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Ese 19 de diciembre del 2001, pasado el mediodía, junto a dos de compañeros de militancia un tanto quebrada por los 90, atravesamos la Plaza de los 2 Congresos rumbo al bar Alai. Íbamos a una reunión convocada por el Gallego Álvarez, el áspero dirigente de Guardia de Hierro, quien trataba de juntar al peronismo residual, que no había adherido a las políticas del menemismo. Por el lugar circulaban Emilio Pérsico, el Pelado Perdía, Fernando Esteche y todos aquellos que mostraban una afinidad política en el pensamiento, para crear un Frente Patriótico Nacional, con capacidad de enfrentar y buscar una salida a las políticas neoliberales profundizadas por Fernando De La Rúa. La reunión devino en conversación después que alguien comentara que la Policía Federal había comenzado a desplegar vallas en las inmediaciones de la Plaza de Mayo y en las cercanías del Congreso. Estas eran medidas de precaución ante las protestas de aquellos a los que les habían incautado los ahorros dos semanas antes y a la ola de saqueos a supermercados y la violencia que se derramaba por todo el país.
En Corrientes ya había muertos por robar comida. En Jujuy, las cosas no eran muy diferentes. El Perro Santillán no dejaba de denunciar los niveles de corrupción y pobreza. El conurbano bonaerense era una caldera en ebullición. Solo faltaba un hecho que obrara como detonante. El mismo llegó a la noche, si el corralito había convertido las cosas en un hervidero, la declaración del estado de sitio decretado por De La Rúa -hecho con reminiscencias de la dictadura pasada- hizo estallar a la ciudad de Buenos Aires, con un cacerolazo atronador. Las cosas no se detendrían solo con eso, de pronto, los vecinos comenzaron a ganar las calles, la muchedumbre se aglomeraba en las avenidas y en forma espontánea marchaba hacía la plaza.
La debacle económica que había comenzado con la dictadura, pergeñada por Martínez de Hoz y los llamados Chicago Boy´s, tuvo sus intermitencias con las claudicaciones alfonsinistas ante el FMI y una continuidad, convertida en fiesta por el menemismo, con una ilusoria repartija hacía abajo. El dinero obtenido después de la entrega y liquidación de las empresas estatales había terminado. Ya no eran lucrativas las canchas de pádel, las remiserías, los cursos de buceos, ni los salones de fiestas, nichos donde buscó refugio la clase media después acogerse a despidos “voluntarios” tanto en empresas públicas como privadas. La instalación en el inconsciente colectivo que todos podíamos generar y derramar riqueza en el país del todo por dos pesos, iba a terminar de la peor manera y con una deuda externa de ciento cuarenta y seis mil millones de dólares, con el treinta y dos por ciento de la población bajo la línea de pobreza y un dieciséis por ciento de desempleados, además de un aparato productivo destruido.
La pizza con champan no era para todos y de pronto, ese matrimonio emperifollado, que bajaba de un departamento en la Avenida Santa Fe y se sumaba a la marea humana, con un perrito caniche en los brazos, se daba cuenta que era tan pobre como el vecino de Pompeya, que salía a conseguir una changa a la mañana temprano. Sus ahorros en dólares habían sido confiscados y también le cercenaban la libertad. Sin consignas políticas, las columnas convergían y avanzaban por Rivadavia y Avenida de Mayo. Solo se escuchaba el grito de: “¡Argentina! ¡Argentina!”, que devendría días después, en el: “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”. Dando comienzo a algo que no percibido en esos momentos, era el nacimiento de la antipolítica.
SAQUEOS
El estallido también se preanunció con saqueos en supermercados. En el devastado cordón industrial de la provincia de Buenos Aires, sectores marginados de la producción y arrastrados a la miseria, eran visualizados por las cámaras de televisión arriando bolsas con alimentos. Eran los perjudicados, a los cuales la clase media, llamaba negros piqueteros.
En este contexto, no resultó desaprobatoria la rotura de vidrios de los bancos, ni que se arrancaran los cajeros automáticos de cuajo y se los prendiera fuego en la Avenida de Mayo. Porque los bancos –el sistema financiero- habían empobrecido no solo a los trabajadores, sino también a la clase media, que ya no viajaba a Miami o Europa y pronto sería asistente a los clubes de trueques.
Esa noche del 19 diciembre, quedó marcada no solo por la represión en la misma Plaza, una represión que incluyó a los custodios de la embajada de Israel, quienes no se privaron de disparar sobre la multitud, sino también por la muchedumbre, en la cual uno se encontraba con viejos compañeros de militancia, a los cuales los 90 habían marcado con un quiebre. Una generación que había participado con entrega enfrentando a la dictadura y que había realizado el 16 de diciembre de 1982, en esos momentos juntaba los restos esparcidos por la historia y el olvido, para erguirse nuevamente en un resurrección inesperada, como si en ellos y en uno, operara un nuevo renacimiento, florecido en esa noche de corridas, sirenas, gases lacrimógenos, fuegos y piedras.
