Sable (penúltima entrega)

Aguardientes.

Los vasos de plástico no dejan tintines pero tampoco impiden los brindis sucesivos.

Hablábamos de todo, que es decir un todo compuesto por los fragmentos evocados de los materiales esenciales de la vida: el fútbol, las mujeres, la política.

—No hay que mezclar— grita el Perro Oriolo— ni tomar con el estómago lleno.

La mesa de madera se sostiene del azar y la alternancia sincronizada por lo divino de tenedores que se apoyan y se levantan de los platos, equilibrando lo que parece imposible se sostenga. Seríamos catorce, un número prudente y representativo.

—No hay que mezclar— repite el Perro como si no lo hubiese dicho.

Pero se mezcló. No la bebida, un tinto único resultado de apostar a la cantidad y no a la variedad, cuando siempre se siente más la ausencia de la primera y jamás se aprecia los valores de la segunda, y más en almuerzos como esos que suelen decretar la suspensión de todo el día y amenazar el resto de la semana.

Lo que se mezcló fue la temática. No recuerdo cómo fue que pintó en la charla esa cuestión tan nuestra de la victoria moral.

Había bastante gente de Racing para los que, ni juntas ni separadas (a mi modesto entender) la moral y la victoria son de mucho aparecer en su historia. Pero el tema surgió. Obvia la selección del ‘66, el voto en blanco del peronismo contra Illia, pasando por las fugacidades del hundimiento del Sheffield en Malvinas, las reinas de belleza sin corona, y entrando en un terreno desviado en los que alternaron las conspiraciones contra el Maradona del ‘94, el avión negro del ‘65, la entrevista de Perón con el Che y la traición de Luder a Isabelita. El salpicón ya era pastiche, pero la idea madre que parió ese bricolaje de asuntos, flotaba sobre nuestras coronillas buscando un momento propicio para aterrizar.

Y entonces fue que Mariotto metió mayonesa en los duraznos.

—Pasa que Banfield, es el único que ganó en la altura, —balbuce— nadie lo reconoce, nadie lo toma en cuenta, el periodismo deportivo corrupto no pone en letras doradas de molde la única victoria argentina en la altura. Cosa que nadie había logrado carajo…nadie…ni Boca…ni River…ni Independiente….ni San Martín ganó en la altura. Porque Bolivar lo cagó…bah…Rivadavia lo cagó…pero le tuvo que entregar los puntos a Bolivar.

El Perro estaba dispuesto a repetir eso de: —No hay que mezclar— porque la mixtura de Mariotto atentaba contra cualquier capacidad de síntesis, atropellaba la audacia de la más valiente metáfora y cabalgaba a la siniestra de la locura.

Pero calló. No por voluntad, no por evitarle una contradicción a su hermano del alma, no por aparecer como un borracho que solo le atinaba a una misma frase. Calló porque Beto hizo sonar una corneta sorda, umbría, penosa, letánica, sentenciosa.

—Y sí —dijo— es muy jodido. En la altura, el sable corvo…no dobla.

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