Origen y destino: “yo, que también soy ciego”
En cierta ocasión, en un programa de televisión alguien le preguntó a Hugo Mujica: “¿Usted es ortodoxo?” El escritor y sacerdote argentino respondió: “Espero… Sí, soy bastante ortodoxo, lo que no me hace necesariamente tomista, para mí la ortodoxia es el Evangelio y desde ahí para delante o desde ahí un salto hasta hoy y ver que está diciendo eso a la gente de hoy, al dolor de hoy y a la pregunta de hoy”. Para ese entonces, Mujica había pasado “mil peripecias”, y tenido tres nacimientos: el de 1942, en Buenos Aires, en el seno de una familia modesta, de extracción obrera-sindical, que luego se trasladaría a Avellaneda; el de 1961, donde siendo adolescente partió sin recursos a Estados Unidos y conquistó una lengua que no conocía y se abocó a la pintura. Hacia fines de los 60, comprobó –no sin atravesar infiernos personales— que “la salida era: o la mística, o el pulmotor donde se moría por exceso de drogas, o volver al sistema y ser un poco más hippie de lo mismo”, como dijo más de una vez; y, por último, el de 1970, donde ingresó a la Trapa, una de las órdenes más estrictas de la Iglesia Católica. Hugo sintió que allí “latía lo sagrado” que “pertenecía a esa gestualidad”, sin proyecto, sin lenguaje y sin reflejo. En ese clima nació al silencio, que se constituiría en “el gran viraje” de su vida y, a la poesía, posibilitada por la escucha: umbral. Allí, hacia 1973 escribió su primer poema, en el que estaba en ciernes su característico estilo conciso, vital, despojado y religante: “el sol se pone tras la ventana de la cocina/ el té está casi listo”.
Al descubrir que el silencio “habla” y la necesidad de compartir lo que vivía y lo desbordaba hacia 1977 dejó el riguroso silencio de la vida monástica trapense. De regreso a la Argentina, luego de uno de sus viajes a Europa, entendió que el sacerdocio le daría la estructura desde la cual podría comunicar no lo que hacía sino el don recibido. Fue ordenado hace 40 años, cuando su país recuperaba la democracia.
Con el paso del tiempo, Hugo se iría convirtiendo en un referente cultural, manteniendo largos diálogos en televisión, participando de mesas redondas con figuras como Ernesto Sábato, Juan José Sebreli o el hermano David Steindl-Rast, sobre temas tan dispares como el Mayo Francés, Umberto Eco e Internet, o la posibilidad de un humanismo abierto ante un sistema neoliberal que fagocita todo, incluso la cultura y la religión. A lo largo de los años, Mujica sería un invitado frecuente en diferentes programas, pero también incursionó con su arte en otros ámbitos, como el teatro, un corto cinematográfico y los diálogos y clases a través de las nuevas plataformas.
Aquel niño de Avellaneda, cuyo padre había perdido la visión, jugaba con la fantasía de simular la ceguera, llevar un bastón blanco y tener solamente la capacidad de responder “sí” a las preguntas u ofrecimientos. Esa, diría Mujica a sus más de 80 años, es tal vez la imagen que permite comprender toda su vida.
Su extensa obra escrita (más de 70 libros llevan el nombre de Mujica, entre reediciones, antologías, traducciones, etc.) lo hacen conocido y reconocido internacionalmente. Por un lado, Olga Orozco dividía los textos mujicanos entre “libros de la duda y libros de la fe”, reflejando así lo que el poeta dirá en “Ausencia”: “es sobre esta duda que ahora escribo, o tal vez sea, sobre la misma esperanza que siempre escribí”. Por otro lado, Sábato llegó a afirmar: “Finalmente lo único que salva al hombre es el espíritu (…) Hugo Mujica es un gran poeta escritor o yo no tengo intuición de lo que es la literatura. El tiempo lo dirá a todos” (1999). Por otra parte, Ana María Rodríguez Francia vio en Mujica al ciego-vidente lírico, al peregrino y al mendigo de las musas (2007).
