Papel azul araña

El editorial de Carlos Benítez afirmando que Proyecto Sur termina siendo la pata progre de la derecha motivó un airado comentario de un lector habitual y esta reflexión de uno de nuestros columnistas de cabecera.

El editorial de Carlos Benítez haciendo propias las palabras del diputado Sabbatella (“Proyecto Sur le dio quórum a la derecha y entregó la posibilidad de que el 82 por ciento se financiara legítimamente (…) En cualquier caso, (Proyecto Sur) termina siendo la pata progre de la derecha”) motivó un airado comentario de Carlos Eichelbaum preguntándose –y preguntándole– si Benítez es sordo o ciego o ambas cosas.

De movida nomás, y valiéndose de la técnica de empezar la película arrojando al rostro del espectador una torta de crema, Eichelbaum demuestra que si Benítez es sordo y ciego, él lo acompaña solidariamente en su padecimiento pues refuta a Benítez diciendo justamente lo que Benítez dice.

Aclaremos: ni Benítez ni Sabbatella dicen que el proyecto de Lozano no contemplara fuentes de financiamiento (que es lo que argumenta Eichelbaum para aseverar que Benítez es sordo y ciego y váyase a saber qué opina de Sabbatella): lo que ambos dicen es que Lozano dio quórum para que en el recinto se votara una ley sin que se previese el debido financiamiento. Y no dicen mucho más que eso, fuera de conjeturar que tal comportamiento colocaría a Proyecto Sur como ala izquierda de la derecha, o algo así.

Es posible también que el señor Eichelbaum tenga dificultades al momento de comprender los textos que lee, lo que no sería extraño: pispeando los comentarios que suelen despertar las más diversas notas en los más diferentes blogs, es tan asombrosa la cantidad de personas que se ven afectadas de esa misma deficiencia que uno no sabe si atribuirla a una epidemia, al estado del sistema educativo, a la humedad ambiente o a un trastorno psíquico que impide comprender el sentido de las palabras de otro, atribuyéndoles una intencionalidad que tal vez no tengan y que, en todo caso, de ningún modo manifiestan.

Lozano (y Eichelbaum) se sentirán en la vida en virtuosa soledad y está bien que así sea si acaso aspiran a ingresar en el santoral, pero en la cámara de diputados, en la política, en la historia y en la vida real de las personas comunes que no esperamos nada de una improbable existencia ultraterrena, es sabido que cada cosa que uno hace sirve para que no se haga otra y cada cosa que no hace o deja de hacer permite que se haga una diferente, de resultados probablemente opuestos a aquellos que aspiramos. En una palabra, que cada acto u omisión tiene consecuencias.

Ocurre que, nos encontremos o no en virtuosa soledad, la realidad no depende de nuestra única decisión sino del concurso de una mayoría suficiente de decisiones en razón de lo cual hay oportunidades en que resulta prudente agarrar la virtuosa soledad, ese virtuoso aislamiento, y metérselo bien adentro del bolsillo.

Y esta ha sido una de esas oportunidades perdidas: tanto Lozano como los demás diputados de Proyecto Sur sabían perfectamente que los miembros del grupo A jamás votarían su propuesta de financiamiento. Entonces, ¿a santo de qué dar el quórum permitiendo que el grupo A impusiera su criterio, si hay que creer en las palabras de Eichelbaum y Lozano, antagónico al de Proyecto Sur? ¿Para “dar testimonio”, justamente como los santos mártires? ¿Y a quién diablos le importan como no sea al propio señor Lozano el testimonio o la virtud del señor Lozano?

Y no es ésta la primera vez que el señor Lozano privilegia su propia y personal noción de la virtud sobre el interés de sus paisanos, lo que está bien para un místico religioso pero no para un representante popular; otro tanto y de modo casi calcado hizo cuando el debate por la imposición de retenciones móviles: votó por su propio, solitario, virtuoso proyecto en vez de sumar su voto y su parecer para mejorar el defectuoso proyecto que los demás diputados ya habían mejorado bastante, de manera de ayudar a los pequeños productores y a la vez impedir que la suba de precios internacionales arrastrara a los precios internos (es por culpa del precio internacional del trigo y, módicamente, también de la virtud del señor Lozano, que hoy pagamos el pan más caro que ayer).

Más arriba dije “si hay que creer en las palabras”. Y, en efecto, hay que creer en las palabras ¿por qué no hacerlo? ¿Por qué caer en la tentación parasicológica de “adivinar” las intenciones ocultas de Proyecto Sur o de cualquier otro?

Por los frutos los conoceréis, decía san Pablo. Y suele ocurrir que los frutos de la acción humana, de toda acción humana, tengan sabor agridulce, con lo que conviene tomarlos al bulto y sin detallismos ni sicologías. Y tomando las cosas al bulto, sin recurrir a las interpretaciones paranormales ni a la jeremiada a la que suelen ser tan afectos los dirigentes y militantes políticos en general, convendremos en que Lozano y los demás diputados de Proyecto Sur cometieron un error. Es un error serio, pero no es más que eso. Y que la intencionalidad la adivine Horangel.

Se trata de un error serio, pero no tan grave como pretende el oficialismo: todos y cada uno sospechan que al final de cuentas el Poder Ejecutivo vetará la mentada ley, pagando así el costo de gobernar. Vale decir, el costo de tener que actuar con sensatez en medio del delirio general, que es el kharma de quien gobierna o de quien esté cerca de hacerlo, lo que evidentemente, no es el caso de Proyecto Sur. Ni lo será, al menos mientras sus dirigentes se dediquen a dar testimonio en virtuosa soledad, como los santos, los locos y los idiotas.

