Por Gonzalo Fiore Viani
WASP es un acrónimo en inglés que significa «White Anglo-Saxon Protestant», lo que se traduce al español como «Blanco, anglosajón y protestante». El término se originó en Estados Unidos a principios del siglo XX para describir a la élite social blanca, anglosajona y protestante del país compuesta por personas blancas, de ascendencia británica o europea. Por otro lado, «redneck» es un término utilizado para describir a personas blancas de la clase trabajadora o de bajos ingresos, que suelen vivir en áreas rurales y se caracterizan por su estilo de vida y cultura distintivos. A menudo se asocia con personas que trabajan en labores manuales, como la agricultura o la construcción, y que tienen un fuerte sentido de la identidad cultural y la independencia. Sin embargo, el término también puede ser peyorativo y se ha utilizado desde las élites –mayoritariamente, a su vez, también blancas— para estereotipar de manera negativa a cierto subgrupo de personas clase trabajadora o de bajos ingresos con una identidad cultural muy particular. Uno de los principales factores aglutinantes de esta identidad es la idea del libre derecho a la tenencia de armas establecida en la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos en el siguiente texto: ”Siendo necesaria una milicia bien regulada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”.
A lo largo de la historia de los Estados Unidos, se ha producido un debate constante sobre cómo se debería interpretar la Segunda Enmienda y cómo habría que aplicarla en la sociedad moderna, una muy distinta a la de 1791, cuando se aprobaron las primeras diez enmiendas de la Constitución, conocida como la Carta de Derechos. El principal argumento de los defensores de la enmienda tiene que ver con que es fundamental para proteger la libertad individual de los ciudadanos estadounidenses para defenderse contra la supuesta “tiranía» del gobierno federal, algo que tiene sus raíces más en la Guerra Civil que en la guerra de independencia, donde originalmente surgió la idea de la creación de “milicias”. Por su parte, otros argumentan que la enmienda ya no es relevante en una sociedad moderna, por lo que los controles de armas deberían ser más estrictos en orden de garantizar la seguridad pública. Lo cierto es que el país experimenta de manera constante tiroteos masivos en escuelas, universidades, iglesias, centros comerciales y otros lugares públicos, lo que suscita permanentemente la discusión sobre la regulación y el control de armas. Sin embargo, esto es defendido fervientemente por los sectores más ligados al trumpismo y al Partido Republicano, que lo ven como una de sus principales banderas.
La Nueva Izquierda estadounidense criticó la hegemonía WASP identificándolos como parte del «establishment», sin embargo, la influencia de los WASP más adinerados ha declinado de forma muy marcada desde la década del 60. Grupos de católicos en la región del noreste y el medio oeste estadounidense, mayormente inmigrantes o descendientes de irlandeses y alemanes, llegaron a dominar el Partido Demócrata en las grandes ciudades, siendo uno de los principales objetos de críticas y enfrentamientos de los sectores mas identificados con los WASP. Es interesante aclarar cómo el WASP se ha asociado a lo largo del siglo XX más con las élites de la Costa Este de Estados Unidos, y no tanto con el Medio Oeste, mucho mas asociado con lo que se conoce como redneck. En general, los grupos étnicos más numerosos en el medio oeste son los blancos no hispanos, seguidos por los afroamericanos, los hispanos o latinos, los asiáticos y los nativos americanos. El estado de Michigan, por ejemplo, tiene una población diversa compuesta principalmente por blancos no hispanos (79%), afroamericanos (14%) y latinos (5%). El estado de Illinois cuenta con una población de blancos no hispanos (61%), hispanos o latinos (17%), afroamericanos (14%) y asiáticos (6%). En Indiana, la mayoría de la población es blanca no hispana (85%), seguida por afroamericanos (9%) y latinos (7%).
