La sociedad chilena lleva varias semanas movilizándose por distintos motivos. Ya sea por temas medioambientales, por alcanzar una democracia que verdaderamente los represente, por la inaceptable permanencia del lucro en la educación, por la reiterada criminalización de nuestro pueblo mapuche o, simplemente, porque los políticos ya no les consideran. Lo cierto es que esta especie de radicalización de los movimientos ciudadanos ha provocado una preocupación alarmante en los distintos sectores políticos, que sienten que la democracia se está debilitando y, además, se estarían reforzando los históricos clivajes. Es por eso que algunos especialistas han planteado una pronta reforma al presidencialismo chileno, siendo éste reemplazado por un semipresidencialismo similar al modelo francés. Otros también insisten en que el sistema electoral binominal ya no se condice con la realidad y proponen crear uno más proporcional. En otros casos, se habla de instalar, en el corto plazo, una asamblea constituyente para mejorar la actual Constitución.
Todos estos proyectos son bastantes interesantes, pues plantean cambios estructurales muy de fondo, los cuales no pasan solamente por la ya aplicada política de los acuerdos. Chile necesita hoy de una apertura de los espacios políticos, debe generar liderazgos políticos surgidos desde las mismas fuerzas ciudadanas, las que en muchos casos ni siquiera se sienten atraídas por los actuales representantes políticos. Chile ha evolucionado; hoy es más pluralista, exigente en sus demandas, aspiracional en sus anhelos, pero está cansado de que sus problemas no tengan una pronta solución y que lo económico se imponga a lo social.
Lamentablemente, los partidos políticos no son capaces de canalizar esas demandas, por al menos dos cuestiones: la primera es que sus dirigentes se olvidaron de mantener una permanente vinculación con el mundo social, el que los nutre de las demandas y les sugiere soluciones. Como segundo elemento, gran parte de los políticos hicieron de la política un negocio, encajando a la perfección con los grupos económicos de mayor influencia en Chile y limitando su propio rango de acción. Es por eso que la derecha y la Concertación están en un enorme problema, ya que cada día que pasa la evaluación ciudadana de ambos bloques tiende a ser negativa. Por ejemplo, ha ido aumentando el rechazo al gobierno, redundando esto en que se agudice la desafección política. Una encuesta nacional reflejó que el gobierno de Sebastián Piñera presenta un 35% de adhesión y cerca de un 55% de rechazo. Por el otro lado, la realidad de la Concertación no es de las mejores. El porcentaje de adhesión sólo llega al 23%, pero los niveles de rechazo están bordeando el 67%, panorama nefasto para un bloque que no está en condiciones de comenzar un proceso de retorno al poder. Así de tajante.
El escenario político es entonces preocupante, ya que en el fondo lo que está ocurriendo en Chile es que su tan alabado “modelo económico” no lo es tanto, pues ha generado mayor desigualdad que equidad, más pobreza y, por decir lo menos, un modesto desarrollo. Pero lo que es peor, en 20 años se hizo poco y nada para corregirlo. Es decir, el bipartidismo artificial que impera en Chile ya no es capaz de responder a las necesidades de gran parte de los chilenos y eso está provocando que, particularmente los jóvenes, comiencen a exigir mayores espacios y mayores oportunidades. Chile cambió de golpe, es cierto, pero también la llegada de la derecha al poder contribuyó a exaltar los ánimos y empujó las movilizaciones. Para algunos eso es horroroso, pero hay que recordar que esto es parte de la democracia, la opción de poder expresar el descontento ante un sistema pernicioso para los grupos que han sido excluidos permanentemente. Chile ya no es el mismo, aunque a muchos les duela.
El autor es Investigador del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat-INTE de Chile.