Hay una línea de Miguel Hernández que, con los años, muchos prefieren recordar como estrofa de una canción.
El verso es apenas un vocativo querendón que dice:
“compañero del alma, tan temprano”.
La cita es como un poncho amigable para poner sobre los hombros de Coco Blaustein antes de empezar a hablarlo. Quiero dejar claro que lo de “tan temprano” no alude a los indescifrables caprichos del tiempo ni a los azares de las presencias.
Al hablar de Coco, el “tan temprano” remite a las cosas que él tenía en carpeta, con silueta borrosa, en boceto. Esas ideas que convertían el cruce casual en una esquina en una gozosa y prolongada tertulia. No sostuve con Coco una práctica amistosa cotidiana y regular. Lo que disfruté de él fueron decenas de encuentros y una legión de amigos comunes a muchos de los cuales preferí no llamar en estos días.
Ya hemos aprendido que los primeros días del dolor se visten dignamente con silencio. Por eso también quiero poner estas líneas lo más lejos posible de un obituario y sus géneros vecinos.
Los compañeros como Coco se merecen más bien una instantánea, un fotograma movedizo que vaya de su talento a nuestras cosas.
Aun así, pensando menos en los distraídos que en los más jóvenes, creo que es pertinente decir que Coco Blaustein es un pilar incuestionable de nuestro documentalismo, lo cual habla de su trabajo como albañil de la memoria, que es la casa de todos. Y, en tanto autor, no se puede eludir el rasgo central de toda su obra, que es el compromiso con los intereses populares: la militancia política que se modela en la fragua de la estética y del sentimiento.
Una amiga de ambos solía recordarlo en jornadas lejanas del exilio, orlado por colores mexicanos transitando el barrio de la Cineteca y los estudios Churubusco, concentrado, a veces taciturno. Y en el primer reflejo de su memoria fungía esa avidez de aprender el cine sin permitir que se moviera la brújula del objetivo clave que era la lucha popular. Todo él consistía en esa forma de transitar la vida.
Recuperemos por un momento su palabra:
«La memoria es pertinente por muchísimas razones. En primer lugar por una cuestión ética y moral hacia los compañeros que ya no están; en mi caso personal son muchos y los tengo presentes. También es pertinente la memoria para que no se repitan; hoy las Fuerzas Armadas no están en condiciones de amenazar la democracia, pero también es pertinente para que la democracia permita seguir juzgando la violencia institucional”
Alguna noche, en ese tono de la conversación amistosa que los veteranos llaman “cachada”, le sugerí que cambiara la resonancia mitteleuropea de Blaustein y la suplantara por algo más nac & pop como Calfucurá, que al fin y al cabo quería decir lo mismo, Piedra Azul. El Coco se sonrió con esa condición que lo hacía impermeable a las provocaciones chuscas. Él sabía mejor que muchos lo innecesario de maquillajes y blasones.
Esa fortaleza, que también era inermidad, lo hacía un hombre generoso en el abrazo fraternal. Puedo recordar con vívido calor tres ocasiones de ese ritual y en los tres casos el paisaje es el edificio del Congreso. Es probable que el recuerdo sea veraz, ya que muchos de nuestros encuentros transcurrieron en las galerías de ese palacio. Y, para qué negarlo, es la locación más adecuada.
El motivo, en uno de los casos fue la ley de cine, circunstancia en la que yo rondaba un poco como cronista, que tiene un vestuario parecido al de peludo de regalo. La otra ocasión venía más cargada: fue la vigilia del festejo por la Ley de Medios. Coco venía del palacio y yo estaba volviendo para encontrarme con mi amigo Eric Calcagno. No hace falta que les diga el aura de solemnidad que se crea entre dos veteranos peronistas que se abrazan con los ojos enrojecidos, sin pudor de tanta emoción y también enmudecidos, incapaces de hablar con otra lengua que el abrazo.
Para meternos con la obra de Coco es necesario un raudo flashback hacia la prehistoria, que viene a ser 1984 (sí, como en la novela de Orwell). Eran esos días en que creíamos que la democracia había regresado y sólo se trataba de ejercerla. En el mes de marzo tuvimos con Martín Caparrós el privilegio de disfrutar junto a una pequeña multitud de oyentes, el horario de cero a dos en Radio Belgrano. Ya nos habían hecho saber que ese era un sitio menor de la grilla. Se equivocaban. Pero la mala noticia fue que comprobamos que la primavera democrática no tenían tantas chances de florecer. Había mucha gente a la que le daba vergüenza reivindicar el genocidio y la condición delincuencial del régimen golpista. Pero al mismo tiempo les daba miedo ser reconocidos como partícipes necesarios de los crímenes atroces cometidos desde el 76.
