Semilla de maldad

Para la mayoría de las personas, que han permanecido en resplandeciente desinformación respecto a cualquier asunto vinculado con el mundo agropecuario, no existe vínculo alguno entre el conflicto rural y el principal problema medioambiental que afecta hoy a la mayoría de las provincias argentinas, tema sobre el cual también suele descansarse en una amable ignorancia. No es sorprendente, si hasta Gualeguaychú, ciudad que parecía estar imbuida de cierta conciencia ambientalista, muestra una asombrosa dificultad para relacionar un suceso con otro, el mecanismo básico de la inteligencia.

La protesta promovida por los productores de granos se desató cuando el gobierno nacional decidió aumentar las retenciones a la exportación de soja y girasol, reducir las de maíz y trigo, y a la vez disponer que fueran móviles.

Las verdaderas razones que movieron al ex ministro Lousteau y al secretario Moreno a proponer estas medidas nunca terminarán de conocerse, habida cuenta no fueron explicitadas oportunamente y que cualquier explicación a posteriori suena inevitablemente a excusa o argumento. Pero más allá de las motivaciones gubernamentales, la medida es adecuada, aunque insuficiente.

Lo adecuado es la movilidad de las retenciones, pues por un lado dan al productor un horizonte de previsibilidad, por más que perjudique el mercado a término, timba bursátil no frecuentada por los productores propiamente dichos: si el precio internacional sube, el porcentaje de retención aumenta; si el precio baja, el porcentaje a retener, se reduce. De igual manera que libran al productor del arbitrio de distintos funcionarios y de las oscilaciones del mercado mundial de granos, la movilidad de las retenciones sirve principalmente para no importar la inflación internacional, tomando en cuenta además, que con la local nos alcanza y nos sobra.

Pero dijimos que además de adecuadas, son insuficientes. En primer lugar, por la ausencia de un eficaz instrumento de intervención y aplicación. En segundo, y principal término, por razones medioambientales y sociales.

Son conocidos -la asamblea vecinal ambiental de Gualeguaychú las conoce (no crean que nos vamos a olvidar de esa asamblea)- los perjuicios económicos y sociales provocados por cualquier clase de monocultivo.

Algodón por camisetas

Como párrafo aparte, permítasenos puntualizar que un monocultivo jamás es fruto de la necesidad interna de un país ni mucho menos de sus habitantes, sino que siempre es inducido desde el exterior, como una de las derivaciones de la división internacional del trabajo, mediante la que se deja para algunas naciones el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la industria y para otras muchas, la producción primaria, la pobreza, el atraso y la ignorancia.

Es obvio quién ideó esa clase de división de roles, que equivale más o menos a la división del “trabajo” entre el señor feudal y los siervos de la gleba. Lo que no queda tan claro es por qué tantos países se resignan al triste lugar que les toca en esa división, aunque el asunto se ilumina apenas advertimos que la división internacional supone la existencia en las regiones atrasadas de pequeños núcleos propietarios y dominantes que resultan muy beneficiados por tal orden de cosas.

La división internacional durante varias décadas distribuía en las distintas regiones diferentes “especializaciones”: para el Caribe la producción de caña de azúcar, para Brasil el café, para Centroamérica el cacao, para Bolivia el estaño, para Chile el cobre, para la región rioplatense la carne y los cereales, y así y así. Se trata, en suma, de la organización de las economías de las regiones marginales en función de las necesidades de las naciones ricas, eufemísticamente denominadas “mercado mundial”.

La consecuencia siempre y sin excepción ha sido la desertificación por agotamiento de los recursos y depredación del medioambiente, la pobreza, la migración, el hacinamiento y la desnutrición de poblaciones expulsadas de sus lugares de origen y de sus actividades económicas tradicionales en función del monocultivo que, por definición, no requiere ni de gran cantidad de mano de obra ni mucho menos de la existencia de un mercado interno. A la vez, el progresivo enriquecimiento de un sector social vinculado a la provisión del mercado mundial supone el creciente aumento de su poder político e influencia cultural, y en consecuencia la amputación de las posibilidades industriales, del conocimiento, de la ciencia y de la tecnología, que en modo alguno son necesarias para el desenvolvimiento del monocultivo.

