Aún es de noche cuando llegamos a Aeroparque, pero apenas el avión levanta vuelo, podemos ver una franja luminosa naranja que se dibuja en el horizonte, a medida que el tiempo avanza va iluminando el día. Casi dos horas después llegamos a Posadas, en el cielo azul intenso, el sol brilla con esplendor.
En un monte vecino al aeropuerto, una bandada de tucanes salta de rama en rama entre los árboles frondosos. Me acerco para tratar de sacar una foto, justo cuando recibo un mensaje de Marcelo Torres, un técnico joven de la Secretaría de Agricultura Familiar Campesina e Indígena y referente del Frente Agrario Evita-MNCI. Ha llegado puntualmente y me espera en la dársena de salida, para ir rumbo al paraje Caburé, no muy distante de donde estamos.
Para llegar tomamos por un camino interno del Parque Nacional Iguazú, el mismo está sin asfaltar y eso es bueno, ya que no altera el paisaje y resulta amigable con el entorno. Durante el viaje se nos cruzan algunas pacas y me distraigo observando la variedad de pájaros desconocidos. Nos dirigimos a la casa de Casimiro Texeira, presidente de la Cooperativa de Productores Regionales Caburé í. Casimiro es un criollo misionero de mirada y gestos mansos, que nos recibe en su casa ya casi a la hora del almuerzo, su compañera ha puesto la mesa bajo una galería donde además de comer una rica pollada o guiso de arroz, podemos ver la selva del Parque Provincial Urugua Í, vecino a la chacra en la cual trabaja desde 25 años.
Casimiro me cuenta, que cierta vez, hace ya tiempo, decidió abandonar el campo y fue a parar a una villa en las afueras de la ciudad de Iguazú. Un día decidió volver debido a que:
Había lavado las únicas zapatillas que tenía y me asomaba a cada rato para ver si estaban, si no las habían robado. Ahí me pregunté qué hacía ahí, qué vida era esa y decidí volver a la chacra. Acá no le ponemos llave a la puerta, vivimos tranquilos y la vida es diferente. Si algo te falta le podés pedir al vecino y si a él le falta, te pide a vos
Lo cual habla de una solidaridad perdida en la cultura salvaje de las ciudades. Su relato se ve interrumpido, porque de pronto los perros, testigos adormecidos de nuestra conversación, se levantan como impulsados por un resorte y corren, al tiempo que ladran como enceguecidos, a un grupo de monos que salta de un árbol a otro, en un viaje cuyo tránsito se pierde en la espesura de la selva.
La chacra donde Casimiro y su familia trabajan desde hace veinticinco años tiene unas nueve hectáreas, además de la huerta donde producen hortalizas, también hay espacio para cultivar tabaco, criar cerdos, gallinas y producir miel. De esta última producción, Casimiro se siente realmente orgulloso y al escucharlo se lo puede definir como a un verdadero domador de abejas, al decirme que:
Hice algunos cursos, pero casi todo lo fui aprendiendo solo, mirando videos en YouTube. Así fui aprendiendo a armar las cajas, a cazar los enjambres y cómo armar otro panal con uno ya hecho: hay varios métodos, uno con cintas engomadas y otro llevando algunas abejas de una caja a otra. En verano no hay problemas porque en el monte flores sobran, ahora que llega el invierno mi trabajo consiste en plantar flores cerca de los panales para que tengan alimento, es todo un trabajo procurarles el néctar. Estas abejas que yo tengo son bravas, pero si uno no las molesta no hacen nada, hay que tratarlas bien y ya está.
Esto me lo cuenta mientras recorremos la parte del monte donde las abejas zumban, alrededor de las cajas de madera que contienen los panales y me habla también de la importancia de las producciones agroecológicas de los campesinos y campesinas, que en la cooperativa armada en el año 2006, también se extiende en la producción de dulces, mermeladas y almidón.
Ya habíamos tomado unos mates cuando volvió a aparecer Marcelo Torres, quien volvió de su casa, donde estuvo trabajando en varios proyectos productivos para presentar en los ministerios de Agricultura y en Desarrollo Social, para así seguir avanzando en la compra de un camión y un tractor para la cooperativa a la cual, después de despedirnos de Casimiro, nos dirigiremos. La sede está ubicada sobre la ruta nacional 101 en el paraje Caburé í. Allí también funciona una radio que en este momento detuvo su actividad, debido que el último temporal que asoló Misiones, después de una sequía de tres meses, tumbó la antena y está en reparación. Detrás de la edificación donde funciona la misma, hay unos galpones inmensos, donde nos reciben Vanesa Bialozor y Claudia Radke, dos de las referentes de la cooperativa y ambas orgullosas del origen de la fábrica. Es Claudia quien me dice:
Nosotras empezamos en el 2006 debajo de ese arbolito, ahí fabricábamos mermelada en una olla, íbamos juntando frutas de las chacras y después hacíamos los dulces. Así empezamos, ahora trabajamos veinticinco personas, hay compañeras que trabajan en la fábrica de dulces y compañeros que trabajan en la metalurgia. Hay que armar cosas y además, van a trabajar a otras cooperativas donde se necesita una mano.
