Amistades peligrosas

Repasamos la historia de amistad y eventual enemistad entre el “Manco” Paz, por quien se nombra la Av. General Paz, y el “Saladino” Ibarra.

Por Esteban Brizuela.

La avenida General Paz es quizás una de las más importantes de la Argentina por su peso simbólico y los significados que ha adquirido. “Cruzar la general Paz” quiere decir mucho más que cruzar físicamente esa avenida que divide la ciudad de Buenos Aires con la provincia homónima. Más aún en tiempos en los que el federalismo está en discusión candente, con un presidente y once gobernadores que propician un juicio político a la Corte Suprema de Justicia de la Nación por acusarla de firmar fallos que, siguiendo con la metáfora, se habría quedado a mitad de camino de la General Paz. 

Esa avenida lleva el nombre de un personaje sumamente interesante de la vida política y militar argentina del siglo XIX: José María Paz, efímero gobernador de Córdoba, y más conocido por su apodo, “el Manco”. ¿Por qué una de las avenidas más importantes del país lleva el nombre de un líder que pasó gran parte de su vida prisionero y no pudo triunfar con el proyecto político que encabezó? Las preguntas difíciles no tienen respuestas rápidas.  

Paz nació en Córdoba el 9 de septiembre de 1791. Estudió en el colegio Nuestra Señora de Loreto. Hombre con buen bagaje cultural, comenzó su carrera militar cuando se incorporó, al calor de la Revolución de Mayo, al Ejército del Norte. Allí conoció a otro personaje del que también queremos hablar aquí, y quien habría de tener una interesante gravitación en las luchas entre unitarios y federales: Juan Felipe Ibarra, gobernador de la provincia de Santiago del Estero por casi tres décadas, entre 1820 y 1851. Aunque Ibarra no tiene en Buenos Aires ninguna calle simbólica que lo recuerde.        

Ibarra nació en Matará (Santiago del Estero) en 1787. Le apodaban “El Saladino”, por ser originario de tierras bañadas por el Río Salado. Solo cuatro años lo separaban de Paz, pertenecían a una misma generación. Ambos lucharon en el Ejército del Norte y allí se conocieron cuando fueron parte del “Éxodo jujeño”. Ambos estuvieron a las órdenes de Manuel Belgrano. Ambos tuvieron el respeto del caudillo Juan Manuel de Rosas. Ambos fueron gobernadores de provincias. Sin embargo, hubo una cuestión que en un momento de sus respectivas carreras los separó. Paz representó el unitarismo e Ibarra el federalismo.       

Hay una etapa decisiva en aquellos enfrentamientos fratricidas entre unitarios y federales. Y es el bienio entre 1829 y 1831. Es decir, los años que van desde la batalla de La Tablada (junio de 1829) en la que Paz vence a Facundo Quiroga, hasta la captura del Manco Paz (mayo de 1831) por parte de fuerzas que respondían al gobernador santafesino Estanislao López. En esos dos años, teñidos de sangre y violencia, los proyectos políticos del unitarismo y federalismo estuvieron frente a frente. Pero conviene aquí tener en cuenta lo que señala la historiadora Silvia Ratto en el libro “Historias de caudillos argentinos”: “Frecuentemente puede constatarse el cambio de posición de algunos protagonistas, lo que lleva a plantear que muchas veces esas posturas no definen programas políticos concretos, sino que reflejan intereses más inmediatos y personales”. Tal como dice Ratto, muchas veces quienes aparecen en un bando, luego vemos que se pasan a la vereda de enfrente. ¿Cambio de principios? No siempre, más bien cambio de coyunturas o conveniencias circunstanciales. La política misma, ni más que eso.

Dos personajes importantes de ese entonces fueron el “Manco” Paz y el “Saladino” Ibarra. En aquel bienio tuvieron un intercambio de cartas por momentos amigables, por momentos tensas, y finalmente, frías y distantes.     

Las cartas merecen un párrafo aparte, constituyen una hermosa manera de conocer la intimidad de los hombres públicos. Nos muestran, tantas veces, la trastienda de la vida política. Por medio de las cartas podemos apreciar de qué forma quienes eran amigos, luego dejan de serlo: no es nada nuevo constatar que la política divide amistades. 

1829, año clave

Ya habían pasado casi dos décadas desde el comienzo de la Revolución de Mayo. Y algunos años desde que, en 1820, se viniera abajo el intento de organización nacional que había intentado plasmarse en aquella Constitución de 1819. Fusilamiento de Manuel Dorrego mediante (diciembre de 1828), los adeptos al unitarismo estaban en ascenso, con Juan Lavalle como uno de sus referentes. Ignacio Zubizarreta, estudioso de los unitarios, dice acerca de Lavalle y Paz: “Representan la visión guerrera y violenta de un unitarismo que no había logrado imponerse por la negociación y la política”. 

