Este domingo, con el referéndum para definir si Cataluña se separa de España, se pone en marcha un proceso de consecuencias imprevisibles. Sería tedioso e inútil recorrer el desarrollo histórico de la tensión entre Cataluña y el Estado español. Tan inútil como revisar los argumentos en pro o en contra de la legalidad de este referéndum. Por sobre los argumentos de cualquier clase, pesa un fuerte componente emotivo que atraviesa todo lo que precede a la consulta, y será el oxígeno de lo por venir. Por eso me propongo exponer los sentimientos que están en juego, dado que, a partir de este domingo, pueden ponerse al rojo vivo.
Para los catalanes no hay dudas sobre su identidad como nación, construida a lo largo de siglos. Se expresa con idioma propio, hablado por la inmensa mayoría de los catalanes. Una lengua que supo resistir las presiones para imponerles el español. Si bien las migraciones internas, atraídas por la potente industria catalana durante los siglos XIX y XX, sumaron originarios de Andalucía, Extremadura, Murcia, Aragón y otras regiones pauperizadas, lo que hace que en las ciudades como Barcelona el bilingüismo sea normal, en la Cataluña interior la lengua de comunicación diaria es el catalán. Hablan castellano esporádicamente y, en general, como una atención a quien los escucha, especialmente si su acento es “sudaca”. Si su acento delata a Madrid, se harán los sordos, porque Madrid es poco menos que el Demonio. Con lo que los catalanes se ven distintos a los españoles, y ese orgullo por serlo en los últimos años se ha transformado, en muchos, en fobia antiespañola. Fobia que en los partidos de fútbol entre el Barcelona y el Real Madrid se manifiesta rozando el ridículo.
«El referéndum es un mamarracho, no sólo en lo legal, sino porque deja afuera a cientos de miles de catalanes»
Lo dicho tiene una contrapartida. Las medidas que ha tomado el gobierno central, y las que pueda tomar, se alimentan, a su vez, del rechazo de la España profunda hacia los catalanes. El Partido Popular (PP) en el gobierno, con Mariano Rajoy a la cabeza, como buen hijo del franquismo, tolera como un mal menor la existencia de las autonomías, pero responde a un electorado conservador, españolista, que manifiesta su fobia hacia lo catalán de las maneras más primitivas. Si se les sugiere a los anti catalanes que, ya que no los quieren, los dejen separarse, la respuesta más común es “no se saldrán con la suya, antes muertos”.
En ese campo de rencores alimentados durante decenios se juega el referéndum del domingo. Sumando que, tal como se presenta, deja sin espacio de participación a millones que, como Joan Manuel Serrat –hoy uno de los tipos más insultados por los independentistas– no quieren la separación sino la creación de una federación de Estados. La asociación federativa, que es una opción que convence a muchos catalanes que no renuncian a ser españoles, no se contempla en esta consulta. Lo que tensa una cuestión de larga data: se ha escuchado más de una vez a integrantes de Convergencia Democrática de Catalunya (CDC), el partido de Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, llamar “migrantes de tercera generación” a nacidos en Cataluña, de padres catalanes y abuelos andaluces o extremeños, estableciendo una división irritante entre catalanes de pura cepa y “advenedizos”. Lo de Serrat, hijo de catalán y aragonesa, no es nuevo. Los catalanistas cerrados lo consideran un traidor porque compone y canta en castellano, casi siempre.
Ese ninguneo tiene no pocos antecedentes, y para muestra un botón. Hace unos años, a la Feria del Libro de Frankfurt, la más importante del mundo occidental, se llevó como país invitado a Cataluña (un par de años más tarde, el invitado fue Argentina). Los funcionarios de aquel momento decidieron la concurrencia solamente de escritores que escribían en catalán. Dejaron afuera a Juan Marsé, a los Goytisolo, a Rosa Regás, etc., etc., y a todos los que escriben en castellano. Eso es coherente con que en los colegios se dictan clases en catalán y se leen solamente autores que escriben en catalán. La reducción a una expresión mínima de la literatura, en la tierra de Cervantes, es una reducción a la cerrada aldea campesina.
Bien, imaginamos el ring y dibujamos a los luchadores, para prever hacia dónde soplarán los vientos.
Por un lado, los hijos del franquismo, y sus asociados en el devenir, los supuestos socialistas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que no permitirán, de ninguna manera, la separación de Cataluña. Saben que, de permitirlo, a pocos pasos seguirá el País Vasco y, quién sabe, hasta los gallegos.
Por la vereda de enfrente, la entente que articuló este referéndum, que no puede tener otro resultado que el SI a la independencia. Por un lado, los integrantes de “Junts pel Si” (Juntos por el Sí), conformado por Convergencia Democrática de Catalunya (CDC), una expresión de la burguesía conservadora de Catalunya, y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), un partido que se dice catalanista y de izquierda. Y, por el otro lado, la Candidatura d´Unitat Popular (CUP) un agrupamiento que, en el más optimista de los puntos de vista, expresa la política del modernismo post moderno: variedad de supuestos anarquistas, verdes, catalanistas extremos, okupas, y una variedad de sujetos que suponen que mear en la calle a uno lo hace revolucionario. El resultado es que el referéndum es un mamarracho, no sólo en lo legal, sino porque deja afuera a cientos de miles de catalanes.
Pero la consulta se realizará igual. Previendo tormentas, la Generalitat ha sugerido que, si uno no tiene la papeleta, la puede bajar de internet, y vale. Por si algún lector quiere votar y, al mismo tiempo, inventarse una urna, se la ponemos a mano. Porque eso es lo que sucederá este domingo: florecerán las urnas, se votará en cualquier esquina y ganará el SI a la independencia. Lo que supone que, 48 horas más tarde, Cataluña anuncie su separación unilateralmente.
«El Partido Popular, como buen hijo del franquismo, tolera como un mal menor la existencia de las autonomías, pero responde a un electorado conservador, españolista, que manifiesta su fobia hacia lo catalán de las maneras más primitivas»
Es harto probable que, de la insensatez del gobierno español y los resultados del referéndum, nazca un monstruo de múltiples y voraces cabezas. Si bien la derecha catalana se conformaría con lograr concesiones sobre la administración económica, los extremo-independentistas es difícil que trancen. Con lo que queda el enfrentamiento. Contra España e inter Cataluña.
Como recuerdos del futuro, dos elementos. Uno, Terra Lliure (Tierra Libre), una organización armada de los 70, cercana a ETA y el IRA, que en 1991 se disolvió, con muchos de sus miembros integrándose a Esquerra Republicana de Catalunya. Dos, que el gobierno de Felipe González (PSOE) parió los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), destinados a eliminar a ETA. Para darle consistencia integraron a Jean-Pierre Cherid, un argelino, veterano de la batalla de Argelia, condenado en Francia por ser parte de los comandos Delta del general Raoul Salam, opuestos a la independencia argelina. Un especialista de la llamada “escuela francesa contrarrevolucionaria”, es decir, escuadrones de la muerte. La misma teoría que informó el genocidio en Argentina, basada en secuestro, tortura y desaparición.
Todo esto está en juego en el resultado del referéndum del domingo y afectará a millones de catalanes que creen que con manifestaciones y urnas lograrán la independencia y, con ella, la felicidad más completa. La mezcla de patriotismo e ingenuidad política suele ser letal.