En los más de 12 años que Maristella Svampa lleva involucrada en la temática ambiental, aprendió que “hay luchas que se ganan y otras que se pierden, pero que es necesario encarar la lucha como tal”, sabiendo lo duro que es instalar en el debate público un discurso que cuestione el modelo de desarrollo actual. “Hay una gran dificultad por parte de los diferentes espacios políticos, no solo la derecha sino las izquierdas, que han sido muy refractarias al ambientalismo”, asegura. Socióloga, investigadora, docente y escritora, en su último libro, Chacra 51, regreso a la Patagonia en los tiempos del fracking, une su actividad como intelectual y activista, con la historia de su familia en Río Negro, donde el extractivismo es el hilo –o la “maldición”, como dice la autora– que atraviesa y amenaza ambos planos.
Para Svampa, la humanidad vive una “crisis socioecológica de alcance civilizatorio”, donde el fracking –la fractura hidráulica, empleada para extraer combustibles fósiles no convencionales– simboliza el afán de los sectores hegemónicos por negarse a discutir la transición energética. Por eso, define a Vaca Muerta como una promesa “eldoradista” y asegura que Cambiemos siguió y recrudeció el modelo extractivista del kirchnerismo.
¿La problemática ambiental es una discusión técnica o filosófica?
En realidad, es un tema político. Hace tiempo que dejó de ser sólo una cuestión a resolver por técnicos o por las burocracias estatales, y es un tema que concierte a las comunidades. En la medida en que en los últimos 30 años parte de la sociedad tomó conciencia de que las consecuencias de los modelos industriales, extractivos, son destructivas para las condiciones de vida y los territorios, se volvió un debate eminentemente político. Por supuesto, hay controversias sociotécnicas, pero deben ser entendidas como debates societales que exigen pensarse en clave de democratización de las decisiones. No es posible imponer de manera vertical, sin consultar a las sociedades, modelos de desarrollo que impactan en las condiciones de vida, territorios y ecosistemas. Lo que sucede es que no todas las sociedades son todavía conscientes. Cada vez que esto se habla en Argentina, pareciera que las demandas de la sociedad son una expresión del fundamentalismo ambiental que critica o pretende obstruir la dinámica del progreso, mientras que el gobierno y las corporaciones encarnarían esa visión hegemónica. Es muy difícil de instalar cuando hay esta concepción lineal del desarrollo.
Por eso, aunque sea un debate político, está afuera de la agenda.
Sí, pero creo que lo político es algo más genérico. La politización de la sociedad es consecuencia de que estos debates se transformen en problemas públicos, y hablamos no sólo de la dimensión cognoscitiva, sino del sentimiento de injusticia que experimenta una comunidad ante lo que considera que no le ha sido consultado o va a tener efectos nefastos. Esto no implica desconocer lo que vos decís: que en nuestro país hay una minimización del alcance de esta problemática. Yo bromeo y digo que las empresas y el gobierno actual consideran que lo ambiental es una suerte de columna más en la contabilidad, leída como responsabilidad social empresarial. Hay que desarrollar una visión más holística, en términos de crisis socioecológica de alcance civilizatorio, pero en Argentina no lo hay. Sea que hablemos del progresismo populista o de los sectores neoliberales, todos parecen acordar en una visión muy productivista del desarrollo y no cuestionar sus consecuencias, sólo minimizarlas y concebir posibles soluciones en la línea de profundización del capitalismo y sus respuestas tecnológicas. Eso está instalado en el establishment político-partidario, pero quizá lo más grave es que gran parte de la sociedad lo ve así también.
¿Cuál es el cuadro que estamos atravesamos a nivel planetario?
Parto de la idea, coincidiendo con gran parte del campo científico, de que estamos en una nueva era, en la cual el ser humano, que siempre fue un agente de cambio biológico, se ha convertido en una fuerza de alcance geológico. Eso nos enfrenta ante un umbral de irreversibilidad cuya punta del iceberg es, sin duda, el calentamiento global y sus efectos en términos de cambio climático. Hoy lo vemos en Argentina en inundaciones, sequías, eventos extremos que también son agravados por los modelos de desarrollo instalados en país. Estamos ante una nueva era que exige replanteos profundos sobre la relación de la humanidad con la naturaleza. Ahí enfrentamos también consecuencias de índole filosóficas, que ponen en entredicho la visión moderna acerca de la cual la humanidad tenía como destino controlar a la naturaleza, considerándose como algo externo a ella.