Unos y otros habremos perdido una buena oportunidad para discutir seriamente sobre el actual sistema previsional, inviable, insustentable, con 82% o sin él. El sistema actual es ese híbrido deforme creado, retorcido por Cavallo para “competir” en desventaja con el a primera vista más atractivo sistema de jubilación privada: el principio del sistema solidario se basa en que son los trabajadores activos quienes subsidian a los retirados o a sus viudas, lo que puede estar muy bien para tiempos de pleno empleo formal y de temprana mortalidad, que no son los que corren. Se ha visto también, y sobradamente, que el sistema de ahorro previo es inadecuado y no cumple con su propósito aparente: por el contrario, más allá de la literatura de ocasión, la estatización del sistema y de los fondos de las AFJP se debió a que los jubilados privados debían ser ayudados por los fondos públicos a fin de que sus haberes apenas si llegaran al índice de indigencia.

La estatización de los fondos de las AFJP otorga hoy al Anses una caja lo bastante holgada como para financiar hoy cualquier ocurrencia, pero no para seguir financiándola mañana. Dicho sea de paso, resulta absurdo que una administración que tiene recursos para afrontar cualquier disparate de hoy, cuide de un buen, o al menos un conservador, manejo de esos fondos frente los embates demagógicos de una oposición que aspira a administrar mañana lo que será un gravoso déficit provocado por su dispendiosidad de hoy. “Pan para hoy y hambre dentro de cinco años” debería ser el leit motiv de quienes gobiernan hoy y seguramente no lo harán dentro de cinco años, no el de los que no gobiernan hoy pero aspiran a hacerlo dentro de cinco años.

El kirchnerismo –que mal que le pese al señor Eichelbaum– ha demostrado –por lo que sea, hasta por las motivaciones perversas que le atribuye el señor Eichelbaum– alguna vocación nacionalista y una cierta orientación popular, junto a Proyecto Sur, Encuentro Popular, acaso el socialismo y algunos sectores de la UCR, si es que aún queda algún resabio alfonsinista ahí, deberían discutir un nuevo diseño de la seguridad social y un nuevo concepto de los derechos sociales, en vez de disputar por tonterías, absurdos y chicanas de frenopático.

¿Son la salud, la educación y la seguridad los únicos derechos sociales básicos y universales? ¿No debería serlo también la vivienda? ¿Es la jubilación un asunto que compete únicamente a los trabajadores o es un problema de toda la sociedad? Y si la aspiración a una jubilación digna es, como lo dice la letra, un derecho constitucional ¿por qué el costo de ese derecho debe caer sobre las espaldas de los trabajadores?

Nota: sería útil que los jubilados que reclaman el 82% por tratarse de su dinero, entendieran que los fondos del Anses no son de los jubilados, sino de todos los trabajadores, con lo que sería más justa la aspiración de Moyano o de Yasky a decidir sobre su utilización que lo que se le pueda ocurrir a Carrió, Kirchner, Boudou o Lozano o a ese mismo jubilado.

Y continuamos: si la jubilación es un derecho garantido por la Constitución, se trata entonces de una responsabilidad social y, en consecuencia, de una obligación estatal.

La actualización del sistema jubilatorio, su adaptación a las actuales formas de trabajo y contratación, es una materia pendiente de ser discutida y analizada, que es a lo que debieran abocarse los dirigentes políticos en vez de perder el tiempo, la saliva y la poca sesera que les queda en polemizar alrededor de un porcentaje abstracto, de una cifra tan mágica como vacía, más propia de la Khabala que de la economía y la seguridad social.

Si suena justo que los trabajadores pasivos cobren en relación a lo que aportaron y a la vez la jubilación digna es un derecho de todos los ciudadanos mayores, independientemente de su aporte y más allá de que alguna vez lo hayan hecho ¿quién debe pagar el monto mínimo jubilatorio? ¿El Anses o el Tesoro? Si el Anses redistribuye de acuerdo a lo aportado, los fondos para la jubilación mínima deben salir del mismo sitio del que salen los fondos para la salud y la educación públicas, si acaso alguna vez pudiéramos reconstruir un sistema nacional de salud y educación. Y financiados del mismo modo, de acuerdo al presupuesto votado por los legisladores. Al menos, hasta donde uno sabe, los derechos constitucionales deben ser garantizados por el Estado, no por los trabajadores.

Lo que uno no sabe es si resulta posible discutir sobre estos temas con el propósito de llegar a acuerdos operativos, a “efectividades conducentes”. Tal vez no haya oídos para escuchar al otro, seguramente hay demasiado prejuicio, un edificio, un completo sistema de prejuicios que impiden ver y oír, aunque en el caso que comentamos, no le impiden ver y oír al sordo y ciego Benítez sino a Eichelbaum, quien acusando a Benítez de sordera o ceguera, despotrica durante párrafos enteros contra Kirchner, la minería, los glaciales, la asignación universal y la mar en coche, sin demostrar en ningún momento que Benítez y Sabbatella hayan faltado a la verdad: los diputados de Proyecto Sur dieron el quórum para que el grupo A votara el 82% sin conseguir que los diputados del grupo A le dieran la menor bolilla al sistema de financiación propuesto por Claudio Lozano. El resultado concreto, objetivo, es la sanción del 82% sin contemplar posibles fuentes de financiamiento, que es lo que argumentan Benítez y Sabbatella.

Aún en el caso de dar por cierto todo lo que dice Carlos Eichelbaum sobre el kirchnerismo, a lo que hizo o lo que le hicieron a Proyecto Sur en el barrio lo llaman de una manera muy gráfica que, para no ofender a nadie, nos abstendremos de repetir. Lo demás, es sanata.

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