Filosofía americana. Entre el hedor y la pulcritud

Seguimos al pensador americanista Rodolfo Kusch en su pensar caminante por los senderos de lo indígena y popular, señalando algunos mojones de su pensamiento. Caminaremos desde la moderna ciudad en la pulcra ciudad, donde pululan los objetos hasta el hedor metafísico que flota en el interior de América profunda.

Crianza del mundo

El filósofo caminante. Fuente: Guaman Poma de Ayala, F. (1987[1615]).

Hacia 1615, Guaman Poma de Ayala, natural de Huamanga, escribía al rey de España, Felipe III, una carta, Nueva Crónica y Buen Gobierno, narrando la situación de los indios y la propuesta de una nueva forma de gobierno que tenga en cuenta los modos de vivir de aquellos, denunciando los abusos de los conquistadores.

Entre muchos de sus dibujos, aparece la mención de un filósofo-poeta, que “sabe del rruedo del sol y de la luna”, de eclipses “y de estrellas y cometas ora, domingo y mes y año de los cuatro uientos del mundo para senbrar la comida desde antiguo”1. Al caminante lo acompañan sus huacas, el sol, la luna, los apus; es decir, los seres poderosos del mundo de abajo (uku pacha) y los del mundo de arriba (hanan pacha), con quienes debe establecer acuerdos para conseguir el pan para su pueblo, pero a la vez alimentar a las diversas guacas que habitan diversos mundos. Para conseguirlo debe hacerse cargo de un saber de cuidado y crianza entre lo humano y lo no humano.

Rodolfo Kusch, filósofo argentino (1922-1979) se autoexilia de la ciudad porteña para indagar qué pasa con el pensar en el fondo de América. Viaja por Bolivia, Perú y Chile, a la manera del caminante de Guaman Poma, encontrando un saber que interpela a la ciudad moderna, al saber culto y “civilizado”. Se da cuenta que este saber acoge una parte de la experiencia civilizatoria, la del ser que postula una historia progresiva y racional, pero que, a la vez combate, oculta e invisibiliza al saber de la experiencia de los estratos más profundos de América, es decir el estar de indios, negros y criollos. Estos “llevan su inconsciente a flor de piel”, su hedor y miedo a la ira divina, frustrando de paso a los criollos su ideal de ser occidentales pulcros. Esa parte de lo humano que busca por el lado interior a la vez cree que lo humano está sujeto al “así” (ucamau) del mundo.

Esa oposición es vista e interpretada desde la ciudad, desde su telos racional, configurando una constante lucha por superar la “barbarie” de lo americano.

Sospecha que esa sorda y velada oposición impide ser sujetos plenos culturalmente. Se pregunta cuáles serían los caminos para una reintegración plena de lo humano en estas tierras.

El Café. Demonismo y ficción

No hay quizá experiencia más porteña que la de estar acodado en la mesa de un café, contemplando el paso de la gente a través del ventanal. Se advierte en esta circunstancia una extraña relación. Algo participa simultáneamente de nosotros y del hombre que pasa solitario y silencioso por la vereda. El silencio, la fría apreciación de la distancia que nos separa y el ventanal engendran un sentimiento singular de abismo, que nos separa hondamente del transeúnte2.

Sentado en la mesa mira pasar al transeúnte, “solitario” y “silencioso”, con quien mantiene una molesta identificación, puesto que “algo” los une, pero a la vez los separa, hay un “abismo” entre ellos: el café, el ventanal, el transeúnte y él mismo. Estar en el café es un momento único en la vida ciudadana.

“Un ‘aquí’ y ‘ahora’ en la ciudad en que se libera anchuroso un interrogante3 arrastrado a través del día, de las calles, de las oficinas. Después de vivir una verdad ficticia a ciegas, durante horas, días y años nos tropezamos con la antípoda.”

Kusch no nos hace ninguna concesión, en pocas palabras va directo al corazón de la trama ciudadana. El “otro” no sólo se torna lejano, alguien que zozobra en el crepúsculo, sino que se convierte en un número más, un engranaje o una máquina. El hombre del café no logra claridad en ese sentimiento que lo embarga, que le produce desazón, que lo hermana y a la vez lo separa del transeúnte. Pero el café, como dice el tango “se parece a la vieja”, donde se puede aprender sobre la vida y se puede dar el “deschave”. Y lejos de la formalidad de la oficina, de esa ficción de tener más para ser “alguien”, sea sumando cargos, títulos, terrenos o ladrillos. Pero la frustración no lo abandona.

