El espacio y los límites

La derrota del Gobierno en el conflicto de la 125 plasmó un nuevo escenario político. ¿Sigue siendo el kirchnerismo la viga central de una construcción de centroizquierda? ¿O su pejotización lo ha vuelto un obstáculo para ese mismo espacio? Opinan Juan Cabandié, Ricardo Forster, Aníbal Ibarra, Martín Sabbatella, Humberto Tumini, Carlos Heller, Martín Hourest, Hugo Prieto, Fernando Finvarb, Félix Herrero y Federico Orchain. Además, un repaso a las declaraciones en los medios y los post de la blogósfera que aportaron al debate de este Informe.

¿Cómo se presenta la situación actual para la centroizquierda y el campo nacional y popular? El pragmatismo kirchnerista —su condición peronista, acaso— la hace híbrida y variable según el devenir de las coyunturas políticas. Ahora bien, bajo esa misma premisa, desde la centroizquierda pueden deducirse dos conclusiones diversas: que el Gobierno es un escollo que detenta falazmente una herencia progresista y hay que por lo tanto denunciar sus continuismos neoliberales, o bien que se puede intervenir en la escena política generando las condiciones en las que el pragmatismo oficial lea como lo más conveniente apegarse al programa redistributivo, inclusivo y de modernización institucional. Es una disyuntiva que, a la luz del relevamiento realizado por Revista Zoom entre dirigentes de la centroizquierda nacional y porteña, organiza la fragmentación del espectro, aunque algunos de esos dirigentes, como Anibal Ibarra, consideran que “es un error definir al espacio progresista y popular por sus vínculos con el Gobierno”, en tanto “el desafío es lograr una vinculación política propia que no esté sujeta a coyunturas electorales y que soporte diferencias en su seno”. ¿Bajo qué agenda concreta, bajo qué modo de organización, tiene chances ese espacio de articularse con la fortaleza suficiente para enfrentar las poderosas resistencias que, como se vio en los últimos meses, se oponen activamente a cualquier cambio de reglas que amenace el sistema de beneficios en Argentina?

Empezar por el principio

Diciembre de 2001 fue un violento grito con que la sociedad atacó el universo simbólico y el arco de representaciones políticas noventista. El grito redistribuyó novedosamente la investidura de lo políticamente correcto a asignaturas derrotadas, trayendo al centro de la escena preocupaciones sociales y republicanas que durante el menemismo parecían condenadas a no tener más valor que el testimonio. Las elecciones de 2003, fruto impuro de ese proceso en el cual la clase política y hasta el régimen de gobierno fueron concretamente amenazados por un extraño poder popular, consagraron a un advenedizo Néstor Kirchner que se supo de movida condicionado por la capacidad de impugnación que “la gente” había demostrado tener sobre la figura presidencial.

Así se hizo eco de una serie de demandas que derivaron por ejemplo en la prolija recomposición de la Corte Suprema de Justicia, en el reconocimiento público del lugar histórico de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y avances contra la plena impunidad que venían gozando genocidas y torturadores, y, sobre todo, en una constante crítica retórica al neoliberalismo y al retiro del Estado de la regulación económica.

Todo llevado a cabo con un fuerte sesgo personal —el “progresismo autoritario”— surgido en parte por contraposición al vacío delarruista pero también por la necesidad de “construir políticamente” desde arriba, a diferencia del modelo clásico de acumulación para llegar al poder.

El enfrentamiento con Duhalde (esa emancipación) tuvo para el Gobierno el doble mérito de ganar socialmente el prestigio de diferenciarse del aparato justicialista bonaerense —“la vieja política”— y de al mismo tiempo acrecentar su poder dentro de la correlación de fuerzas peronistas.

En esas condiciones, la mayoría de los espacios y sujetos autoreivindicados progresistas aceptaron al kirchnerismo como el eje pivot en torno al cual posicionarse; inclusive gran parte del voto a Proyecto Sur en 2007 puede interpretarse como un intento de condicionar por izquierda al Gobierno de Cristina, cuya victoria se descontaba.

Cristina aparecía como la segunda fase de un proceso durante la que, apoyada por el “buen trabajo” hecho por el hombre de su vida en la urgencia previa, agregaría calidad institucional y profundizaría el proyecto redistributivo, es decir, lo iría concretando, después de cuatro años de expresarlo como deseo difícil de realizar por el poderío de los “grandes intereses económicos” (año en los que llegó a postularse como horizonte suficiente el acceso universal al salario). Es la exigencia que sigue realizando el socialismo, por boca de Fernando Finvarb: “hay que profundizar lo que Cristina llamó en su campaña la recuperación de la institucionalidad. Cuando Néstor asumió se vio en la necesidad de, para edificar la casa, hacer la mezcla con agua impura. Ahora tiene que ser potable”.

Quiebres

El amplio apoyo electoral con que Cristina inauguró su gobierno no logró evitar que a menos de un año de asumir se corporizara la oposición más consistente, poderosa y nacional que conociera el kirchnerismo desde que se instaló en el Poder Ejecutivo del país. Acaso no supo lograr que su “carisma mediático” —en términos de Eduardo Fidanza— rindiera en poder efectivo a la hora de un choque de fuerzas real.