Las fuentes que utilizamos aquí son intervenciones públicas mujicanas, tanto orales como escritas. Como dijera alguna vez Osvaldo Quiroga: “Nos tenemos que sentir orgullosos de tener un Hugo Mujica en nuestro país”, más allá de que el creador alguna vez dirá “y nunca me sentí tan extranjero” (Poesía completa, p. 344). Vayan estas líneas en gratitud a quien, habiendo pasado del barro a la gloria, desde hace 50 años canta “la canción de lo Sagrado”, pensando poéticamente o poetizando pensativamente. Inserto en la tradición sapiencial del misterio, la reverencia y lo abierto, Mujica es, como dijera un diario español, “uno de los poetas anunciados por Heidegger”, el autor con quien “más dialogó” en su fecunda vida.
Dios como pregunta, cuña y abismo: “soy deseo de dios muriendo carne, soy carne deseándose dios”
Una de las expresiones que nos acercan a la noción mujicana de Dios, la brasa blanca, es su insistencia en que, a diferencia de lo que común y tradicionalmente se piensa (y se asume), “yo creo que Dios es la gran pregunta por la vida, no la respuesta. Dios es la cuña que permite que nada se cierre en sistema, la gran ausencia (…) En gran parte la religión es un sistema de defensa de Dios, o sea, tenemos claro qué hay que hacer, con qué hay que cumplir para que Dios se quede ahí y yo acá. La religión se vuelve una gran trampa de negociar, y no la exigencia absoluta en la cual la vida se juega la vida. (…) Esto no es un juicio sobre la gente, porque cada uno hace lo que puede y todo está muy duro, pero ante la idea de aferrarse está la idea de que Dios es quien te quita el piso, más que darte de qué aferrarte”.
La crítica a la noción convencional y domesticada de Dios, Mujica la graficaba diciendo: “Da tranquilidad, pero una tranquilidad burguesa”. En esa misma línea dirá: “Incluso a dios lo revestimos: es el omnisciente, sabe todo, tiene todos los poderes. ¿Qué pasaría si pensamos en un dios [diferente], como dice Marguerite Yourcenar en Opus Nigrum? [Ahí alguien] está curando a un Abad y el Abad entonces aprovecha para predicar (de paso le explica, porque el otro no creen en nada) Y él dice: ‘el dios que usted me cuenta no me importa para nada. Si me contara un dios que me necesita, ¡cuántos incrédulos como nosotros iríamos a ayudarlo!’ Para mí –dice Mujica- ¡eso es abismal!, en comparación al Dios del poder que nosotros generamos, en el cual nos hace sentir impotentes porque nuestras palabras no lo pueden expresar”. De ahí que en su poética la palabra “Dios” aparece con minúscula, porque “implica un dios desnudo de poder (…) en todo caso sería para aceptar el abismo humano y no la altura divina.” Porque “Dios es otra cosa: Dios es una apuesta, un abismo, una inseguridad (en el buen sentido): aquello que desmiente toda la seguridades que nosotros nos creamos para olvidarnos de la seguridad última: que nos vamos a morir”.
En la perspectiva mujicana hay que tomar debida cuenta de la constatación de la muerte de Dios, realizada por Nietzsche, “y que como dice tan bellamente Camus: ‘Nietzsche no mató a Dios, lo encontró muerto en el alma de su tiempo’. Él viene a corroborar que ese Dios único, moral (…), ya no atrae, ya no congrega”. Pero, ¿qué es lo que murió? Dice Mujica: “Lo que ha muerto es el más allá de Dios. O sea Dios sirve en tanto y cuanto avala mi proyecto, bendice mi egoísmo, y me ayuda a progresar. Dios fue incorporado como parte de otro proyecto, como aquel que lo acompaña, lo bendice y lo lleva a su plenitud. Pero no como aquel que de por sí es él quien da un proyecto al cual nosotros tenemos que adherir, obedecer… Dios ha sido domesticado, hace muchísimo de eso.”
Mujica también expresó, “Creer en Dios no es creer, es crear. Acontecer en el acontecer. Crear a quien nos está creando. (…) Cada instante enciende un milagro. Cada vida da a luz su Dios”. En cuanto a su perspectiva monista, poéticamente dirá: “Yo soy lo que le está pasando a Dios ahora, nos estamos co-creando”.
