Pedro Mairal: “Casi no hay rol público del escritor”

Nacido en 1970, Pedro Mairal adquirió cierta fama en 1998 cuando ganó el Premio Clarín con su novela «Una noche con Sabrina Love», luego hecha película por Alejandro Agresti. Publicó después un libro de cuentos, «Hoy Temprano», los poemarios «Tigre como los pájaros» y «Consumidor final», además de los tres volúmenes de «Pornosonetos» bajo el seudónimo de Ramón Paz, la novela «El año del desierto» y, recientemente, la nouvelle «Salvatierra». Es a la vez un referente de los circuitos literarios jóvenes —tanto con su presencia en tertulias y presentaciones como con su blog El señor de abajo— y uno de los escritores argentinos sub-40 con mayor proyección internacional: traducido a cinco idiomas, a fines de 2007 ha sido invitado al festival Bogotá 39, como uno de los treinta y nueve mejores escritores latinoamericanos menores de 39 años.

—Varias veces dijiste que tras el revuelo en torno al premio Clarín, de algún modo te metiste para adentro y tuviste que “recuperar un silencio”. Ahora, con tu «proyección continental», ¿te sucede algo en el mismo orden? ¿Te presiona, te alienta, ambas? ¿Afecta a tu escritura? ¿Cómo describirías someramente el rol público del escritor según te ha tocado a vos en los últimos tiempos?

—»Proyección continental» me suena como «desayuno continental». Pero supongo que me alienta y me presiona. Mi manera de lidiar con eso es pensar las cosas en escala menor, así no pierdo el rumbo. Por ejemplo, me alegra que mis libros se publiquen en Francia pero yo escribo para los argentinos de ahora, si eso se entiende afuera mejor, pero no puedo pensar en el lector extranjero a la hora de escribir porque el imaginario que uso se me atomizaría al carajo. Y está bien así. De hecho “El año del desierto”, publicada en Francia con el título «La Intemperie», está llena de alusiones nacionales pero fue leída allá con claridad, la entendieron bien. Después, el rol público… No hay mucho rol público, la verdad. Los libros por más incorrectos y escandalosos que puedan ser ya no cumplen un rol de incidencia en lo coyuntural. Las opiniones de los intelectuales no parecen ser escuchadas. El escritor hoy en día es una especie de militante de Second Life. Opinamos en los blogs, nos sumamos a cadenas de mails ¿y? No pasa nada. Parece todo un karaoke. A la que llaman nueva generación de escritores suele criticársele ser apolítica, pero ¿cómo se mide lo político de un acto? No es una generación militante. Aunque no sé, mucha gente de nuestra edad milita. Además, las palabras que elegís cuando escribís, la ropa que usás, todo tiene una dimensión política. No sé, el rol del escritor ha cambiado mucho. Todo se vuelve muy borroso. Ya nadie te va a llamar por teléfono para preguntarte tu opinión sobre los asuntos nacionales; el escritor dejó de ser un intelectual que opina sobre la actualidad. Pero además a los jóvenes se les inquiere quiénes son, qué piensan, qué van a hacer con el mundo, desde una mentalidad setentista.

—¿Una exigencia arcaica sobre los jóvenes escritores?

—Todavía hay alguna gente que cree que la literatura es una cosa prestigiosa, pero mayoritariamente no interesa. La literatura, desde un punto de vista colectivo, como aquella que cristaliza en imágenes e historias una especie de inconsciente colectivo, no existe más. Durante el boom de los sesenta, la gente viviendo bajo las dictaduras se encontraba dicha en las novelas de Cortázar, Vargas Llosa. Eran libros que, de algún modo, enunciaban toda una experiencia general, o generacional. Ese público lector se diluyó, ahora mira sitcoms y Lost. Estamos librados, sueltos, y liberados, porque ser la voz de la conciencia colectiva es también un peso muy grande.

