“Implementar la Ley de Salud Mental implica tener decisión política y reformar el sistema de salud”

Entrevista a Julieta Calmels, subsecretaria de Salud Mental, Consumos problemáticos y Violencias, de la Provincia de Buenos Aires.

Fotografías: Leticia Berterre

¿Cómo estás viendo la situación actual de la salud mental en población bonaerense (digo bonaerense por la población que abarca tu trabajo, pero se podría extender al conjunto de personas que habitan el país)? Sobre todo después de la pandemia este tema parece haber cobrado una centralidad que quizás antes no tenía.

Como pincelada general, a modo de punto de partida, en general los temas de salud mental siempre quedaron relegados en la caracterización social, política e incluso sanitaria. Hay una cantidad de estudios argentinos –que tienen su relación con otros a nivel mundial— que plantean que en algún momento de la vida al menos el 30 % de la población tuvo alguna situación intensa respecto de su salud mental, y requirió ayuda de parte de servicios de salud. En general no nos hacemos a esa idea de que tres de cada diez personas en algún momento pasaron por alguna situación que requirió ser acompañada o atendida porque hay muchos estigmas, un tabú muy fuerte para hablar de salud mental. En general las personas que pasan situaciones vinculadas a depresiones, a consumos problemáticos, tienden a ocultarlos porque sienten vergüenza o porque son las propias familias las que tienen vergüenza, y eso produce muchas dificultades al momento de compartirlas.

La pandemia puso una evidencia que hay una parte muy importante de nuestras vidas que tiene que ver con la salud mental. Y eso es un parteaguas para todos y todas, porque muestra que el malestar no tiene que ver solamente con una cuestión interna, intrapsíquica, sino con lo que nos pasa en términos sociales, sea al interior de nuestra familia como del trabajo, o la escuela, o cualquier otro espacio de intercambio que transitemos, siempre tienen una incidencia muy grande en la construcción de la salud mental y de la salud en general.

Entonces, en esos términos, es un lado positivo de esta experiencia de la pandemia: algo que estaba muy oculto, un tema sobre el que había mucho tabú y estigma, pasó a ser una experiencia más inmediata. En las juventudes con las que nos encontramos vemos que los temas de salud mental son temas de los que hablan como no lo hacía nuestra generación, y mucho menos las anteriores. Para poner un ejemplo: empezamos a hacer unos talleres de salud mental en escuelas, que es una de las experiencias más lindas que estamos desarrollando en la provincia. El año pasado fue con alumnos de tercer año y este año con alumnos de primero y de cuarto. Y dijimos: “bueno, pongamos un primer encuentro para romper el hielo, cosa que se empiecen a animar empezar a hablar”. ¡Y no! Los pibes hablaban de salud mental del momento cero, porque ya era un asunto de sus conversaciones. Y de hecho fue un pedido que los Centros de Estudiantes le hicieron a Axel (Kicillof), al gobernador: poder trabajar los temas de salud mental. Mirá lo extraño de la situación, ¿no? No hubiéramos imaginado en otro tiempo que en un ámbito político organizado como son los Centros de Estudiantes aparecieran estos entre los temas de agenda. Hay algo que dejó de ser un tabú y que nos permite hablar de los dolores, las angustias que tenemos con menos carga social de estigma y de vergüenza. Y eso nos va a ayudar a tramitar las situaciones que se nos presenten de una manera menos solitaria.

A su vez, esto que decimos, es reflejo de un atraso en Argentina, en relación a tener más sistemas de salud acorde con las necesidades de las personas, y que además de la asistencia y de los tratamientos, pueda contar con aspectos de ayuda en salud mental como procesos de acompañamiento y de cuidados más generales, no solamente de tratamientos. Eso es parte de la reforma que estamos impulsando en la provincia. Se puede decir que Argentina es uno de los países de Latinoamérica (y probablemente del mundo) con la proporción más alta de trabajadores de salud mental, y que contamos con una Ley de Salud Mental de avanzada, con estándares internacionales, pero así y todo todavía tenemos un esquema de salud mental atrasado.

