Felipe Vergara: «El ciudadano chileno es un ciudadano de centro»

"El gobierno de Boric es mucho más cercano a la ciudadanía de lo que uno habitualmente ve en los gobiernos de Latinoamérica” Entrevista al analista político chileno Felipe Vergara.

En su reciente paso por Argentina, el Doctor en Comunicación y analista político chileno Luis Felipe Vergara dialogó con Zoom acerca de la repercusión de los recientes hechos históricos de Chile en su actualidad y de los nuevos tipos de liderazgos del panorama político global.

-Chile experimentó un período de cambios políticos intensos en los últimos años, desde el estallido social hasta el reordenamiento de fuerzas políticas. ¿Creés que esos procesos han logrado dar respuesta a las demandas originales de la ciudadanía o han generado mayor frustración?

-Yo creo que hubo una muy buena intención de lograr realmente reales cambios, pero fue finalmente la misma ciudadanía la que optó por no hacer esos cambios. Es extraño. Por ejemplo, el estallido social uno de los planteamientos que establecía como fuertes era el término de las AFP, la Administradora del Fondo de Pensiones, que acá, en Argentina, es pública (la AFJP), en Chile sigue siendo privada.

Ante el cambio constitucional, el estallido se sustentaba muy fuertemente en terminar con la constitución que se había creado en la dictadura. Sin embargo, cuando se propusieron dos alternativas de cambio constitucional, los dos lo rechazaron. La gente prefirió quedarse con la actual constitución y no con las propuestas nuevas, es decir, las que ellos mismos, en teoría, habían demandado. Entonces, yo creo que hay mayor rabia en la ciudadanía, pero esa rabia no necesariamente se tradujo en acciones concretas. Y los gobiernos tampoco lograron canalizar esa rabia en cambios reales. Porque no hay grandes cambios, casi no hay en relación a lo que el estallido social planteaba.

-¿Cómo explicás este giro? ¿Ves más causas que la cuestión sentimental de la población? ¿Es un síntoma de desconfianza general en la política, o solamente un rechazo a los contenidos específicos?

-Creo que hay ambos. Tuvimos dos proyectos rechazados. Uno a fines del 2022, donde el rechazo obtuvo el 63%, y otro al año siguiente. Esa constitución era bastante extrema en sus planteamientos. Era una constitución con una mirada demasiado estatista y muy vinculada a la izquierda más dura, y fue rechazada. Al año siguiente se hizo un nuevo proyecto: los constituyentes en esa oportunidad eran en su mayoría de extrema derecha e hicieron una constitución acorde a su ideología que también fue rechazada por el 55%. Ninguno de los dos procesos constitucionales nos avisó que al final el ciudadano chileno es más bien un ciudadano de centro, que tiene miradas, de repente, de izquierda o de derecha, pero que busca y promueve la moderación.

– ¿Evaluás a la actual constitución como de centro?

-Es una constitución que se hizo en la dictadura, de todas maneras. Pero que tiene un sinfín de cambios, y que en nuestra historia aunque no nos guste el origen se fue legitimando a través de estos cambios. Es una constitución que, creo, hay que mejorar, pero no creo que sea necesario cambiarla por completo.

Eso es una derrota para quienes querían una constitución de extrema izquierda como también para quienes querían una constitución excesivamente moralista y de extrema derecha. Puede que el origen no sea legítimo, porque es una constitución que nació fraudulentamente, que su elección fue fraudulenta. Pero de eso han pasado 40 años: ya hemos logrado convivir con esta constitución, y los cambios que se hicieron o que se están haciendo yo creo que van a ir en una línea más democrática.

-Chile históricamente es visto como un país de estabilidad de América Latina, pero que enfrentó una creciente crisis de seguridad, de desorden social… ¿ese estallido vos ves que fue un fenómeno coyuntural o un fenómeno que dejó en evidencia una transformación más profunda en el modelo del Estado y en sus capacidades?

-No, fue algo que se fue gestando a través de la rabia. Y esa rabia terminó un día en un estallido en el que hubo excesos que son impresentables: se quemaron edificios, se quemaron iglesias. No, no es el camino lógico ni cercanamente. Pero sí había detrás un descontento que era extremadamente fuerte. Y esto se produjo a los pocos días de que Piñera y su ministro de transporte decidieron subir el precio del metro en 30 pesos, que son casi 30 pesos argentinos y que dirías “Con 30 pesos no haces nada”. No es algo que tú dirías “Esto es para quemar Chile”, pero ya habían subido dos semanas antes el agua, la luz, el transporte. Entonces, era tanto lo que ya molestaba los chilenos, que habitualmente no tienen esta personalidad más beligerante, que comenzaron a pelearse en las calles, a gritarse. Entonces, un día particular, sólo en Santiago, de 5 millones de personas, marcharon 1,2 millones. Esto es lo que realmente hizo el quiebre. Ahora, después de eso, después de los compromisos transversales de toda la casa política para hacer los cambios, los cambios no se hicieron. Y la ciudadanía volvió a su casa con la sensación de que no se logró nada. Lo que es una bomba de tiempo. En cualquier minuto… En un gobierno de izquierda es más difícil ―espero que no suceda, ojalá que no―, pero esto puede volver a estallar.

