¿Que pasa con Donald Trump tras las midterms?

Donald Trump de cara al 2024. Los resultados de las elecciones de medio término no fueron los esperados para el expresidente, el cual se encuentra jaqueado por sus causas judiciales. De todas maneras, gran parte de su electorado se mantiene fiel, ¿quiénes son y por qué lo apoyan?
estados unidos

Por Gonzalo Fiore Viani

Cuando la candidata presidencial del Partido Demócrata, Hillary Clinton, dijo durante la campaña electoral del año 2016 que “la mitad de los seguidores de Trump pertenecen a una canasta de deplorables” no estaba haciendo más que evidenciar un profundo desprecio y odio de clase hacía parte de la Norteamérica profunda. Esa parte del país está integrada por gente mayoritariamente blanca, conservadora, generalmente con poca educación formal y de bajos recursos económicos. Este fue un electorado que votó en masa a favor de Donald Trump y al día de hoy constituye aún su mayor fuente de apoyo. El presidente es visto por ellos como alguien mucho más cercano, cuyo lenguaje llano les habla directamente. No viene de una prestigiosa universidad de la Ivy League y es todo lo contrario a lo políticamente correcto. Un error en el cual el progresismo estadounidense recae desde, por lo menos, 2015, es creer que a un granjero en Alabama o a un trabajador en Detroit cuya fábrica cerró les importa a quién dicen que hay que votar figuras de la industria como Jay Z, Beyoncé, Lena Dunham o Madonna. Muchísimo menos maestros de la literatura contemporánea estadounidense, como Richard Ford, Margaret Atwood o Stephen King, de quienes quizás jamás hayan escuchado sus nombres, a pesar de que describen como nadie la vida de la Norteamérica profunda de la segunda mitad del siglo XX, de la cual ellos mismos son sus protagonistas, silenciados –cuando no despreciados y convertidos en objetos de burla– por el establishment político y cultural, pero protagonistas al fin.

Desde los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los oficialismos pierden en Estados Unidos en ambas Cámaras en las elecciones de medio término. La única excepción a esta regla fueron los comicios inmediatamente posteriores al 11 de septiembre de 2001, cuando, en 2002, el Partido Republicano comandado por el entonces presidente George W. Bush arrasó, obteniendo, incluso, ocho escaños más de los que ya tenía. Estas elecciones, por cuestiones absolutamente diferentes, fueron casi igual de atípicas que aquellas. Tanto los demócratas como los republicanos las tomaron como las más importantes en décadas. La sombra de Donald Trump y sus candidatos extremas en el Grand Old Party (GOP), la polarización extrema que atraviesa la sociedad estadounidense desde, por lo menos, 2015, y la reciente anulación del derecho al aborto por parte del Tribunal Supremo, fueron los ejes claves de la elección que hicieron que los demócratas acudan a votar a sus candidatos en masa. A pesar de lo que se esperaba, en un escenario con un presidente sumamente impopular, con la peor crisis económica en décadas y los Estados Unidos involucrado indirectamente en una guerra que la mayoría de sus ciudadanos ven con completa ajenidad, el GOP no arrasó como cabría esperarse. Quizás, se basó demasiado en la agenda “identitaria” que tanto le critican a los progresistas.

Tras la derrota de 2016, el Partido Demócrata ha experimentado un corrimiento hacia la izquierda, encabezado por mujeres jóvenes como la congresista de origen latino Alexandria Ocasio-Cortez. Sin embargo, los demócratas aún tienen como desafío lograr hablarles a aquellos a quienes Trump logra interpelar tan bien, quizás debido a sus orígenes ajenos a las élites tanto culturales como intelectuales de New York, California o Washington. De todas maneras, en las últimas elecciones, la facción más izquierdista dentro del partido, los Socialistas Democráticos de América, fundada en 1982 y actualmente liderados por Ocasio-Cortez, se hicieron con doce escaños, la mayor cifra en la historia de los Estados Unidos para una organización de izquierda. Cabe decir que el número de afiliados de los Socialistas Democráticos se multiplicó por ocho en los últimos ocho años, llegando a tener 55.000 en todo el país. El grupo tiene particular inserción en los jóvenes, y la mayoría de sus representantes son sub 40, incluidos algunos sub 30.

A pesar de lo que auguraban la mayoría de las encuestas y los análisis políticos en los días previos, finalmente, no hubo debacle demócrata en los Estados Unidos. No se produjo ninguna “marea roja” del Partido Republicano ni una victoria abrasadora de Donald Trump, que todavía no reconoce los resultados y esgrime la vieja carta del fraude. Lo cierto es que, dónde se presentaron sus candidatos, la mayoría perdieron. Quienes sí ganaron, y en algunos casos, de manera aplastante, fueron los republicanos contrarios a su liderazgo, como el ultra conservador Ron DeSantis, que arrasó para ser gobernador por tercera vez consecutiva en el Estado de Florida. Los demócratas, contra todo pronóstico, lograron mantener el control sobre la Cámara de Senadores. Por su parte, hubo algunas votaciones “curiosas”. En el Estado de Tennessee se aprobó un referéndum para eliminar la “esclavitud como forma de castigo”. Se aprobó el uso de la marihuana recreativa en Maryland y Missouri, pero fue rechazada en Arkansas, Dakota del Norte y del Sur. También se aprobaron referéndums para garantizar el derecho al aborto en Estados como California, Vermont, Montana y Kentucky.