La dimensión y el desenlace del conflicto por las retenciones móviles marcó un quiebre múltiple en la política argentina de la década, aunque el amplio triunfo que Mauricio Macri había logrado en la Capital en 2007 ya anunciaba un viraje importante en la opinión ciudadana —respecto de la gestión de lo público, otorgándosela al consagrado eficientismo privado; respecto de los estilos políticos preferidos, respecto de las penurias que como sociedad decidimos tolerables.

La pejotización del Gobierno, entendida como repliegue, da cuenta de que el Gobierno percibió esa variación de la correlación de fuerzas: un quiebre de su hegemonía plena. Al mismo tiempo, esa pejotización induce un retiro de la legitimación otorgada por sectores del progresismo, que encuentra que sus valores, tan sufridos en los noventa y esperanzados en 2001 y los primeros años de Néstor, son detentados por un Gobierno anclado en el poder territorial peronista, sindical y municipal.

Pero el quiebre principal que presenta el triunfo del propietariado contra la Resolución 125 es el que indica que la agenda progresista está a la defensiva, que la lógica política signada por las demandas sociales de 2001 está en reflujo. No meramente por el triunfo en el Congreso sino sobre todo por el amplio apoyo social y la primacía en la iniciativa de movilización política que tuvo lo que se llamó “el campo” (la victoria también fue semántica). Porque las relaciones de fuerza cambiaron, pero no sólo a nivel del liderazgo, sino sobre todo en la marea de opiniones, voluntades y disposiciones sociales. Por eso el hecho de que ninguna figura político mediática haya aún capitalizado esa variación de fuerzas no disminuye el problema para una centroizquierda que como espectro no sabe bien con quién trabajar, bajo qué método, y, sobre todo, cómo ligarse efectivamente con los segmentos sociales cuya representación se arroga.

Preguntas

¿Cuál es el diagnóstico de la coyuntura actual —post triunfo chacarero y terrateniente— desde la perspectiva de un proyecto de centroizquierda? Proyecto definido básicamente, como una modificación de la estructura social que incluya sectores postergados, nivele la distribución de los ingresos, los poderes y los prestigios bajo un cambio de prioridades a la par de un cambio progresivo en la concepción de lo público, de la salud cívica cotidiana. ¿Qué asignaturas políticas son las estratégicamente primeras para enfrentar a la hegemonía económica y la conservación del statu quo? ¿Cuáles las más potentes para aglutinar al espacio de intención progresista en un entramado consistente? ¿Hay posibles liderazgos para ese proyecto? ¿Qué relación tendría con el kirchnerismo? ¿Qué es el kirchnerismo para la centroizquierda, en qué medida un aliado y en qué medida un obstáculo? ¿Es posible un acompañamiento que condicione por izquierda, o toda cercanía es entregarse como carne de cañón a un proyecto de poder que toma las convicciones ideológicas ajenas por su mera utilidad situacional?

Sobre esa disyuntiva (que partió a Proyecto Sur), Fernando Finvarb, ex legislador porteño que desde el Partido Socialista apoyó al Gobierno en la pulseada, aclara que “no se puede pretender que haya seguidismo sin participación” y que “por suerte Cristina tuvo el gesto de incorporar al Gobierno a Tristán Bauer, a Gustavo López y a Oscar González, que no son del aparato pejotista, lo cual es una buena señal”. Mientras que entre quienes ven al Gobierno como un obstáculo para el progresismo en tanto se apropia falazmente de su retórica sin llevar a cabo sus medidas, se encuentra, por ejemplo, Martín Hourest, legislador porteño del bloque Igualdad Social, cercano a Claudio Lozano: “El Gobierno no estaba revisando ni el modelo productivo agropecuario ni el industrial, es mentira que Argentina está industrializándose. Sigue pensando en una inserción en el mundo a través de la venta de naturaleza en pedacitos. Los Kirchner montaron con el campo una escena de batalla final de una contienda que tiene veinticinco años, retrotrayéndose al momento en que el peronismo era el cambio, pero hoy no son partido de ningún cambio, sino del orden”.

Descartando pues una participación kirchnerista, Hourest piensa que “si a nivel nacional el progresismo quiere tener peso, hay que tener generosidad en la apertura del espacio, permeabilidad de identidades para que puedan ser modificadas, y ser novedosos en la articulación de las diferencias. Si no, será plantar banderitas testimoniales. De todas maneras, es posible que en los procesos políticos y electorales venideros no salga nada sólido del espacio progresista. Y no podemos echarle la culpa a que en la altura la pelota no dobla: hacemos mal las cosas”. Además, puntualiza en que coincidiría en ese espacio con Eduardo Buzzi: “haría política con él”, mientras que excluye una alianza con Felipe Solá, “aunque transitó el conflicto con dignidad”.