Después de tomar unos mates, Claudia con un bebe en los brazos, nos guía hasta un galpón donde están los fogones y las pailas para preparar los dulces. Después de recorrer el mismo, nos conduce hacía otro más grande, donde se ubica la fábrica de almidón y los piletones donde se inicia el secado de la mandioca para iniciar el proceso de extracción. Claudia me explica el paso a paso de la elaboración y además me dice:
Aparte de todo el trabajo en la fábrica, también atendemos doce merenderos en la zona. Ahora estamos tratando de incorporar el apoyo escolar y el deporte, para que no sea solo la comida o la merienda lo que el chico recibe, este es un trabajo entre todos y todas, la cooperativa está integrada por cincuenta y tres familias y el consejo directivo por once personas, de las cuales, ocho somos mujeres. Esto es muy importante para nosotras como también fomentar el arraigo, la soberanía alimentaria y la economía popular.
Lamentablemente llega la hora de partir. Marcelo me dice que antes de ir rumbo a Andresito, donde haré noche, tenemos tiempo de ir hasta el río Iguazú. Por el camino me va contando el desastre que provocó la sequía de tres meses, producto de la bajante del río y también de la deforestación salvaje del lado brasilero. Esto, sumado a la secuelas dejadas por la pandemia, dificultaron la vida de las cooperativas agrarias, a lo cual, se sumaron los daños ocasionados por un tornado que asoló todo el territorio misionero y arrasó entre otras cosas los invernaderos de las comunidades campesinas.
Con Marcelo intercambiamos opiniones acerca de la importancia de las producciones agroecológicas y del fomento de las mismas para contribuir a la soberanía alimentaria. En ese intercambio estamos cuando por la senda de tierra colorada transitada se abre otro camino, que conduce al Hotel Urucua Lodge, un hospedaje exclusivo, instalado en las orillas del Iguazú y en el medio de la selva, el cual funciona con la reserva y venta de paquetes turísticos a millonarios. Más allá de esto, Marcelo me dice:
Es un lugar para ese tipo de gente, te llevan y te traen desde el aeropuerto, preservan la naturaleza en cierto modo y hasta que llegó la pandemia, la cooperativa los proveía de los dulces, mermeladas y pickles. También proveemos al restaurante El Fortín de Cataratas, lo cual habla de la muy buena calidad de lo que producen las compañeras.
Después de recorrer un tramo de la orilla del río, Marcelo me explica que aún están bajas las aguas. En el cauce se pueden ver las piedras marrones, apenas cubiertas por el agua. Una vez que nos sentimos extasiados de contemplar el reflejo de las nubes y los árboles en ese espejo, que continúa su tránsito con sonoridad acuática, emprendemos la retirada y el camino rumbo a Andresito, lugar donde pasaré la noche en un hospedaje, para emprender el viaje a la madrugada rumbo a San Pedro, donde nos espera gente de otra cooperativa.
ANDRESITO
Es domingo y se torna dificultoso encontrar un lugar donde comer. Al fin, luego de deambular un rato, encuentro un puesto donde venden hamburguesas. La temperatura templada permite a la gente comer en mesas dispuestas sobre una explanada, por la cual se accede a un puente que permite sortear las turbulentas aguas de una vertiente. Después de una cena rápida me encamino al hospedaje para descansar, a las 6 am pasará a buscarme Casimiro para ir desde San Pedro a la sede de la Cooperativa Familiar Agroecológica Local (COPFAL) a unos 200 kilómetros de distancia. No solo me llevará a mí, también viajan otros cuatro compañeros de su cooperativa, todos con experiencia metalúrgica en el armado de tinglados.
Una vez pasadas las horas del sueño, partimos los cinco rumbo a ese destino donde nos esperan. Cuando atravesamos por la ruta nacional 101, en el Parque Provincial Segismundo Welcz, un área protegida de 209 has, los carteles al costado del camino advierten sobre el paso de yaguaretés, osos hormigueros, aguaras guazú, tapires y otros animales selváticos.
En algún momento de la travesía, pasamos por un ecoducto o pasa fauna como dicen los lugareños, que facilita el tránsito sobre el nivel de la ruta de estos animales y así se evitan accidentes. Apenas ha pasado un cuarto de hora de las 8 am cuando arribamos a la sede de la COPFAL, a un costado de una edificación de material donde funciona la sede. En una explanada de hormigón armado unos quince muchachos descargan un camión con cargado de chapas, tirantes de metal y estructuras parabólicas para armar el tinglado, donde irán los silos de para acopiar los granos, la seleccionadora y picadora de los mismos, para así elaborar el alimento balanceado para cerdos y gallinas.