La clase media norteamericana, que en una época supo ser la más próspera del mundo, en las últimas décadas fue perdiendo poder adquisitivo. El mismo FMI señalaba en 2016 que uno de cada siete americanos vivía en condiciones de pobreza y el 40% de los pobres estaba trabajando. Esto llevó a un fuerte resentimiento de la clase media baja blanca, que vio en Trump –con sus discursos acerca de cómo el Estado norteamericano los había abandonado– una especie de salvador que venía a devolverles la grandeza que habían perdido, entendiendo el “Make America great again” como una interpelación a ellos, a “la verdadera América”; la misma “América” que les habían quitado “las minorías, los gays, los feministas, los negros, los hispanos y los liberales”. Es decir, todo lo que tenga que ver con el multiculturalismo, que asocian al progresismo de clase media alta. Esta situación no ha cambiado, precisamente, sino, que más bien, se ha profundizado a partir tanto de la pandemia como de las consecuencias de la guerra en Ucrania y las sanciones contra Rusia. El problema, sin embargo, viene de larga data. Tras la crisis inmobiliaria y la explosión de la burbuja financiera en 2008, los llamados “rednecks” se vieron arrasados. Imposibilitados de competir con los grandes pooles de siembra, su poder de producción era mínimo, en el mejor de los casos. Cuando Trump dice “America first”, ellos escuchan “nosotros primero”. A pesar de todo lo que sucedió con Trump, incluida la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021, este sector se ha mantenido fiel al expresidente.

Trump acusa a los “izquierdistas radicales del Partido Demócrata” de estar detrás de lo que aduce es una persecución judicial para “proscribir” su candidatura en 2024: “Es un ataque de los demócratas de la izquierda radical que desesperadamente no quieren que me postule a la presidencia″. Trump tiene un “comité de acción política”, al que llamó “Save America” (Salvar EEUU), rememorando su “Make America Great Again” (Hacer a EEUU grande de nuevo) que lo llevó a la presidencia en 2016. De acuerdo con el ex presidente, los demócratas armaron un sistema de justicia para perseguirlo y hostigarlo. Trump llegó a comparar lo sucedido en su mansión con el escándalo de Watergate, que le costó la presidencia a Richard Nixon en 1972. En un caso inédito en la historia de los Estados Unidos, la mansión que Donald J. Trump tiene en Palm Beach, Florida, “Mar-a-Lago”, fue allanada el pasado agosto por el Federal Bureau of Investigation (FBI). La operación fue previamente autorizada por una Corte de Justicia, debido al inquilino número cuarenta y cinco de la Casa Blanca que lo acusa de ocultar documentos clasificados. Sin embargo, esta no es la única y ni siquiera la más grave acusación que pesa sobre la cabeza del ex presidente. 

Lo cierto es que, si hay alguna comparación a lo largo de la convulsionada historia de los Estados Unidos es, efectivamente, con el ex presidente, también republicano. Nixon fue indultado diez meses después de su renuncia por su sucesor, Gerald Ford, pero, en 1975, debió comparecer a puertas cerradas ante dos fiscales y llegó a declarar once horas, durante dos días, ante un Gran Jurado federal respecto de lo que había sucedido en Watergate. Trump podría ser acusado formalmente de algo más grave: haber organizado los sucesos del Capitolio para evitar la toma de posesión del cargo de quien lo derrotó en las elecciones de noviembre de 2020, Joe Biden. Sin embargo, la actual investigación de la que es objeto el ex presidente tiene que ver con el mal manejo de Archivos Nacionales, algo penado por la Ley de Registros Presidenciales, que exige la preservación a los fines históricos y de transparencia ante los ciudadanos, de notas, cartas, mails, memorandos, o faxes de los presidentes durante el ejercicio de su cargo. Los propios ex asesores de Trump afirmaron que el mal manejo de los archivos era la norma durante sus años en la Casa Blanca, a tal punto de que llegaba a extraviarlos, perderlos, o incluso, destruirlos de manera deliberada. Ya en enero pasado le fueron secuestradas quince cajas que contenían este tipo de archivos. De acuerdo con lo que cuentan sus mismos ex asesores, el ex presidente se mofaba de las leyes respecto de los registros, y afirmaba que eliminaba los documentos luego de leerlos. Trump, como ajeno al establishment político que era, probablemente haya estado acostumbrado a todo tipo de manejo de la información y de los bienes. El manejo que hizo de lo público se pareció más a lo que hubiera hecho con sus empresas o establecimientos privados.

La popularidad de Joe Biden no se encuentra hoy, precisamente, en su momento más alto. Estados Unidos está técnicamente en recesión, tras tres trimestres consecutivos donde se produjo una caída del Producto Bruto Interno, y, a pesar de la relativa calma lograda por los demócratas tras las elecciones de medio término del 8 de noviembre pasado, la Administración Biden sigue siendo bastante impopular, incluso dentro de los votantes de su propio partido, que prefieren otro candidato de cara al 2024. Las posibilidades de Trump de ser candidato a presidente y retornar a la Casa Blanca en 2024 no parecían tan descabelladas. Aunque, por ahora, las midterms también dejaron mal herido a su liderazgo interno dentro del GOP. Por supuesto, sus posibilidades dependerán, por un lado, de cómo continúe la economía bajo la conducción de Biden, pero también de cómo se desarrolle su situación judicial en el corto y mediano plazo. Si hay algo seguro es que el ex presidente seguirá dando mucho que hablar en los próximos meses, y quizás en los años venideros. Shakespeare escribió que la vida “es un cuento relatado por un idiota, lleno de ruido y furia, sin significado alguno”, esto fue célebremente tomado por William Faulkner para su novela “El ruido y la furia”, publicada en 1929. Si hay alguna forma de calificar la presidencia de Trump y sus posteriores consecuencias, no habría una mejor que esa: ruido y furia.


Gonzalo Fiore Viani

Magister en Relaciones Internacionales / Becario doctoral CONICET

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