Últimamente estuve leyendo muchos ensayos. Demasiados, creo. Me provocó mucha envidia leer gente que defienda de manera tan soberbia sus ideas o argumente con tanto convencimiento una hipótesis desde su subjetividad, ya sea sobre la nostalgia, Sarmiento, los regalos o el derretimiento de los polos.
Lo que sucedió es que cursé la materia Taller de Ensayo en la facultad y poder encontrar el tópico para mi trabajo final me costó casi la mitad de tiempo de la cursada, porque lo que me preguntaba una y otra vez era: ¿hay algo de lo que realmente yo esté convencida? Sobre todo porque hace ya un buen tiempo que vengo sintiendo una tranquila y amigable resignación. Muchos sostienen que es triste vivir resignada, no ponerle demasiadas expectativas a nada. Pero lo cierto es que mientras más me acerco a este estado, más serena vivo mi vida. No espero nada de nadie. Y cada vez tengo más dudas sobre todo. Entonces, ¿de qué estoy tan segura?
Entre los textos que nos dieron para leer, una unidad entera estaba dedicada a los ensayos sobre feminismo. Muchos eran conocidos, como Un cuarto propio, de Virginia Woolf, y otros no tanto. En base a ellos, una compañera decidió escribir sobre la representación de las heroínas mujeres en la ficción. Tomó ejemplos de películas, series y literatura. Nombró a Mulán; a la guerrera Éowyn de El señor de los anillos; a Brienne of Tarth, “la caballera” de Game of Thrones;a Jo, de Mujercitas. Tambiénnombró ala Mujer Maravilla. Enumeró una larga lista de personajes femeninos que compartían, absolutamente todos, una misma característica: tener rasgos masculinos. Fue con estos ejemplos que argumentó su hipótesis: la tendencia a construir personajes femeninos a través de la asignación de características masculinas no hace otra cosa que confirmar, una vez más, la subestimación hacia los valores y espacios típicamente “femeninos”.
¿Cuáles son los lugares históricamente asociados con las mujeres? ¿Qué características deben tener para ser valientes, para salir del margen, para ser heroínas? Repasé mentalmente mis películas preferidas y la mayoría de los personajes que nombraba mi compañera siempre me encantaron pero, en el fondo, me hacían sentir débil, superficial y vanidosa por no ser como ellas, o por querer otras cosas, o por recurrir a otras herramientas para llegar a mis objetivos. Prefería la amabilidad antes que la violencia. Lo suave antes que lo rudo. Yo no quería ser Mulán, yo quería ser Anastasia.
Otra compañera decidió escribir su ensayo sobre Dalma y Giannina. Ni tengo que aclarar el apellido para referirme a ellas. Ya todos lo sabemos. La Dalma, la Giannina, la Claudia. En el 2007, Susana entrevista a las hermanas en su famoso sillón blanco y la diva afirma, (no les pregunta, afirma) que “les tocó ser hijas de uno de los hombres más famosos del mundo, debe ser muy duro”. Y ellas lloran. Porque sí, sostiene mi compañera en su ensayo: hay algo catastrófico en ser las hijas del Diego. Y en ser la esposa del Diego. Y después la ex esposa del Diego. Y en ser huérfanas del Diego. Y seguir atada para siempre al Diego, aunque el Diego ya no camine entre nosotros.
Siempre nos repetimos que es incorrecto opinar y hablar sobre la vida de los otros, pero al fin y al cabo es lo que más nos gusta hacer. Sobre todo, si esos otros son pareja, si esos otros son argentinos, si esos otros son famosos. Sobre todo, si esos otros nos representan en el mundo.
El miércoles grité muy fuerte los goles, pero no lloré hasta el momento en que vi el video de Antonela abrazándose con sus hijos, festejando la victoria. En las gradas se encontraba la familia de Messi. En las gradas había alguien que sabe mejor que nadie la presión que siente el diez, y es ella: Antonela no pudo ver el penal, prefirió sentarse y taparse la cara.
El Diego y la Claudia se conocieron siendo muy chicos. Al igual que Messi y Antonela. Y ambas historias me conmueven hasta las lágrimas. Me gusta pensar en que son las historias de amor de nuestro propio disney argentino. El camino del héroe o la heroína es mucho más difícil si no hay un amor que los acompañe, aún en la distancia, en las noches más oscuras.
¿El Diego hubiese sido el Diego sin la Claudia? ¿Messi sería Messi sin Antonela? ¿Acaso las admiro como mujeres porque tienen características masculinas, porque utilizan la fuerza o la violencia para llegar a ser alguien memorable? ¿Se disfrazaron de hombres para que las admiren? ¿Acaso hacen algo para que la gente las ame? Lo dudo. Ellas son ellas y punto.
Volviendo a los ensayos, leí Espéculo de la otra mujer (1972) de la feminista francesa Luce Irigaray. La autora sostiene que, con el planteamiento igualitarista (considerar a la mujer igual que al hombre), las feministas corren el peligro “de estar trabajando por la destrucción de las mujeres, más generalmente de todos los valores”. Por eso considera necesario plantear la cuestión a partir de “una fundamentación distinta a aquella sobre la que se erige el mundo de los hombres”. Para que esto suceda, es necesario recuperar a las mujeres como sujetos sexuados diferentes de los varones, en lugar de tomar posiciones en un mundo presuntamente neutro. Esto es necesario, ya que es el orden simbólico masculino el que, desde siempre, ha definido a las mujeres como sujetos sexuados.
En opinión de Irigaray, el orden masculino no ha dejado espacio para que el orden femenino exprese su verdadera diferencia, sino que las ha homologado al ámbito de lo uno y lo mismo representado por el falo. Desde su perspectiva, no es posible que las mujeres construyan su identidad desde un discurso masculino, que ubica a las mujeres como el “otro”. Por ello, es determinante romper con el discurso del logos, fálico, dedicándose a explorar el cuerpo y la experiencia del placer sexual de las mujeres como bases idóneas para la construcción de una nueva subjetividad femenina. Se debe desarrollar una centralidad en la mujer, en el sujeto mujer, pensar su cuerpo, su ser, desde sí misma.
Si leía este texto hace cinco años, seguro hubiese cerrado el libro a la segunda página. Pero hoy creo llegar a comprender alguna de sus ideas. Ahora entiendo por qué esas heroínas con rasgos masculinos no me representaban: porque no quiero reproducir accionares masculinos. No me gusta imaginarme de ese modo. Lo que hago lo quiero hacer porque soy un Yo, no porque deba igualarme con un Otro. Yo también puedo ser una heroína, aunque me guste pintarme los labios. También puedo ser una muchacha violenta si la situación lo amerita, sin la necesidad de cortarme el pelo para serlo.
Me estoy amigando con la idea de no representar ningún polo extremo del género. Como también con la idea de que Antonela puede ser la esposa de Messi o pueda ser simplemente Antonela. Con la idea de que Claudia pueda organizar el funeral del Diego aunque se hayan demandado numerosas veces. Y con la idea de que escribir y maquillarme, muchas veces, me dan el mismo placer.