Kusch indica certeramente: “Y es que la ciudad es la causa de esa escisión”. La soledosa ciudad, donde todo tiene un fin preciso, donde la meta de una vida ciudadana se impone y se constituye como una realidad concedida. En el café “se libera” esa pregunta, ese “interrogante” que arrastraba todo el día. Es que la ciudad no permite preguntarse. Y no hay palabras para definir la desazón y también la emoción que sobrevuela en los acordes de un bandoneón o un poema; allí se asoma lo monstruoso de vivir o el milagro de poder ver crecer las utopías, como si fuera un árbol infinitamente grande. También la realidad abisal que reverbera en los afectos o el demonismo vital que trasunta un tango, el amor buscado en una fiesta o en el grito destemplado de unos muchachos en la madrugada.

“Llegamos a la conclusión de que vivimos dos verdades, una ficticia que percibimos y otra real que apenas alcanzamos a vivir.”

El antagonismo entre oficina y café, es paralelo al antagonismo entre ciudad moderna y espacio vegetal, entre espíritu y tierra, en suma, entre ficción y demonismo.

Este antagonismo Kusch lo encuentra ya en la época precolombina en la figura del dios bifronte Quetzalcoatl. Este está formado por la serpiente (verdad de la tierra) y las plumas del ave sagrada quetzal (verdad del cielo). Esta dicotomía atraviesa toda la historia del continente americano, metamorfoseado en el enfrentamiento entre paisaje y ciudad. Tiene que ver con las derrotas y las victorias de los héroes de la independencia, con sus tácticas militares, con su voluntad de instaurar el tiempo europeo. La verdad de la tierra no pudo ser “civilizada”. Pero en la actualidad esta dicotomía es manipulada desde la ciudad, la “civilización” y la razón mercantilista que relega la verdad de la tierra a un segundo plano “desde donde asuela a la ciudad”.

Así se va configurando una subjetividad ambivalente y mestiza que requiere un horizonte que recupere el misterio de estar “aquí y ahora”, pero que no sabe qué hacer no en nombre de qué sacrificarse.

La chichería

Jugando al sapo en la chichería.
Fuente: Martín Chambi. 1931.

Los indios luego de sembrar sus tierras se sientan en la chichería a beber y a esperar. ¿Qué espera un indio en la chichería?. Pues que su sementera se críe, lejos de la influencia del anchanchu y del choque chinchay o felino soplador del granizo. Pero esto ya no depende de él. La predisposición de los tatas y mamas dioses dependerá, un poco al menos, que haya cumplido con el rito. Los que no conocemos la vida en el fondo de América decimos que el indio “se deja estar”. Porque en el café descansamos del afanoso ser más que el compañero de oficina porque así lo requiere el jefe; allí no perdemos el tiempo porque “el tiempo es oro”, queremos “ser alguien” y nos angustiamos al modo existencialista. Pero en las desoladas punas frías los indios entran en la chichería para escuchar huaynos y transfigurarse con la chicha hasta ser poseídos por las huacas que rigen todo. Allí él es una ofrenda más, un q’ero por donde los dioses beben. “Se dejan estar”, decimos en la ciudad, donde queremos “ser alguien”, como dice Kusch. “Estar” proviene de stare, estar de pie, dispuesto a caminar, listo para marchar. En el sentido del caminante o kuttiri, el que va y viene. Por su lado el “ser” se asocia a lo que se torna sede, sedere, o se hace fundamento. También es el permanecer sentados, o estar sentados, incólume más allá de los accidentes, en el sentido de sustancia o subs tare aristotélica. En América Profunda Kusch dice que el “estar” y el “ser” se relacionan como la madre y el hijo, como la raíz y el fruto, no se puede advenir al “ser” sin “estar”.

En América nuestros ciudadanos quisieran extirpar el “estar” a fin de advenir a un puro, pulcro y eterno; pero como no lo logramos nos quedamos prisioneros de un “ser” inacabado, pues el “estar” nos liga al nomás que vivir. Por eso seguimos siendo mestizos, aunque todavía no logramos asumir un “estar siendo” que nos reintegre a la tierra, a la vegetalidad, al hedor de estar vivos.

Fagocitación

Kusch nos dice que en América el “estar” mantiene una relación de fagocitación con el “ser”. El fracaso de los programas desarrollistas, los planes educativos, o los programas políticos, se deben a que el ciudadano medio escamotea el “estar” para mantenerse en el “ser”, como mímesis de lo occidental. Pero el ser es absorbido por el estar, en un proceso imponderable denominado “fagocitación”. En el plano ontológico la historia pequeña, la de las elites progresistas, o del “ser” es absorbida por la gran historia, o de los pueblos que meramente están. En el contacto cultural o en el enfrentamiento entre progresismo colonial y el mundo visto y vivido como “hervidero espantoso” (como decía Santa Cruz Pachakuti), Kusch encuentra dos polos; uno es el de la aculturación, en el que predomina el polo colonial o moderno. El otro polo es el que conspira constantemente desde el desorden, la irracionalidad, las verdades vegetales, que llama “fagocitación”, como polo inverso de la aculturación.