—A vos, por otro lado, te consideran congéneres tanto los de treinta como los de cuarenta y pico…

—Es un corte raro porque nací justo en el 70. Yo recién ahora me siento un poco parte de una generación, pero por la cuestión de jugar al fútbol juntos, encontrarnos en los blogs, más como una cosa de camaradería que de manifiestos en común. Después, a la larga, seguramente se verá cuáles eran los rasgos en común, pero me parece difícil detectarlos ahora.

—El poeta Daniel Freidemberg escribió en Ñ que para las generaciones jóvenes el texto importa menos que las reuniones sociales que suscita.

—Es genial la frase de Osvaldo Lamborghini: primero publicar y después escribir. Hay una cosa así de “armo un blog donde pongo cosas de mis amigos”. Pareciera que no hay una obra detrás, pero no sé. Todavía se considera al blog como género muy menor, muy lateral, nadie considera que eso es palabra escrita, como si estuviera condenado a ser algo muy en borrador. Es un prejuicio enorme, para la opinión general ni siquiera es una rama bastarda de la literatura. Y cada generación tuvo sus estrategias para promocionarse, mostrarse: circuitos, revistas. La generación de los surrealistas tenía la revista A partir de cero, la generación de Pellegrini, Molina, Madariaga, también estaba Girondo. Siempre hay cofradías, tertulias, grupitos chicos. La idea del escritor masivamente leído, que vendía cinco mil ejemplares, no existe más. Los libros ahora venden setecientos ejemplares y ya se festeja su incidencia en el campo cultural. Nos volvimos todos igualmente pobres a nivel llegada, y eso produce algo sano: un roce, un intercambio muy rico de leerse mutuamente, de compartir textos cortos.

—El personaje central que da nombre a tu reciente nouvelle, Salvatierra, es interesante para pensar la relación entre producción artística y vida política y social: un pintor que representa el mundo entero en una tela kilométrica continuada, con dibujos que no se interrumpen nunca, y que se dedica diariamente pero nunca jamás expone. En tanto y en cuanto se nutre del mundo para una práctica individual, ¿es un arte antipolítico? ¿O tal vez en tanto Salvatierra erige él mismo un criterio de valor (sobre todo de valor del tiempo) ya está escapando a la dominación del capital?

—Antes de morir Salvatierra les dice a sus hijos: «Hagan lo que quieran con el cuadro, yo disfruté pintándolo». Y me parece que, de hecho, lo que yo más disfruto de la escritura es justamente escribir. Todo lo demás lo hago y me gusta, pero ni se compara a la escritura misma. Por supuesto que el aislamiento es imposible y es un despropósito. Uno escribe, en parte, para comunicarse. Además, esa comunicación va modificando el estilo de uno (a través de las primeras correcciones que a uno le hacen, por ejemplo). Pero me gustaba exagerar la nota. Salvatierra es mudo, necesita decirse, narrarse a sí mismo, justificarse. En «El milagro secreto» de Borges, Dios congela el tiempo en medio de un fusilamiento para que el condenado termine una obra que le quedó inconclusa. Cuando pone el punto final suena la descarga de los fusiles. Es decir que el autor, para justificarse, tenía que escribir, no necesariamente publicar. Por eso el milagro es secreto. Por lo demás, me parece que lo que pasa políticamente es, para todo el mundo, mucho menos claro que hace treinta o cuarenta años. Si te ponés a preguntar, algunos son “medio chavistas”, hay de todo.

—Además, hoy la opinión, o el “ismo”, de cada uno, puede no implicar una participación activa en un “proyecto de sociedad”, como en los setenta, cuando los escritores se inscribían en uno u otro “objetivo”, ¿no?

