Cuba: la revolución continúa

A seis décadas de su inicio, el proceso revolucionario cubano sigue vigente. Origen, traspiés y lecciones de un país que decidió "navegar solo en un océano de capitalismo".

Hoy cuesta imaginar una revolución. Parece un sueño lejano, un pecado de juventud. Sin embargo con solo evocar lo que han sido estos 60 años transcurridos desde el triunfo de la Revolución cubana, su poderosa realidad e influencia interpela: ¿Aquello fue un sueño? ¿O será que ahora estamos dormidos?

 

La historia y las fechas redondas muchas veces sirven para sacarnos del encierro sofocante al que nos somete el presente.

 

Cuando el primero de enero de 1959 el pueblo cubano salió a las calles a darle el golpe final a la dictadura de Fulgencio Batista, no estaba simplemente recibiendo a las columnas conducidas por Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Fidel Castro llegó una semana después, las multitudes también se alzaron en rebelión desde la mismísima Habana tomando edificios gubernamentales, poniendo en fuga a la policía y realizando medidas revolucionarias in situ. El movimiento nacionalista 26 de julio, creado por Fidel, logró el objetivo de tomar la capital y deponer al régimen, pero nunca lo hubiese logrado sin el levantamiento de las masas urbanas y campesinas.

 

Hay momentos históricos en los que parece que la realidad se mueve guiada por fuerzas que son ajenas, y momentos en que la historia parece arcilla posible de moldear. La Revolución cubana abrió esa puerta y el mundo se conmocionó. Pero sobre todo el impacto fue esperanzador en América Latina, una de las regiones más golpeadas del planeta, con una enorme y tensa desigualdad, con golpes de Estado como metodología para contrarrestar los avances de los movimientos populares, o con gobiernos republicanos bajo la dura tutela de sus Fuerzas Armadas, como ocurría en la Argentina gobernada por Arturo Frondizi con el peronismo proscripto.

 

El mazazo al plan continental que apadrinaba EEUU en alianza con cada una de las elites de los países de la región ya era evidente. Pero las cosas se iban a poner aún más tensas, mucho más interesantes.

 

El 17 de mayo de 1959 Fidel Castro firmó la prometida ley de reforma agraria en la propia Sierra Maestra. Se crea el INRA, que se convertiría en el centro del poder del Estado cubano. Se abrió entonces un proceso de expropiaciones, nacionalizaciones y confiscación de bienes mal habidos que afectaron fuertemente a la clase alta y a algunas empresas estadounidenses así como la de otros países.

 

Inicialmente el gobierno revolucionario brindó indemnizaciones pero en el caso de Estados Unidos no fueron aceptadas. Al mismo tiempo que casi toda la clase alta propietaria de las plantaciones e ingenios azucareros y un considerable sector de la clase media, abandonaban el país y se instalaban en Estados Unidos. Se sumaron a muchos funcionarios del gobierno de Batista que habían emigrado antes a aquel país llevándose consigo millones de dólares procedentes del erario público cubano.

 

Así nació otro fenómeno político de largo aliento: los exiliados cubanos, los llamados “gusanos” que por una muy notable paradoja alentaron el más largo y dañino bloqueo que se conozca sobre un país, en nombre de su amor por ese país.

 

El gobierno revolucionario también comenzó a arrestar a los líderes de la mafia y tomar millones en efectivo. No hubo ningún otro caso en el que se termine con tanta decisión y eficiencia con la mafia como ocurrió en Cuba, como efecto colateral, el destino elegido por los “Buenos Muchachos” será la construcción en Las Vegas de un imperio del juego y la prostitución.

 

El tema racial es mencionado por primera vez en un discurso pronunciado por Castro el 2 de marzo de 1959, durante el cual pidió a la población eliminar la discriminación racial, y estableció su política de crear escuelas y puestos de trabajo a los cuales los negros cubanos tuvieran acceso. A partir de ese momento, las manifestaciones de racismo fueron consideradas contrarrevolucionarias y políticamente condenadas por las autoridades. En respuesta a las formas manifiestas y encubiertas de racismo que existían en el mercado de trabajo, el gobierno estableció regulaciones contra la discriminación. Con la eliminación de espacios privados como clubs, playas, escuelas y hospitales, desapareció también la posibilidad que tenían los dueños de decidir quiénes eran sus miembros y de hacer dicha selección basados en cuestiones raciales.

 

La Revolución no era en sus orígenes comunista: «El pueblo de Cuba sabe que el gobierno revolucionario no es comunista». Lo dijo nada menos que Fidel Alejandro Castro Ruz el 19 de abril de 1959, cuando la Revolución Cubana apenas daba sus primeros pasos.

 

«Nuestra Revolución es tan cubana como nuestras palmas. (…) Y toda esta campaña de `comunista`, campaña falsa, campaña canallesca, que ni nos preocupa, ni nos asusta», remató Castro en un discurso realizado en Washington D.C., donde se encontraba de visita oficial. Es imposible entender el vuelco hacia el comunismo sin tener presente la coyuntura política internacional. EEUU no permitió la existencia de gobiernos nacionalistas, es decir, gobiernos que no se subordinaran y protegieran sus intereses. Les era absolutamente intolerable lo que estaba ocurriendo en Cuba, y los efectos de contagio que ya empezaba a tener en otros países como tempranamente ocurrió en República Dominicana. Por eso decidió por muchas vías terminar de cuajo con la revolución. Hubo sabotajes, campañas de desprestigio, atentados contra Fidel y operativos militares. El más significativo de todos ellos fue sin duda el intento, durante el gobierno del demócrata J. F. Kennedy, de invadir Playa Girón en Bahía de los Cochinos. El ataque fue rechazado con éxito, pero en esas jornadas Fidel Castro y gran parte de la dirigencia comprendieron que debían buscar la protección de la URSS y del bloque socialista o no sobrevivirían. El 16 de abril de 1961, Castro declaró por primera vez el carácter socialista del proceso cubano, después del entierro de las primeras víctimas de la invasión.