Por otro lado, diría que estamos charlando cada vez más qué es eso de la pandemia en relación al avance del capitalismo. Ya no sabemos bien ahora qué decir, qué le toca a qué, qué cargamos a la cuenta de la pandemia y qué al avance de las sociedades neoliberales. Los consumos problemáticos y los consumos en general, están en aumento en todo el mundo: aumentan los consumos de drogas legales en mayor parte, y esto es explicable dentro de sociedades de tanto consumo generalizado. Consumos de sustancia, consumos de tecnología. Hoy se estima que el 10 % de la población que consume sustancias tiene una relación problemática con eso, es decir, que su relación con el consumo le complica el trabajo, el proceso de educación, los vínculos. Y en algunos países del mundo eso es un problema muy serio de salud, en Canadá y Estados Unidos, por ejemplo, son la primera causa de muerte joven (la sobredosis de consumos vinculados a los derivados del Fentanilo, que es como pasó lamentablemente en Puerta Ocho en la Provincia de Buenos Aires). Todavía Argentina no tiene esa configuración, aunque a veces nos miramos como un país de segunda, de tercera, la verdad es que hay aspectos en los que Argentina está más preservado. Que no quiere decir que no haya problemas serios en relación al consumo, en primer lugar del alcohol, y después de otras drogas.

Después hay otros fenómenos, como los trastornos tempranos del desarrollo de los niños, que es un tema que viene en aumento. O las depresiones. Y uno podría decir: “bueno, esto ya venía en aumento desde antes de la pandemia”. Porque el modo de relación social dominante, el desanudamiento de las relaciones sociales, la fragilidad de las instituciones del Estado moderno en relación a este momento que atravesamos, el modo en que las tecnologías aparecen en la sociabilidad, las formas de relación que tenemos con los cuerpos… Todos los que eran organizadores simbólicos de nuestra sociedad están un poco puestos en cuestión hoy en día, y eso hace que subjetivamente las personas se vayan construyendo psíquicamente de maneras muy distintas. Entonces tenemos una discusión abierta sobre los diagnósticos de la infancia, cómo vamos a llamarle a esos nuevos modos de aparición de las formas de organizarse de las infancias. Lo que no hay duda es que hay más niños y niñas que requieren de apoyos y acompañamientos en el sistema educativo diferentes a los que había antes, sea porque les cuesta prestar atención, o porque les cuesta estar con su cuerpo más o menos tranquilo en un ámbito educativo, o porque la comunicación y la relación social se les vuelve más compleja. Y es ahí donde aparecen todos los diagnósticos, que a veces sirven y son orientativos, y otras veces vienen sobre-exagerados: los autismos, los trastornos del desarrollo. Y así, como a veces nos cuesta o le cuesta a sectores de la sociedad acceder a la medicación, también pasa que muchas veces hay una sobre-medicación de situaciones de malestar, de sufrimiento, de estructuración. Entonces hay algunos que dicen que tenemos que pensar en sociedades neurodiversas, que ya no sirven tanto los diagnósticos y que  hay empezar a pensar en las diferencias sin cargarles tantos títulos patológicos. Eso es una discusión.

¿Y más específicamente sobre los modos de transitar la pospandemia que podrías compartir?