—Ahora no hay enemigos tan claros. Hay como una violencia transpolítica: los viejos que se mueren abandonados en sus departamentos, la soledad, los adictos a internet, una violencia de falta de atención, de abandono del Estado si querés. Es un enemigo invisible. Es difícil describirla, está pero es difícil de ver…

—Esa violencia la describiste en un fragmento de “El año de desierto”, ¿no?, donde un comatoso tararea, inconsciente, la musiquita de Telenoche.

—Es como si fuera parte de su banda sonora cerebral. El otro día estaba en la sala de espera de Medicus, y estaba la tele prendida, viste que ahora es muy difícil encontrar lugares sin tele prendida. Y pensaba que la gente cuya labor está vinculada con la palabra o con algún modo de expresión, elige su discurso. Quizá está hecho de pequeños fragmentos de otros discursos, pero es un discurso propio; mientras que el que no hace eso, está atravesado por montones de discursos. La voz de Tinelli como banda sonora del mundo. La publicidad, el cine, estas series que empezaron con Gasoleros, Son de Fierro, la radio, todo el ruido del discurso que suena todo el tiempo, son discursos que los hablan y los dicen. Es el ruido del mundo. El pensamiento de la gente está cruzado, conducido por esas voces. Hay un miedo general al silencio. Se busca evitarlo, termina pareciendo violento el silencio; nada más violento que hacer un silencio en la tele. Cuesta mucho apagar todo, hacerse un silencio y tratar de pensar uno. Hay que ver qué va a ir pasando con los textos que circulan en la web, que también están llenos de ruido, llenos de links…

—Ah, dijiste “qué va a ir pasando” y yo entendí “qué byte pasando”.

—Ja, sí, todo byte, no va a quedar nada más. Lo de los blogs no lo digo con un tono nostálgico. Creo que se va a generar algo nuevo a nivel discurso: mucho link, mucho copy paste, mucho texto en tercera dimensión que te lleva a otro texto.

—Esa inmediatez con “lo que me pasó hoy”, ¿no? En “En Celo” [antología de cuentos de narradores jóvenes, editada por Sudamericana, donde escribió Mairal] un poco se ve ese hábito blogger como de diario, de escribir lo que a cada uno le pasó en el día.

—Hay una cosa de inmediatez en el blog. Cositas chicas que pasaron. Y sí, está en el libro. Con asteriscos que separan fragmentos cortitos. Es distinto a la sensación de novela como el tiempo total, el concepto de la vida entera. A mí los cuentos que más me gustan son aquellos donde percibís que, concentrada ahí, está la vida entera de una persona. A veces eso lo logra la poesía en dos versos. Dylan Thomas dice “la pelota que tiré una mañana en el parque todavía no ha tocado el suelo”, y está ahí toda su infancia. Tal vez un riesgo sería quedarnos en una literatura anecdótica, casi atemporal, sin carga de tiempo, que a mí es lo que más me interesa en el mundo en el arte. Ojo que lo anecdótico también puede tener un peso muy grande, buenas observaciones. Está el riesgo de caer en una literatura hiper coloquial. Salinger escribe “El cazador oculto” de manera muy coloquial, pero en una entrevista él decía que esa coloquialidad le tomó mucho trabajo, no es simplemente una transcripción directa de la forma en que habla la gente, sino captar lo que hay de gran capacidad expresiva en lo coloquial. Y después como otro polo está la literatura autorreferencial, aburrida, polvorienta, que se mira el ombligo, escrita para estudiantes de la UBA, para Puán…

—Monografías disfrazadas.

