Locos por Blumberg

Las encuestas dicen que Juan Carlos Blumberg es, lejos, el personaje más famoso de la provincia de Buenos Aires detrás de otros candidatos o futuros candidatos. La anunciada pero todavía insegura concentración del 31 de agosto en Plaza de Mayo está irremediablemente politizada. Con semejante popularidad, los desconocidos de siempre lo quieren en sus filas. El caso de Raúl Castells es el más notorio pero no el único: a cambio de engordar la marcha de la Cruzada, Blumberg le prometió preocuparse por los jubilados.

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Militantes de la inseguridad

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Ay, la fama

El dato, porque ni siquiera llega a tendencia y menos a escenario, no debe ser tomado a la ligera por el gobierno, y no tanto por el peligro que pueda representar a la hora de las elecciones, que será menor, sino porque está señalando que el pueblo espera más de las autoridades.
Esperar más no significa necesariamente que pida más mano dura, ni que los que señalan la popularidad del ingeniero concurran masivamente con las velitas prendidas, ni siquiera que se esté de acuerdo con las propuestas de Blumberg y quienes lo siguen.

Puede significar que hay una creciente atención -para no decir “conciencia”- puesta sobre la relación entre la violencia social que se padece, y su caldo de cultivo, las condiciones socio-económicas de ese gran conglomerado africano que es el conurbano bonaerense.

Y por lo tanto, se achaca al gobierno no haber hecho todo lo que está a su alcance para revertir ese panorama. Si el gobierno lo lee así, no recurrirá -y no lo va a hacer- a la receta demagógica de nombrar a Patti o a Rico para que dirijan la policía.

Blumberg seguramente no lo lee así, y tampoco lo leen así los que se han ido a refugiar tras esa popularidad.
En este sentido, la anunciada marcha de la Cruzada hacia la Plaza de Mayo, el 31 de agosto, se ha convertido en un hecho político que otros menos famosos (Carrió, Patricia Bullrich, López Murphy, Macri) están tratando de aprovechar.

Balbuceos

El ingeniero duda y tartamudea cuando se lo apura sobre el sentido político de la marcha, escudándose detrás del inminente final del juicio por el secuestro y asesinato de su hijo, como si el plus de esa convocatoria fuera presionar a los jueces para que desechen los atenuantes, si los hubiera, y en lugar de hacer justicia, apliquen la venganza que él pugna por obtener tomando a la sociedad como rehén.

¡Menos mal que no hay juicio por jurado! No es ecuanimidad y justicia lo que busca la Cruzada, que en tal eventualidad rechazaría a cualquier jurado sospechado de garantista. Porque lo que quiere Blumberg es imponer su punto de vista a toda la sociedad, y en eso coincide con la minoría de la derecha.

Conseguir el máximo de penas para los asesinos, y acaso un poco más, es el plus de esta convocatoria, pero el fondo de la cuestión es que la derecha busca desesperadamente un candidato, y ahora que las encuestas ubican a Mr. Blumberg en el podio de los famosos, creen haberlo encontrado.
Una maniobra similar (cuyas consecuencias el gobierno desarmaría con paciencia china) se intentó con la primera marcha, la del 1° de abril de 2004.

Desde el imprevisto triunfo de Kirchner, la derecha (¿por qué se insiste en denominarla “centroderecha”? ¿Sólo porque ocultan mediante ardides publicitarios su carácter autoritario?) no logra armar una coalición similar a la que, con astucia sin igual, montó Carlitos Menem en 1989, aliando a víctimas y victimarios detrás de los peores valores (o disvalores) que puede aglutinar a una sociedad organizada.

Busca también acercándose a Lavagna, pero quién sabe. Al fin y al cabo, el ex ministro está más cerca del puñadito de grupos concentrados con capitales nacionales que sobreviven, que de las grandes multinacionales que sin duda aplauden a Blumberg.

Y también duda porque un candidato famoso debe cambiar ese papel de víctima con el que se presenta, por otro más Pro.
Así no se gana.

No obstante ello, una concentración en el icono máximo del poder, la Plaza de Mayo, podría aportar a esa dirigencia una masividad que nunca ha podido certificar en las urnas.
Una marcha con 200 mil asistentes, convertidos en medio millón o más según los organizadores, y con esos políticos a la cabeza, rodeando al ingeniero con rostros compungidos, constituiría un hecho publicitario al que se le podría sacar jugo por mucho tiempo, por ejemplo en las próximas elecciones.

Una nueva concordancia

En la Argentina hay demasiadas Cruzadas: la de los antiabortistas, la de Blumberg y también la clásica y tradicional cruzada de Marianito Grondona, con muchos puntos en común.

