La cumbre paralela

Macri apuesta a que una cumbre exitosa del G20 le consiga, finalmente, la lluvia de inversiones que nunca llegó. Pero la agenda global tiene otro desafío: conseguir al menos un documento final firmado por los 20 gobernantes con consensos mínimos sobre comercio y cambio climático. Los cruces latentes.

El debate planteado por el gobierno argentino para la cumbre del G20 que comienza el próximo viernes tiene tres ejes: el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo y un futuro alimentario sostenible. Sin embargo, los verdaderos objetivos del anfitrión y de los invitados son muy distintos y en ambos casos parecen estar más enfocados en las reuniones bilaterales o paralelas que a la discusión que dirigirá el presidente Mauricio Macri entre los 20 países -más tres invitados-, y más de una decena de organismos de crédito internacional y organizaciones internacionales y regionales.

 

El gobierno de Macri tiene todas sus fichas puestas en las reuniones bilaterales y en los más de 100 acuerdos que espera firmar. Según adelantaron funcionarios en on y off, la Casa Rosada espera conseguir un aumento de exportaciones de alimentos a China, importantes contratos militares con Francia, compromisos e inversiones con Japón, Corea del Sur y Rusia, y una profundización del vínculo comercial con Reino Unido.

 

Con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, las expectativas son limitadas. Para el gobierno argentino, una victoria sería obtener un avance en la revisión de los aranceles impuestos a las exportaciones argentinas de biodiesel y un respaldo explícito a su política económica y acuerdo con el FMI y a la candidatura argentina a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

 

En otras palabras, Macri apuesta a que una cumbre exitosa del G20 le consiga, finalmente, la lluvia de inversiones y el apoyo económico internacional que tanto promocionó y nunca llegó.
En términos diplomáticos, en cambio, una cumbre exitosa del G20 -en este contexto mundial de guerra comercial entre potencias, denuncias internacionales de asesinatos políticos y salidas abruptas de acuerdos multilaterales- significa conseguir al menos un documento final firmado por los 20 gobernantes con consensos mínimos en dos cuestiones centrales: libre comercio y la necesidad o no de reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC), y cambio climático y el futuro de los compromisos asumidos en París.

 

La evaluación del gobierno no es exagerada.

 

La cumbre del G7 en Canadá en junio pasado terminó con acusaciones públicas cruzadas, expresiones de decepción y una salida intempestiva de Trump, y hace sólo unas semanas la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en Papúa Nueva Guinea terminó sin un documento final por primera vez en su historia y con un choque muy poco diplomático entre Estados Unidos y China. Al final del encuentro, el anfitrión, el primer ministro Peter O’Neill, no tuvo más opción que reconocer ante la prensa el fracaso: «Había dos gigantes en la habitación, ¿qué más puedo decir?»

 

El tema que provocó la división fue si incluir o no en el documento final una mención sobre la necesidad de reformar la OMC, algo que Trump reclama a viva voz hace meses y que China, el incansable defensor del libre comercio en esta disputa de potencias, rechaza. El temor es que suceda con esta discusión lo mismo que ocurrió con el cambio climático en la ciudad alemana de Hamburgo, en la última cumbre del G20.

 

Unos meses antes de ese encuentro, Trump había anunciado que abandonaría el Acuerdo de París firmado por 195 países en 2016 -lo que recién podrá concretar a finales de 2020- y, en un acto inédito, los socios de Estados Unidos en el G20 decidieron enfrentarlo y aislarlo con un documento final que ratificó el apoyo de las potencias al tratado medioambiental.

 

Un año después, nadie parece estar interesado en repetir ese escenario.

 

El jueves pasado el diario Finantial Times publicó un borrador del documento final que se negocia a contrarreloj.

 

El texto insta a los países a “reconocer la importancia del sistema comercial multilateral” y “trabajar para mantener a los mercados abiertos y garantizar las mismas condiciones para todos”. “Sin embargo, -destacó el medio- no hay un compromiso explícito de combatir el proteccionismo. El lenguaje anti proteccionista ha sido un marca de las promesas del G20 desde que el foro (anual de jefes de Estado y gobierno) fue creado en 2008”, con la crisis financiera internacional.

 

Además el borrador menciona que los líderes ordenaron a sus ministros de Comercio “desarrollar propuestas para garantizar que la OMC continúe siendo relevante” e informar de los avances en la cumbre del año próximo en Japón.

 

Sobre cambio climático y el compromiso asumido por la mayoría del mundo con el Acuerdo de París, el vocabulario es aún más débil y vago. El borrador apenas menciona el tratado, “reconoce las diferentes circunstancias, incluidas las de aquellos países decididos a implementar el acuerdo de París” y se limita a afirmar que la falta de cumplimiento registrada hasta ahora -por casi todos los miembros del G20, no sólo Estados Unidos- “fue discutida”.

 

Un consenso en el documento final, por más mínimo y lavado que sea, podría aflojar un poco la tensión y conseguir las fotos que Macri tanto ansía de los líderes del mundo sonrientes y relajados. Pero el verdadero interés de los dirigentes que comenzarán a llegar a Argentina en los próximos días para la cumbre de 48 horas se dirimirá en las reuniones bilaterales o paralelas al G20.

 

El encuentro más esperado será, sin dudas, el de Trump con su par chino, Xi Jiping.

 

Los dos mandatarios se juntarían a cenar el sábado y cada uno traerá a seis asesores y funcionarios. Los nombres aún están siendo negociados, según contó hace unos días el diario hongkonés South China Morning Post. La gran incógnita es si las dos potencias lograrán llegar a un acuerdo y poner fin a la guerra de aranceles que inició Trump a mediados de año, cuando impuso la primera ronda de aranceles a exportaciones chinas de maquinaria, productos electrónicos, autos, computadoras y televisores LED, valuadas en unos 34 mil millones de dólares.

