Humedales: la vida en crisis

Para prender ese fuego hace falta más que un fósforo. Durante la pandemia se alcanzó una mayor conciencia social de los dramas ambientales. Este fue el caso de los enormes incendios que azotaron y hoy vuelven a asolar a los humedales de la cuenca del Río Paraná.

Fotos: Pablo Cantador. Fotógrafo e integrante del Paraná NO Se Toca

Durante la pandemia se alcanzó una mayor conciencia social de los dramas ambientales. Este fue el caso de los enormes incendios que azotaron y hoy vuelven a asolar a los humedales de la cuenca del Río Paraná. Para entender los incendios en la zona de humedales no podemos dejar de lado la bajante del Río Paraná y una sequía de casi tres años del fenómeno niña seguidos. Exploramos esta crisis por medio de un viaje fotográfico que se sumerge por el interior de las islas entrerrianas. Las imágenes y relatos fueron obtenidos en el sector de islas entre Rosario (S.F) y Victoria (E.R.). 

Este buque se encuentra frente a la localidad de Puerto San Martín Santa Fe, algunos metros aguas abajo está la boca llamada La primera, entrada legendaria a una comunidad de isleños. Este año por la bajante se cerró su ingreso y ningún lugareño recuerda haber visto algo así. Verlo de esta forma y con sus anclas enterradas en la arena, nos recuerda a los filmes del género distópico.

El drama de la bajante

En agosto del 2019 el hidrómetro marcó menos de 3 m (puerto Rosario), continuó bajando en forma abrupta perforando los 2m en septiembre del 2019, en marzo del 2020 comenzó a bajar nuevamente el caudal llegando al 22 de mayo a 0,1 m. En 2021 la bajante del Paraná empeoró llegando a mediciones negativas de -0,33 en agosto. Este año, lejos de mejorar, perforamos esa marca llegando a -0,49 en enero. Si bien la altura media del río en Rosario está entre 3 y 3,5m,  para ver una altura similar a la de estos años hay que retroceder en los registros unos 50 años (1970), esta baja provocó que incluso se cerraran las entradas de los arroyos que alimentan de agua al humedal. Sumado a la falta de lluvias y los meses acumulados, la bajante provocó que la mayoría de las lagunas y madrejones quedarán totalmente secos. Estamos hablando de una superficie de 300 km. del largo del valle de inundación de Diamante a Tigre por 60 km de ancho como el caso de la zona entre Rosario y Victoria. La prolongada bajante y sequía del humedal tuvo un impacto muy negativo en su flora y fauna.

Caminé algo más de 3 kilómetros para llegar a este lugar, algo impensado si el río tuviera su altura promedio. Resulta muy raro ver estos paisajes sin agua y la total ausencia de fauna. este arroyo se solía utilizar para llegar a unos bellos albardones isla adentro, en él supe filmar cardúmenes de peces y en sus orillas ver escurridizos carpinchos, hoy cuesta reconocerlo.

La Naturaleza en diáspora

La flora acuática del interior desapareció totalmente en las zonas secas, la palustre también a simple vista se ve reducida en su mayoría sin entrar en detalle de especies. La fauna ictícola (peces) que no salió a tiempo de los bañados y lagunas menores perecieron, sólo quedaron en lagunas principales donde los pescadores comerciales de los frigoríficos se encargaron de depredarlos. Contra el sentido común y la advertencia de especialistas, las provincias de Santa Fe y Entre Ríos no se adhirieron a la veda de otras provincias manteniendo el cupo extractivista de exportación, lo que terminó beneficiando a unos diez empresarios en perjuicio de toda la comunidad.

Los escasos yacarés que se encontraban en zonas de difícil acceso al quedarse sin agua fueron los primeros en ser exterminados por cazadores.

También en el interior del humedal se observó una gran mortandad de tortugas de Río.

En los mamíferos más vinculados al agua como los coipos (falsa nutria) se observó una gran mortandad y se lo encontró hacinados en los pocos espejos de agua que se van secando poco a poco. Los capibaras (carpinchos) se vieron empujados a los cauces principales, esto los dejó expuestos a la caza furtiva que diezmó su población, pudiéndose observar además la venta de carne de esta especie en toda la zona costera de Santa Fe. Es difícil de medir el impacto en las aves, muchas de las especies vinculadas a las lagunas desaparecieron, probablemente otras se fueron a otras zonas. Algunas de ellas como gallinetas y caraos terminaron en medio de las ciudades. Las garzas también se mudaron a arboledas urbanas para pasar la noche, esto estuvo más asociado a los incendios. Si bien estas quemas se producen todo el año, se intensifican entrando el invierno llegando a su mayor magnitud en los meses de julio y agosto.

Contrastes: entre una foto del 2018 con el humedal con un buen régimen de agua, y otra de  septiembre del 2020 con una sequía histórica y después del paso del fuego. Presiento que estamos en el inicio del síndrome de la rana hervida. Si nos vamos acomodando y acostumbrando a los cambios que llegan sin reflexionar sobre ellos, puede que perdamos la visión de la realidad y termine afectando a nuestra calidad de vida.

¿Quién inició el fuego?

El fuego en los humedales es una mecha que se encendió hace muchos años atrás, algunos de sus componentes son la ausencia de controles  estatales en el territorio, falta de políticas de protección de los humedales, una justicia que mira para otro lado cuando las ONG denuncian máquinas y cortes de arroyos, un espacio natural librado a la usurpación y el saqueo. Para prender ese fuego hace falta más que un fósforo.