La pandemia fue una gran experiencia disruptiva respecto de todo lo que nos organizaba. Pero no hubo un aumento del suicidio, por ejemplo, como se pudo suponer que iba a suceder. Nosotros en Provincia de Buenos Aires acabamos de publicar un estudio de análisis de casos de suicidio, que es uno de los temas más dolorosos y complejos, que va en ese sentido. Porque bueno, también lo que sucedió es que hubo una reacción de adaptación de las personas ante un evento que fue tan disruptivo, tan nuevo. Ahora sí, lo que vemos de manera más tardía, es que después de la pandemia hay más síntomas: hay mucha más ansiedad, más trastornos del sueño. El tema de los horarios para dormirse se desacomodó bastante en muchas personas. Costó volver a la escuela, hay gente que está con mucho miedo a transitar, vemos gente con barbijos en contextos en los que ya no sería necesario, gente grande pero pibes también. Y la relación con el cuerpo: mucho tiempo sin tener nuestro cuerpo en la relación con otros. Los pibes más chiquititos que en el momento de ir al jardín y transitar una primera separación del cuerpo de los papás, del espacio de la casa, por ejemplo, fue una franja donde puede verse cierto impacto. Y los jóvenes, quienes tenían por delante ese tiempo de salida exogámica, donde te la pasas más tiempo afuera de tu casa que adentro, donde las relaciones centrales son los amigos o las parejas o todo eso, y ya no los padres, se vieron muy afectados. ¡Les tocó hacer una patriada tremenda! Quedarse adentro. Y la verdad hay que agradecerles de por vida que hayan hecho ese esfuerzo, porque a contrapelo de lo que dicen de la juventud, de las fiestas electrónicas que rompían los protocolos de la pandemia (y que obviamente algo de eso pasó) lo que centralmente sucedió es que los pibes se quedaron adentro. Y tal vez fueron los que más se sacrificaron, por lo que te decía que implica esa etapa vital. A ellos les tocó una difícil.

Por eso ahora decías que estaban trabajando en un proyecto con las escuelas, ¿no?

Sí, el programa con el que estamos trabajando en la provincia se llama “La salud mental es ahora entre todos y todas”, y surge de esos intercambios del gobernador con los Centros de Estudiantes. Así que con Axel concordamos en que se abría un tiempo de cuidados colectivos hacia ellos, y que no se trataba de esperar a que los centros de salud nos golpearan las puertas, sino de ir a conversar con ellos a las escuelas acerca de cómo estaban, cómo estuvieron, qué les pasó. Y es muy impresionante lo que pasa ahí, porque se trabaja durante varios encuentros con grupos de jóvenes, y muchos cuentan cosas muy complejas que les pasaban en la pandemia, que por ahí los otros pibes ni sabían. Sus compañeros no sabían porque también en 2022 se estaban conociendo desde hacía poco. Y todo esto ayuda a que se entiendan y se acompañen de otra manera. Chicos que estaban retraídos o que estaban muy pasados, muy agresivos, cambian, en la medida en que se arma un espacio en el que se puede hablar de manera genuina. No se trata de ir a bajar línea a las escuelas, a decirles cuántos vasos de alcohol te emborrachan o cuándo tenés un trastorno de ansiedad. Esa información es más o menos accesible. La decisión es ir a los colegios a establecer una conversación, de escuchar el pedido de los jóvenes a tener un rol más protagónico.

En cuanto a los desafíos que se presentan a la hora de ingresar a la gestión del Estado, en casos como el tuyo, que provenís de una trayectoria de militancia desde otros ámbitos diferentes a los de los partidos políticos, como las agrupaciones independientes que en 2001 derrotaron a la Franja Morada en la FUBA, o en todo ese entramado que implicaron los Congresos de Salud Mental de las Madres de Plaza de Mayo, pero también, por todo el bagaje de formación que se puede adquirir en ese tipo de militancia, que recupera de una historia como la de nuestro país un rico recorrido de luchas de las trabajadoras y trabajadores, usuarios y teóricos del campo de la salud mental. En ese sentido, ¿cómo ves esa relación entre la gestión estatal de políticas públicas en salud mental, y lo que puede ser todo ese otro entramado que existe, más comunitario, territorial, que a algunos denominan “Salud Mental Popular”?