La ceguera de esos núcleos dominantes ha terminado en muchos casos por ser suicida. En nuestro país, por ejemplo, donde al calor de las necesidades inglesas un campo fértil era una suerte de mina de oro, el colapso del modelo agrario de fines de la década del 20 no se originó en la crisis bursátil internacional sino en la inexistencia de nuevas tierras fértiles y la natural merma productiva de las ya explotadas. Fue recién entonces, y a los tumbos, cuando comenzó a retomarse el camino industrialista y proteccionista ensayado por Nicolás Avellaneda y dejado de lado inmediatamente después de su presidencia, en momentos en que las necesidades británicas de alimentos baratos para sus trabajadores industriales comenzó a enriquecer a una oligarquía propietaria que optó por la desdichada ocurrencia de canjear algodón por camisetas y vender una vaca para comprar un par de zapatos.

Curiosamente, el mito del país agrario, del “granero del mundo” aún subsiste, distorsionando la percepción de los argentinos. ¡Cómo si hubiera algún mérito en ser un silo!

La especialización sojera

Nuestra especie ha tradicionalmente apostado a la tecnología para resolver el conflicto entre la expansión demográfica y el agotamiento de los recursos, procedimiento que ha llevado a la destrucción del medioambiente y, en las actuales circunstancias a una peligrosa encrucijada que pone en riesgo la existencia misma del planeta: el uso de oleaginosas y granos en general para la alimentación de motores de combustión interna.

Es cierto, excepto los loros y los rusos de las colonias, nadie usa el girasol como alimento, sino como aceite. Y en cuanto a la soja, una legumbre de muy elevadas propiedades nutricionales, no forma parte de la dieta habitual de los argentinos, de manera que utilizar parte del girasol para la producción de biodiesel, y la soja para alimento animal, a primera vista no tendría por qué causar ningún perjuicio desde el punto de vista de la producción de alimento humano. A primera y muy distraída vista, si no se advierte que la suba exagerada del valor de esos granos, induce a que se deje de lado a otros que sí son usados como alimento habitual, amen del abandono de otras producciones alimenticias, como el tambo o la fruti y horticultura.

Es decir, si ya la producción extensiva de granos para satisfacer las necesidades del mercado mundial desequilibró la estructura productiva de alimentos, la preeminencia de la soja provoca un desequilibrio aún mayor al consistir en un monocultivo especializado dentro del monocultivo de granos.

Pero al ser transgénica la soja que se siembra en la Argentina es doblemente nociva. Veamos, primero, por qué o para qué es transgénica. No para que vuele, por ejemplo, o brille en la oscuridad, sino para hacerla resistente al Roundup, producto comercial de Monsanto cuyo principio activo es el glifosato, un poderoso herbicida que se utiliza para combatir la maleza. Lo único que crece en la tierra así fumigada es la soja RR (resistente al Roundup).

Además, la siembra directa, maravilla tecnológica que los productores y «autoridades han “comprado” sin detenerse ni un segundo a observar sus consecuencias, requiere de tres condiciones: el uso de herbicidas, puesto que al no ararse, es el único modo de acabar con la maleza preexistente y, en consecuencia, la necesidad de utilizar fertilizantes químicos, como el nitrógeno. Ocurre que tanto los herbicidas como los fertilizantes químicos matan a las bacterias, responsables de producir el humus mediante un proceso de descomposición orgánica.

Otro efecto de la siembra directa es que para que rinda sus mayores beneficios la tierra debe estar “blanda”, no debe estar “pisada”, razón por la que se abandonó la rotación entre siembra y pastoreo vacuno, muy adecuado método de fertilización natural.

La siembra directa, los fertilizantes químicos y los herbicidas, provocan una creciente dependencia del productor —y del país— respecto al proveedor de dichos insumos, casualmente, el mismo que provee las semillas transgénicas.

Hasta aquí los efectos, llamémosle “económicos” del monocultivo sojero como “especialización” dentro del monocultivo de granos y oleaginosas, que tiene otras consecuencias, más decididamente “ambientales”.

Agrotóxicos

“Momento de parto. El bebé no llora. La madre desespera. El niño está muerto”, dice el médico rural entrerriano Gabriel Gianfellice en su libro La soja, la salud y la gente. Gianfellice, al igual que otros médicos de su provincia, intrigados por los embarazos que no llegan a término, las muertes prenatales, la multiplicación anormal de los casos de cáncer y los arroyos sembrados de peces muertos, comenzó a investigar las posibles causas de este abrupto cambio en el mapa de enfermedades de la región. En el Cerrito, localidad del noroeste de la provincia, Gianfellice advirtió que habían empezado “a aparecer dos patologías, la muerte de bebés durante el parto y muerte fetal precoz (situación donde se produce el embarazo, la bolsa, la placenta, pero no se produce el bebé), que aumentó en forma extraordinaria en toda la zona desde 1999”.