En el mundo indígena concebido como un “hervidero espantoso”, el “estar” conforma dos elementos vitales: el sexo y la comunidad. Lo que es decir el estar para el fruto y en el nosotros. En la ciudad, en cambio, la dinámica se mueve en el plano intelectual y la voraz dinámica del “patio de los objetos”. Esta dinámica desemboca en la neurosis, la abulia metafísica o en una rampante tecnocracia1. Y la enfermedad de la pulcritud consiste en ser libertinos de la limpieza, el esmero mestizo por la apariencia, la constitución perfecta, el gran arte, o la pomposa bibliografía. Todo esto para borrar el miedo a ser hedientos. Ya que el hedor consiste en el mero estar aquí, atados al ciclo del pan que calma el hambre del estómago y el hambre de sentido4.

Allí nos topamos con dos caminos: el camino del visitante occidentalizado, con sus soluciones rápidas (en Oruro, colocar una bomba de agua para conjurar la sequía o utilizar un fertilizante para los gusanos) y sin compromiso personal con el lugar y sus existentes. Es un camino por el lado de los objetos con sus soluciones, en el cual la muerte es repudiable porque es confesión de la inutilidad de las cosas. El otro camino es el interior. El del silencio, de la espera del crecimiento, de la sementera o el de ser como un árbol. El de la riqueza interior, aunque seamos pobres y hedientos. Por este lado, dice Kusch, acontece la salvación. Es decir, se puede elegir entre asistir a “la fiesta del mundo” o al “ayuno de los objetos”5. La fuerza interior se encuentra en el segundo sendero. Es el sendero por donde alientan los santos y los diablos, las huacas andinas y los ancestros, seres que crían y “comen”, que interpelan cotidianamente: “siempre habrá vida, pero junto a la muerte; siempre orden junto al caos, como también dios junto al diablo.”6. De ahí la necesidad del sacrificio. Los aztecas extraían el corazón a fin de propiciar el maíz, nosotros trabajamos horas y horas a fin de que a fin de mes caiga el sueldo, en lo americano será sacrificar el “ser alguien”, superar el miedo a pensar desde el fondo de América, a fin de que, de este trabajo de “estar siendo”, volvamos con el corazón del mundo entre las manos.

Geocultura

Cultura “es el baluarte simbólico en el cual uno se refugia para defender la significación de su existencia.”7 Es decir, Kusch no define a la cultura sólo por el lado del acervo, sino por el lado de la actitud, no tanto por los productos sino por el lado del sujeto que produce. Para el autor el hábitat es recubierto por el paisaje cultural. Por lo que en esta relación se pierde el hábitat. Así el revestimiento científico técnico dejó en el fondo el sentido del hábitat, revistiéndolo por el lado de la res extensa, paisaje o recurso; es decir recorre un camino exteriorizante. A la intersección de lo geográfico con lo cultural Kusch la llama “unidad geocultural”. El acceso a esta unidad geocultural puede hacer abordando el pensar grupal, ya que el “nosotros” es el que proporciona los contextos simbólicos que intervienen en la constitución de la “realidad” y en el quehacer de lo cotidiano. Se pone énfasis en no quedar entrampados en la exterioridad (tendencia occidentalizante) sino bordear los núcleos seminales imponderables, el ámbito de lo emocional, llamado también “entrancia”8. La intersección entre lo geográfico y lo cultural, deja abierta la pregunta: ¿todo pensamiento sufre la gravidez del suelo, o es posible lograr un pensamiento que escape a la gravitación? Es la pregunta por el encuentro entre el pensar y su suelo. Con ello se cuestiona el así llamado “pensamiento universal”. Las soluciones sociales que apuntan a una comunidad externa escamotean la comunidad interna que se constituye al margen de la conciencia; márgenes que rebasan lo puramente humano y rozan esos imponderables que los andinos llaman apus (montaña), huacas, muertos, diablos, tatas y mamas, las constelaciones celestiales (chakana) que propician las lluvias o las tempestades, entre muchos otros seres, con quienes se mantiene un intercambio ceremonial durante todo el año calendárico. Por lo que cabe rebasar lo meramente geográfico y hacernos cargo del término “suelo”. Este es caracterizado como un “molde simbólico” para lo vital, un domicilio donde se refugia uno para defender el sentido de su existencia. El suelo es el elemento que deforma o corrompe la intuición de lo absoluto. La tendencia o el modo de abordar el espacio por el lado de lo medible es constitutiva la filosofía moderna de Descartes, quien definió a la naturaleza como res extensa. Contrapuesta a una dimensión “intensa”, donde pululan los seres, mundo que Santa Cruz Pachakuti denominó “hervidero espantoso”, que interpela a la humanidad, abriendo los sentidos de lo fasto y lo nefasto, la comida o el hambre, el sentido o el sinsentido. Este “suelo” constituye un presente ausente, lo impensable que “sostiene” en el sentido del “no caer más al fondo” como fundamento; en tanto “estar” parado en lo circunstancial. Es lo que funda y lo que deforma la pretensión de universalidad.

