Los fronterizos

Aplacada la ola antinepotista, el gobierno nombró a un primo de Macri en el ministerio de Seguridad. Renuncias, internas y ajustes de cuentas en los confines de Bullrich.

Los numerosos familiares de funcionarios que engrosan la burocracia estatal son una extravagancia del PRO. Sin ir más lejos, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, desparramó 18 parientes en la administración pública. Para conjurar la mala prensa del asunto, el Presidente firmó a fines de enero el decreto 93/2018 que prohíbe –incluso con carácter retroactivo– esta clase de nombramientos. Pero cinco semanas después una resolución de Patricia Bullrich y el propio Peña oficializó la designación de un tal Estanislao Mezzadri como director de Pasos Fronterizos del Ministerio de Seguridad, un trabajito que –con distintas denominaciones– venía desempeñando desde mediados de 2016. Cabe aclarar que este sujeto es primo de Mauricio Macri.

 

Lo cierto es que este caso puntual de nepotismo puso en foco al área de Fronteras –que depende de la Unidad de Coordinación General, a cargo del ya tristemente célebre Pablo Noceti–, un coto ministerial cuya cúpula, integrada por personajes de vidriosa calaña, merece ser explorada.

 

Golfista sin fronteras

“Quiero reconocer tu valentía y ofrecerte todo mi apoyo”, le soltó Macri en la Casa Rosada al policía Luis Chocobar, quien el día anterior había matado por la espalda a un ladronzuelo. La ministra Bullrich observaba la escena con una expresión entre cariñosa y comprensiva. Corría la primera mañana de febrero.

 

En esas mismas horas le renunciaba uno de sus funcionarios predilectos: el secretario de Fronteras, Luis Green, o, mejor dicho, subsecretario flamante, ya que tal dependencia –en virtud al achicamiento de la estructura del Estado– acababa de ser colocada en un nivel inferior. Aquella era la razón de su paso al costado.

 

Una lástima. Ese hombre canoso, pálido y grandote como un oso polar era el único ladero de Bullrich que provenía de su ya deslucido sello político, Unión por Todos. En virtud a su cargo estaba al frente del Operativo Frontera (un programa de lucha contra el narcotráfico, el contrabando y otros flagelos limítrofes, que hasta incluía el derribo de aviones en casos de violación del espacio aéreo). Pero sus atribuciones solo abarcaban el plano formal; no más que los actos oficiales y las fotos, puesto que su formación al respecto era algo precaria. Diplomado alguna vez en Oceanografía, el ahora ex funcionario era en realidad un especialista en vender e instalar y canchas de golf. No obstante –según consignó el diario Tiempo Argentino en su edición del 24 de julio de 2016–, a la ministra le fue de suma valía para esmerilar el poder del secretario de Seguridad, Eugenio Burzaco, su gran “enemigo interno”.

 

Durante la tarde de aquel sofocante jueves, Macri continuaba elogiando al homicida de uniforme, cuando un mensaje de texto ingresó al WathsApp de Bullrich. Había sido enviado por Green a todos sus allegados, y decía: “Bajar Fronteras al nivel de subsecretaría es un grave error político. Quedarme como subsecretario sería avalar dicha decisión”.

 

La expresión benévola de la ministra entonces se enturbió.

 

La pesadilla recurrente

Cuatro meses antes, mientras el caso Maldonado era observado por el mundo, hubo un misterioso cónclave argentino-chileno en el Palacio San Martín de la Cancillería. Por el país vecino asistió el ministro del Interior, Mahmud Aleuy, y otros tres funcionaros del gobierno de Michelle Bachelet. Por la parte local estuvo la señora Bullrich y su plana mayor –Noceti, Gonzalo Cané y Gerardo Milman–; también había un tipo sesentón, de bigote blanco y mirada fría; era el subsecretario de Coordinación de Fronteras, Vicente Autiero.

 

El tema que los reunía era muy delicado: la Dirección de Inteligencia de Carabineros –la principal fuerza de seguridad chilena– había arrestado a ocho “extremistas” mapuches. Esa acción fue bautizada con el criterioso nombre de “Operativo Huracán”. Y los visitantes trasandinos vinieron a ofrecer pruebas (que incluían escuchas telefónicas y mensajes de texto) sobre la inminencia de un cuantioso contrabando de armas desde la Patagonia hacia la Araucanía, con la complicidad de mapuches argentinos.

 

A don Autiero le brillaban los ojillos. Se trataba de un brigadier retirado de la Fuerza Aérea.

 

Aquel individuo suele jactarse en las sobremesas de haber puesto fuera de combate, piloteando un Skyhawk, a una fragata inglesa durante la guerra de Malvinas. Y que en el repliegue creyó que su avión ardía, cuando en realidad era una línea de fuego formada por la concentración de proyectiles ingleses. También, con un dejo de resignación, reconoce que esa escena se le aparece en los sueños de manera recurrente.

 

¿Qué otras pesadillas arrastrará de la última dictadura?