Muy cerca de ahí, en San Cristóbal, una pequeña localidad al norte de Santa Fe, tres años atrás el intendente Edgardo Martino denunció que en el primer semestre del 2005 habían tenido lugar once nacimientos con malformaciones congénitas, y tres niños habían fallecido a los pocos días de nacer. También advirtió la existencia de otros tres casos en localidades vecinas.

Para el médico toxicólogo Jorge Kaczewer “los síntomas de envenenamiento incluyen irritaciones dérmicas y oculares, náuseas y mareos, edema pulmonar, descenso de la presión sanguínea, reacciones alérgicas, dolor abdominal, pérdida masiva de líquido gastrointestinal, vómito, pérdida de conciencia, destrucción de glóbulos rojos, cambios de coloración de piel, quemaduras, diarrea, falla cardíaca, electrocardiogramas anormales y daño renal.

Luego de dos años de estudios un equipo del Hospital Italiano de Rosario vinculó las malformaciones, cáncer y problemas reproductivos con exposiciones a contaminantes ambientales. El estudio, a cargo del médico e investigador Alejandro Oliva, abarcó seis pueblos de la región y encontró “relaciones causales de casos de cáncer y malformaciones infantiles entre los habitantes expuestos a factores de contaminación ambiental, como los agroquímicos”.

Según el informe presentado por el Dr Oliva las funciones reproductivas —masculinas y femeninas— son altamente sensitivas a diferentes agentes químicos de la actividad agrícola. También destaca que el efecto tóxico puede producirse mediante dos mecanismos: el contacto directo con la sustancia, o bien que los padres la hayan absorbido y transmitido a través de sus espermatozoides y óvulos a los hijos. Los factores ambientales, sostiene Oliva, como la exposición a pesticidas y solventes, contribuyen a la infertilidad, coincidiendo con numerosos casos de impotencia e infertilidad, documentados en Entre Ríos por el Grupo de Reflexión Rural, que aquejan a varios productores de soja y encargados de la fumigación, remisos a denunciar su dolencia tanto por machismo como por no ver afectados sus intereses económicos.

Para el médico Jorge Kaczewer, los estudios de Eric Seralini —bioquímico francés de la Universidad de Caen—, quien descubrió que el glifosato mata una gran proporción de células de la placenta, confirman que el Roundup es más tóxico que su agente activo, el glifosato, causante de malformaciones genéticas, aborto espontáneo y muerte neonatal

Los Portillo

Según el diario digital Ecoportal, “el Grupo de Reflexión Rural (GRR) censó diez pueblos con denuncias sobre contaminación con Roundup. El caso testigo fue el barrio Ituzaingó, en las afueras de Córdoba. Allí viven cinco mil personas, 200 de ellas padecen cáncer. El barrio, humilde, de casas bajas, está rodeado de monocultivo. Al este, norte y sur hay campos con soja, sólo separados por la calle. ‘En todas las cuadras hay mujeres con pañuelos en la cabeza, por la quimioterapia, y niños con barbijo, por la leucemia’, lamenta Sofía Gatica, integrante de las Madres de Ituzaingó, que padeció la muerte de un bebé recién nacido (con una extraña malformación de riñón) y, en la actualidad, su hija de 14 años convive con dos plaguicidas en la sangre, intoxicación confirmada por estudios oficiales.

“El relevamiento del GRR –prosigue Ecoportal– confirmó alergias respiratorias y de piel, enfermedades neurológicas, casos de malformaciones, espina bífida, malformaciones de riñón en fetos y embarazadas. En marzo de 2006, la Dirección de Ambiente municipal analizó la sangre de 30 chicos: en 23 había presencia de pesticidas.

“Otro de los pueblos censados fue Monte Cristo, Córdoba, donde sobre una población de 5000 personas, entre 2003 y 2004 se registraron 37 casos oncológicos, 29 malformaciones congénitas e innumerables fumigaciones. En Las Petacas, Santa Fe, 200 kilómetros al sudoeste de Rosario, viven 800 habitantes y en los últimos diez años hubo 42 casos de cáncer y 400 personas con alergias. Sólo en octubre de 2005 murieron cinco personas de cáncer y dos de leucemia. Todos acusan a las fumigaciones. Se repiten las historias en San Francisco (Córdoba) y San Lorenzo, San Justo, Piamonte, Alcorta y Máximo Paz (Santa Fe).”