Está buena la pregunta, porque sí, toda mi formación de la militancia desde que estoy en el secundario va por ahí, y es ahí de hecho en donde nos fuimos encontrando. La militancia a mí me atravesó a lo largo de toda la vida, y desde mi formación universitaria también tuve un acercamiento a las organizaciones de los sectores populares, a la construcción en los territorios, que de hecho es en donde nosotros nos conocimos. Y la comprensión de esas necesidades, de cómo se configuran los territorios, es diferente a la mirada que construís cuando sólo contás con un trayecto universitario. Porque es ahí donde nos encontramos con toda una militancia en salud mental que descubrimos que en Argentina tenía toda una rica historia y sus momentos de ruptura con las instituciones psicoanalíticas clásicas también. Los sesenta y setenta fueron momentos muy importantes también para el psicoanálisis y la salud mental en nuestro país; años en los que se logró sacarlos de cierto clóset de clase media-alta y se metieron más de lleno en las luchas populares, en relación además a las discusiones sobre la historia, sobre el futuro, sobre la construcción de una patria distinta. Donde desde esas luchas se teorizó pero también se protagonizó todo un proceso. Y en esa tradición nos identificamos muchos de nosotros. Lo cierto también es que los setenta marcaron, como en tantas otras cosas de la vida argentina, un parteaguas: una buena parte de toda esa generación tuvo que exiliarse. Yo creo que si hacemos la lista de personas que leemos, y con las que más o menos estudiamos, pasó por una situación así. Inclusive Jorge Alemán, que para nosotros es un compañero con una referencia enorme para pensar muchas cosas, quedó viviendo en España, por más que venga seguido a la Argentina y mantengamos una articulación, una construcción con él muy valiosa, vive afuera. Alicia Stolkiner, que es una gran referente, estuvo exiliada en México, y luego trabajando en Nicaragua. Osvaldo Saidón, que falleció hace poco, estuvo en Brasil. Armando Bauleo en Italia. Rodrigué en Brasil. Goldenberg, que fundó la experiencia del Hospital Evita de Lanús, que es uno de nuestros hospitales provinciales, y Barenblit, que estuvo también con él, se exiliaron en Brasil. Tuvieron que irse injustamente por la situación política que vivía la Argentina, y eso tuvo un impacto en nuestra formación también, en la que los militantes armamos un legado y una filiación con esos compañeros, que seguimos hasta el día de hoy, pero que implicó una interrupción importante en todos los procesos de formación universitaria. Mirá cómo está la situación de la Facultad de Psicología de la UBA hoy en día, es una cosa muy dolorosa. Pero no nos vayamos de tema.

Lo que rescato de ese recorrido de militancia, ese otro gran capítulo enorme en democracia, es el de las Madres de Plaza de Mayo. No sólo por lo que significa la democracia para nuestro país, sino específicamente para salud mental, porque cuando Las Madres fueron a buscar a sus hijos desaparecidos a los manicomios, se toparon con el horror de lo que era eso, comprendieron lo que hablábamos antes de la exclusión de la sociedad hacia las personas con padecimiento mental. Y fundamentalmente toda la línea de Hebe de Bonafini, encontró ahí una causa social sobre la cual trabajar. Yo ahí participé armando, primero, todos los Congresos de Salud Mental de Madres; congresos de 2.000, 3.000 personas, con todo un sector que después confluyó en la sanción de la Ley Nacional de Salud Mental. Claro que antes hubo algunas experiencias de gestión en Argentina, como la de Río Negro, la de San Luis, la del Dorado en Misiones. Pero en provincias con una escala de población más pequeña, donde los sistemas de salud también son más acotados. Lo que no habíamos tenido hasta ahora como movimiento, en un sentido más amplio, y menos que menos nuestra generación, es una experiencia de gestión como la que tenemos ahora.

A veces nos decían “los hijos de la dictadura”. Nosotros siempre insistimos en decir que éramos “los hijos de la militancia”, y que con la llegada de Néstor y Cristina al gobierno se nos armó esa afiliación de manera más directa, más organizada. Así que se podría decir también que somos los hijos del kirchnerismo también, porque estamos muy marcados a fuego por esa experiencia, que entre muchas cosas nos ayudó a descubrir que el Estado puede ser una herramienta excepcional de la política para la felicidad del pueblo. Nosotros veníamos de los noventa, de una experiencia de militancia, que compartimos, donde el Estado se nos aparecía más bien como una burocracia que reproducía desigualdad, inequidad, no como una herramienta de transformación. Y el kirchnerismo nos presentó esa experiencia en la que vimos que se podía usar el Estado a favor del pueblo. Y quienes estábamos en ese momento experimentando esa otra forma de hacer política, descubrimos con sorpresa otra forma del Estado a la que ahora ya no podemos renunciar. Entonces, digo: para nosotros hoy, una experiencia de gestión, tiene toda esa carga histórica. Y lo digo pensando en que, así como en otras áreas durante el kirchnerismo se pudieron hacer reformas profundas, el sector salud se las debe todavía. Nos debemos una reforma grande del sistema de salud. Porque hubo algunas expresiones de reforma pero no una reforma sistemática, que entendemos es lo que corresponde a esta etapa histórica, y es lo que está comenzando a suceder con la gestión de Axel en la Provincia de Buenos Aires, de la mano de su actual ministro Nicolás Kreplak, y antes con Daniel Gollan, que estuvo en funciones hasta hace poco. Y creemos que se requiere una reforma del sistema de salud para que la salud pueda ser de verdad un derecho del pueblo, sea accesible en sus servicios, en sus recursos humanos, pero en el modo de construir salud también creemos que hace falta una reforma. Y toda la integración del sistema de salud es parte de las deudas que si no trabajamos eso nunca va a haber equidad y nunca va a funcionar la salud argentina.