Pero caída la estrella de Lavalle, la de Paz cobra cada vez más fuerza. Vence en 1829 a Juan Bautista Bustos, gobernador de Córdoba, en la batalla de San Roque y emerge lo que después se conocería como “Liga del Interior”. Desde “La Docta” comienza a tejer las alianzas correspondientes con las provincias de Cuyo y el NOA. Y ahí está Santiago del Estero, provincia limítrofe de Córdoba, gobernada por Ibarra, en donde “El Manco” estuvo refugiado entre 1821 y 1823.  En aquellos años consolidó su amistad con “El Saladino”, vínculo que en esta nueva coyuntura se ponía a prueba. ¿Por qué? ¿Acaso no era lógico que estos dos viejos amigos se aliaran para avanzar finalmente en una organización nacional que hasta ese entonces era esquiva? Había algunos problemas para que se concretara algo así.  En primer lugar, porque otro bloque de provincias conformado por Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y Buenos Aires tenían sus diferencias con el Manco Paz. Son esas provincias las que luego firmarán el Pacto Federal. También en este bloque Ibarra tenía sus amistades, Estanislao López era uno de ellos. Y en sus cartas a Paz entre 1829 y 1830, Ibarra le dice en todo momento que pretende mantener una neutralidad entre estos dos bloques de poder.

Pero en pleno intercambio de cartas y de influencias, y como suele pasar cuando existen tantos intereses cruzados, había quienes le señalaban a Paz un presunto doble juego de Ibarra. Entonces, Paz empieza a sospechar. E Ibarra hará todo lo posible por desbaratar esas sospechas. 

El 14 de septiembre de 1829, en un maravilloso párrafo, Ibarra le dice a Paz: “Desengáñate amigo, conoce toda la ridiculez de los chismes que ten han sorprendido, y persuádete, que el que otro tiempo te amó no puede variar de sentimiento cuando te ve en la cima de la gloria”. 

Cada vez que Paz entra en algún silencio y tarda en responder sus misivas, Ibarra se pone nervioso y le reclama esas demoras. Ibarra tiene miedo de sufrir las invasiones por parte de provincias como Tucumán y Catamarca, que ya se habían sumado al bloque de poder del Manco. Ibarra desconfiaba principalmente de Tucumán: “parte vos del principio de que yo a los tucumanos los conozco como amigos y como a enemigos, de uno y de otro modo no valen nada”, le decía a Paz en mayo de 1829.     

El poder del “Manco” continuaba creciendo. Y en febrero de 1830 le asesta el golpe definitivo a Facundo Quiroga en la famosa batalla de Oncativo. Paz no tarda en hacerle saber a Ibarra de su victoria y, tal vez con ironía, le dice que duda de recibir sus felicitaciones. Ibarra no se queda atrás, recoge el guante y le contesta: “Aunque tu dudes de si te felicitaré o no, te perdono esta suspensión de juicio causada por la impresión en que en ti han dejado los chismes de otro tiempo, pero debes persuadirte que tus glorias me interesan demasiado para que yo pueda mirarlas con indiferencia, te felicito no tanto por tu victoria, pues esta cuesta muy caro a los pueblos, sino por la brillante posición en que has quedado para ser el protector de la libertad y para terminar los males que pesan sobre nuestro país”. No solo le responde con las correspondientes congratulaciones, sino que le lanza el peso de ser responsable por todo lo que venga. Termina esta carta, con un pedido y una persuasión: “solo me queda recomendarte no seas tan omiso en contestarme y te convenzas al fin que nadie te ama tan de veras como tu invariable”. 

Ninguno de estos variados argumentos pudo conmover a Paz, quien apoyó la invasión que sufrió Santiago del Estero al mando de Javier López, con la consiguiente renuncia al gobierno por parte de Juan Felipe Ibarra. Se terminaban diez años de gobierno de “El Saladino”. Y se terminaba una amistad que había nacido en las épocas en que compartieron armas en el Ejército del Norte. 

Pero Ibarra pronto tendría revancha. Poco tiempo después, en 1832 recuperaba su lugar de gobernador y ahí se quedaría hasta su muerte. En cambio, al “Manco” la suerte le sería más esquiva. Porque luego de llegar a la cima con la victoria de Oncativo, el mismo Paz, tan meticuloso y detallista como militar, tuvo mala fortuna. Una partida de tropas federales le bolearon el caballo en mayo de 1831 y adiós “Liga del Interior”. Paz fue trasladado a Santa Fe y allí quedó prisionero.  Así son los imponderables de la política. Y de la guerra. Una causalidad, un descuido, lo fortuito, hizo que se derrumbara el armado político del unitarismo encarnado por el “Manco”.    

Ibarra moriría en 1851, Paz en 1854, no sin antes dejar escritas sus sabrosas “Memorias”. Apenas alcanzarían a ver los inicios de una organización nacional que ambos habían anhelado, pero que no habían podido protagonizar.  

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