EL PUNTO QUIETO DEL MUNDO EN MOVIMIENTO

No soy especialista en el tema ni creo tener la solución, pero si hay algo de lo que estoy segura, es que los pactos de silencio nunca fueron la mejor manera de solucionar un problema. Los pactos de silencio nunca fueron lo mejor para nada. Sin embargo, hay temas que siguen siendo innombrables. Mejor no hablar de ciertas cosas, decía alguien.

Este verano leí el último libro de Mariana Enríquez, El otro lado, que reúne la obra periodística de la autora. Escribe sobre Charly, sobre Charles Manson, sobre Sylvia Plath, sobre la belleza exótica de Anjelica Huston, sobre las novias de los Rolling y también sobre su mundo propio: un amante que tuvo en un viaje a París, la relación que tiene con su cuerpo, los secretos (que no termina de relevar) de su familia. Aprendí mucho y también, por momentos, me sentí reflejada en ella (esa tendencia vanidosa de buscar puntos en común con nuestras ídolas, con nuestros ídolos). A Enríquez no le gustan los Beatles, no le gusta el calor, le fascinan las chicas depresivas y se enamora de músicos y actores autodestructivos. Si le gusta mucho una novela, después se resiste a ver la versión cinematográfica hecha en Hollywood. En todos estos puntos, coincido.

Entre los textos hay uno en particular que me gustó mucho y se titula “Cómo ser una chica de trece años”. Son un par de carillas que Enríquez escribió en 2012 para un ciclo de literatura y cine en Chaco. La autora reflexiona sobre la novela Las vírgenes suicidas, publicada en 1993 y escrita por Jeffrey Eugenides, un norteamericano nacido en los suburbios de Michigan. Las protagonistas de esta novela también viven en los suburbios de Michigan: son las hermanas Lisbon, cinco adolescentes que se suicidan en el transcurso de un año, en la época de los años setenta. 

La primera escena es el intento de suicidio de Cecilia, la hermana de trece años. Se corta las venas en la bañadera, pero la salvan. En el hospital, el doctor le dice que no entiende que hace allí, que todavía es muy chica como para comprender lo mala que puede ser la vida. La respuesta de Cecilia es perfecta: “es obvio, Doctor, que usted nunca ha sido una chica de trece años”. A las semanas, Cecilia logra su cometido: mientras en la casa las hermanas toman ese brebaje yanki llamado ponche, ella se tira de la ventana de su cuarto y queda empalada con la cerca del jardín. Cecilia es la primera virgen suicida en morir.

La novela está narrada por las voces de un grupo de varones adolescentes, vecinos de las Lisbon. Están obsesionados con ellas, las espían con sus binoculares, las aman en secreto, no las comprenden. Roban el diario íntimo de Cecilia y leen sus pasajes con intención de entender por qué se mató. Pero, al igual que el doctor de la primera escena, nunca entenderán lo terrible de ser una chica de trece años, por el simple hecho de que nunca lo fueron. 

En mi biblioteca tengo guardado un diario íntimo de cuando iba a séptimo grado: tenía la misma edad que el personaje de Cecilia. La mayoría de las anotaciones son sobre cosas banales, salidas de verano, visitas a las casas de mis amigas. También guardaba entre las páginas entradas de cine, cucharitas de las heladerías, flores secas. Pero, si presto un poco más de atención, de vez en cuando hay sentencias bastante terribles, anécdotas traumáticas y, sobre todo, muchísimas dudas y muchísima incertidumbre. 

En Instagram sigo una página que se llama @queri2_diario . La administradora sube fotos que le mandan chicas de sus diarios íntimos de la infancia y adolescencia. Lo gracioso (y desesperanzador a la vez) es que pareciera que todos esos sentimientos y reflexiones que escribimos siendo chicas no cambian mucho con el pasar de los años: pareciera ser que a esa edad surgen los primeros pensamientos y enojos y enamoramientos que nos van a acompañar a lo largo de toda la vida. Transcribo algunas anotaciones tal cual aparecen en las fotos, escritas en imprenta bien grande y redonda, frases con faltas de ortografía, palabras plasmadas con lapiceras de brillitos y aroma a frutilla:

“yo le decía te quiero pero él no me decía yo también, coooomo odio cuando no me corresponde el cariño. igual se que me quiere”

“26 de mayo: no me gusta más ni tomás ni juan. 

