Tu nombre y el nuestro

La UNDAV cumple diez años y esa cifra conmueve cuando el nombre de Néstor Carlos Kirchner se hace una década otra. La década de su ausencia.

Por Jorge Calzoni

Hoy se respira viento sur/ ese que nace del frío/ horno de barro calienta el sol/ de los lugares perdidos.

Para nosotros y nosotras, hombres y mujeres que en junio de 2010 comenzábamos a poner en acto una antigua ilusión, es imposible disociar el décimo aniversario de esta realidad pujante que es la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV), de lo que habría de suceder en el octubre imborrable de ese mismo año. Los nombres se entrelazan y los aniversarios se funden de forma estremecedora, puesto que son inevitables la nostalgia y el dolor, la alegría y el deber —que nunca está cumplido del todo—, la memoria y nuestro insobornable compromiso con el futuro.

La UNDAV cumple diez años y esa cifra conmueve cuando el nombre de Néstor Carlos Kirchner se hace una década otra. La década de su ausencia. Nuestra Casa de Estudios, junto con otras dos decenas de universidades públicas, vinieron a modificar para siempre al sistema universitario argentino, en una oleada inseparable de esa larga década virtuosa que aquel presidente inesperado inauguró un 25 de mayo de 2003.

Néstor recogió el legado que seis décadas antes, de la mano de Juan Domingo Perón, signara la gratuidad de los estudios universitarios, para que nuestras muchachas y muchachos pudieran ejercer el derecho que les cabe de estudiar en una universidad pública. Aquel país en ruinas —sumido en el infierno de la pesada noche neoliberal— le abría paso a las hijas y a los hijos del pueblo para que imaginaran y construyeran otro porvenir, en un país que, de su mano y de la de Cristina Fernández de Kirchner, se había puesto de pie.

Vuelve la calma de tu voz/ con la corriente del río/ manto de cielo sobre el tendal/ teje tu nombre y el mío.

Un aniversario es, entre otras tantas cosas, la posibilidad de hacer foco sobre la significación de un acontecimiento. Es una marca, un punto de partida, la huella indeleble con la que marcamos a fuego la inevitable historicidad de una conmemoración. No está de más decir, incluso, que es así como contribuimos a legitimar nuestra identidad, señalando los hechos que son su punto de origen. Pronunciar sus nombres en las solemnes formas de una institucionalidad que se fija y, de manera inseparable, en la emoción por sabernos parte de un mismo linaje.

Sin embargo, eso no basta.

Todavía es necesario considerar lo que da el espesor que la historia reclama para sus hitos eternos: la experiencia vivida y compartida; lo que ha tocado nuestras sensibilidades y motorizado nuestros sueños; la lengua común con base en la cual los hemos nombrado y nos hemos nutrido del coraje para hacerlos realidad. Eso que, en suma, nombramos comunidad nacional y que —sin desconocer la profundidad de sus discordias— recoge el hilo de Ariadna en el que se reconocen sus grandes mayorías, la estela inquebrantable de sus días felices y el eterno reconocimiento a quienes los hicieron posible.

Campo de colores se cubre en tu luz/ deja la lluvia caer/ riega los suelos del sur/ moja la nueva cosecha que vendrá.

Hace diez años la UNDAV comenzaba a pronunciar su nombre: en sus primeros espacios institucionales, en las escuelas medias de nuestra querida ciudad y en los medios de difusión a los que acudíamos para decirlo en voz alta; lo hacíamos, además, en los barrios y en los clubes, en las sociedades de fomento y aun llamando a la puerta de nuestras vecinas y vecinos para decirles que sus hijos e hijas tenían, a solo pasos de sus casas, una universidad pública que hacía del derecho a habitarla su razón de ser, y del compromiso de una educación inclusiva, innovadora y de calidad su mayor desafío.

En esos mismos medios, en esas mismas escuelas, casas y clubes, otro nombre se repetía una y otra vez, cuya sonoridad variaba casi tanto como las veces en que era pronunciado. Un nombre que —como el de aquel de gran apellido— está para siempre en el corazón del pueblo, porque “lo único que no se perdona es la ofensa a las cosas que nos son sagradas. En cada corazón existe un altar invisible pero poderoso, donde colocamos las cosas queridas y donde solo llegamos nosotros. Nadie puede sacarlas de allí y menos aún por la violencia. Por eso, a pesar de la amenaza, de los buques, los tanques y las ametralladoras, aún hoy mando más que ellos en la Argentina porque lo hago sobre muchos millones de corazones humildes” (Perón, J.D., 1958, La fuerza es el derecho de las bestias).

Tu cuerpo calma mi dolor/ y se dibuja el camino/ manto de cielo sobre el tendal/ teje tu nombre y el mío.

Por eso, esperamos que comprendan el haber elegido este día para compartir con ustedes este entrelazamiento, este encuentro de aniversarios, este tejido de fechas que es eso y es mucho más: es la fuerza de un proyecto que se hizo la más poderosa de las tradiciones nacional-populares argentinas. Diez años de una vida y de una muerte, podría decir alguien a quien no hemos logrado convencer de que no se trata de una casualidad. No. Son diez años que hunden sus raíces en otro siglo, recogiendo el latido de una historia común, acumulando su fuerza y su memoria en las convicciones de un Flaco que no olvidó las luchas de la generación diezmada de la que se sentía parte, e inauguró nuevas generaciones que recogen su nombre y sus banderas. Las herederas y los herederos, esos y esas a quienes a pesar de las bombas, los fusilamientos, las compañeras y los compañeros muertos, las desaparecidas y los desaparecidos, no pueden vencer.

Hoy se respira viento sur/ ese que nace del frío/ horno de barro calienta el sol/ de los lugares perdidos.

Esta Universidad Pública, querido Néstor, desde otro sur te rinde homenaje, recoge tu nombre y cada nombre de nuestros días felices, para llevarlo como bandera a la victoria.

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