En ese punto, ¿se vuelve un debate acerca de la condición humana?
Sin dudas, es una cuestión compleja, que coloca en entredicho no sólo el modelo capitalista sino también un elemento ligado a la especie humana misma. Para mí, es central a la hora de contestar a aquellas posiciones que lo reducen todo a la crítica al capitalismo neoliberal. Por ejemplo, hablar de capitaloceno es muy fácil (NdR: término acuñado por el historiador Jason Moore para dar cuenta de una nueva era, resultado de la crisis ecológica causada por el capitalismo), parece que diluye la responsabilidad del ser humano como especie, cuando yo creo que hay elementos que tienen que ver, como dice (el historiador poscolonial) Chakrabarty, con la especie humana y su búsqueda del mejoramiento de las condiciones de vida.
O sea, ¿estos mismos problemas se pueden dar bajo otros sistemas?
Si uno piensa en las experiencias de los socialismos realmente existentes, no hubo ahí un cambio radical en la relación con la naturaleza, sino todo lo contrario. La visión productivista y obrerista del mundo conllevó a una destrucción de los recursos naturales, aún si se hubiera hecho en función de una mejor redistribución de la riqueza. Que esto ha sido agravado por el capitalismo neoliberal, no hay duda. La expansión de las fronteras de mercantilización implica un avance inédito en términos de comoditización de la vida y la naturaleza, pero no hay que olvidar que ahí hay un elemento ligado a la especie humana. Que es difícil pensar la transición, sin dudas, pero los pueblos, las naciones, las élites deben repensar la sociedad.
Sin embargo, como dijimos, el sistema político mira hacia otro lado.
Creo que hay una gran dificultad por parte de los diferentes espacios políticos, no solo la derecha sino las izquierdas, las marxistas y las populistas, que han sido muy refractarias al ambientalismo. Muchos de ellos consideran que es una invención de los países del primer mundo, que quieren negar el derecho al desarrollo a los países periféricos.
Uno de los caballitos de batalla de Cambiemos son las energías renovables, ahora muy criticadas por la oposición. ¿Qué opina?
Sería un gran error por parte del progresismo demonizar a las energías renovables. Hay que cuestionar el modelo de mercantilización que ha instalado Cambiemos, que además lo hizo de la mano del capitalismo de amigos, pero eso no implica demonizar a las energías renovables y la potencialidad que tienen pensadas desde un sistema energético diferente. Viene a colación de que es muy complicado charlar estas cuestiones con la izquierda marxista, pero sobre todo con la populista. Ya hay autores marxistas de peso que han ampliado la noción de conflicto más allá de la oposición capital-trabajo, para dar cuenta del conflicto capital-naturaleza. Pero es mucho más difícil con los progresismos realmente existentes, que guardan aún en clave nacional-desarrollista una visión reduccionista del desarrollo y muy descalificadora de las críticas al ambientalismo, que reducen al puro fundamentalismo, como si no hubiera propuesta, negando las luchas contra el neoextractivismo y las alternativas sistémicas que se discuten en América Latina. Es un grave problema, sobre todo si pensamos que en el futuro próximo está la posibilidad de que el progresismo vuelva al gobierno. Sería grave repetir los errores cometidos durante el kirchnerismo.
¿Qué continuidades y rupturas hubo con la llegada de Cambiemos?
Creo que hay muchas y grandes rupturas. Pasamos de un modelo más estadocéntrico, ligado a una visión redistribucionista-populista, a una visión aperturista neoliberal que hoy coloca al país en una encrucijada ante el endeudamiento externo y la erosión de las condiciones de vida y el poder adquisitivo. Hubo una ruptura de modelos, más allá de las críticas que hago al kirchnerismo, que tenía grandes problemas socioeconómicos, pero los índices que dejó fueron empeorados al extremo por Cambiemos. En términos de neoextractivismo, hay continuidades y profundización. Implicó una continuidad del neoextractivismo que el kirchnerismo defendió a rajatabla: la expansión del agronegocio, la megaminería a cielo abierto, la explotación de combustibles no convencionales a través del fracking. Todo fue retomado y profundizado por Cambiemos en una lógica neoliberal, que además no presenta un discurso vergonzante como sí tenía el kirchnerismo.