¿Y es desde estas coordenadas que asumís tus funciones en el marco del actual gobierno de Kicillof?

Sí, es en este marco que tomé la decisión de acompañarlo a Axel en el Gobierno de la Provincia, en un área como la salud mental. Siempre nos acordamos, con varios amigos, que en vez de decirnos “Felicitaciones”, cuando varios asumimos esta responsabilidad, escuchábamos que nos decían: “Bueno, suerte”. Claro, ¡era una decisión un poco osada! Es una provincia de 17 millones de habitantes en su superficie física que son 1.500 veces la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Para ponerte un ejemplo: yo ahora estoy cerrando una agenda para ir a Bahía Blanca, Mar del Plata, Necochea, Tandil, La Costa (el Conurbano es otro capítulo inmenso). Sólo en esa agenda ya puede verse toda una heterogeneidad hermosa…

En ese marco, una reforma en salud mental tiene en el centro de su planteo el cierre de los manicomios y la apertura del trabajo en salud mental en los hospitales generales y toda una construcción de la salud con base comunitaria. Vos recién dijiste: “Salud Mental Popular”, y podría ser una hermosa manera de llamarlo a este tiempo que vive la provincia. Pero también, le sumo lo que te contaba de los programas en las escuelas, y cómo la salud mental también sale de las instituciones de salud y se vuelve un modo más en que el Estado, que no sólo genera tratamientos y atención sino que también cómo acompaña, cuida.

Entonces, digo: para nosotros, gestionar, en este momento, está siendo sin dudas una experiencia que no habíamos tenido antes, y que nos permite hacer cosas diferentes a las de gestiones anteriores, porque venimos de toda una experiencia de militancia. Porque no es sólo mi caso: todos los compañeros que están conmigo en la gestión hoy en el Ministerio son compañeros de una militancia compartida desde hace más de veinte años. Eso nos permite lanzarnos a una experiencia que es muy difícil, muy compleja. El estado de la salud en las instituciones de la provincia realmente es difícil, incluso con todo lo que venimos haciendo. Resulta difícil imaginar a veces el nivel de deterioro que tienen. El abandono en materia de salud mental y de políticas de salud mental que hubo fue muy importante. Y bueno, Axel está construyendo también un proyecto para gobernar la Provincia de Buenos Aires que es a su vez un proyecto de provincia. Él insiste mucho en la idea de construir una identidad para la Provincia que pueda contener lo heterogéneo que es la zona de las sierras, la zona del mar, las zonas de puerto, el Conurbano, ciudades como La Plata… Son como muchos mundos adentro de un mundo la Provincia de Buenos Aires, y por eso para nosotros es hermoso, pero muy exigente en términos de gestión. Porque no hay que renunciar a tener elementos homogéneos ¿Cómo conseguimos la salud mental que queremos? ¿De qué manera se construye? Tal vez haya que ser también lo suficientemente flexible para que cada territorio lo construya con su identidad, su historia, sus particularidades.

