«En mi clase, delante de mis ojos, estaban creciendo fascistas»

Un profesor de historia de Málaga hiló una reflexión en primera persona sobre la avanzada electoral de Vox, el partido ultraderechista de España. La combinación de descuidos, decepciones y marketing 3.0 que anida al neofascismo.
Por Juan Naranjo*

 

Nueve de mis antiguos alumnos siguen a Vox en Instagram. Los 9 simpáticos y educados. Todos varones y de pueblo, de familias humildes, trabajadoras, sin grandes problemas. Siete de ellos podían votar ayer por primera vez, y parece ser que la ultraderecha fue quien les sedujo.

 

Ninguno de estos chicos se parece en nada a esas momias vivientes que vemos en las misas del 20-N. Dos de ellos, incluso, son buenos estudiantes. Tuvimos una buena relación mientras era su profe, y yo en mi trabajo soy abiertamente gay y abiertamente de izquierdas.

 

Sí que se sentían desproporcionadamente ultrajados por los inmigrantes, de quienes hablaban con cierto desdén. Y sí que ponían los ojos en blanco cuando se hablaba de feminismo en clase… Pero nada fuera de lo habitual en una clase de un instituto. Adolescentes normales.

 

Recuerdo que varios de ellos sentían una catalonofobia extrema. Y un apego exagerado y mal entendido hacia los símbolos nacionales: la bandera, los ‘viva España’, la selección de fútbol… Yo lo achacaba a chiquilladas. A patriotismo mal entendido. A lo que oían en casa. Pero no era así. En mi clase, delante de mis ojos, estaban creciendo fascistas. Adolescentes fascistas, en Andalucía, en 2018.

 

Fascistas nacidos en el 2000, que han usado su primera papeleta electoral para votar contra la democracia que les ha criado. Fascistas que se criaron con profesores abiertamente LGBT, con compañeros de pupitre de varios países, en institutos donde se trabaja contra la Violencia de Género, por Europa, por la cultura… han usado sus primeras elecciones en votar contra todo eso.

 

Adolescentes fascistas que cubrieron de aprecio a su profesor abiertamente gay, que pronunciaron hacia él palabras de gratitud extrema en su graduación, que le colmaron de regalos y abrazos… ayer votaron que su futuro matrimonio debe valer más que el mío. Y esto es un fracaso de la sociedad, del sistema educativo y, sobre todo, mío: en nueve meses a su lado, su profesor de historia no fue capaz de transmitirles la importancia de la democracia y los peligros del fascismo.

 

Me enredé en hablarles del australopithecus, de las borrascas, de las cúpulas gallonadas. Pero no insistí lo suficiente en la “deriva continental”, nunca mejor dicho, de Europa. A algunos, por curso, les expliqué qué fue el franquismo, pero parece que no demasiado bien.

 

No les mentalicé sobre lo importante que sería su voto y sobre q lo que se está jugando en unas elecciones no es algo lejano y abstracto: es el destino y el día a día de todos, incluso los que no somos como ellos 9: varones, heteros, blancos, medianamente católicos y de derechas.

 

Ayer fue el día más triste porque me di cuenta que no solo había fallado yo, sino todo en lo que creo. Y porque vi que, por mucho que yo me empeñe en defender a las nuevas generaciones como salvadoras del mundo, hay cafres y descerebrados de todas las edades.

 

Hoy estoy de luto.

 

En twitter: @juanitolibritos

 

 

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