Con este sí, con este no

Del lado de quienes consideran a los Kirchner aliados coyunturales para enfrentar a los poderes económicos instituidos, o incluso confían en la veracidad de su proyecto transformador, conviven sectores tan dispares como el Movimiento Libres del Sur y el bloque de diputados radicales K de la Concertación Plural. Ambos condicionan su apoyo a limitar el peso del PJ en el Gobierno. El líder del MLS, Humberto Tumini, plantea que tras la derrota de la 125 y el voto en contra de Julio Cobos, es preciso “que se rearme el marco de alianzas del Gobierno Nacional, dejando de girar casi con exclusividad alrededor del Justicialismo y sumando, ahora con protagonismo, otros sectores que formamos parte de este proyecto”. El neuquino Hugo Prieto, presidente del bloque de radicales aliados al Gobierno, asegura que “la Concertación está vigente” pero que “el reagrupamiento de fuerzas de la derecha hace imperativo que se consolide una coalición progresista. Hay necesidad de ampliar la sustentación política del Gobierno; hace falta más que un partido principal para gobernar.”

También desde el oficialismo, pero ya dentro de la estructura justicialista, Juan Cabandié, legislador porteño y Secretario de la Juventud del PJ, considera que “el peronismo necesita darse un proceso de construcción progresista e inteligente, hay que tener voluntad de renovar los actores políticos”, y discrimina aliados posibles bajo el criterio obvio de quiénes estuvieron contra y quiénes a favor de la 125: “Con el progresismo bobo que se la pasa gritando y después no se la juega, como Ripoll, De Gennaro, Lozano, no hay que construir nada. Sí , en cambio, se con gente como Martín Sabbatella, Hugo Yasky, Nenna de CTERA, Heller”.

El mentado reagrupamiento de la derecha le trajo algunos apoyos al Gobierno bajo una lógica asociativa que podría verse como de “dime quién se te opone y te diré quién eres”, es decir, una reacción frente a la reacción. Es el caso del Espacio Carta Abierta, uno de cuyos referentes, el filósofo Ricardo Forster, dice que “fue la amenaza de ese otro destituyente la que habilitó la constitución de este espacio donde muchos viejos militantes encontraron la posibilidad de que la política reapareciera en su entorno y donde la política reingresó en los ámbitos intelectuales”. También es el caso, aunque con una crítica más enfática al Gobierno, del grupo del intendente de Morón Martín Sabbatella, quien cuenta: “Hicimos un acompañamiento crítico, con absoluta autonomía, porque vimos que lo que estaba siendo atacado era el rol del Estado como garante y legítimo regulador de la economía”.

Sin embargo la de las retenciones fue una derrota doble para el Gobierno. Por un lado perdió con las entidades rurales y la oposición. Pero también perdió credibilidad en su intención redistributiva, por la exageración de la relevancia de la medida puntual y por la insuficiencia de su soledad. “Esto era una discusión de plata por 1.200 ó 1.400 millones de dólares, lo cual es nimio en la recaudación general del país —apunta Hourest—. Ni hay comparación con una discusión sobre el IVA, que suma el cuarenta por ciento de la recaudación, o con un impuesto a la renta financiera, que sería el triple de recaudación”.

En la misma línea advierte Félix Herrero, vicepresidente del Grupo MORENO, que “la renta agrícola no es la mayor en el país, hay que discutir las de los otros recursos naturales; al sesgar la discusión a la renta agrícola, damos beneficios para la explotación privada y extranjerizante de lo agotable y estratégico”. Y también Carlos Heller: “sin reforma impositiva, la redistribución es un eufemismo. La decisión de redistribuir ingresos no se resuelve solamente con las retenciones móviles, sino que se requiere que toda la política económica esté en función de esa redistribución”.

¿Pasará por el nivel de injerencia del Estado en los circuitos económicos la definición de una política progresista? Para Sabbatella, “hay que reconocer el piso construido desde 2003 y pelear por elevar el techo puesto por el PJ. Argentina necesita espacios políticos nuevos; tal vez pueda participar el kirchnerisno no pejotista, el ARI no derechizado, la CTA, entre otros. Porque la Concertación se sostiene en un sistema de conveniencias, no de convicciones”.

Según Aníbal Ibarra, “la dispersión del espacio de centroizquierda luego de la crisis del campo no ha variado. Hay sectores más vinculados al gobierno y otros más alejados. En todo caso la derecha aparece más fortalecida”. Fortalecimiento frente al cual algunos proponen, como Ricardo Forster, “radicalizar lo popular y democrático” del proceso kirchnerista. Parecido piensan, paradójicamente, opositores al Gobierno por izquierda, como el Frente Popular Darío Santillán. Su vocero, Federico Orchain, cree que “el Gobierno, debilitado, tiene dos opciones: optar por apoyarse en los sectores populares y el pueblo trabajador, impulsando reformas de carácter progresista que reviertan la situación de hambre y exclusión social de la mayorías populares, o bien, como lo viene haciendo, recostarse sobre el aparato del PJ”. Tal expectativa parece signar a la centroizquierda, que no deja de aspirar a una articulación propia, con o sin el kirchnerismo.

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