 

La escalada continuó hasta que la última tanda de aranceles se concretó a mediados de septiembre. Tras cada anuncio estadounidense llegó la represalia china. La dinámica ojo por ojo estuvo acompañada de acusaciones verbales y, aunque Trump moderó sus declaraciones y tuits en el último mes, nadie está seguro de que lleguen a un acuerdo en Buenos Aires. Sólo la semana pasada uno de los funcionarios estadounidenses que podría estar en la cena porteña el sábado, el representante de Comercio Robert Lighthizer, aseguró que “China no ha cambiado realmente sus prácticas injustas, irracionales y que distorsionan los mercados”.

 

El otro encuentro que genera expectativa es el de Trump con su par ruso, Vladimir Putin.

 

El vocero de la Presidencia rusa, Dimitri Peskov, adelantó hace unas semanas que Putin y Trump discutirán en Buenos Aires la decisión del mes pasado del estadounidense de abandonar el Tratado de Fuerzas Nucleares de Mediano rango (INF por sus siglas en inglés), un acuerdo firmado en el ocaso de la Unión Soviética, que permitió la eliminación de casi 2.700 misiles de corto y mediano alcance y reducir la militarización de Europa tras más de 40 años de Guerra Fría. Como sucedió con el acuerdo nuclear con Irán, sin presentar evidencias, el presidente norteamericano acusó a la otra parte de no respetar lo acordado y prometió dar un portazo.

 

Pero mientras Trump retoma por momentos la retórica de la Guerra Fría y alimenta la tensión entre Estados Unidos y Rusia, en Washington siguen creciendo las expectativas y las presiones alrededor de la investigación del FBI que busca determinar si la campaña del presidente republicano y su círculo íntimo complotaron con Moscú para debilitar a la candidata demócrata Hillary Clinton y ganar las elecciones en 2016.

 

El solo encuentro entre Putin y Trump, por más belicosidad que le imprima el estadounidense, no hará más que alimentar las ansias de definiciones de la oposición y los temores del oficialismo.
Otra foto que seguramente incomodará a Trump será la que comparta con el príncipe heredero saudita, Mohamed bin Salman.

 

El príncipe, que a principio de año intentó conquistar al mundo occidental con su sonrisa y una campaña multimillonaria de publicidad y prensa, hoy quedó manchado por el secuestro, tortura, asesinato y desmembramiento de un periodista saudita y columnista del diario The Washington Post, Jamal Khashoggi, en el consulado del reino en Estambul.

 

Trump ha hecho lo imposible por mantener la alianza con la monarquía petrolera – justificó la relación con cifras infladas de ventas militares y se enfrentó públicamente a la CIA, la agencia de espionaje, por señalar a Mohamed bin Salman como responsable directo del crimen- y todo indica que aprovechará la cumbre en Buenos Aires para ratificar personalmente ese vínculo.

 

La gran incógnita en esta historia es cómo actuará el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, cuando se cruce al príncipe saudita en los pasillos de Costa Salguero. A días del inicio de la cumbre, aún hay rumores de una posible reunión bilateral.

 

Erdogan acusó directamente a la monarquía saudita por el asesinato del periodista que se había exiliado en Estados Unidos el año pasado, pero siempre mantuvo una posición negociadora, por ejemplo, al no hacer públicos los audios del día del asesinato, grabaciones que el propio Trump calificó como “de sufrimiento”.

 

En esta cumbre paralela de reuniones bilaterales o quizás hasta tripartitas, los líderes europeos llegan con mucha menos fuerza que en los años anteriores.

 

La canciller alemana, Angela Merkel, la líder que en los últimos tiempos se erigió en la contracara del unilateralismo y la falta de diplomacia de Trump, se convirtió en un pato cojo -como dicen los estadounidenses- luego de anunciar que no se presentará a un nuevo mandato en las próximas elecciones en 2021. La primera ministra británica, Theresa May, por su parte, tiene toda su atención puesta en la pulseada que mantiene con la Unión Europea y con oficialistas y opositores en su propia casa a sólo cuatro meses de la salida formal de su país del bloque europeo, mundialmente conocida como el Brexit.

 

El primer ministro italiano, Giussepe Conte, en tanto, está inmerso en la tarea imposible de conciliar el protagonismo de Roma dentro de la UE con la ambición de su principal socio de gobierno, el máximo referente de la extrema derecha del país, Matteo Salvini. Finalmente, el presidente francés, Emmanuel Macron, intentó aprovechar esta coyuntura europea para asumir el liderazgo regional y convertirse en el mediador de las principales potencias del mundo. Sin embargo, la realidad política y social en su propio país, en donde en los últimos días miles de personas paralizaron las principales rutas del territorio y hasta se instalaron con barricadas y fogatas en los famosos Campos del Elíseo, minaron su imagen nacional, primero, e internacional después.

 

Por distintas razones, ningún líder llega a Buenos Aires esta semana con la fuerza, la credibilidad y el apoyo de sus pares para erigirse en la contracara de Trump o siquiera en un mediador que facilite la discusión. El premier canadiense Justin Trudeau se quemó en la cumbre del G7, Brasil y México estarán representados por mandatarios salientes y aliados de Washington como Corea del Sur, Japón e India -todos países que quedaron exentos por ahora de las sanciones estadounidenses contra Irán y su sector energético-, entendieron que la estrategia de confrontación directa del G20 en Hamburgo y la más sutil del G7 en Quebec no funcionan en una comunidad internacional que aún reclama el liderazgo de Estados Unidos.

 

 

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