¿En qué sentido se dio esta diferencia discursiva?
En el kirchnerismo había una tensión entre lo que era un discurso en relación a los derechos humanos y la defensa de la expansión de la frontera del capital. Con Cambiemos no hay esta tensión, por lo que su avance sobre los territorios se hace al compás también de la mayor represión. Incluso, durante el kirchnerismo se avanzó en la prohibición de ciertas actividades extractivas en algunos territorios y en los juicios por el tema glifosato y fumigaciones. Hoy, Cambiemos busca avanzar como si no existiera esta legislación producto de las luchas ligada a la problemática socioambiental. Vienen con la excusa de que es necesario hacer negocios que van a traer progreso, supuestamente, y por otro lado, que no se ha discutido, por ejemplo, la megaminería en los territorios. Esta excusa, que siempre traen a colación las corporaciones, hoy llega de la mano de Sergio Bergman, que más que un secretario de Ambiente es un ministro de facto de la minería.
En Chacra 51 se refiera a las promesas “eldoradistas”, en referencia a ese progreso milagroso del que habla el extractivismo y que finalmente nunca llega. ¿Cuál sería hoy el símbolo eldoradista de la Argentina?
Sin duda, Vaca Muerta, que está siendo erosionado cada vez más por la realidad. Durante el kirchnerismo, la baja del precio de los commodities dejó todo en stand by, y con Cambiemos, más allá de los subsidios enormes que el Estado le da a las trasnacionales para que no se vayan, a pesar de la flexibilización que hace que los trabajadores desarrollen actividades en condiciones peligrosas y aumente la tasa de accidentes, a pesar de todo ello, el rendimiento energético del fracking es mucho menor al de los combustibles convencionales y que es todo muy costoso. Un artículo reciente del Wall Street Journal habla del fracking como un bluff. Esto lo veníamos diciendo desde 2013, no es nuevo. Seis años después, comienza a ser incorporado como una variable que coloca en entredicho la posibilidad de que Vaca Muerta sea la potencia energética que soñó el kirchnerismo y a la que apostó Cambiemos. En 2013, cuando decíamos esto mismo, éramos execrados desde la derecha y la izquierda. Había un consenso del fracking que unía a progresismo y neoliberalismo. Hoy vemos estos resultados. No estamos esperando las disculpas, esperamos que se abra la conversación.
¿El caso del litio es similar?
Es diferente, creo yo. Merece otro tipo de debate. Si efectivamente el litio es un bien estratégico que implica una posibilidad de avanzar hacia un modelo pos fósil, es necesario instalar una discusión que involucre a las comunidades que viven en los territorios, que son casi todas indígenas. Porque el gran riesgo es que el litio se explote y se destruyan los territorios, se demonice a las poblaciones y se las empobrezca, y por otro lado, que estemos financiando la transición energética a las grandes potencias.
¿Por qué el fracking se vuelve el símbolo de un modelo insostenible?
El avance en la explotación de hidrocarburos no convencionales refleja el afán de sectores globales de permanecer en una matriz energética basada en los combustibles fósiles, constituye una negación de la necesidad de pensar una transición energética y de la gravedad de la crisis socioecológica. Por otro lado, los combustibles fósiles casi se han agotado, lo que queda es raspar el fondo de la olla, tocar la roca madre, la que ha generado esos recursos a lo largo de millones y millones de años. El impacto en términos no solo territoriales, sino geológicos, es enorme. No por casualidad una de las consecuencias es la lubricación de fallas sísmicas. Es sumamente peligroso y esto lo dice gran parte de la comunidad científica en Estados Unidos y Europa. Sería muy peligroso seguir avanzando en esa línea en Argentina. Estamos jugando con fuego en un momento donde ya hay un incendio en el planeta. Hace poco, un informe de la ONU aconsejaba no explotar los recursos no convencionales en Vaca Muerta, porque es una potencial bomba de carbono. Si estamos viendo la necesidad de reducir las emisiones de CO2 para que no aumente la temperatura más allá de 1,5 grados, contar acá con esta potencial bomba de carbono es una locura.