En la reflexión mujicana hay entonces sitio para sacar a la luz lo específicamente cristiano, puesto que a partir de haber caído “en manos de lo griego”, se llegó a asumir el “dios de Aristóteles, motor inmóvil”, lo cual hace que el autor se pregunte: “¿qué tiene que ver con Jesús, llorando, o sacando a látigos a la gente, conmoviéndose, crucificado en una Cruz, abandonado por Dios, que se indignaba, que lloraba?”
De manera entonces que “frente a todas las religiones”, en el cristianismo se da “la presencia de un Dios que renuncia al poder. O sea, es el único Dios, de todas las religiones (donde dioses mueren por otros dioses), que se deja matar por los hombres. Es la renuncia a todo poder. O sea precisamente la religión cristiana es la religión de la debilidad. Y en eso está una fuerza, que no es la del mundo” (vale aclarar la polaridad en Mujica: “poder implica cerrado y debilidad implica abierto”). Además, “si el cristianismo tiene una especificidad es que el otro es Cristo”. El autor dice incluso: “hablando en extremismo religioso: tu salvación pasa por el otro, no hay forma de ir directamente a Dios, lo que hay forma es de morir vos en el otro y desde ahí nacer en Dios. La trascendencia, no es una línea hacia arriba, es tu proyecto que te lo parte el otro y eso de partirse es abrirse a Dios”. Más aún, “quizás el infierno no sea otra cosa que un yo replegado consigo mismo…”
De manera entonces “que la religión es la posibilidad no solo de que haya un sentido sino de reunirme, de religarme con ese sentido. Para que ese sentido me atraviese y yo sepa cómo responder a la existencia. Y en la especificidad cristiana es que aunque este sentido sea contradecido por la historia y Dios mismo sea crucificado, aun en esa crucifixión vuelve a irrumpir un sentido nuevo, que se llama resurrección.”
La deconstrucción mística: “¿cuándo leerás mis poemas dios de mi ceguera?”
Por lo visto hasta aquí, a Mujica le interesa entonces “el Dios de la vida, no de las ideas”. Si bien hace más de tres décadas el autor se abocó a “descubrir la mística de la Iglesia”, sobre todo en la tradición eremítica de la “Oración del Nombre de Jesús” (Kyirie Eleison, muy extendida en el cristianismo oriental, en vez del método racional “leer, emocionarme y sacar una conclusión práctica”), más acá en el tiempo Hugo plantea el tema de manera muy original: “Lo de mística o no mística, o mística y religión lo suelo ilustrar así: cuando un nene pregunta a la madre o al padre ¿quién hizo todo? La respuesta -clásica y en retirada- es ‘Dios’, el nene pregunta quién hizo a Dios, y le dicen que se vaya a jugar que están ocupados… y así se van, aunque, de tanto en tanto alguien se queda abierto, es decir, no se encierra en las respuestas…”
Pero, ¿qué se entiende por místico? No es algo menor, porque, dice Mujica, “es una de las palabras más ambiguas: va desde la goleada de Messi hasta el silencio absoluto de un místico en una cueva en el Himalaya”. El pensador ubica “al misticismo casi connatural con la existencia, más que la configuración en una disciplina determinada” y señala que al preguntar quién creó a Dios, “ahí estoy en el abismo, ahí estoy en lo místico. En lo que precede a cualquier intelectualización y cualquier comprensión, incluso, la religiosa.” Para el autor, la experiencia mística remite a lo que “en oriente se llama la talidad: las cosas tal cual son. Creo que esa es la experiencia mística. La posibilidad de tener una relación con la existencia que no es mediada por la simbolización ni la conceptualización. (…) En el cristianismo era el conflicto de si había que abandonar en algún momento la encarnación para pasar a un dios o había que tener presente siempre la encarnación. Para mí la experiencia mística es la posibilidad de encontrarme en lo otro sin volver a mí, es la flecha que va sin regresar”.
