“Alfonsín no tenía vocación de poder para Argentina”

La celebración de los 25 años de la recuperación de la democracia ha resignificado la figura de Raúl Alfonsín, dando lugar a múltiples y antagónicas miradas. Revista ZOOM eligió a Dani Yako y sus imágenes para hacer foco en aquella campaña de 1983 que lo tuvo como testigo privilegiado y escuchar su visión de aquel candidato que luego fuera Presidente. Secuestrado y exiliado, la historia de Yako aporta un punto de vista que potencia sus fotografías.

Publicado por la flamante editorial Eterna Cadencia, 1983 reúne treinta y cuatro fotografías de aquel año –cuya cifra nombra el inicio del período más largo de sucesiones de sufragios universales, libres y obligatorios en la República Argentina–, acompañadas por textos escritos para la ocasión por Estela de Carlotto, Jorge Lanata, Martín Caparrós, Beatriz Sarlo y Raúl Alfonsín, en cuya campaña presidencial Dani Yako fue fotógrafo permanente. En esta conversación con Revista ZOOM, el autor (que ya había publicado los libros Extinción. Últimas imágenes del trabajo en Argentina y Presagio) recuerda la emoción que significó volver del exilio español y reconectarse con Argentina como un testigo íntimo de las expectativas colectivas con la cámara como cañón democrático. Hoy, cosechados un alto reconocimiento y carrera profesional (oficia de editor fotográfico en Clarín), Yako recuerda con emoción presentísima aquel año que ahora cumple veinticinco, hito ineludible de la evolución cívica de nuestra sociedad.

—¿Podría resumir su biografía política hasta el ‘83?

—Mis padres eran comunistas y mi hermano mayor también. El otro día en una reunión de ex alumnos del Nacional Buenos Aires una vieja compañera me dijo que nosotros nos habíamos afiliado a los once años a la FEDE [Federación Juvenil Comunista], cuando estábamos haciendo el curso de ingreso. Es decir que era mucho por herencia familiar. Mis abuelos habían sido socialistas. Entonces aunque en realidad nunca lo pensé, de hecho siempre pensé que era comunista, y la verdad no sé si tenía mucho de comunista. Nunca me sentí muy a gusto con la militancia, nunca me fue bien, era una estructura un poco pesada. Pero seguí hasta cuarto o quinto año. Mi carrera en la FEDE fue barranca abajo, cada vez puestos menos importantes, pero bueno, algo de todo eso me quedó, muchos de mis amigos eran gente del comunismo; después muchos de la FEDE del Buenos Aires se fueron pasando a Montoneros, al ERP. En el ’73, ’74, empecé a dejar de ver a esa gente porque nuestras visiones no coincidían en nada. Cuando me fui el Buenos Aires no militaba más y empecé a estudiar arquitectura. Ya hacía fotos. No sé cómo llegué a la fotografía. Pero tenía una camarita y lo último que había hecho para la FEDE era ser fotógrafo de su revista. Fue la primera vez que hice algo parecido a periodismo. Después cuando estaba en segundo o tercer año de Arquitectura me llamó la directora del diario filocomunista La Calle, recién fundado, que era Marta Mercader, la mamá de mi mejor amigo, y me ofreció trabajar ahí. Yo le dije que no tenía idea de lo que era el periodismo, pero me llevó igual. Ahí trabajaba un gran fotógrafo argentino que se llamaba Jorge Aguirre, y medio que me adoptó. Fue mi maestro, me enseñó a empezar a pensar en la fotografía. Después Isabelita cerró el diario. Y ahí, año 75, entré a trabajar en la agencia Noticias Argentinas. En ese año me puse de novio con una chica que también había sido de la FEDE, aunque ninguno de los dos tenía ya nada que ver con la militancia. Pero en el 76 después del golpe nos secuestran a los dos porque caímos en una libreta de un pibe del colegio, siempre intento borrar quién era. Nos cantó, bah, la cantó a Graciela; te torturaban y te pedían cualquier nombre y decías cualquiera. Esto fue setiembre del ‘76, estuvimos varios días secuestrados.

—¿Usted ya vivía con miedo, consideraba posible que sucediera eso?

—La verdad que no. O sea, después del golpe algo sentías, pero la verdad cuando me secuestraron no tenía idea de la dimensión de lo que estaba pasando. Sí que había represión, pero no esta cosa sistemática de secuestro, tortura y asesinato en masa, la dimensión de lo que era eso me enteré ahí adentro, o ni siquiera, porque pensás que lo que te está pasando te está pasando a vos y a lo que están ahí nomás. Por eso yo no critico a los que dicen que no sabían lo que pasaba. Y estuvimos cuatro días creo secuestrados, la pasamos realmente mal, mi novia la pasó mucho peor que yo, porque además de torturarla la violaron, cosas que hacían los militares. Salimos bastante rápido por el director de NA, Horacio Tato, muy buen periodista, medio de derecha pero buen tipo, que cuando se enteró movió todo; al cuarto día vinieron a preguntarme “pibe quién sos que está el ministro del Interior -que era Harguindeguy- preguntando por vos y diciendo que te larguen”. Cuando nos largaron lo único que queríamos era huir de la Argentina. Sacamos los pasaportes y a fin de octubre nos fuimos. Estábamos aterrados, Graciela no salió a la calle hasta que nos fuimos salvo para hacer el pasaporte. Nos alojábamos en una casa de un amigo de mi viejo, al que vi el otro día en la presentación el libro, vino con su hijo, fue muy emotivo.