Quienes defienden estos métodos, aseguran que no hay alternativas.
Sí, está muy instalada la idea de “zona de sacrificio”. Lo que hubo en América Latina, que yo llamé el consenso de los commodities, está muy ligado a la obturación de la discusión sobre modelos alternativos. Así como en los 90 se decía que no había alternativa al neoliberalismo, en América Latina se instaló la idea de que no había alternativas al neoextractivismo y que todo lo que implicaba un cuestionamiento quedaba en el terreno de la irracionalidad, el retraso y el fundamentalismo ambiental. En Argentina, además, está muy ligado a la idea del desierto, que retrotrae a la visión por la cual se justificó el exterminio de los indígenas en el siglo XIX; la idea de que son territorios vacíos y que se desvaloriza la presencia de pueblos originarios. También hay una desvalorización de las economías regionales.
¿Qué experiencias se pueden destacar como una alternativa?
Participó en muchas reuniones a nivel internacional en las que discutimos sobre transiciones y queda claro que es muy complejo pensar alternativas. Ya lo decía Jameson en esa frase célebre: es más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Tenemos en claro que no se asocian a los socialismos realmente existentes, que hay que pensar las alternativas emancipatorias no sólo en clave antipatriarcal sino ecológica. No hay modelos macrosociales, lo que hay son experiencias, muchas de ellas frágiles, locales, amenazadas, pero que buscan avanzar y colocarse como modelos. Lo encontramos en las experiencias alternativas contra la megaminería, en economías sociales y regionales; en Argentina lo encontramos, por ejemplo, en las experiencias agroecológicas que hay en ese inmenso continente sojero, que muestran que es una alternativa viable, no contaminante, que no destruye los territorios y crea mayores fuentes de trabajo. Yo apuesto a ese tipo de redes, que son la otra cara de las luchas.
Muchas veces, para hablar de estos temas, se apela a la noción de “decrecimiento”. ¿Qué significa y, en concreto, qué implica?
Tiene dos vías. La primera, cuando fue lanzada por André Gorz, en los 70, en respuesta a Los límites del crecimiento, primer informe en el que se muestra que, de seguir en la lógica de desarrollo industrial, vamos hacia un mundo insostenible, porque los recursos naturales no son infinitos. Fue, además, un mensaje al tercer mundo, porque decía que no era posible la universalización de ese modelo de desarrollo. De ahí que desde América Latina se contestara a ese informe, y que cuando en Europa surgiera la noción de decrecimiento, no hubiera posibilidad de diálogo. La segunda vía se da a partir de 2000-2002, cuando diferentes movimientos, sobre todo en Francia, Italia y España, colocaron en agenda la necesidad de pensar una salida a la crisis socioecológica, recuperando esta noción y dándole una actualidad diferente. Algunos piensan que es sólo una fórmula que implica la negación del crecimiento, pero en realidad ha sido recreada desde otro lugar, para englobar una serie de experiencias disruptivas que van más allá del modelo actual, por ejemplo, las monedas sociales, las experiencias de eficiencia energética, lo que se llama las ciudades de transición, los casos de agroecología urbana. Sin duda, lo que hay que cambiar es el perfil metabólico de la sociedad, quiere decir que la sociedad futura deberá consumir menos materia y energía. Es la clave para entender la noción de decrecimiento. Sino, creemos que es sólo una fórmula que no dice mucho y que, al contrario, suscita animadversión al hablar de las sociedades pobres, en donde no solo la pobreza, sino la desigualdad, es el gran problema, en las cuales es necesario articular justicia social con justicia ambiental.
Parece difícil instalar esta reflexión en una sociedad donde bienestar y altos niveles de consumo son considerados términos casi equivalentes.
Lo que pasa es que nuestras sociedades están acostumbradas a un estilo y una calidad de vida que no puede ser garantizada en un futuro sustentable, lo que no significa que volvamos al tiempo de los primates o al neolítico. De ninguna manera. Pero sí que tenemos que pensar en consumir menos materias primas y energía. Hay que instalar un debate necesariamente democrático sobre qué tipo de sociedad deseamos. Son cambios radicales, que van a requerir mucho tiempo, y yo no sé si tenemos ese tiempo.