—Sí, monografías disfrazadas que creo que hasta Piglia llegan bien, lo hacen bien. La línea de cruzar ensayos con narrativa, Macedonio, Borges. Hasta Aira lo tolero, porque además Aira es capaz de autodestruirse: mete un ensayito en medio de una novela y luego lo autodestruye. El polo ese sería una literatura que pretende ser muy intelectualosa en el peor sentido de la palabra. En mi caso, habiendo tenido una educación bastante clásica, de la estructura del cuento, de la escritura bastante correcta, me viene muy bien un poco más la infraliteratura, una especie de exorcismo, para evitar hacer textos muy acartonados, aburridos, ya encorsetados dentro del corredor de la literatura. Esos serían los dos polos. Pero todo el tiempo se está jugando esa dinámica. No estás en una línea fija. Dentro de un mismo texto te movés. Es dar lo que pida la historia. Si pide algo sesudo, intelectual, permitirlo; tratar de que entre todo con naturalidad. Si de golpe viene una parte brutal, carnicera, que venga también. Como una disposición, estar dispuesto. Che, me están dando ganas de escribir, a ver si lo puedo hacer, porque en la teoría parece bárbaro. Tener cintura, pasar de un registro a otro.

—En «Salvatierra» podrían distinguirse dos planos, ¿no?, el de la trama de búsqueda y misterio en que está inmerso el narrador, y el de la presentación de vida y obra de Salvatierra que se va formando a lo largo de la historia y parece haber sido ejecutado con mayor soltura. ¿Fue una combinación de dos dimensiones?

—Sí, claro, el plano del pasado de Salvatierra es más plástico, con descripciones de escenas del cuadro, que de alguna forma están más cerca de la poesía, donde me siento más cómodo. El otro plano hace avanzar la trama, es medio informativo, plantea intrigas, es más mecánico, más seco y por supuesto me interesa menos, lo cual se debe traslucir en la prosa. Igual, creo que los libros de lirismo sostenido son insostenibles. Prefiero ir intercalando acción y poesía, un poco como en las óperas en las que hay diálogos con conflictos y de pronto todo se arremolina en un aria (lo uso como ejemplo aunque no me guste la ópera).

—¿Los “Pornosonetos” son otro ejemplo de cintura, donde se abraza una sofisticación muy fina con una mundanidad corporal?

—Yo lo siento como el lugar, en poesía, donde me sentí más capaz de llevar a los extremos esto que hablamos. Está el costado clásico y el costado vulgar, grotesco. Yo venía permitiéndome cruzar de a poco esas fronteras, en “Consumidor Final” me permití meter marcas de productos, pero muy de a poquito, y yo veía que los poetas de los noventa lo habían hecho a pleno. Yo venía con mis endecasílabos, mis versos de catorce, de once, alejandrinos, y ¿cómo meter eso ahí?, era como una lucha. Además tenía un imaginario de poesía natural, tipo Neruda, Enrique Molina, y de golpe todo lo que me empezó a pasar que es lo que te pasa a partir de los veinte años, empezás a laburar, pagás impuestos, todo eso, y mi imaginario poético no sirvió más, era inútil. Tuve que empezar a escribir de nuevo, inventar de nuevo una manera de decir. En “Consumidor final” un poquito lo conseguí. Pero cuando empecé con lo de los sonetos me resultaron como unas cajitas donde yo podía detonar ese choque. Fue una liberación enorme, porque está el verso de once, muy pulido (la forma soneto es creo la más rígida de la poesía), una cosa incluso por momentos muy lírica, y de pronto esta cosa, si querés vulgar, o tal vez lo actual, o chabacano, o berreta o, incluso, grosero. Que es una cosa que está adentro mío y nunca le había podido dar curso, por eso es una liberación: todo ahí. Al contrario de lo que se cree, que el soneto te limita, para mí fue una fuerza de salida de mí mismo, no un marco que me encorsetaba. Porque además lo que tiene de raro la forma es que dialoga con vos: vos proponés una cosa y la forma te dice “ah, esto lo podés decir, pero así”. Entonces en un momento apareció Uruguay y de pronto me di cuenta de que estaba hablando de una mina que se fue a Uruguay y que escuchaba Jamiroquai. Aparece esa rima ridícula que a mí nunca se me hubiese ocurrido si no fuera porque me la dictó la forma. El surrealismo tiene una parte muy limitadora con la cosa de la escritura espontánea. En esa especie de pampa abierta que es la escritura automática, sin límites, hay una angustia muy grande también, porque nadie te responde nada. No hay eco. Da lo mismo cualquier palabra. Y quedás limitado a vos mismo, a tu inconsciente, que en realidad es una cosa muy repetitiva, obsesiva. El inconsciente siempre está pensando lo mismo.