Los espacios que respiran y alimentan el espíritu del hombre americano, constituyen espacios “vivos” en tanto interlocutores de los pobladores, los que le imploran, y les agradecen los dones recibidos. El “nosotros” popular se considera “huésped” de la madre tierra, por eso el rito principal es el corpachar, que se relaciona con el hospedaje y el acogimiento de la tierra como muestra de reciprocidad. Estos lugares de la pacha tienen potencia; así, ojos de agua, cerros, ríos, mojones, los pacha de arriba, de “abajo”, los de aquí, todos son “comensales” que reciben presentes o “mesas” como tributo a su poder. Espacios americanos cargados de “dignidad”, de valores, de memoria de lucha y de resistencia.

Por ello, dice el autor, se trata de pensar-nos, y pensar el mundo. Y también el mundo, la tierra que se piensa y se sabe a sí misma a través de nosotros. Nuestro espacio “digno”, es el lugar donde hunden las raíces de la memoria y se extienden follajes floridos cargados de futuro. Es desde aquí que nos proponemos pensar la condición humana, la historia, los saberes, los valores de convivencia solidaria en un mundo que reclama el cuidado recíproco.

“No es difícil comprobar que todo lo que hagamos, ya sea en el plano de lo social, lo cultural, lo político, lo cotidiano, se rodea una extraña aureola de descrédito. Hay un divorcio entre lo que queremos ser colectiva e individualmente y lo que en realidad somos.”9. Es que nuestras minorías tienen miedo a pensar lo americano, pero nosotros buscamos “destrenzar el corpus extraño y trenzar el propio”, lo que significa asumir a Nuestramérica y pensar el mundo desde su estar siendo. Y ¿qué es, entonces, cultura? “Cultura significa lo mismo que cultivo. Pero no sabemos dónde está la semilla. Será preciso voltear a quién la está pisando. Pero, pensemos también que esa semilla está en nosotros10.

Para Kusch la humanidad juega su vida entre el pacha y el kuty, entre la olla de maíz y su opuesto, la olla de mala hierba. Nos dice que está en nosotros, en nuestro “estar siendo” que logremos el pacha del maíz, porque ya América Profunda está para el fruto.

¿Qué hacer? Nos dice Kusch que: “es evidente que nos están llamando. Deben ser los dioses del yatiri. Pero esta vez nos dicen: ‘Eres realmente poco, mucho menos que una enciclopedia. Pero, mira, nos hemos caído contigo. Ayudémonos. Y juntos subamos.”.

Entonces retornamos a ese espacio hediento de la iglesia de Santa Ana del Cusco, al mendigo que exhibe su mero estar de modo desprejuiciado. Y nos descubrimos también mendigos del pan del sentido en el “estar siendo” americano. Oteamos que el horizonte está dentro de nosotros en el camino interior que América nos hizo descubrir.

Mario Vilca es Doctor en filosofía y Profesor Adjunto en la Universidad Nacional de Jujuy.


1 Guaman Poma de Ayala, F. (1987[1615]). Nueva crónica y buen gobierno. Ed. John Murra, Rolena Adorno y Jorge Urioste. Madrid.

2 Kusch, R. (1953). La seducción de la barbarie. Análisis herético de un continente mestizo. Buenos Aires.

3 Subrayado mío.

4 Cfr. Nota 2.

5 Kusch, R. (1999/[1962]). América profunda. Buenos Aires.

6 Ibíd., p.170.

7 Ibíd., p.174.

8 Kusch, R. (2012). Esbozo de una antropología filosófica americana. Buenos Aires.

9 Kusch, R. (1971). El pensamiento indígena y popular en América. Buenos Aires.

10 Cfr. Nota 2.

11 Kusch, R. (1976). Geocultura del hombre americano. Buenos Aires.

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