Alexis, de un año y medio. Rocío y Cristian, ambos de 8 años. “Los primos Portillo”, como los conocían en Gilbert, pequeño pueblo del departamento de Gualeguaychú. En siete años, de mayo de 2000 a enero de 2007, los tres fallecieron. Otra prima, Ludmila, de 18 meses, fue internada con un grave cuadro de intoxicación. Norma Portillo, mamá de Cristian, denunció la contaminación del agua y apuntó contra el uso de agroquímicos en las plantaciones de soja que rodean la vivienda familiar. Luego de cada fumigación, los chicos sufrían mareos, vómitos y dolores de cabeza. El 15 de enero de 2007, dos días antes de la muerte de Cristian, las avionetas habían fumigado durante todo el día.

La familia Portillo ya no se refresca en el arroyo cercano, ya no usa el agua de pozo para cocinar y beber y ya no habita donde siempre había vivido. Abandonaron su histórica vivienda hace un año y se trasladaron al pueblo. “Cuando fumigaban, nos encerrábamos en la pieza. Por días nos dolía la cabeza, picaba la garganta y ojos. Y si llovía, el arroyo bajaba con peces muertos. En el campo hay palomas, perdices y liebres muertas, nada deja el veneno”, explica Norma.

Perdidos en la niebla

El médico Martín Alazard, integrante de la asamblea ambiental de Gualeguaychú, que en su ciudad ha realizado un recorrido semejante al de Gianfellice, explicó en la primera jornada sobre Impactos de los Modelos de Monocultivos que «el río Uruguay ya tiene una presión importante de contaminación por industrias, monocultivos de soja y agroquímicos. No puede soportar más contaminación, no se pueden instalar estas empresas».

Alazard se refería con toda claridad a las pasteras Botnia y Ence. El doctor guarda hoy silencio ante la extraña circunstancia de que la mayor parte de la asamblea ambiental esté apoyando a los ruralistas en su reclamo contra el aumento a las retenciones a la soja. Extraño, muy extraño.

No hace más de un año, el veterinario Ignacio Hernández explicó a la prensa de Gualeguaychú que Entre Ríos, con un 80% de su tierra cultivada con soja, es un ejemplo de la soja-dependencia. “Y, en esta provincia —sostiene Hernández en ese reportaje del diario “El Día”— Gualeguaychú cumple con las generales de la ley, generando problemas tanto por el monocultivo como por el uso descontrolado de agroquímicos. El record de la soja que se observa en Gualeguaychú, es también un récord en la utilización de agrotóxicos, porque la soja es agroquímica-dependiente.”

Hernández manifestó que “se está haciendo mucho dinero con la soja, pero hay una gran desidia y olvido de lo que pasa alrededor con la contaminación. La sojización es un gran beneficio para algunos grupos, avanza cada vez más, y es un futuro negro para nuestro país”, sostuvo.

El veterinario opinó que “nadie tiene derecho a diezmar la tierra“, refiriéndose al abuso de la producción de la soja, y expresó que “es pavorosa esta cuestión“, asegurando que “en Gualeguaychú hay lugares en donde se acumulan estas sustancias tan peligrosas, que parecen una bomba de tiempo“.

Hernández es propietario de la Veterinaria Avenida, ubicada en Primera Junta entre Urquiza y Luis N. Palma, en la célebre “avenida de las palmeras” de Gualeguaychú. En la puerta del negocio, una camioneta que lleva en sus puertas el logotipo de la veterinaria, tiene en el vidrio trasero un cartel: “Sí al campo”.

¿A cuál? ¿El monoproductor de soja?

El errático comportamiento de una asamblea ambiental capaz de apoyar el destrucción del medio ambiente sólo por solidaridad vecinal, hace pensar que el proceso de desmanicomialización avanza mucho más rápido de lo previsto.

El caso es que resulta odioso ver la paja en el ojo uruguayo y no la viga en el propio (a Botnia le llevará unos cuantos años arrimarse a la destrucción ambiental provocada por los agroquímicos).

La asombrosa voltereta de la asamblea ambiental, sumada al protagonismo que dirigentes de la Federación Agraria, como De Ángeli y Ferrari, han tenido tanto en la protesta contra la forestación abusiva en la República Oriental del Uruguay como en la defensa del monocultivo sojero, ha sido el puntapié inicial de la deslegitimación del reclamo ambientalista. Una lástima. Y una prueba de que hay muchos charlatanes metidos en estos conflictos, muchos irresponsables capaces de hacer y decir cualquier cosa con tal de estar en las pantallas de TV y las primeras planas de los periódicos

El caso es que en vez de exigir no un mayor aumento a la retención a la soja sino directamente la prohibición de las variedades transgénicas, se propicia la desertificación de las tierras y la contaminación de los niños entrerrianos para dar de comer a los chanchos de China.

Tanta incoherencia, tarde o temprano, se paga muy caro.

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