Algo que no cambia es el impacto que me producen, ayer me impresionó con la velocidad que avanzaba, el sonido. Como un gran monstruo formaba extrañas y gigantescas figuras, en minutos devoraba cientos de metros.

Testigos directos de estos incendios.

Durante el año 2020 el fuego arrasó todo: un joven ceibo, uno de tantos que terminó calcinado tras el paso del fuego. Miles de árboles se quemaron y se siguen quemando, miles de retoños, también el banco de semillas al quedar la tierra calcinada, muchas de las islas que conocimos ya no serán las mismas.
Pequeños en un principio por lo que no se actúa, luego con la ayuda del viento se transforman en incontrolables y avanzan arrasando todo a su paso, en pocas horas desaparece todo un ecosistema entero que tarda años en formarse.

El fuego mata muchos animales y plantas que se ven a simple vista, pero también microorganismos esenciales para la vida, miles de hectáreas donde el suelo estaba protegido por el manto vegetal queda calcinado y a merced de la erosión. Sus consecuencias pueden resultar ser devastadoras a los recursos naturales (ambiente), los costos económicos de restauración son cada vez mayores y sus efectos a la salud humana se evidencian con un alza en problemas respiratorios. Toda la biomasa de los seres que vivían en este ecosistema se transforma en cenizas, solo pocos parches aislados se suelen salvar del fuego, lugares donde la fauna silvestre intenta refugiarse, sin la protección que le brindaba el monte y pastizales ¿cuánto más podrá sobrevivir?

Hoy julio 2022 nada en concreto se realizó para que esto cambie, “para prevenirlos”. Todo parece indicar que no estamos preparados para afrontar el Cambio Climático.

Corriendo tras el fuego

El costo tentativo es de diez millones de pesos por día para combatir el fuego, esto es lo que  cuesta no haber invertido en su momento para cuidar este territorio. Cuantos equipos, puestos, personal y lanchas se podrían comprar con solo una semana de combatir incendios. El fuego en el sector PIECAS es la evidencia del fracaso de las acciones preventivas, durante junio y julio se contabilizan más de 500 focos. Ante la falta de datos de quienes están detrás del fuego buscan culpables en datos catastrales, el fuego en las islas de Victoria (E.R.) frente a Rosario no tiene el mismo origen que Buenos Aires, de estas 376.000 hectáreas, 130.000 son fiscales y también se queman.  ¿La justicia también citará al estado como culpable?

Los mismos que acusan tendrían que ser los primeros en sentarse en el banquillo, Los gobernadores que vaciaron la delegación de islas y las comisarías durante décadas. Después no olvidemos a los que cajonean la «ley de humedales» en cada ocasión que pudieron, de a uno tendrían que ir pasando. Ahora todos ellos parecen amar los humedales y se hacen los defensores de este ambiente, cada uno presenta su proyecto dejándonos con número que supera al día de hoy a más de veinte. Solo hay un proyecto consensuado por las organizaciones que duerme en el cajón del olvido. Mientras se persiguen fantasmas a ciegas los humedales se queman, sus montes, su fauna. Hay cifras de hectáreas quemadas y cantidad de incendios, pero no hay un estudio y números de los animales que están muriendo tras el paso del fuego.

¿Qué futuro nos espera?

Lamentablemente las condiciones actuales de sequía no pronostican una mejora, el Río Paraná no recupera caudal, el humedal sus lagunas y arroyos en su mayoría siguen secos. Sin los cortafuegos naturales es un polvorín. Cualquier mínimo fuego accidental o intencional pasa a tener proporciones dantescas, potenciado si se le suma el viento, las brigadas pueden llegar a controlar algunos, pero solo pueden ser sofocados en su totalidad si se presenta la lluvia. Estamos en invierno y tenemos como ejemplo lo que está sucediendo con las altas temperaturas en Europa, un anticipo de lo que nos puede suceder dentro de unos meses.

¿Qué es lo que se quema?

¿Que desaparece cuando arden nuestros humedales?

Los sauzales, los primeros bosques.

Muchos animales que quedan encerrados en el fuego con sus crías. Coipos, carpinchos, serpientes, pequeños reptiles, etc.

La belleza del sen de campo.

La orquídea del humedal (Cyanaeorchis arundinae) que vive junto con los pajonales que aman quemar.

El monte de isla, con sus nidos, su sombra, su verde, sus senderos, sus habitantes.

Al Cachilo canela, que ya no tiene pajonales para usar de perchas ni alimentarse.

La Passiflora de la isla (Passiflora misera) que hospeda mariposas y alimenta aves.

Los Chajá, que se van con su griterío a otro lado donde haya vegetación para alimentarse y anidar.

El bicherío que muere, cómo la mariposa mulata (Lymnas aegates) que ve como los espinillos dónde sus larvas se alimentan están carbonizados.

Las aves que se van, cisnes de cuello negro, espátulas, patos. O las que se quedan todas juntas, a merced de los cazadores.

No es solo el humo, es vida que se pierde. Cadáveres calcinados. Cenizas de madera y paja. Suelo cocinado. Hormigueros petrificados. Mucha destrucción.

La vida en crisis.

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