Actualmente, los WASP, cuyo poder y capacidad de influir en las élites políticas ya no es la misma que antaño, paradójicamente, se encuentran más cercanos que nunca ideológicamente a este sector de las clases trabajadoras medias bajas blancas rurales y urbanas de ex cordones industriales. Ambos subgrupos vieron a partir de 2016 en Donald Turmp un hombre capaz de aglutinarlos ideológicamente como hacía tiempo no sucedía. Quizás, el último líder político capaz de hacer esto había sido Ronald Reagan, sin embargo, el ex presidente era mucho más cercano a las élites urbanas blancas que Trump, paradójicamente, proveniente de allí. No deja de ser interesante, en ese sentido, como Trump supo entender que era lo que buscaban sus votantes y aprovecharlo. Mayoritariamente hombres blancos sin educación superior o universitaria, que se identifican como conservadores, residen en zonas rurales y suburbanas, y creen que han visto mermados sus ingresos a partir de la deslocalización de las fábricas o la aparición de los grandes pooles de siembra que afectaron a los pequeños establecimientos agrícolas del interior profundo estadounidense. Estos sectores, históricamente han creído en un “gobierno limitado”, donde las facultades del gobierno de ninguna manera deben interferir con lo que consideran derechos individuales básicos, en sus casos, mas precisamente, la tenencia libre de armas y el no pagar impuestos, ello, sumado a un fuerte sentimiento de rechazo a todo lo diferente, especialmente a las minorías raciales
En ese sentido, Donald Trump fue muy hábil en 2016 para apelar a estos sectores, prometiendo “solucionar” cuestiones como la inmigración ilegal, reducir los gastos públicos del gobierno federal, y, por lo tanto, el cobro de impuestos, pero sobre todo, generar nuevos puestos de trabajo, apoyar a través de ayudas a los pequeños y medianos productores rurales, relocalizar las fabricas que abandonaron el país, y potenciar la industria nacional estadounidense. Tomando esto en cuenta, los grupos blancos de estas regiones vieron en Trump un hombre que podía “enfrentar al establishment”, o lo que ellos consideran las “élites globalistas”, es decir, a la clase política tradicional, sobre todo demócrata, pero también incluida en los sectores mas tradicionales del Partido Republicano, de personas que pertenecen a universidades de la prestigiosa Ivy League, a quienes ven como causante de gran parte de sus males. Es ahí donde el slogan de Trump, una réplica mas que una reversión del viejo slogan de Reagan, Make América Great Again –-Hacer a América grande de nuevo— logró insertarse. La gran pregunta es “grande” ¿para quién? ¿Cuándo Estados Unidos fue “grande” para estos sectores? ¿Cuándo los afroamericanos no tenían los mismos derechos y eran considerados ciudadanos de tercera? En términos de edad, Trump tuvo más apoyo entre los votantes mayores de 45 años, especialmente aquellos mayores de 65 años, probablemente allí persista un supuesto recuerdo vago de una «América grande” donde sus derechos no eran “afectados por las minorías progresistas” fue suficiente para ver en Trump a su salvador.
Esto no es nuevo en la política estadounidense, estos grupos históricamente buscaron representantes, que fueron variando con el tiempo. A finales del siglo XIX, un grupo de agricultores, trabajadores y pequeños empresarios que se sentían afuera de la política económica de la época que protegían a los grandes intereses comerciales e industriales, crearon el Partido Populista en 1892. Los populistas abogaban por una serie de reformas que incluían la regulación de los monopolios, la reducción de los aranceles, la creación de un sistema de bancos estatales, la protección de los derechos de los trabajadores y la implementación de políticas que favorecieran a los pequeños agricultores. El Partido Populista logró cierto éxito en las elecciones presidenciales de 1892, cuando su candidato, James B. Weaver, obtuvo un porcentaje significativo de los votos. Sin embargo, el partido nunca logró consolidarse como una fuerza política mayoritaria y en 1900 decidió fusionarse con el Partido Demócrata, en aquel entonces, considerado como el partido mas “de derecha” del país. De todas maneras, las ideas del partido contribuyeron al progresismo posterior del partido, en lo que fue el New Deal de Franklin Delano Roosevelt. El populismo, en aquel entonces, fue “por izquierda”, a diferencia de lo que sucedió posteriormente.
