La detención en la ciudad de Buenos Aires de un individuo que pretendió fumar en un bar exhibiendo un arma calibre .22 es prueba, para la policía, de que se está gestando una nueva forma de delincuencia.
Para los más serios observadores de la realidad, su gran caldo de cultivo no es en este caso la injusta distribución del ingreso, causa de escruches, secuestros, salideras y arrebatos.
Ni siquiera el turismo internacional, parte de cuyo glamour se basa en la promoción de la prostitución infantil.
Esta nueva sensación de inseguridad se basa en un mal que se ha extendido, sin prisa pero sin pausa y desde hace siglos, por el mundo entero: la fijación oral.
Sufrida por cientos de millones de personas de todos los sexos, y sin respetar estado civil, edad, clase social, raza o religión, no se ha encontrado por el momento una vacuna para prevenirla.
Los grandes laboratorios -a propósito de vacunar- dudan actualmente en seguir financiando generosamente un antídoto para la temible cepa H5N1 de la gripe aviar, que se aprestaba a matar a unos 800 millones de seres humanos el invierno pasado según los cálculos más optimistas, o dedicar sus esfuerzos en el desarrollo de una vacuna contra la fijación oral.
Las universidades de Stanford y Harvard trabajan en este sentido. Sus científicos se exprimen la cabeza buscando un adminículo, cosa, mensaje, idea original o medicamento que, con el ejemplo del preservativo para prevenir el HIV y los embarazos adolescentes, permita impedir que las madres, trasmisoras de este mal universal, sigan afectando impunemente a la civilización.
En Stanford, por ejemplo, donde se desarrolló en los últimos años una corriente contraria al psicoanálisis basada en la opinión de que con dos sesiones de análisis transaccional uno queda fenómeno, se está dando marcha atrás.
“Sigmund Freud no era tan tonto como parecía”, opinó el doctor Sigfrid Mahler, un sexagenario berlinés y primo segundo de Henry Kissinger, quien fue condecorado como doctor honoris causa de Stanford en 1947 por sus estudios sobre la humanización de las cárceles, y agregó:
“La fijación oral existe. La cuestión es cómo extirparla, pero es más sustentable luchar contra sus síntomas”.
Escrita originalmente en latín, el lema de la universidad de Stanford podría traducirse más o menos como “a grandes males, pequeños paliativos”.
No pudiendo acabar con las madres ni con el amamantamiento o su recuerdo, ni siquiera inconsciente, la civilización occidental ha dedicado innumerables horas a combatir los efectos más perniciosos de la fijación oral, y lo fue convirtiendo con el tiempo en una costumbre, una conducta tolerada o un arte, de acuerdo a cómo se lo mire.
El acto de llevarse cosas a la boca y luego succionar fue considerado como un arte por los cultores de la diosa Astarté, en el Asia Menor. Una secta de origen persa y formada casi íntegramente por mujeres, desarrolló las más refinadas técnicas de sexo oral, extendiendo el placebo a horas y horas de práctica.
Según los arqueólogos que excavaron en las ruinas de Antioquía, sede de esa secta, se descubrieron varios frescos donde se describen los métodos usados.
Nada nuevo, pero la zona fue devastada por un terremoto ejemplificador.
El sexo oral se siguió usando por siglos para combatir la fijación oral, con lo que su uso se extendió también a los hombres, que la sufren -a la fijación- en la misma medida que las mujeres.
En la actualidad, la generalización de enfermedades de transmisión sexual ha convertido a esa práctica en un acto de sufrimiento o heroísmo, y el Vaticano, aunque no lo recomienda a pesar de que todo tormento abre automáticamente el camino hacia el reino de los cielos, aconseja limitarlo al matrimonio.
Otras adicciones se relacionan también con esta plaga de la civilización, pero no pudieron desarrollarse sino hasta que el hombre pudo obtener el vidrio luego de fundir arenas y minerales varios.
Tomarse una birra en cada ocasión, es una de ellas.
Entre las prostitutas de Plaza Once se hizo una compulsa sobre el sexo oral. La mayor parte de las entrevistadas contestó que, al mediar un preservativo de látex, la cosa ha perdido la mayor parte del gusto que tenía en el pasado.
