Política en ruinas

“Hace tiempo que la actividad política se volvió un negocio y dejó de ser un instrumento para alcanzar la soberanía nacional”, sostiene el autor. El rol pasivo de la dirigencia frente al avance de las corporaciones y la complicidad con los medios en la construcción de una agenda light.

Desde la muerte de Juan D. Perón la Argentina no consigue edificar un proyecto nacional soberano y justo. El país atraviesa ciclos de formulación y de ejecución de políticas de Estado que luego son demolidas generando una situación de inestabilidad permanente. Una generación construye y otra destruye y así transcurre la economía y el gobierno argentino hace décadas.

 

Entre los diversos fenómenos que explican las causas de tal perniciosa situación, se encuentra el hecho de que el país tiene una clase política dependiente de los CEOS extranjeros, pero carece de una dirigencia nacionalista. Hace tiempo que la actividad política se volvió un negocio y dejó de ser un instrumento para alcanzar la soberanía nacional, el desarrollo industrial y la justicia social.

 

La clase política y la división internacional del trabajo

En la Argentina las decisiones políticas fundamentales no surgen de los partidos, sino que se planifican en las mesas de las corporaciones y de las Embajadas de los centros de poder mundial. Esta condición de dependencia política e ideológica de los gobernantes es una característica típica de los Estados subdesarrollados. En el actual orden mundial la Argentina no puede tener industria, sino que debe ser un país agroexportador y una plaza para la especulación financiera. Estamos obligados a poner en manos del extranjero la producción y la circulación de la cultura en sus formatos televisión, internet y cine. En el terreno de la ciencia ocurre algo similar y la Argentina está desandando sus innovaciones tecnológicas para sustituirlas por producción importada. Carecemos de política militar, de defensa y de seguridad y la hacen por nosotros los Estados Unidos, Inglaterra e Israel. CAMBIEMOS aplica a modo de certeza, el postulado de que a un país dependiente le corresponde una política exterior subordinada.

 

La administración de los recursos naturales, financieros y comerciales no es tema de la clase política, que se encuentra cómoda reproduciendo los lineamientos programáticos de los organismos internacionales y de las corporaciones. Tenemos un gobierno formal que aplica el mandato del gobierno real del establishment y de las Embajadas foráneas. Se cumplen las palabras de Juan Perón acerca de que “quienes se sentaban en el honroso sillón de Rivadavia tenían el gobierno político de La Nación, pero no el gobierno económico ni el gobierno social del país”.

 

El negocio partidario: ¿garantía del subdesarrollo?

Los cargos del gobierno son el costo que el establishment está dispuesto a ceder a la clase política local con la finalidad de que apliquen su programa. La administración del negocio del Estado ocupa el centro del accionar de la clase política y la acumulación del dinero les representa un lugar más importante que los proyectos nacionales y colectivos. El Estado se convierte en un botín comercial abandonando su condición de ser la voluntad de fuerza para el desarrollo nacional.

 

Los partidos son regentes del pequeño margen de recursos y de cargos que la división internacional del trabajo nos otorga. La clase política hace décadas renunció a los valores característicos de los Estados Nacionales modernos como son la soberanía, la independencia económica y la igualdad social y solamente administra la pobreza y el estancamiento productivo estructural de la Argentina.

 

Hace tiempo que en un país rico como la Argentina, sus partidos oficialistas y opositores aceptan sin demasiadas contradicciones ideológicas la terrible situación social. La UNICEF documentó que el 50% de los niños del país son pobres y el INDEC refleja año tras año, que el 40% de los habitantes vive en la precariedad laboral y en la marginalidad social. La clase política calla frente al atraso tecnológico, la concentración de capitales y la extranjerización económica que se está acentuando de manera preocupante en la Argentina.

 

En muchos casos, la actividad partidaria puede ser más rentable que la pequeña empresa y el comercio. La excesiva rentabilidad del cargo gubernamental no oficia como un medio para hacer insobornable a la dirigencia, sino que y por el contrario la clase política eleva suntuosamente su nivel de vida en beneficio propio. No es extraño por eso, que un sector de las elites industriales locales renunció a su condición empresaria y se integró al proyecto especulador y financiero impulsado desde el extranjero. Resultado de ello, hace tiempo que los trabajadores y los industriales dedicados a las actividades de la producción y el empleo nacional quedaron carentes de representación.