 

Más allá de eso, la vida ahora le ofrecía una segunda oportunidad para saciar su vocación “castrense”.

 

De hecho, a raíz de las revelaciones vertidas durante aquella reunión en la Cancillería, argentinos y chilenos acordaron cerrar los pasos fronterizos. A la vez tales datos fueron volcados al ya famoso protocolo de 180 páginas del Ministerio de Seguridad sobre “terrorismo mapuche” en la región.

 

Y, además, su contenido incidió en la creación de un “comando unificado” entre todas las fuerzas federales de seguridad y las policías de Neuquén, Chubut y Río Negro para enfrentar semejante “rebrote subversivo”. En estos tres temas el brigadier tuvo un rol preponderante.

 

Al respecto no está de más resaltar que Autiero es el único colaborador de Bullrich con formación militar. Tal característica –sumada a su bajo perfil–lo convirtió en el “cerebro operativo” del ministerio desde la sombra.

 

De su autoría –por ejemplo– es el ya mencionado protocolo de derribo de aviones, una pena de muerte sin juicio previo para simples sospechosos. Y suyo es el proyecto de Defensa y Seguridad del macrismo, redactado desde la Fundación Pensar durante la campaña electoral. Pero aquel hombre es más que un teórico, ya que el 18 de diciembre comandó personalmente –según reveló Horacio Verbitsky en su portal, El Cohete a la Luna– la sanguinaria represión contra quienes se manifestaban contra la reforma previsional.

 

Aquel lunes, con 1500 efectivos militarizados, como si se tratara de un ejército de ocupación, transformó el centro porteño un teatro de operaciones bélicas. Su táctica no fue muy feliz. En vez de establecer un comando táctico unificado –con monitoreo televisivo de cada ángulo del teatro de operaciones y diálogo permanente con los jefes de calle–, el brigadier prefirió desplegar las cuatro fuerzas federales sin comunicación entre sí y con el gatillo libre para actuar. Así transcurrió aquel festival del garrote y la pólvora. El saldo del día: unos 200 civiles heridos y 114 detenidos.

 

Dos meses después su ofensiva “disciplinadora” contra los mapuches en el sur patagónico sufrió –por motivos ajenos a su voluntad– un estrepitoso cimbronazo al estallar en Chile un escándalo institucional sin precedentes: las pruebas del Operativo Huracán eran falsas; habían sido manipuladas en forma alevosa por los Carabineros. De modo que toda la “política de seguridad” que él contribuyó a idear en esa zona del país estaba cifrada en un embuste.

 

En aquellos días también ocurrió la súbita renuncia del golfista Green. Autiero, en su fuero íntimo, masticaba la ilusión de ser su reemplazante.

 

No fue así. Bullrich optó por el casi desconocido Renato Matías Lobos.

 

Vueltas de la vida

El nuevo subsecretario de Fronteras, un politólogo de 45 años, coincide con su antecesor en dos características: su inexperiencia en la función para la cual fue designado y su añeja militancia en Unión por Todos. Por dicho espacio fue precandidato a intendente de San Martín en 2015, pero sin éxito, después de haber sido durante casi cinco años asesor del bloque partidario en la Cámara de Diputados. Así se resume su carrera política. Pero la idoneidad en ciertos casos es lo de menos; en realidad su nombramiento se explica por la confianza que la ministra le dispensa. Una confianza indispensable para tener en la sede ministerial de la calle Gelly y Obes un ladero tan fiel como Green lo supo ser.

 

Claro que no se trata de un hombre que carezca de cintura. Ni lento ni perezoso, le recordó a su jefa que sería conveniente oficializar la designación del abogado Estanislao Mezzadri, el primo del Presidente, quien transitaba los pasillos del Ministerio de Seguridad con ya 20 meses de antigüedad.

 

Este cuarentón barbudo, con dicción afectada y algo introvertido, es un sobrino de la señora Alicia Blanco Villegas, madre de Mauricio.

 

Ex alumno –como su poderoso pariente– del colegio Cardenal Newman y recibido en la UBA a fines de 2001, su paso por la facultad de Derecho fue inmortalizado por un artículo del diario La Nación; su título: “Denuncian que fueron forzados a protestar”. La crónica –fechada el 23 de marzo de ese año– relata que “un grupo de alumnos denunció haber sido obligado a abandonar las aulas para sumarse coactivamente a las protestas”. Su vocero no era otro que el joven Estanislao, quien declaró: “No estuvimos de acuerdo con las clases abiertas y no creo que la decisión que se tomó en la asamblea estudiantil del lunes haya sido democrática”.

 

El reclamo estudiantil estaba motivado por los recortes presupuestarios para la educación, entre otros ajustes del gobierno de Fernando de la Rúa. Por entonces, una joven Patricia Bullrich era ministra de Trabajo. Meses después, fue mudada a la cartera de Seguridad Social para podar el 13 por ciento de los haberes jubilatorios. Ahora, 17 años después, el destino logró reunir a esos dos personajes en la función pública.

 

La política es el arte de lo posible.

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