Casi todas ellas lo combinan mascando un chicle, para eliminar el gusto amargo del espermicida que recubre a ese gran evitador de embarazos no deseados.
Por otra parte, el uso de siliconas mamarias está reduciendo el placer de los bebés por el acto de mamar.
Ciento ochenta bebés consultados por la universidad de Harvard mostraron una inocultable tendencia a masticar productos blandos como puré de zapallo y carne picada desde el mismo nacimiento.
Los científicos de la universidad luego preguntaron a sus madres si se habían hecho implantes mamarios, y todas contestaron que sí, por supuesto.
El hábito de fumar, con ser de lo más antiguo, también se popularizó con el auge de la industria y el consumo, que pudo poner un atado de 20 cancerígenos en las manos de cada habitante de la tierra.
En el pasado muy remoto, también dentro de Asia Menor, que parece ser la cuna de todos los males, existía una secta conocida como los aššãšin.
El término fue traducido incorrectamente como “adictos al cáñamo indio” o “bebedores de hachís”. Los arqueólogos que llegaron al lugar donde se refugiaban, en lo alto de una montaña, revelaron que los integrantes de esta secta se convirtieron en asesinos cuando el Viejo de la Montaña les impidió fumar un porrito después de cenar.
Entre algunos fumadores se opina que no es lo mismo un cigarro que un cigarrillo slim, porque nada indica que un habano recuerde estrictamente a un pezón femenino medio.
La mitad de los médicos opina que el tabaco produce cáncer.
La otra mitad, fuma.
Todos estos factores fueron tenidos en cuenta por los estrategas del gobierno de la ciudad de Buenos Aires para dictar una ley antitabaco que rige desde el primero de octubre.
La reglamentación ha despertado protestas de todo tipo, esgrimiendo distintas libertades: de comercio, a la intimidad, etc.
Cabe señalar que los funcionarios no fuman, al menos en público, y que en las sesiones de la Legislatura porteña el humo del tabaco suele colorear las sesiones más extensas.
Con estar conculcadas varias libertades que la constitucional protege, la ley tiene un aspecto que despertará vivas controversias.
Luego de sucedido el incendio de República Cromañón, los funcionarios involucrados adujeron en su defensa que habían cumplido con las reglamentaciones vigentes.
En efecto, y contra la opinión de los padres, no es el Estado sino los ingenieros y arquitectos quienes habilitan y luego controlan la habilitación de las actividades privadas en la ciudad.
En su doble carácter y como parte interesada, estos profesionales reemplazaron al Estado aunque la constitución de la ciudad, que luce con un texto de lo más moderno, establece que “el poder de policía es irrenunciable” (mientras no se lo delegue).
No hay que ser de lo más avispado para entender que es irrenunciable pero no tanto.
En el caso de la ley antitabaco, ese poder ha sido encomendado a mozos y camareros, quienes están obligados a recordar a cada parroquiano las penalidades resultantes de prender un pucho. Unos 80 mil afiliados al gremio gastronómico en la ciudad se han convertido de hecho en policías municipales, aunque la propia ley no les otorga atribuciones para hacerlo.
Es mucho más fácil operar sobre 8 millones de consumidores que contra 3 empresas productoras.
Quienes así opinan, aducen que se quedarían sin empleo unos 4.500 obreros, más alrededor de 22 mil afiliados al sindicato de comercio; que quebrarían distribuidoras, acopiadores, empresas de transporte y quiosqueros.
Y que se perderían casi 8 mil hectáreas dedicadas al cultivo de tabaco.
El gobierno de la ciudad ganó un impensado aliado en su lucha por el aire puro.
Jorge Rulo, del Equipo de Meditación Campesina (EMC) declaró que, si quebrara la industria del cigarrillo, esas 8 mil hectáreas serían ganadas por la soja transgénica:
“El tabaco es un glifosato natural que elimina el bicho bolita, el herpes del tomate y el gorgojo overo”, dijo Rulo.
Los voceros de las empresas tabacaleras afirmaron que no les quedará más remedio que contrabandear su producción al Paraguay, invirtiendo una tendencia histórica en sentido contrario.
Mientras estos paliativos se generalizan, la fijación oral sigue socavando las bases de la civilización sin que nadie intente pararla.