La promesa

Aguardientes. Segunda temporada.

Cuando el cura Germán leyó la composición en su clase de catecismo, lo decretó: el pibe era una promesa. La maestra de sexto firmó el pasaporte que se anunciaba para la posteridad: la criatura tenía un futuro, el firmamento de las letras estaba a punto de parir una estrella fulgurante. Después terminó redactando cables como corresponsal para una agencia de noticias farmacéuticas, en donde el dinero no era mucho pero sí seguro.

A los trece se fue a probar a Barracas Central. Era ordenado, tenía panorama y le pegaba con las dos, pero esencialmente tenía carisma, se ganaba a la gente, hasta a los hinchas contrarios se ganaba. En general, los jueces no pitaban sin antes mirarlo de reojo, para medir en su gesto lo que debía cobrarse. Prometía llegar a cinco de la albiceleste, pero a los veinte el faso, el escabio, y fundamentalmente la artrosis prematura lo dejó afuera de las canchas, afuera del fútbol.

Por suerte, por entonces la conoció a Violeta. Fue amor a primera vista. De esos flechazos que ni las novelas de Corín Tellado podían describir en intensidad y fortaleza. Tal para cual, dos destinados a encontrarse para escribir el destino con una línea doble e inseparable. Eran la más firme promesa que podía esperarse en una pareja humana. Pero a los dos años a él se le ocurrió hacer su viaje soñado de la infancia para recorrer todo el país en cuarenta y cinco días, y a ella enredarse con la panadera en una historia de amor borrascosa y largamente comentada en la cola de la carnicería.

Su don de gentes lo había situado muy alto en la consideración de sus vecinos. Inteligente para comprender los problemas, conciliador, negociador hábil, estaba escrito que en la política habría de encontrar su lugar en el mundo. A los treinta años perdió su primera y única elección como candidato a concejal saliendo detrás de los votos impugnados en una lista de seiscientos cuatro competidores.

A los cuarenta empezó a sacar ventaja de su capacidad de aprendizaje. Un humanista, decían los vecinos, un diletante como no se conocía desde el siglo XV en figuras como Erasmo o Leonardo. Cuando se alistaba para participar del programa más importante de preguntas y respuestas de radio Estentor, tuvo una meningitis senil que le borró la memoria completa por siete meses dejándolo fuera de la competencia, ya que, si bien tenía el registro perfecto de Mitología Griega (disciplina en la que estaba destinado a ganar) se olvidó de inscribirse en el concurso.

Un día antes de cumplir los sesenta, el médico le diagnóstico una enfermedad rara, que prometía llevárselo al otro mundo no más allá de los seis meses. Las seis interconsultas que hizo en el país y en el exterior le dieron el mismo tajante y aterrador resultado. Bueno, casi el mismo, solo que la previsión se estrechaba a los 120 días.

Ayer cumplió 98. Se lo ve ágil, despierto, entero. Pero no hay nada que hacerle, ya no es lo que prometía en sus mejores años.

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