—Uno llega a esa pampa abierta y ve al boludo corriéndose en círculos a sí mismo…

—Ja, claro, en cambio la forma es mucho más liberadora, la sensación de poder salirte de vos mismo, una puerta de salida, la forma dialoga con vos y, como charlando con alguien, encuentro cosas que de otro modo no hubiera pensado. Bueno, igual ahora cerré el ciclo de pornosonetos. A lo mejor en diez años hago un tomo grande, agregando algunos nuevos. Estoy escribiendo más que nada cuentos cortos. Hay algo muy liberador en el blog, de desahogo muy grande. Cuando uno estaba atrapado en el papel era difícil hacer circular sus cosas, tenías que estar imprimiendo, repartirle a tus amigos, una cosa medio bochornosa, tal vez incomodabas dándoles eso. En el blog lo ponés y el que quiere se mete.

—¿Los años de blogger hicieron que te costara volver al texto más largo, con «Salvatierra»?

—No, porque la empecé a escribir hace como seis años, cuando todavía ni sabía lo que era un blog. Tardé en terminarla, pero ese tono que tiene —sin tanta marca generacional— estuvo desde el principio. Yo me pregunto, qué pasa ahora con la escritura online, qué le provoca a la gente estar online todo el tiempo. ¿Qué sucede cuando tu hoja en blanco es todas las cosas que son ahora, tu música, tu correo, tu enciclopedia, tu video, tu televisión, tu pornografía? Todo está ahí invadiendo en eso que antes era la página en blanco. Hay que tener muchas ganas de escribir para apartar todo eso, todo ese entretenimiento, distracción. Cada uno tiene su circuito en internet, primero entrás a un diario, después a un blog, otro diario, una página inesperada, y así, podés pasarte todo el día haciendo eso, y no hiciste nada. Estás online.

—Se cumple el mito griego del tipo que no alcanza a la tortuga porque siempre se le interpone llegar al punto medio…

—Sí, la paradoja de Zenón. Internet es así, siempre hay un link que te distrae de donde querías llegar, estabas por llegar pero nunca llegás. Para mí estamos siendo parte de algo que va a cambiar mucho la forma de escribir. No sé para dónde va, pero hacia algún lado raro lleva. Y quizá la redacción en blog sea una manera de sobrevivir a esa lectura interrupta. Hay que ver si un blog llevado con cierta regularidad, con personajes reconocibles, no es una novela que se está escribiendo. Hay algo que se está narrando. Sobre todo cuando dicen que la novela, a diferencia de la elegía que hablaba sobre el pasado, es la forma moderna de escribir sobre el presente. No sé, quizá los blogs están hablando sobre el presente, quizá hay un diálogo sobre el presente. Tampoco funciona mucho lo de trasladar los blogs a papel, he visto algunos blooks y sentía que les faltaba el botón para encenderlos. Imaginate una novela donde cada capítulo empieza con “el taxista recién me dijo…”, como un diario personal. No sirve para el libro. Ayer escuché un dialoguito muy absurdo en una editorial, de dos empleados que hablaban de sus peceras, que me llevó a una reflexión de lo bien que está escrito el mundo, lo bien que escribe el azar, porque si quisieras escribir un buen diálogo creíble y vivo habría que copiar eso. Y eso me llevó a un cuento, pero el disparador fue ese comienzo anecdótico y creo que tiene que ver con la estructura del blog, una inmediatez con la experiencia. Y es verdad que eso llevado a libro es una pavada.

www.pedromairal.com.ar
www.elseniordeabajo.blogspot.com

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