Los compañeros que viajan con nosotros son expertos soldadores de la Cooperativa de Productores Regionales Caburé í, quienes en una jornada de trabajo vienen a dar una mano. Una vez presentados y luego de compartir unos mates con quienes trabajan, nos sentamos a hablar en un patio con Hipólito González, un criollo misionero de mirada pícara, nacido en el Paraguay, quien con sus 75 años no deja de batallar. Y con Adrián Agustín, otro fundador de la cooperativa que lleva con espigada vitalidad sus 63 años a cuestas.
Hipólito, una vez que tomó un amargo y encendió un cigarro, me dice:
Vamos a empezar despacito porque la historia es larga, yo te voy a contar que nací en Misiones, pero del Paraguay. Ya de joven comencé la lucha en las Ligas Agrarias, así que venimos en esto desde hace tiempo. Después me vine para acá y estuve militando en el Movimiento Agrario de Misiones. Siempre estuve trabajando la tierra y organizando a la gente, porque si no hay organización no hay nada. Por eso ahora estamos integrados al MNCI, pero para llegar a esa parte todavía falta.
Esto lo empezamos de a poquito, primero éramos 16 que nos reuníamos en un galponcito que estaba ahí atrás. Las reuniones eran con la Pastoral Social de la Iglesia, pero ellos querían que fuéramos una ONG y nosotros queríamos organizarnos de otra manera.
Al galponcito hubo que levantarlo de nuevo porque lo prendieron fuego, no sé quién, pero lo incendiaron. Nosotros no queríamos que nos dirigiera un tipo de una ONG, queríamos que las bases decidieran lo que había que hacer, creo que por eso lo incendiaron.
Hipólito frunce el ceño no sin picardía y le cede la palabra a Adán Agustín, actual presidente de la cooperativa, que viene luchando junto a los demás desde el año 2003 en el armado de la misma. Él es quien me dice:
Empezamos siendo pocos, pero ya tenemos trescientos socios de las doscientas veinte familias que integran la cooperativa. Veníamos funcionando en dos galpones donde en uno instalamos la fabriquita y como ves, ahora estamos ampliando todo gracias a la ayuda del estado. En el tinglado nuevo van dos silos de 10.000 kilos para almacenar los granos, que vienen de los productores de Cruce Caballero, Gramado, Lizo, Palmera Boca, Siete Estrellas, Esmeralda y San José Obrero. La idea es vender a granel y en bolsas. Para eso ya empezamos a gestionar la marca, aunque faltan cosas como un tractorcito, un camión y la perforación para un pozo de agua. No paramos de trabajar, porque todo este trabajo, este esfuerzo, se vuelve desarrollo para la comunidad y que se sume gente joven, como se está sumando, nos dice que vamos por buen camino.
Entre los jóvenes que se han sumado, se encuentra José Gabriel González Padilla. El mismo se integró al trabajo cooperativo en el año 2014, después de abandonar los estudios de seminario, y una vez recibido de técnico en agroecología en la Escuela Latinoamericana de Agroecología (ELAA), un instituto para dar impulso a la Agricultura Familiar, ideado por Chávez y sustentado por el Movimiento de los Sin Tierra (MST) del Brasil. Alto, grandote y de mirada mansa, me cuenta parte de su historia personal y el del colectivo que integra:
Mi vocación era ser sacerdote, pero hubo un momento en mi vida que me motivaron otras cosas y abandoné el seminario para ingresar en la ELAA y ahí me recibí. Muchas veces me preguntaba para qué leemos a Paulo Freire y Foucault, si yo lo que voy hacer es trabajar la tierra. Y apenas me integré a trabajar, pude aplicar y ver toda esa parte teórica en el trabajo que hacíamos al irnos organizándonos. El consejo de la cooperativa está integrado por ocho mujeres y tres hombres, así que la perspectiva de género está bien cubierta y consideramos importante el desarrollo de todo lo que hacemos en esta comunidad que tiene unos 35 mil habitantes y la idea es continuar avanzando.
Tenemos proyectado no solo el producir alimento balanceado, sino también fabricar aceite y de instalar un mini mercado para comercializar frutas y hortalizas a menor precio, para que todos tengan acceso a una alimentación sana, es decir avanzar en el tema de la soberanía alimentaria y en la creación de puestos de trabajo para fomentar el arraigo y trabajar en todas las premisas de la agricultura familiar campesina e indígena, tal como plantea el MNCI. Además atendemos a cuatro merenderos en la zona, con clases de apoyo escolar y ya inauguramos la liga femenina de fútbol y de vóley, nuestra mirada siempre es inclusiva.
Ya la jornada ha concluido, el sol comienza a caer y es hora de emprender la vuelta hacía Andresito. Entre cosas que faltan y otras que se consiguen con mucho esfuerzo, la agricultura familiar, campesina e indígena, avanza como una alternativa de cambio estrechada con el desarrollo de la economía popular. En ese sentido, Misiones con su larga tradición de luchas campesinas, marca un camino de cambio y aprendizaje.