A 30 años de la renovación peronista

El 6 de septiembre de 1987 Antonio Cafiero ganaba la gobernación bonaerense y el peronismo comenzaba un proceso de discusión y renovación interna que aún hoy resuena.

El 6 de septiembre de 1987 Antonio Cafiero ganaba la gobernación de la provincia de Buenos Aires y se iniciaba la renovación del peronismo. Era el primer triunfo en territorio bonaerense desde la vuelta de la democracia. Luego de la muerte de Perón el Justicialismo alzaba una victoria que podía nacionalizar y comenzaba la reconquista de la mayoría perdida. Alejaba los fantasmas de la desintegración que habían sacudido al movimiento desde la derrota del 83, las divisiones internas y la fascinación con el alfonsinismo. Y le daba impulso a un partido renovado, moderno, democrático, popular y republicano, capaz de recrear su vocación de poder con inteligencia y sensibilidad. Proyecto inconcluso que derrotaría en las internas partidarias Carlos Menem, consiguiendo luego la presidencia de la Nación.

 

Al cumplirse diez años de aquella victoria, ya en pleno auge menemista, el peronismo había abandonado su rebeldía y se entregaba al reinante concierto neoliberal. La farandulización de la política y las consecuencias sociales de un modelo económico de exclusión y endeudamiento alejaban al pueblo de sus representantes y deslegitimaban la participación pública. La pelea por la sucesión presidencial abriría una guerra fría entre Duhalde y Menem, dividiendo aún más a un justicialismo desmovilizado y desprestigiado. Para ese entonces, Cafiero habría de exhibir la más completa actualización doctrinaria en su libro El peronismo que viene, en el que condena la frivolidad a la que había caído el gobierno y el partido, y propone nuevas categorías de análisis para reencontrarse con la identidad extraviada. La catarata de críticas no se haría esperar. Sin embargo, pronto se convertirían en reconocimiento.

“Luego de la muerte de Perón el Justicialismo alzaba una victoria que podía nacionalizar y comenzaba la reconquista de la mayoría perdida”

En septiembre de 2007 la celebración de los 20 años de aquella renovación se hizo bajo el lema “La renovación vence al tiempo”. Atravesada la crisis social y política de 2001, y con Néstor Kirchner ejerciendo la presidencia, Cafiero asemejó el proceso actual al peronismo fundacional, valiéndose principalmente de los significativos logros del gobierno en materia de políticas sociales, sanitarias, educativas e internacionales. Sin embargo, no ahorraría críticas a la constante dispersión que observaba en el movimiento justicialista y la falta de políticas para la reconstrucción de una democracia de partidos. Señaló el sectarismo como formato de conducción y la ausencia de una visión colectiva para la construcción política, construcción que le otorgue al peronismo la posibilidad de seguir avanzando hacia el Estado de Justicia, su razón de ser.

 

Hoy las divisiones del movimiento cuestionan su vigencia y su capacidad de constituirse en la plataforma política y cultural que nuestro país necesita para sanar las divisiones entre argentinos. El odio y la intolerancia siembran acciones violentas y el poder del Estado se muestra al servicio de amplificarlas. El peronismo es quien puede brindarle un nuevo horizonte a la sociedad argentina, tal y como lo definía Cafiero, un movimiento nacional y popular, esto es, un intento colectivo de introducir nuevos valores en la sociedad y producir los cambios y transformaciones capaces de instalarlos e impulsarlos por sobre las convenciones y los poderes preexistentes. Aquí debería la dirigencia posar sus energías, y revalidar la lucha por las ideas, el debate político y no la carrera oportunista por acumular indignados, esto es, anular la política como construcción colectiva. La cultura PRO precisa una sociedad despolitizada, precisa el desprestigio de la actividad pública para lograr sus objetivos, entonces recurre al individualismo, realza el sentido individual del ciudadano. El peronismo no debe caer en esa fascinación por querer mostrarse moderno o la moda. Debe buscar nuevos significantes que conecten con la mayoría perdida, con la construcción de un nuevo sujeto colectivo que comprenda su momento histórico y luche por una patria libre, justa y soberana. Debe, como hizo Antonio, consensuar un método de unidad, democratizar su vida interna y elegir a sus autoridades y dirigentes con la plena participación de sus afiliados. Y tener presente que los grandes partidos modernos admiten dentro de su seno corrientes diversas, haciendo suyo el lema de la “unidad en la diversidad”, que descarta actitudes sectarias y excluyentes a favor del diálogo y la construcción concertada.