Mujica, pudoroso, rehúsa a considerar su poesía como poesía mística, sin embargo, enmarca la cuestión en “el acontecimiento creativo poético” que en sí “es místico”. Agrega: “Para mí, ese ejercicio del no ser al ser, de algo que no era y acontece, eso para mí es la chispa creativa. (…) Y la poesía mística para mí es la que da cuenta de ese acontecimiento del crear, del crearse. Más aún, considera que “cuanto menos dice la poesía mística, si es verdaderamente mística, o sea si nació en ese lugar abismal, mayor está expresando lo que es eso, que es la incomprensión por exceso (…). Nosotros tenemos esta idea, al cual incluyo al pobre dios, de que lo perfecto es lo acabado. No, para mí lo perfecto es el despliegue de lo infinito.” Así entonces, “la mística para mí es el intento de deconstrucción de la religión, porque la religión es el método.” En cuanto a la unidad, “cristianamente se hablaría del matrimonio, de la vía unitiva. Pero que yo no me uno a algo que ya estaba, yo soy esa unidad. ¿Qué quiere decir descubrir? Quitar lo que lo cubre. Y ahí vuelvo a la deconstrucción mística. Cuando saco todo lo que cubre, acontece lo que acontece, de lo cual yo soy una chispa de un incendio. (…) Si dios es algo que está ahí y yo acá, que sería el dualismo, el monismo es el hecho de todo es uno.”
De ahí entonces la propuesta mujicana: “En última instancia hay que volver a descubrir lo escondido de Dios y no lo que la razón ya captó y ya lo puso como disponible, como ley, como dogma, como repetición. De nuevo también necesitamos una palabra nueva de Dios, por así decirlo, que también inicie otra historia de Dios”. Con resonancias estéticas, éticas y religiosas, afirma: “la única prueba de la existencia de Dios es la Pasión según San Mateo de Bach, y si Dios no existe, entonces la Pasión según San Mateo de Bach, es Dios”. Así, según la tradición mística renana, donde sobresale el Maestro Eckhart (valorizado por Heidegger), el místico sabe que dios es el sin por qué ni para qué, como la rosa, y pide: “ruego a Dios que me libre de ‘Dios’ ” (Sermón 52), o sea, como dice Mujica, “sin luz alguna que ciegue su transparencia” (Kyrie Eleison, p. 63).
Lo naciente: “un manto para el dios desnudo”
Cuando le preguntaron a Mujica “¿cuál es su acercamiento a Jesús?”, Hugo pensó unos segundos, se sonrió y dijo: “yo vivo Jesús”. A lo que agregó: “Yo creo que hay un núcleo, hay un acontecimiento llamado Jesús. (…) Cristo es el nombre de un acontecimiento. Y para algunos ese acontecimiento es tal que es el hijo de Dios, para otros ese acontecimiento es tal que entienden que es dar la vida por otros: la quintaesencia del camino que él eligió.”
Puesto que concibe al místico como “el que está impresionado por el hecho del nacimiento, (…) el asombro de estar”, no es casual que tenga referencias expresas a la Navidad, “un misterio tan simple que confunde” (Kénosis, p. 73). Cuando se le pregunta cuál es el sentido de esta celebración, donde el Dios encarnado gracias al “sí” de María fue envuelto “en pañales” (Lucas 2,7), Mujica responde: “más allá del acontecimiento religioso, se celebra un nacimiento. Navidad quiere decir nacimiento y se celebra el nacimiento de una densidad tal que decimos que es el nacimiento de Dios (…) Todo en todo momento está naciendo. Para mí lo naciente es una palabra clave.”
Así, la Navidad, “significa volver a traer a presencia, acontecimiento o memoria esa gran ilusión que es el nacer. Y el nacer en la persona de un Dios, que acepta el nacer como aceptar el morir. (…) Y en una Cruz como sacrificio. Y que eso es capaz de resignificarse. (…) Ese acontecimiento nace en la debilidad de alguien que tiene hambre, necesita afecto y es como un dios entregado a las manos de los hombres.”
Para la Navidad de la entrada en el tercer milenio cristiano, Mujica escribió: “Ese hombre, niño, había nacido en un pesebre fuera de la sociedad política y religiosa: un excluido más. Su destino fue ser fiel a su origen: desde allí sus pies solo pisaron la vereda de los vencidos; su sentarse fue a la mesa de los parias; su acariciar fue las heridas. Esa fue su opción, ése su paso, ésa su huella: su enseñanza. (…) Ese hombre, el que ‘pasó haciendo el bien’, fue y es para sus seguidores, Dios encarnado. El Dios que puso el cuerpo hasta el final, hasta la Cruz. Un Dios en carne viva.”