Blumberg y Grondona coinciden en casi todo.
En la última emisión del programa que emite canal 9 con la música de fondo de “La Misión”, su conductor hizo lo imposible para promover la concurrencia a la concentración del 31, mientras desplegaba con el entrevistado esa actitud seductora que desaparece cuando los invitados no son del mismo palo.

Para Marianito, existiría una especie de confabulación perono-monto-progresista tendiente a celebrar el delito organizado, de la cual han sido víctimas no sólo Blumberg, sino el propio padre Grassi, a quien el conductor defendió con fervor en un programa anterior.

El argumento elegido en aquella ocasión fue que la señora de Carlotto querría apropiarse ilegalmente de lo que se ganó legalmente el cura con la tómbola telefónica de Hard Comunication-Galimberti-Born-Susana Giménez, pretendiendo utilizar las instalaciones de la fundación para armar guerrillas y lavar el cerebro de los hijos de desaparecidos.
Este hilo conductor, por cierto, no le hace nada bien a la imagen del ingeniero, aunque no sea él, sino el ex procesista Grondona quien teje la madeja, una madeja que anuda no sólo a la oposición liberal que se muestra (los de siempre: Bullrich, Carrió, López Murphy, Macri) sino a otros personajes notorios, como Avelino Porto y al empresario Felipe de La Balze, directivo perpetuo del CARI, pajaritos llamadores de lo más concentrado de la economía desnacionalizada.

Con ser naturales esas coincidencias, la incorporación a esa nueva concordancia del piquetero de derecha y mediático Raúl Castells es la última muesca de una historia coherente de manifestaciones marginales en busca de líderes (o financiamientos) providenciales, y provinciales. Cuarta Internacional, MacDonald, Rodríguez Sáa y Menem, s’egual.

De esto se trata

El diagnóstico de Blumberg es simple, efectivo, trivial y brota como una opinión universal:

Muchos delitos son cometidos por menores. Las penas actuales son insuficientes como para tener un efecto ejemplificador. Hay muchos delincuentes sueltos. La policía debe dedicarse a la represión y no a la prevención.

Para semejante panorama ofrece una receta no menos universal con varios medicamentos infalibles:

– Aumentarán ciertas penas para determinados delitos.
– Se bajará la edad de imputabilidad.
– Se crearán muchas, muchas cárceles.
– Se creará una policía nacional represiva.
– Se reglamentarán los juicios por jurados.
– Los presos deben trabajar y aprender oficios.

Con dos corolarios:

– Los que lo critican protegen a la delincuencia.
– El trabajo en la cárcel permitirá reinsertar en la sociedad a los condenados.

Sin embargo:

– La mayor parte de los detenidos en el país son jóvenes y pobres.
– No decidieron marginarse voluntariamente. Por el contrario, cayeron en la delincuencia porque pertenecen hasta una tercera generación de excluidos. Por lo tanto, es imposible reinsertarlos a una sociedad a la que nunca pertenecieron.
– No obstante el modelo cultural de efectivos juicios por jurado, de presos guadañando el pasto al costado de las rutas, y de la pena de muerte como ejemplificador extremo, EEUU tiene índices de delincuencia y tasas de homicidio superiores a los de la Argentina: 10 contra 6,5 cada 100 mil habitantes.
– Las estadísticas (de las que la Fundación Blumberg carece para fundar su propuesta) muestran que se vienen incrementando los delitos contra la propiedad con distinto grado de violencia. Es preciso detenerse brevemente en una definición excesiva: el delito contra la propiedad se produce cuando alguien quiere apropiarse de un bien considerado propiedad ajena. Sin necesidad de explayarse sobre la naturaleza de la propiedad privada como base de la civilización occidental, nuestro país ha vivido una feroz redistribución de los bienes y de la demanda de bienes de un sector social a otro, concentrando su tenencia en pocas manos.

Esta certeza debe hacer reflexionar a quienes están sensibilizados por el clima de violencia social que todos padecemos, como si se tratara de una cuestión psicológica o emotiva.

Detrás de ese reclamo, los dirigentes de la vieja derecha nativa pretenden instalar nuevamente las recetas que se impusieron en la dictadura militar y en la década del 90, que son precisamente los causantes directos de tal concentración.

Es tonto pretender una vida idílica con tan monstruosa realidad de exclusión e inequidad.

Un pibe sin alimentos, educación y salud suficientes; un desocupado que no se jubilará nunca; un criminal que cruza con semáforo en rojo; un funcionario que permite que un loco porte un arma de guerra; un chico acribillado por portación de cara; una familia sin vivienda digna, también son manifestaciones de inseguridad.

Pero eso a Blumberg no le interesa.

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