 

Solo un año después llegó la llamada “Crisis de los misiles”. EEUU descubrió que en la isla había misiles rusos apuntándole. Cuba negó lo innegable. El presidente Kennedy amenazó con convertir en un cráter todo el territorio cubano, la tensión fue máxima, sin duda uno de los instantes más calientes de la guerra fría. Se llegó a un acuerdo que definió un statu quo: EEUU no atacará militarmente a Cuba, Cuba no será una amenaza militar para EEUU. La guerra seguirá por otros medios. Sobre todo el bloqueo.

 

El famoso bloqueo norteamericano contra Cuba es uno de los temas que menos aparece en el debate sobre el modelo. Si bien empezó en mismo año de la Revolución, fue en 1962 que se hizo total, incluyendo alimentos, medicinas, y todo producto humanitario. La magnitud de estas medidas puede apreciarse si te tiene en cuenta que el 70% del comercio exterior cubano era con EEUU. El más largo bloqueo de la historia moderna llegó a tener ribetes amenazantes para otros países que quisieran comerciar con la isla. En 1999, el presidente Bill Clinton amplió el bloqueo comercial prohibiendo a las filiales extranjeras de compañías estadounidenses comerciar con Cuba por valores superiores a 700 millones de dólares anuales, siendo por ello la primera ley transnacional en el mundo. El bloqueo comercial hacia Cuba es el más prolongado que se conoce en la historia moderna. Ha sido condenado 23 veces por las Naciones Unidas, porque argumentan que es un lastre para la economía cubana. El 28 de octubre de 2015, el bloqueo contó con la abrumadora cantidad de 191 votos en contra y sólo dos a favor –Estados Unidos e Israel–, el máximo órgano de debate de Naciones Unidas reafirmó, entre otros principios, la igualdad soberana de los Estados, la no intervención y no injerencia en asuntos internos, y la libertad de comercio y navegación internacionales.

 

El milagro cubano

La Revolución fue un momento bisagra en la historia del SXX latinoamericano. A solo unos kilómetros de Miami un país le mojaba la oreja al Imperio. Cuba empezó entonces el camino de un desarrollo impresionante en el que los logros tangibles quedaron siempre inmersos en la lucha política. Si el modelo cubano triunfaba y se desarrollaba, el discurso del comunismo se fortalecía. Por eso las opiniones se dividieron en una eterna discusión: “En Cuba no hay pobres” vs “Es una dictadura y el nivel de vida es bajo” Estaba ocurriendo lo que hoy en día es casi imposible experimentar, una alternativa al capitalismo. Un pequeño país, con muy escasos recursos, estaba logrando eliminar el analfabetismo, erradicar el hambre, desarrollar su sistema de medicina a niveles de los mejores del mundo, lograba niveles de igualdad social inigualables, aumentaba su producción en forma muy eficiente, los niveles educativos se hicieron muy altos, tuvo un crecimiento científico notable, se midió de igual a igual con las potencias deportivas. Despertó ilusiones y admiración en todo el mundo, los poetas, los artistas, los intelectuales se ocuparon de Cuba. Y en la misma isla surgió el debate ¿Exportar la Revolución para fortalecerla? O ¿Fortalecerla para poder exportarla?

 

De aquí parecen desprenderse las diferencias entre el Ernesto Guevara y Fidel Castro. En 1965 el Che escribió su famosa carta de despedida. Su idea era luchar en otros países para que el modelo guerrillero triunfe en África y otros países de América Latina. Fidel se quedó firme al timón desde la Habana. Un debate que siempre será interesante profundizar es si el método guerrillero fue el que realmente generó el triunfo de la revolución. La imagen heroica del Che Guevara asesinado en Bolivia, aislado, impotente, a solo unos pocos kilómetros de donde se estaba desarrollando una muy poderosa lucha de los mineros con dinamita en sus manos, pone en la picota al guevarismo y el llamado “foquismo”. Sin embargo, Cuba también quedó aislada. El sueño de contagiar la revolución no se plasmó. Se pueden contar por decenas las organizaciones guerrilleras que surgieron en tantos países con el ejemplo cubano como faro.

 

Es muy elocuente y poética la frase que pronunció Fidel en uno de sus antológicos discursos en la Plaza de la Revolución, luego de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Sovietica. Cuando muchos pensaban que Cuba también abandonaría el socialismo, dijo: “Navegaremos solos en un océano de capitalismo”. Y cumplió.

 

El sueño del socialismo parece haber quedado atrás y las utopías no están de moda. Como dijera alguna vez Fredric Jameson, hoy parece “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

 

Sin embargo Cuba sigue ahí, ha tenido que hacer muchas concesiones, sufrir penurias, pero si se la compara con cualquiera de los países que la rodean, con Haití, Costa Rica, El Salvador, Guatemala; su realidad social es infinitamente mejor. Compararla con Miami, Paris, o incluso Buenos Aires, es absolutamente injusto e irreal. Ninguna dictadura duró tanto tiempo en ningún lado, la experiencia cubana exige categorías de análisis más adecuadas, aceptar que hay formas de representación diferentes de las de las democracias capitalistas. Cuba se llenó de poética, de mística, de epopeya, pero tiene realidades contantes y sonantes para esgrimir. Con tantas promesas de Pobreza 0, que bueno sería, sesenta años después, volver a poner en la agenda ¿Qué pasa con Cuba?

 

 

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