Todo un desafío…

¡Claro! Porque no es que hacés lo mismo en todos lados. No tendríamos por qué hacerlo así. Nosotros, para las problemáticas del suicidio por ejemplo (que es muy elevado en lugares chicos del interior de la provincia, sobre todo entre jóvenes y adolescentes) estamos construyendo unas mesas territoriales de trabajo, con los recursos estatales pero también con la organización social que haya en cada lugar: clubes, sociedades de fomento, organizaciones juveniles si es que las hay. El tema de la juventud pasa a ser también un tema de prioridad, pero no sólo por el miedo a que se suiciden, que es algo que empieza y termina, sino también para construir espacios de vida que sean mejores, que te den ganas de estar en el lugar. Porque para nosotros no se trata solamente de abordar el sufrimiento sino de construir el bienestar. La salud mental es descubrir, inventar, construir espacios donde sentirnos mejor y eso es con otros.

Mencionabas la Ley de Salud Mental. Y me quedé pensando dos cuestiones. Por un lado el tema del financiamiento, porque muchas veces se dice que hay políticas que son interesantes pero no tienen el financiamiento que corresponde. Y por otro lado, el balance que se puede hacer de lo que ha pasado con la ley, que se sancionó como parte de todo un gran movimiento pero que después… bueno, ahí hay una discusión: ¿se frenó el proceso por el macrismo o la propia ley ya tenía algunas complicaciones que hicieron que llegáramos al punto en el que estamos hoy?

El financiamiento es un tema importantísimo en cualquier política: sin financiamiento se pueden hacer cosas, pero se puede poco. Ahora, digo, también hay que tener cuidado con eso, porque si no parece que si no tenés una partida específica con determinado monto de financiamiento no podés hacer nada, y entonces se empieza a armar esa situación en la que no sabés por dónde empezar. Nosotros estamos desplegando una política en salud mental que tiene un reflejo de inversión concreta en cantidad de recursos humanos, por ejemplo. Se incorporaron 38 equipos para urgencias interdisciplinarias en hospitales generales, con 112 profesionales. Después hay un ingreso global de profesionales de aproximadamente 2.000 nuevos trabajadores de salud mental que ingresaron en toda la provincia. Hay inversión en infraestructuras de diferente tipo. Hay inversión en vivienda para las externaciones. En total vamos a tener para este año que comienza una inversión de 4.000 millones de pesos en salud mental, en todos los niveles. Un subsidio para la externación, infraestructura, creación de centros comunitarios nuevos, personal, una línea importantísima de capacitación que tenemos donde ya se formaron 6.800 personas en toda provincia. Compras: se compraron insumos para talleres que nunca se habían comprado. En la subsecretaría donde estoy, para tomar el ejemplo de la gestión anterior y ésta. Es un buen ejercicio ese. ¿Qué se había comprado en la subsecretaría durante el macrismo? Tres cosas: uno, reactivos para medir las sustancias en el cuerpo de las personas que llegaban a los hospitales; dos, camillas para las internaciones; tres, sujetadores para poner a las personas en las camillas. Esa es la política en salud mental del gobierno de Vidal en la Provincia de Buenos Aires. Ah, y una cartelería que decía: “Unidad de atención en crisis”, que era un sitio en algún rincón del hospital, donde se pegaban un cartel, y ahí iba el reactivo, la camilla y el sujetador, sin el incremento de personal para sostener las intervenciones en el sistema de salud. Porque en salud mental, además de medicación (que por supuesto a veces es necesaria), si no hay otros recursos sigue siendo la sujeción mecánica el recurso central para evitar una situación de riesgo mayor, pero la intervención es de un ser humano con otro ser humano, eso no se puede perder de vista. Por eso insisto en que eso es la inversión en salud mental, el recurso humano, la capacitación, la organización del sistema. También la infraestructura, pero nosotros no tenemos equipamiento, no tenemos tecnologías. La carga de inversión en salud mental pasa fundamentalmente por la inversión en recursos humanos.