26 de mayo: mejor si, me gusta tomás :(”

“mi prima me mostró una foto de su novio es asqueroso”

“los barones son tontos”

“ayuda diario, no se lo que me pasa, cada vez que hago algo mal me enfuresco contesto mal y digo que no creo mas en dios”

Pienso en mi diario íntimo y también en la escena de los vecinos de las Lisbon leyendo sin parar el diario de Cecilia. Se reúnen en secreto para leerlo en voz alta, en círculo, concentrados. Y dicen algo hermoso: “Nunca pudimos entender por qué a las chicas les preocupaba tanto ser maduras, por qué tenían la necesidad de elogiarse entre ellas todo el tiempo pero a veces, después de leer partes largas del diario en voz alta, teníamos que contener las ganas de abrazarnos entre nosotros y decirnos que éramos lindos”.

Como siempre me pasa cuando le estoy dando muchas vueltas a un asunto, siento que todo se complota como para que lo siga pensando: últimamente escucho de suicidios todo el tiempo. Es como cuando aprendes una palabra nueva y de repente la escuchas en todos lados. Quizás siempre estuvo, sólo que no la conocías. Mientras escribo esto, por ejemplo, suena de fondo en la tele la voz de una periodista que habla sobre “el suicidio de las gemelas argentinas en España”. Pienso en que hay varios errores en el titular de esta noticia. El primero es que no eran gemelas, uno de ellxs se llamaba Iván y era un chico trans. El segundo error es que engloba con la palabra suicidio un evento bastante más complejo de sintetizar en un graph: ambxs se tiraron de un balcón, pero sólo murió Iván. Leila, la hermana, sobrevivió y está hospitalizada. 

También me contaron que la reciente muerte de la increíble actriz argentina María Onetto fue un suicidio: se cortó las venas. Entonces leo un artículo del diario en mi computadora y en los comentarios de los lectores alguien escribe: se cortó las venas. Y alguien le responde: sos un morboso. Y otro escribe: ¿con qué necesidad? Y yo me pregunto: ¿es morboso decir la verdad? ¿o es morboso esconderla? ¿Por qué se debe callar con lo que respecta al suicidio? Por lo poco que sé del tema, frente a los adolescentes, por ejemplo, hay que tener “mucho cuidado” con hablar del suicidio porque puede generar un “efecto contagio”. Entonces no se habla. No soy especialista en el tema ni creo tener la solución, pero si hay algo de lo que estoy segura, es que los pactos de silencio nunca fueron la mejor manera de solucionar un problema. Los pactos de silencio nunca fueron lo mejor para nada. Sin embargo, hay temas que siguen siendo innombrables. Mejor no hablar de ciertas cosas, decía alguien. 

Una de mis canciones preferidas en el mundo la canta mi cantante preferida en el mundo. La canción es Gloomy Sunday; la cantante es Billie Holiday. La traducción sería algo así como “Domingo sombrío”. Por mucho tiempo a este tema se lo conoció como “la canción maldita” o “la canción húngara del suicidio”. Se decía que quien la escuchaba, se suicidaba. Que había algo en su letra y sus acordes que afectaban al cerebro y lo deprimía. Fue compuesta por un músico húngaro (que después de unos años se suicidó) y en vez de atribuir los numerosos suicidios en Hungría a la hambruna y la pobreza, se encontró culpable a la canción. En 1941 Billie grabó una versión hermosa del tema, pero fue censurada y vetada por la BBC: eran épocas de guerra y no sea cosa que la gente se matara escuchándola. Hay algo en esta historia de la censura y el silencio con respecto al suicidio que me hace pensar en que después de tantos años sigue pasando lo mismo.

Volví a ver la versión cinematográfica de Las vírgenes suicidas, dirigida por Sofía Coppola. La película siempre me gustó y actúa una joven Kirsten Dunst, hermosa y triste como siempre. No me acordaba de la última escena: las hermanas Lisbon ya se suicidaron, todas. Los suburbios de Michigan aparecen decadentes, abandonados. En el barrio hay una peste en los árboles y se rompieron las cloacas. En el aire hay un olor hediondo y es todo de color verde. Pero la gente organiza una fiesta y se sirve champagne con máscaras de gas puestas. Como si nada hubiese pasado. Como si nada estuviese pasando. 

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