-¿Y cómo evaluás que estos hechos históricos de los últimos años repercuten en la actualidad del gobierno? ¿En qué posturas pensás que se halla principalmente la opinión pública hoy en día?

-Hoy tenemos un gobierno en Chile que fue electo entre dos extremos. No necesariamente la ciudadanía quería a Boric como presidente, como tampoco quería al que era de extrema derecha acá, pero fueron los que pasaron a segunda vuelta con más de 20% cada uno de ellos. Y ahí nos pusieron a muchos entre la espada y la pared. O votamos a una persona de izquierda o votamos a una persona de extrema derecha. (Cuando digo “izquierda” me refiero a algo más a la izquierda de lo que habíamos votado —Lagos, Bachelet—.) Y terminó ganando. Pero ese gobierno también tuvo que madurar. Teníamos un presidente que tenía 36 años e ideas más bien radicales. Pero, como muchas veces, la realidad te golpea la cara. Como Boric mismo lo dijo, “Otra cosa es con guitarra”; otra cosa es gobernar cuando tienes que empezar a hacer las cosas y los desafíos se plantean, y ahí creo que Boric tuvo una vuelta de tuerca que fue beneficiosa. O sea, le permitió gobernancia, le permitió avanzar en proyectos en los que antes era difícil avanzar. Sin embargo, sigue siendo un gobierno innovador en muchos aspectos. Es el primer gobierno, por ejemplo, que tiene en su origen 14 ministras y 9 ministros, es decir, es un gobierno feminista. Que es algo poco común en Chile, ni siquiera de paridad, había más mujeres que hombres. Pero eso mismo le ha jugado un poco en contra, y convivir con una situación económica compleja, saliendo recién de la pandemia y con una oposición que te lo prohíbe todo, lo dificulta. Pero ha sido un gobierno también que no ha sabido comunicar eficientemente, que se enfrascan en peleas que tú dices “¿Para qué?” Uno mira de afuera y dice “No se justifica”, pero tienen esos problemas. De todas maneras, es un gobierno mucho más cercano a la ciudadanía de lo que uno habitualmente ve en los gobiernos de Latinoamérica.

-Entonces, ¿la ciudadanía está más cerca de acompañar o de oponerse?

-Al 70% no le gusta el gobierno. Ahora, es interesante porque hay un 30% que lo apoya incondicionalmente, hasta en sus peores momentos la popularidad del gobierno no baja del 28%. El gobierno de Piñera llegó a tener un 9% de popularidad. No lo quería ¡nadie! Eso con Boric no ha pasado, es increíble que logre mantener una base del 30% con un gobierno que no ha sido bueno en todos los aspectos.

-A pesar de la estabilidad social, el disconformismo sigue.

-Es que nosotros somos de los países más desiguales de la OCDE, lo que significa que macroeconómicamente somos un país con ingresos per cápita muy buenos, pero al interior tenemos gente que vive con alrededor de mil dólares y tenemos otros que viven con 40 [mil dólares]. El promedio de ingresos sube cuando lo haces, pero la mayoría de la gente vive con 800 [dólares], y con eso no logras vivir. Hacia afuera, la estabilidad económica es real, la situación del país, aunque nosotros la critiquemos mucho, cuando uno la ve con el entorno un nivel de cesantía del 8%. No es malo. Queremos menos, obviamente, pero no necesitamos que todo el país esté sin trabajo. Con un nivel de inflación en torno al 4%. Queremos menos, 2 y medio.

Tenemos unos niveles de inseguridad altos, pero no más altos que otros países. No estábamos acostumbrados al tipo de violencia que hay. Pero eso no significa que nuestros vecinos estén mejor. No, al contrario. Y, Estados Unidos y Francia están peor. Tenemos otros contextos que no existían antes, que es la inmigración. No sé si ustedes la han vivido también. Venezolana, colombiana; fuerte. Los países habitualmente tienen en torno a un 10% de inmigración. Ustedes, en Argentina, tienen un origen migratorio italiano y español muy fuerte. Chile tenía migración en torno al 2, 3%. Y en pocos años pasamos del 3 al 9%.

-Con nuevas inmigraciones

-Claro, la europea como que a uno nunca le molesta. Nosotros tuvimos una migración fuerte de ustedes de Argentina, por ejemplo, por el Corralito. Eso fue con…

-2001, De la Rua

-Claro. Pero al chileno no le molestaba el argentino. Tuvimos inmigraciones también de países europeos, aunque poca. Pero el venezolano y el colombiano sacaron lo peor de Chile. Yo siento que somos un país que no era racista porque no teníamos migración, y la que había era ilustrada, de países más desarrollados. Pero cuando llegó el necesitado, el más pobre, el que venía arrancando de su país, nosotros nos transformamos en un país bastante más racista de lo que era. Eso es lamentable. Pero, también, eso sucede en una sociedad donde hay otro tipo de delincuencia que no conocíamos: ¡asesinatos por encargo! Nosotros no teníamos. Balazos, gente muerta por disparo. Los niveles de delincuencia son los mismos, pero el tipo de delincuencia es algo que es extraño.

