El Bicho

Aguardientes.

Lo sé porque me lo contó Don Luciano cuando yo tenía once años. Por entonces la laguna daba a los fondos de Garibaldi, antes de que la rellenaran y cementaran para hacer los talleres del Roca. También lo sé porque Ernesto, un pibe de una edad que ni sé cuál era, capaz que cuarenta, le gustaba bolacearnos historias en la esquina de Molina Arrotea y Álvarez Thomas.

No conozco a nadie que lo haya visto, sólo versiones de tercera y cuarta generación, y todas coinciden en lo fundamental, y también en algunos detalles, que poco y nada dicen, y más confunden que otra cosa.

El primer avistamiento parece que se remonta a mediados del siglo XIX, y fue en las inmediaciones de la Estanzuela de Santa Catalina, en donde funcionaba la Escuela Práctica de Agricultura que el gobierno de la provincia le había adquirido a una colonia escocesa. El predio se ubica en las últimas estribaciones de la Pampa Ondulada, en el ecotono o zona de transición hacia la Pampa Deprimida. Las pendientes se dirigen hacia el nor-noroeste y no superan el dos por ciento en su inclinación. Los cauces de los arroyos Santa Catalina y El Rey delimitan un interfluvio representado por una llanura plana débilmente convexa, con escurrimientos medios a lentos, según el sector. Eso lo sé porque me lo contó el Ingeniero Pelayes, amigo de la familia y otro de los que no paraban de hablar del fenómeno, claro que para refutar las versiones sobre su existencia, para negarlo de plano y definirlo como “superchería populachera” cuando se le preguntaba en público, y “cuento de mamado” cuando su explicación era más doméstica.

La primera versión periodística es de 1973, momento en que la Universidad se hace cargo de una parte del predio. Los movimientos de maquinaria para la construcción y remozamiento de parte del casco debieron haber alterado el entorno haciendo que la extraña criatura se hiciese fugazmente visible para un par de peones que desbrozaban la tierra en el sendero por donde hoy pasa la calle Garibaldi. Debieron digo, porque el diario “La Identidad”, de claro origen socialista, sólo menciona que “los explotados peones rurales, víctimas sempiternas de la desigualdad, sólo atinaron a huir despavoridos sin dar cuenta de la razón de su estado de desesperación”, al tiempo de recordar que los dos muchachones “jamás volvieron a ser vistos por la zona, seguramente alienados ante la terrible experiencia vivida”. El quincenario no da ninguna otra referencia, ni siquiera menciona la versión de Doña Vicenta, una gallega del barrio lindero que aseguraba que los dos peones en realidad desaparecieron temerosos de la furia desenfrenada de su padre, conocedor de las andanzas de los trabajadores con su hija mayor, Rosalía, muy afecta a los broncilíneos peones rurales, desde la misma época de su adolescencia en La Coruña.

Hace unos quince años alguien presentó una fotografía como el primer testimonio visual de la existencia del bicho. Se trataba de una masa difusa de color pardo sobre un fondo verde, también de difícil identificación. La autora de la toma, una mujer que había tenido algunos problemitas de salud en la adolescencia, lo que motivaron su reclusión en las sierras de Córdoba y la interrupción de su tratamiento pisquiátrico, adujo que hizo la secuencia de fotos con la cámara apoyada sobre un triciclo de panadero mientras perseguía a la bestia por la mano hacia el sur del Camino de Cintura.

El misterio aún no ha sido develado, la incógnita amenaza con prolongarse otro siglo. Un misterio más hondo aún que el del Yeti, el monstruo del lago Ness, Nahuelito, Pie Grande y el enganche hacia adentro del Kun Agüero. Porque del Bicho no se sabe nada, absolutamente nada. Ni qué es, si mamífero, pez o batracio, ni cómo es, si peludo, felposo o lampiño. Tanto es lo que se ignora de él (o ella) que la gente ya está empezando a creer en otra cosa.

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