“Hoy las divisiones del movimiento cuestionan su vigencia y capacidad de constituirse en la plataforma política y cultural que nuestro país necesita para sanar las divisiones entre argentinos”

Nadie es dueño del legado de Cafiero, o mejor aún, todos los que abrazan causas colectivas despojadas de intereses personales, los militantes políticos, los militantes del peronismo, ellos son los depositarios de su testimonio y entrega. La renovación peronista se inició releyendo a Perón, volviendo a las fuentes. Nosotros nos permitimos agregar que 30 años después también es relevante releer a Antonio Cafiero.

 

 

Fragmento del discurso al asumir como gobernador de la provincia de Buenos Aires ante la Asamblea Legislativa, La Plata, 10 de diciembre de 1987.

 

Éste es también un momento excepcional en la perspectiva histórica del peronismo, que no es sólo una parcialidad política, sino una tradición popular que tiene sus raíces en las luchas federales que dieron origen a la nacionalidad y en la inspiración yrigoyenista de la democracia. Es la primera vez que el pueblo peronista triunfa plenamente desde la muerte del General Perón, y es también la primera vez que, instalado en un sistema democrático y desde la oposición, el peronismo gana la voluntad mayoritaria del pueblo.

 

Ha sido así porque, en la más absoluta fidelidad a su doctrina, se ha renovado en su metodología interna, en su programática política y en sus cuadros dirigentes. Nuestra ética política nos ha llevado a mantener inclaudicablemente nuestros principios, pero no los hemos constituido en dogmas. Los hemos revitalizado para que permanezcan fieles a sí mismo y en contacto con una realidad difícil y cambiante.

 

El peronismo celebra desde el triunfo este momento excepcional. No es sólo producto de su renovación, sino también consecuencia de una larga lucha que constituye nuestro mejor testimonio cívico. Hemos luchado por el retorno de la democracia. Hemos estado de pie frente a las violaciones de derechos humanos, frente a la irracional destrucción de la economía y la sociedad, frente a la enajenación y la pérdida de la identidad cultural practicadas por una dictadura militar también inspirada por protagonistas civiles cuyas responsabilidades la sociedad no olvida. No estamos aquí para administrar admoniciones, sino para señalar las conductas necesarias para que el futuro sea diferente.

 

El peronismo no llega a la responsabilidad gubernamental como parcialidad política o ideológica. Llega siendo, como lo ha sido siempre, columna vertebral del Movimiento Nacional. Llega con la Democracia Cristiana, que ha dado testimonio de la necesaria jerarquización de los valores personalistas y comunitarios para reconstruir un tejido social peligrosamente afectado en sus lazos de solidaridad. Llega con las expresiones más auténticas del socialismo de vivencias nacionales, que dan testimonio de una lectura propia y respetuosa de nuestro acervo cultural e histórico como prerrequisito para cualquier transformación social legítima. Llega acompañado del conservadurismo popular, que está dando testimonio de que la auténtica continuidad política de los sectores progresistas de otro tiempo también se da en los marcos del Movimiento Nacional.

 

Llegamos con la representación natural de la clase trabajadora, que constituye la más sólida inserción de nuestra estructura política en la realidad social. Llegamos con los pequeños y medianos empresarios, el empresariado nacional y moderno que anhela que producir sea una tarea posible y no una proeza. Llegamos con la masa de trabajadores cuentapropistas, desprotegidos y lanzados a la búsqueda de un horizonte en un marco social que no le ahorra ningún esfuerzo. Llegamos con los jóvenes que, a pesar de la malversación de la historia oficial que escriben los vencedores de escritorio, aprenden cotidiana y rápidamente a reconocer dónde está el compromiso con los tiempos nuevos, creativos y desafiantes. Llegamos con las mujeres que cargan sobre sus hombros los efectos diarios de la crisis. Llegamos de la mano de aquellos desocupados a quienes la vida les pesa como una condena, en una provincia que ha dejado de integrarlos y los está sometiendo a penurias. Llegamos con todos los humildes, porque somos portadores de sus reivindicaciones.

 

El peronismo no llega solo. Es el natural portador de las demandas de los sectores más desprotegidos de la sociedad. No es un dique de contención de las mismas, sino un canal profundo y generoso que ha nacido para irrigar a toda la estructura social con la energía de esas demandas postergadas. Llegamos con un programa que tiene que ver con nuestra propia lucha y nuestra propia historia, pero también con la lucha y la historia de otros argentinos no peronistas que enriquecen al Movimiento Nacional.

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