-Y en esta situación de disconformidad e inmigración alta, ¿ves en alguna figura la posibilidad de que emerja una especie de política más cercana a la ideología de un Trump o un Bukele, en torno a esta noción nacionalista de exclusión, con una fuerte confrontación contra la inseguridad y la falta de cohesión social?

-Los tres primeros candidatos son de derecha, dos de ellos de extrema derecha, que si pudieran hacer cárceles y meterlos a todos al estilo de Bukele, lo harían. Es una tendencia que está adquiriendo mucha fuerza, un modelo de populismo muy exitoso.

-¿Confrontan, entonces, con las mismas problemáticas que vos encontrás?

-Claro, recogen eso: “Hay que expulsar a todos los inmigrantes, a todos” ¡Pero fueron ellos los que los trajeron! Chile se llenó de venezolanos, a quienes yo admiro porque la mayoría de ellos son gente de mucha fuerza que tuvo que arrancar de su país, dejar a su familia, dejar su casa y venirse con nada a Chile o a otro país de Latinoamérica, pero, también, algunos de ellos eran delincuentes. La mayoría entraron en el gobierno de Piñera: él abrió las fronteras para que llegaran todos los venezolanos que pudiesen, y hoy en día quieren devolverlos. Tampoco es el camino, pero es parte de la venta de las propuestas, que hacen que son las mismas de Trump: nacionalismo contra todos, todos son enemigos de uno y nada de lo que diga el otro es válido. Ese modelo funciona, pero dura un período. Bolsonaro duró un período, y después la única manera de mantenerlo fue tratar de hacerlo a través de un golpe de Estado. Pero lo de Trump no se va a repetir, ese modelo en Estados Unidos ni los republicanos van a volver a votar a alguien como él. Y Bukele tuvo que modificar la constitución para proyectarse. Es verdad que tuvo un 80% de popularidad, pero yo no iría al Salvador porque ahí te detienen por presunción: tenés cara de delincuente, te fuiste para adentro. No sabés si son realmente delincuentes o no.

-Llevándolo a un terreno más general, más conceptual, quizás: ¿cómo ves que se diferencian estos populismos actuales con los del siglo XX?

-El anterior era más ideológico: el comunismo, socialismo más extremo, era muy ideologizado. Uno votaba ahí por la ideología: “Quiero que el socialista gane y sacar al capitalismo y que seamos vencedores con un modelo socialista, todo Estado”. Pero los populismos de hoy en día son caudillismos más bien populistas, sin ningún contexto, mayormente ideológicos. Y esto de izquierda y de derecha. Sorpresivamente, son los populismos lo que hoy en día la están llevando, desde Ortega, porque era un dictador pero llegó democráticamente al gobierno, hasta Maduro o Chávez. Es un modelo netamente populista de zona rural, que vende, pero vende una vez. Fíjate que ni siquiera tienen estructura detrás. Milei no tiene estructura detrás: no ha tenido un partido fuerte, tuvo que aliarse con el Pro.

-Además, estos populismos actuales, como vos llamas, “caudillistas” se vinculan generalmente con una narrativa anti-establishment. Entonces hay una contradicción, porque hay avances en derechos sociales y hay una expansión de las clases medias en muchos países, pero a la vez hay retroceso en términos de cohesión social y de confianza en las instituciones. ¿Cómo explicás esa contradicción?

-Hay una muy buena venta de un discurso. Por ejemplo, Milei va contra el Estado, dijo: “Voy a ganar y voy a destruir el Estado”. Pero él tiene una historia asociada al Estado, del que reniega. Ese discurso es muy habitual, pero no tiene necesariamente mucho sustento. Pero sí es fácil decir “Estoy contra el Estado, porque nos han robado, porque por años no hacen nada”. Y esto tiene algo de cierto: nos han robado, y por muchos años no han hecho absolutamente nada, lo que no significa que quien llegue va a cambiar eso. Al final, terminan sucumbiendo ante este poder. No sé, será que el Estado es demasiado fuerte. El Estado debe ser pequeño, y deberíamos tener un sector privado que sea mucho más fuerte. Pero yo no puedo darle la confianza absoluta al mundo privado. Porque muchos de ellos sí tienen reales intenciones de hacerlo bien, pero hay otros que realmente quieren aprovecharse y estrujar al máximo el mercado al costo que sea. Por lo menos en Latinoamérica, el Estado tiene que ser fuerte porque hay sectores ―o algunos empresarios en particular, para no generalizar― que si pueden pagarle un peso a sus trabajadores, se los van a pagar. Esta mano invisible que rige el mercado es una mano que sólo los va a regir y sólo van a oficiar a algunos. De todas formas, hay empresarios que son muy buenos, en Chile también los tenemos, que ganan mucho dinero pero que también logran que eso permee a la sociedad.

Fotos: Alejandro Santa Cruz

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