—¿Y cómo fue el regreso? Es decir, ¿desde dónde están tomadas las fotos?

—En España trabajaba para medios de allá y algunas cosas para acá. Y seguía en contacto con la gente de NA; ahí había trabajado con Miguel Angel Cuarterolo, que me llamó en el ‘82 y me dijo que ya estaba todo más tranquilo y que cuando quisiera tenía un lugar para mí. No estaba en mis planes volver, pero me empezó a comer la cabeza y en noviembre me vine; en enero del ‘83 empecé a trabajar: un año increíble. Había otros cuatro fotógrafos buenísimos, y estábamos convencidos de que la fotografía era la herramienta para mostrar lo que había pasado. Trabajamos mucho y en muy buenas condiciones ese año. Hubo unas inundaciones muy grandes en el Litoral, que duraron tres o cuatro meses y la agencia me mandó a mí, la verdad que fue impresionante estar ahí trabajando.

—¿Las inundaciones resonaban como crítica al gobierno militar?

—No. Sí las marchas, íbamos todos los jueves a cubrir la ronda de las Madres, todo lo que tenía que ver con los derechos humanos íbamos. Y a mitad de ese año, Miguel me llama y me dice que iba a haber elecciones y que la agencia había arreglado tener un fotógrafo fijo acompañando a cada candidato en la campaña. Y a mí me pusieron con Alfonsín, cosa que me gustó porque a los peronistas no me los bancaba, no tenía ganas de bombos y qué se yo, y con los radicales la verdad no tenía nada ni a favor ni en contra. Pero con Alfonsín me llevé bien desde el principio y lo amé desde el principio. Después cuando asumieron me ofrecieron ser el fotógrafo del Presidente y yo me negué. El entorno de Alfonsín creo que se resintió un poco, para ellos era lo más importante de mundo, pero yo la verdad lo último que quería era estar metido en la Casa de Gobierno. Ahora hace poco, después de muchos años, me junté a tomar un café con Afonsín para entregarle el libro. Aceptó escribir el texto con la mejor onda. Aquella campaña para mí fue maravillosa, la gente, el fin de la dictadura, los actos cada vez más masivos, la ilusión de que las cosas cambiaban.

—¿Ubica en esa campaña un cambio de su pensamiento político?

—No, no siento eso. A ver, yo creo que Alfonsín cometió errores, muchas cosas no las comparto, pero pienso que Alfonsín es un gran demócrata. Se le nota hasta en el trato. Y creo que eso le generó problemas de poder. No es un tipo afecto al poder, le costaba, él pensaba más como estadista, pero no tenía vocación de poder para Argentina, y por ahí eso le trajo sinsabores. Pero en lo personal siempre tuvo un respeto que no he visto en Argentina. Una sola vez me pidió que no hiciera una foto en la campaña. Estábamos en Formosa, a la mañana habíamos ido a un barrio humilde y había llovido, él se embarró los zapatos. Después estábamos en un bar tomando un café, charlando, porque no es que había amistad pero charlábamos, y viene un pibe y le ofrece lustrarle los zapatos embarrados. El le dijo que sí y cuando el pibe estaba lustrándole, yo levanto la cámara, y él me dice que sería una imagen un poco ambigua, que no sabía cómo sería tomada; pero me lo dijo bien. Yo entendí, la verdad que sí, podía dar para cualquier cosa la imagen fuera de contexto, no podés contar tantas cosas. El nene de unos diez años arrodillado era una imagen que ahora que lo pienso no tendría ni que haber levantado la cámara. Y al otro día estábamos en el hotel y vienen y me dicen que Alfonsín quería hablar conmigo, que fuera a su habitación. Fui y me pidió disculpas, y me ofreció hacer alguna foto que se me ocurriera; le hice ahí en la habitación preparando las valijas; “estamos a mano”, me dijo después, y yo le dije que más que a mano.

—¿Y la que está de espaldas?

—Hay dos momentos que me gustan mucho, esa y la del avión. Era un avión chiquito. Y el día anterior los militares habían decretado la auto amnistía. Y ahí en el avión estábamos leyendo los diarios y él antes de la foto me dijo que lo primero que haría si llegaba a la Presidencia sería derogar esa ley. Y lo hizo. Y la que está con la hija de espaldas es el 30 de octubre. El estaba esperando los resultados en una quinta y en esa foto le acaban de decir que había ganado y él salió a dar una vuelta con la hija.

—Sobreentiendo que lo votó.

—Sí, voté a Alfonsín.

—¿Y antes de empezar a trabajar en la campaña ya tenía en la cabeza votarlo?

—Conocerlo fue determinante. Te digo, 25 años después, lo quiero. El otro día me emocioné, nos divertimos. No me pasa con mucha gente y menos con los políticos. Tal vez tuvo que ver con mi momento, recuperar mi país, y recuperarlo de esa forma, después del exilio. De repente estás metido en el meollo de la historia. Me acuerdo de que cuando ganaron ellos no tenían ninguna euforia. Ni un grito, ni un festejo. Más bien, no te digo susto, pero la sensación de que lo que venía no era fácil. Sabían lo que venía, que llegaban a un poder muy condicionado. No sé si ya tenía en la cabeza el juicio a las juntas, la CONADEP; hay gente que se olvida de esas cosas, pero hacerlas en el 84, te digo, te daba miedo. Ahora es fácil pegarle un poco más al caído como hace Néstor, pero en el ‘84 había que hacerlo, había que tener huevos. Yo cubrí el día del alegato de Massera y daba miedo, era amenazante para todos.

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