Un toldo que solía resultarles eficaz era la llamada “teoría de los dos demonios”. Desgraciadamente sé que no hace falta explicarla porque aún vive en titulares, micrófonos y pantallas.
Cuando Coco inició el rodaje de Cazadores de utopías algunos pensamos, ingenuamente, que a esa altura había cosas que podían pensarse nuevamente sin riesgo de escándalo y menos aún de vida.
Hubo una infinidad de noches que hablamos acerca de esa especie de pantano dialéctico, con Elvio Vitali, dueño de la librería Gandhi, entrevistado axial de la película, y uno de mis más entrañables amigos. Nuestras perspectivas variaban todo el tiempo.
Unos meses después del estreno yo andaba una vez más por la ciudad de Managua. En el sopor tropical de la noche, con un mojito en la mano y unos cuantos adentro, pasé por el auditorio que tenía el hotel. Por un instante temí que fueran los mojitos los que me hacían ver en la pantalla la figura de Elvio y en la sala una batahola que iba subiendo de tono. Me hizo falta otro mojito para entender el olfato de Coco a la hora de resucitar una polémica, tan enredada que aún hoy nos hace mezclar la hacienda de manera mezquina y paralizante. Cazadores de utopías no era una película neutral. Coco Blaustein jamás se hubiera permitido una agachada semejante. Pero el relato sesgado del documental de un Nicolino Locche (-¡milennials! Recurran por un momento a sus mayores). Las zancadillas que vienen ensayando los canallas desde el fusilamiento de Dorrego (- ¡Centennials! Recurran por un momento al gran Galasso).
Coco Calfucurá tenía una sorprendente solidez de agenda en su perspectiva de la historia. Si alguien alberga alguna duda al respecto puede ignorarla: ¡claro que discutíamos una y otra vez! Y discutíamos fuerte. Pero en las tesis de Coco habitaba ese aire que cuando no es razón es una incuestionable honestidad. Y la certeza de las metas comunes. Y la alegría de confrontar ideas.
Alguien que lo conoció muy de cerca, otro imprescindible llamado Julio Raffo, me esclareció esa condición.
Julio es abogado, fue rector de la universidad de Lomas, dirigió el ISER, y se convirtió en una especie de escudo de la producción documental. Ya venía baqueano en esas tareas: nos tocó militar juntos la candidatura de Augusto Conte. La divisa perpetua de Julio han sido los derechos humanos. Se había conocido con Coco cuando ambos regresaban de sus respectivos exilios.
“Con Coco trabajamos juntos apoyando a los organismos de derechos humanos: el CELS, el SERPAJ, Madres, Abuelas, la Liga, Familiares, el Movimiento Ecuménico, el Movimiento Judío por los Derechos Humanos… Y siempre lo recuerdo activo, militante y en los momentos más difíciles, sonriente y enérgico. Esa es una mezcla difícil de encontrar.
Cuando fue el episodio de Botín de guerra, – después nos enteramos que fue por iniciativa de los Servicios de la Marina- a Coco le allanaron el departamento, le allanaron las oficinas, le secuestraron la película, y todas esas cosas, estuvimos dando esa pelea juntos. Con los organismos dimos honrosamente esa pelea al lado de él. La cosa es que también en esa ocasión, lo recuerdo enérgico y sonriente. Ese es mi recuerdo constante de mi querido Coco Blaustein.
Este es un momento doloroso. Por suerte cargo desde la infancia con una máxima: hay que cultivar el recuerdo pero no el dolor. Y el recuerdo de Coco, nadie lo duda, está muy presente.”
Las palabras de Raffo son contundentes. Los que saben de estas cosas se encargarán de desmenuzar los méritos y perfiles singulares de Cazadores de utopías, Botín de guerra, Hacer patria, La cocina, Fragmentos rebelados, Porotos de soja y Se va a acabar… Habrá también quien hable de su ingente tarea como productor ejecutivo, de su gestión al frente del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, de sus ancestros polacos, de sus premios…
Este espacio tiene una meta mucho más íntima: el recuerdo de su mirada sin distracciones y los abrazos esos que tenían que ver con lo mejor de la Patria.