Pero bueno, la gestión priorizaba el control social, con un tremendo deterioro y abandono de las personas. Incluso en agosto, cuando perdieron las PASO, dejaron de pagar servicios, dejaron de pagar alquilares y dejaron de hacer algo que es imperdonable: la compra de medicación. A sí que cuando nosotros llegamos a la gestión, además de todo el deterioro histórico que había en la Provincia de Buenos Aires, nos encontramos con que en los últimos cuatro años el estado de abandono y la situación de riesgo en salud mental era total. En el programa que entrega medicación psiquiatrica, pasamos de 1.000 personas en 2019 a 10.000 en 2023. Y no es porque nos guste aumentar medicación, más bien tenemos una tendencia contraria a la sobremedicación, pero lo cierto es que no había ni siquiera acceso al psicofármaco para quienes realmente lo necesitaban.

Ese era el estado de situación, el punto de partida cuando llegamos a la gestión: profesionales que no tenían formación desde hacía años, de ningún tipo, ni en urgencias ni en clínica, ni en perspectiva comunitaria, en nada. Abandonado total. La provincia tiene cuatro hospitales neuropsiquiátricos, ochenta hospitales generales y ciento sesenta espacios de salud mental comunitarios. Todo eso nunca había entrado en relación entre sí, eran todos procesos separados unos de otros, con gente que no se conocía, y sin ninguna estrategia de articulación ni de circuitos compartidos. Por eso hoy parte de la política de la Provincia de Buenos Aires pasa por desarrollar la reforma del sistema de salud, para poner todo eso en una lógica de integración y de conducción bajo una misma mirada, bajo las mismas autoridades. En todo esto se expresa la inversión.

También tenemos una política interministerial fuerte. Es así, por ejemplo, que desde Cultura se impulsan Talleres de Cultura en los Centros Comunitarios, en los hospitales, en los neuropsiquiátricos, o el Banco Provincia da un seguro de caución para el alquiler de las casas de las personas que se van externando de los neuropsiquiátricos, o Desarrollo Social brinda un subsidio para la externación. Hay políticas que no solamente son adentro del sistema de salud sino que las brindan otras carteras ministeriales y para nosotros eso es un salto cualitativo enorme en relación a la historia de tratamiento de la salud mental que se tenía. Entonces en estos 4.000 millones de presupuesto que mencionaba hay un tercio de eso que es inversión que no es de salud, sino que viene de otras áreas. Y eso en gran medida tiene que ver con la ley, porque corresponde que sean otras áreas las que hagan esas acciones, porque la vida de las personas está afectada por esas otras variables también.

¿Es en ese sentido ves cuestiones que tiene que ver con La ley y las políticas públicas actuales en la provincia?

Algunas cuestiones concretas. Por ejemplo, en el marco de las reformas de los neuropsiquiátricos estamos desarrollando planes de vivienda en tierras de hospitales que están sin uso. Son para personas que estuvieron internadas pero también para los barrios en los que esos lugares están situados. En el Hospital Estévez de Lomas ya está licitado un plan de mil viviendas y hay sesenta casas para salud mental distribuidas entremedio de las otras. En La Plata hay ciento setenta y cinco viviendas y treinta son para salud mental, y así cada uno de los hospitales. Y eso lo financia y lo llevan adelante otras áreas que no es la de salud, pero que va a tener un impacto en salud muy importante. Hay una definición del gobierno de la provincia en ese sentido: la salud mental tiene que ser un eje transversal, y para eso hay una comisión interministerial trabajando con diez ministerios.

Implementar la Ley de Salud Mental implica tener decisión política, invertir y reformar el sistema de salud, que no es ni tirada de los pelos ni extraña, es la reforma natural que los sistemas de salud tienen que tener. De hecho la Organización Mundial de la Salud (OMS) sacó el año pasado un informe sobre salud mental y mencionó a la Provincia Buenos Aires como una de las provincias que estaban avanzando adecuadamente en las reformas de los sistemas de salud. Yo fui a la ONU, a la convención de los derechos de las personas con discapacidad, que tiene un comité bastante exigente, y ahí quedó mencionada la experiencia de la provincia también. Es decir, caminamos hacia algo que ya forma parte de consensos.

