante en la materia Derecho Político (JurSoc-UNLP). En Twitter es @retrofuturismos.