Llegada la madrugada, la muchedumbre –palabra que adquiriría un nuevo significado político- se dispersaría, hasta que el 20 a mediodía se volvieron a tomar las calles exigiendo la renuncia de De La Rúa. El estallido se extendió por todo el territorio del país y dejaría un saldo de cuarenta muertos. En la capital fueron asesinados cinco manifestantes por la Policía Federal: Carlos Almirón, Gastón Riva, Gustavo Benedetto, Diego Lamagna y Alberto Márquez. Y se intentó asesinar a otros cuatro: Marcelo Dorado, Martín Galli, Sergio Sánchez y Paula Simonetti. Doscientos veintisiete heridos fueron asistidos en distintos hospitales de la ciudad. Entre los treinta y nueve muertos del parte oficial, había siete menores, con edades que oscilaban entre los 13 y 18 años.
La jornada sangrienta pasó a recordarse como la Masacre de Plaza de Mayo y tenía un parangón funesto con el bombardeo del 16 de septiembre de 1955. El hecho represivo pasó a la esfera judicial y fueron procesados además de De La Rúa, el secretario de Seguridad Nacional, Enrique Mathov, el jefe de la Policía Federal, Enrique santos y quince funcionarios más con distintas responsabilidades. Juzgados y condenados en la mayoría de los casos, ninguno cumplió prisión efectiva.
EBULLICIÓN
Los días posteriores dieron inicio a un tiempo de cambio. Antes de que la derecha se apropiara de la palabra vecino, la misma tenía un significante que comprendía a la solidaridad y a la discusión pública en las plazas. Florecieron las asambleas vecinales; en barrios como Flores, donde los comerciantes bajaban las persianas temerosos, cuando las marchas piqueteras tomaban la avenida Rivadavia, rumbo al Congreso o la Plaza de Mayo, no solo dejaban los comercios abiertos, sino que los esperaban con jarras de agua fresca y clamaban en comunión y a voz en cuello: ¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola! La efervescencia bullía en todos los rincones.
A la renuncia y la huida en helicóptero de la Rosada, por parte de De La Rúa, en la tarde del 20 de diciembre, le siguieron distintos acontecimientos, entre ellos el anunció del default y el no pago de la deuda, anunciado por Adolfo Rodríguez Saá. Cuatro días después, la anulación del recorte a las jubilaciones, en la sede de la CGT, un acto en el que participaron Hebe de Bonafini junto a las Madres de Plaza de Mayo. En sectores críticos del sindicalismo como el MTA de Moyano y la CTA de De Genaro, se veían los anuncios del gobierno con expectación. Esto no era para menos, se hablaba después de mucho tiempo de soberanía nacional y reactivación del aparato productivo, creando un millón de puestos de trabajo.
Pero, con escaso apoyo, Rodríguez Saá renunció a la semana y después de una seguidilla de 5 presidentes interinos en siete días, Eduardo Duhalde, logró cumplir el sueño de ser coronado presidente. En cierto punto, logró estabilizar la situación con las cuasi monedas, como los patacones y lecop, que solo servían como remedo o placebo para frenar la crisis y salir de la ley convertibilidad monetaria, sancionada por Carlos Menem. Pero, no dejó de reprimir las protestas. Ante el asesinato de Maximiliano Kosteky y Darío Santillán, en la llamada Masacre de Avellaneda, creó un clima de repulsa general y anticipó las elecciones 6 meses.
Las elecciones fueron ganadas por uno de los participes rutilantes de la crisis, Carlos Menem, pero sabiéndose derrotado, renunció a presentarse al balotaje y en el 2003 asumió como presidente Néstor Kirchner. Muy pocos lo conocían, pero en poco tiempo pudo resumir, no solo el sueño, sino también las luchas de la generación a la cual pertenecía, la generación que había sufrido las desapariciones forzadas del terrorismo de estado, las cárceles y los exilios.
Los debates y los encuentros se multiplicaban en las facultades, en los sindicatos, en las fábricas y en todos los lugares afectados por las determinaciones políticas. Se puede decir que el peronismo de Néstor, fue un emergente del 19 y 20 de diciembre, que tejió alianzas con los movimientos sociales, con los sindicatos y con una clase media, que se iba a ver favorecida por las políticas de desarrollo llevadas adelante, aunque esa clase media años después tomaría otro camino. Era un acto, que le devolvió la esperanza a la gran mayoría del pueblo argentino y que integraba -como hacía décadas no ocurría- a los jóvenes a la política.
Sin embargo, la continuidad del proyecto político se vio quebrada no solo por su muerte, sino por otros factores que intervinieron para que veinte años después del 2001, la situación política y social, tenga ciertos rasgos comunes con los heredados por Kirchner al asumir la presidencia. El endeudamiento con el FMI y la posterior fuga de los préstamos otorgados por el organismo a paraísos fiscales, dan cuenta de esto, el aparato productivo semi destruido, los índices de pobreza tanto o más elevado que cuando entonces, permiten trazar ciertas analogías con aquella contingencia. Porque, del mismo modo que de un lado se trabaja, también se trabaja del otro. La manipulación de la información y la apropiación del lenguaje, son los lugares donde el sistema opera con éxito para mantener su poder. El “que se vayan todos”, como se dijo al inicio de la nota, dio paso al fenómeno de la anti política. Convertido en una herramienta neo liberal, permitió la llegada de Macri al gobierno y el ascenso en estos tiempos de un personaje como Milei y su partido Libertad Avanza. Esto, quizás marca una diferencia, con aquel diciembre de hace veinte años atrás, en la cual, no hay que soslayar a los nuevos sujetos creados por los avances tecnológicos, seres individualistas, a los cuales, el soñar despierto de los pueblos, o sea el mito del proyecto colectivo, les resulta indiferente.