Pero bueno, en los países latinoamericanos, en Estados como el nuestro, tan abandonados, tan rotos por todos lados después de las políticas de los noventa, cuesta. El kirchnerismo empezó a levantar esa historia, pero nos toca a nosotros ahora la responsabilidad histórica de hacer las reformas pendientes. Implementar la ley es reformar el sistema de salud, no solamente cerrar los manicomios, sino cambiar las lógicas de la atención en la salud mental. Y hacer ingresar la salud mental en otras áreas estatales. Digámoslo así: la Ley tiene reflejos que implica cuestiones que ya son estándares internacionales, que implica desarrollar cambios. A buena hora, para nosotros es una oportunidad maravillosa implementar la ley y de hecho creo que tenemos casi en proceso de implementación todos los artículos de la ley.

Hay un tema que es sobre el que siempre discutimos y es el de las internaciones, las involuntarias. ¿Se puede? ¿No se puede? Esa es la discusión en la que en general nos atascamos. No porque no sea importante, es una discusión importantísima, pero requiere que pongamos los elementos de problema arriba de la mesa. Y no es tanto la ley sino cómo se articulan los servicios de emergencia con los espacios de internación. Y después sí, una decisión que hay que tomar, es definir cuándo una internación es forzada, es decir, involuntaria, y si es necesaria. Nosotros tenemos muchas internaciones involuntarias en la provincia, pero eso requiere tener claridad y que sea una decisión que tomen los equipos de salud. Porque implica privar de la libertad a alguien. Y es el único acto en salud donde uno tiene permitido eso, si considera que hay un riesgo. No lo tenés si alguien se está por morir de un ataque de corazón, si no se quiere internar vos no lo forzás contra su voluntad y lo metés en una ambulancia. Eso no pasa. Se podría pedir, y sería lógico que se pidiera, pero no pasa. Entonces en salud mental hay una serie de excepciones. Hay que mejorar los sistemas de emergencia, sí, y es esa una de las grandes deudas. Que los profesionales tienen que articularse con los sistemas de seguridad en el caso de que sea necesario, sí, es otra de las grandes deudas. Que hay que formar a la fuerza de seguridad para que tenga un rol de cuidado y no de castigo en estos casos, sin lugar a dudas. Y también, hay que educarnos todos en comprender que hay fenómenos complejos de la salud mental. A veces esperamos que en salud mental se produzca algo así como una cura. Parece que en otros temas de la salud podemos comprender que a veces no haya cura, o que no sea completa, o que no se produzca de una vez y para siempre. Pero en salud mental pareciera que no, como si fuese un tema de voluntad de la persona: “si alguien quiere, deja de consumir”. O se piensa que si alguien se interna con un problema de consumo y después de salir vuelve a consumir, entonces es un fracaso todo su tratamiento. En salud mental se arman situaciones así, se suelen tener parámetros muy distintos al que se manejan con el resto de las cuestiones de salud. Y bueno, me parece que ahí tenemos que aprender más socialmente sobre estos temas.

Pronto se van a cumplir los cuatro años de gestión, ¿qué pensás que podrían hacer de continuar por cuatro años más en un segundo mandato de gestión? ¿Qué cuestiones dirías sería bueno abordar en otro futuro?

Creo que desencadenamos la reforma de los neuropsiquiátricos. A cuatro años de asumir y con pandemia en el medio, puedo decir que la mitad de la población ya está externada, la mitad de los pabellones están cerrados, y eso es un muy buen indicador de una reforma. Abrimos los hospitales generales, hay cerca de un 60 % más de camas en hospitales generales. Vamos a terminar nuestro mandato habiendo aumentado los dispositivos comunitarios en un número importante, con profesionales, equipos de salud en territorio, procesos de formación en curso muy importantes, que creo que van a dejar marcas. Y nos falta una articulación más profunda con las políticas de salud municipales. Nosotros tenemos 135 sistemas de salud, además del provincial, eso es un tema muy importante en todo esto cuando hablábamos de la integración. Hay un plan quinquenal para la integración del sistema de salud, va a ser una herramienta clave. Y yo creo que la articulación con el sistema de emergencias es parte de lo que nos queda pendiente, y una política sobre el consumo problemático más intensa que la que pudimos hacer hasta ahora.

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