Aníbal F., metáfora del kirchnerismo

“El Gobierno, en general, pareció reproducir con fidelidad la última etapa de casi todos los gobiernos: quedó encerrado en sí mismo, y prefirió recurrir a los chivos expiatorios. Fue así como en la semana de los comicios cargó contra la prensa como responsable y portadora de las malas noticias.” Este párrafo de Eduardo Van Der Kooy generaliza hacia el pasado pero, involuntariamente, profetiza hacia el futuro. Fue escrito por el columnista en el diario Clarín del 27 de octubre de 1997, tras las elecciones de medio mandato que marcaron el inicio del fin del gobierno de Menem y del efímero auge de la Alianza.

La sintonía de estas ya añejas palabras con la reacción oficial en los días que siguieron a la derrota del cercano 28 de Junio habla de una notable persistencia del periodista en el lobby a favor del empresariado mediático. Sin embargo, nobleza obliga, puntualiza con certeza una falla de carácter sistémico o cultural que aqueja a nuestros gobernantes en la hora de la derrota.

Inexplicablemente, la Presidenta negó el día 29, en conferencia de prensa, que pudiera haber modificaciones en su equipo de gobierno. Una semana después los cambios en el gabinete de ministros revelan un abroquelamiento de los Kirchner sobre su núcleo duro, hecho de viejas fidelidades pingüinas y de leales cosechados a lo largo de más de 6 años de gestión.

Y lo bien que hacen, dirán algunos, en vista del asedio que los sectores económicos maquinan sin prisa y sin pausa y del tembladeral en que se ha convertido el juego de alianzas políticas. Quizás en la teoría Van Der Kooy sobre la introversión de los gobiernos en situaciones de debilidad influya decisivamente el carácter rapiñero de buena parte de la dirigencia vernácula, en todos los ámbitos.

Al margen de estas especulaciones, los cambios en el gabinete de Cristina animan una reflexión. De Amado Boudou y Juan Pablo Schiavi ya opinamos en ZOOM hace más de un año. La continuidad de la muy buena gestión de la ANSES (una impronta K) y los rumores que hoy asustan a la city sobre el posible gravamen de la renta financiera no cambian los antecedentes del nuevo ministro de Economía. En cuanto al remplazante de Jaime en Transporte, su pasado como operador político de Carlos Grosso y jefe de campaña en 2003 de Mauricio Macri, no hace más que abonar las contradicciones del convoyado kirchnerista del que ya hemos hablado bastante en esta revista.

La designación de Aníbal Fernández en la Jefatura de Gabinete, a juicio de quien escribe, va más allá del autismo ultraK que pregonan los analistas y la oposición.

Aníbal F. es el único funcionario con rango de ministro que está en el gobierno nacional desde el 2 de enero de 2002, cuando el entonces Presidente Duhalde (ungido en la emergencia por la Asamblea Legislativa) lo designó Secretario General de la Presidencia. En octubre del mismo año, se hizo cargo del Ministerio de la Producción. Al asumir, Néstor Kirchner lo puso al frente del Ministerio del Interior. Lavagna, Ginés, Scioli o Pampuro fueron otros que marcaron una continuidad de nombres entre el caudillo de Lomas y el santacruceño, pero sus destinos fueron cambiando y, por razones disímiles, se alejaron del gabinete. En noviembre de 2007, ya electa, Cristina nombró a Fernández Ministro de Justicia pero con el control de las fuerzas de seguridad. Y así llegamos a esta nueva designación.

El nuevo jefe de gabinete es, sin dudas, el mejor peleador en el ágora mediática que le queda a este gobierno ayuno de voces autorizadas (¿alguien sabe a dónde está Alicia Kirchner?). Aníbal se la banca y por eso lo bancamos. Como al gobierno, nos gusta por aquello que los otros le critican. Polémico y ocurrente, los quilmeños tienen miles de historias para contar sobre quien fue su intendente y llegó a estar prófugo, en 1994, por una causa en la que fue sobreseído. «Yo no soy la Virgen María, pero tampoco meto los ganchos», explicó en aquel entonces con una frase que lleva su sello.

En sus jinetas, hay que contar su manejo de las fuerzas policiales de dos gobiernos que no reprimieron ni se les puede achacar un muerto en esas circunstancias. También la iniciativa de despenalizar el consumo personal de drogas (una curiosidad para alquien que conduce a los federicos). Aníbal F., que se manifestó duhaldista portador sano en los albores del kirchnerismo, habita en el poder que se reconstruyó a duras penas y con enorme esfuerzo tras la crisis de 2001. Conoce desde adentro todos y cada uno de los días que fueron de la megadevaluación y los patacones a la 125 y la estatización de las AFJP. De algún modo, se ha convertido en la síntesis y la metáfora de un proceso que tuvo etapas diferentes en Duhalde y en los pingüinos, pero que es el mismo.

Tal vez por eso, su entronización como jefe de ministros, más que una señal política del gobierno de Cristina, represente la fase final de un ciclo histórico con desenlace abierto. Y un tiempo diferente que ya comenzó, sobreimpreso con este, donde la derecha retomó posiciones, donde los discursos son líquidos y vacíos, donde los candidatos hablan un idioma que la política no termina de entender.

Sostener la agenda instalada con enorme valentía en aquel discurso histórico del 25 de mayo de 2003 será de aquí en más una tarea titánica por lo grande y por lo nueva. Un desafío de protagonismo, de participación, de poner el cuerpo más que de criticar desde el púlpito. No soplan vientos que den lugar a caprichos y remilgos. O como diría el propio Aníbal F., en uno de sus tantos anibalismos recopilados por Artemio López, cuando en su despacho se le van a quejar por lo que hace o deja de hacer el gobierno: «No me vengan con éso a mí, que me he chupado kilómetros de pijas.»

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