 

La clase política administra un programa ajeno y no tiene pensamiento propio

La clase política carece de doctrina y de ideales de progreso y reproduce los marcos del debate público que le imponen el sistema oligopólico de información y las fundaciones y organismos internacionales. Hace mucho tiempo que la clase política no tiene opinión propia y se la arman los publicistas que aplican la censura del establishment y que analizan los datos generados por las encuestas de opinión de las consultoras. La clase política argentina puede tener popularidad temporaria, raramente dispone de prestigio y de legitimidad social.

 

La clase política difunde la agenda de las minorías y carece de proyecto para las mayorías. Un programa de cambio social de masas supone, objetivamente, que los CEOS pierdan poder económico, cultural y político. Es por eso que establishment instala en la televisión y en las redes la temática de pequeños sectores ya que dicho debate nunca pone en riesgo su poder.

 

Los comunicadores difunden supuestas divergencias entre partidos que en realidad no existen o que directamente no importan en nada para el desenvolvimiento de los centros de poder mundial. Mientras la clase política no plantee cambiar el sistema establecido, sus miembros pueden difundir en la prensa oligopólica los mensajes del liberalismo (derecha) o del progresismo (izquierda) sin inconvenientes y sin censura. Por el contrario, el nacionalismo industrialista está vedado en Sudamérica y es una doctrina política que solamente puede ser profesada por la dirigencia de las potencias mundiales.

 

A diferencia de la clase política local, las corporaciones y las potencias occidentales tienen un programa político de masas y consiste en el ajuste y la expropiación de los derechos de las empresas locales y de la familia sudamericana. Los políticos argentinos son conservadores para reducir los privilegios de las corporaciones y son subversivos y transformadores para reducir los derechos del pueblo. La clase política cambia las “reglas de juego” y les quita derechos a las mayorías (pymes, jubilados o trabajadores) y cuando se trata de distribuir los privilegios de las elites abraza la bandera de la “seguridad jurídica”. Es revolucionaria para expropiar los derechos adquiridos del pueblo y es timorata para modificar los privilegios de la elite.

 

Argentina transita hacia otro 2001

En su libro “Teoría del Estado” Ernesto Palacio definió a la clase dirigente como un grupo político que conduce a la comunidad detrás de “principios rectores”. La vigencia de los valores hacen “representativa” a la dirigencia y el pueblo así lo consagra cuando ve en ella “la garantía de seguridad y la encarnación de lo que considera como mejor”.

 

Palacio argumenta que la “dirección legitima” de un político se consolida a partir de su inteligencia, de su conducta o de su posición social (prestigio o dinero). A las tres características el dirigente debe sumarle la voluntad de servicio y la capacidad de movilizar un pueblo con “ideales colectivos”. Palacio destaca que “los pueblos yerran en el juicio, pero no en la voluntad (…) los pueblos buscan dirigentes, como los dirigentes buscan pueblo”.

 

Desde el año 1976 la clase política adolece de ideales y de conductas ejemplares y cogestiona los programas de un grupo de corporaciones y tal cual destacó Palacio “a nadie se le ocultan las desastrosas consecuencias que acarrea a una sociedad su manejo exclusivo por los intereses materiales”. En buena medida, la catástrofe del año 2001 es una de las evidencias más dramáticas de esta incapacidad argentina para conformar una dirigencia nacionalista.

 

De cara a las elecciones del año 2019 el establishment tiene en CAMBIEMOS a sus propios candidatos, posee claridad de hacia dónde va y dispone de mucho poder económico para triunfar. De imponerse este proyecto, el país avanza rápidamente hacia otra crisis social y económica como la del 2001.

 

El pueblo argentino está agobiado y decepcionado con buena parte de la clase política oficialista y opositora. Pese a todo, conserva una organización libre en los sindicatos, las iglesias, unidades básicas, centros culturales o en las cámaras empresarias y no pierde la esperanza y sigue buscando a sus dirigentes.

 

Posiblemente y tal cual sostiene el filósofo Alberto Buela en “Notas sobre el peronismo”, en la Argentina “no estamos en crisis, sino en decadencia” y la “decadencia encierra un enigma poco común, y es que siempre se puede ser un poco más decadente”. También destaca Buela que “de la decadencia como del laberinto, hay que salir como salieron Dédalo y su hijo Ícaro, por arriba. Y en política esto es creando, inventando, concibiendo nuevas posibilidades de acceso al bien común”.

 

 

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