Comparaciones mas adecuadas con Donald Trump pueden hacerse con ex presidentes como Ronald Reagan, pero, particularmente, con uno muy anterior, Andrew Jackson, perteneciente al Partido Demócrata. El mismo Trump supo decir, dos días antes de asumir, que “no hubo nada como esto desde Jackson”. Con pasado militar, fue el primer presidente de los Estados Unidos que no era de origen británico. Durante su presidencia, Jackson promovió políticas que favorecían a los trabajadores y agricultores, y luchó contra los intereses empresariales y bancarios. Sin embargo, Jackson también es recordado por su política de «remoción india», que involucró la expulsión forzada de las tribus indígenas de sus tierras ancestrales para dar paso a los colonos blancos. Este hecho ha sido objeto de controversia y críticas en la historia de los Estados Unidos. Con un estilo marcadamente populista, polémico y provocador, su ascenso fue visto como una amenaza a la clase dirigente. Sus opositores lo tachaban de “burro”, apodo que Jackson tomó en su favor y lo comenzó a utilizar. Con el tiempo, se convirtió en el animal que identifica al Partido Demócrata hasta hoy, en contraposición al elefante de los republicanos.
Más cercano en el tiempo se encuentra el independiente Ross Perrot, quien en 1992, fundó su propio partido político, el Partido Reformista, y se postuló para la presidencia con la plataforma de la eliminación del déficit presupuestario y la reforma del gobierno. Perot ganó un 19% de los votos, convirtiéndose en el candidato independiente más exitoso desde Theodore Roosevelt en 1912. Tanto Perrot como Trump se presentaron a la presidencia como candidatos con un enfoque populista y una fuerte retórica anti-establishment. Ambos criticaron el sistema político estadounidense y prometieron reformas importantes, provenientes del sector privado y del empresariado, ambos tocaron temas económicos en sus campañas, como el déficit presupuestario y la deuda nacional, aunque Trump centró mucha de su atención en temas como la inmigración y el comercio exterior en la disputa con la República Popular China. Trump incluso ha dicho que podría presentarse como independiente si el Partido Republicano no lo apoya para su candidatura en 2024.
El trumpismo como movimiento político, así como lo precede, muy probablemente, también trascenderá a Trump, y todo dependerá de qué figura surja para conducirlo. Tras la irrupción del magnate en la política, y la concatenación de toda esta serie de demandas en un solo movimiento político, nada volvió a ser igual en la política estadounidense. Por más rechazo que causen entre la dirigencia tradicional del Partido Republicano, nadie está dispuesto a desdeñar los votos de estos sectores, mucho menos, de dejar que se vayan hacia otro lugar. Trump también tiene un fuerte apoyo entre los votantes blancos evangelistas pero mayormente entre los votantes blancos que se identifican como «trabajadores» o «de clase obrera”. Joe Biden ha intentado, desde su misma campaña, volver a cierto discurso clásico del Partido Demócrata más ligado a los sindicatos y a los trabajadores, apelando a las bases mas tradicionales con campañas como el Buy American –
compra americano— para proteger la golpeada industria nacional estadounidense. No obstante, si lo que buscaba era apelar al sector de votantes del trumpismo no tan interesado en las políticas identitarias sino mas bien en buscar mejoras para su economía diaria, claramente no lo ha logrado. Mientras no aparezca alguien que represente a estos sectores, el trumpismo lo seguirá haciendo, es interesante preguntarse: ¿Por qué? ¿Qué hizo mal la política tradicional para que esto haya pasado y continúe sucediendo? ¿Es posible evitarlo?