El año de la marmota

2017: obviedades en el valle de las rarezas. La polarización infinita, la realidad política que quema los libros y la hegemonía macrista que tropieza con su misma piedra.

 

Una sensación muy extendida luego de la primera vuelta de 2015 era que se habían quemado todos los libros. Un gobierno que cerraba sin crisis económica no podía perder. Perdió. No se le podía ganar al peronismo en provincia de Buenos Aires. Menos con una novata, mujer y porteña. Se le ganó. El primer bienio con Mauricio Macri en la presidencia podía confirmar la nueva tendencia de máximas evaporadas o reestablecerlas. Como con el triunfo de Donald Trump en EEUU, con el Brexit en Reino Unido o con la derrota del tratado de paz entre Colombia y las FARC, Argentina permanece en el territorio de las sorpresas. Más estables, al otro lado de Los Andes, los chilenos se preparan para que Michelle Bachelet y Sebastián Piñera protagonicen la ceremonia de traspaso de mando en la jefatura del Estado por tercera vez consecutiva, alternando roles según la ocasión.

 

El gobierno de Macri comenzó y cierra el 2017 entre apuros. En el amanecer, por la cuestión de la deuda de su familia con el Correo; por la demora en llegar de la mejora en la situación socioeconómica y por el primer paro general que convocó la CGT contra la CEOcracia. Se esperaba que tuviera un resultado más ajustado del que logró en los comicios de medio mandato. Sobre todo, teniendo en cuenta que debía enfrentarse nada menos que a Cristina Fernández de Kirchner en el conurbano bonaerense. La campaña previa a las PASO mostraba a los amarillos erráticos y nerviosos; y a la presidenta mandato cumplido serena. Sin embargo, Cambiemos superó las expectativas en casi todos lados. Derrotó a la líder de Unidad Ciudadana, pero también a varios de los gobernadores que han colaborado con el oficialismo en el Congreso. Primera extrañeza.

“¿Qué pasó para que un balance que pintaba para que la administración de los gerentes descorchara champagne termine con un clima tan enrarecido?”

A partir de las primarias, el cambiemismo experimentó su período de mayor paz. Duró exactamente cuatro meses, hasta el jueves 14 diciembre, cuando intentó por primera vez y fracasó en sancionar por ley el ajustazo jubilatorio. Durante esas dieciséis semanas, el tópico más debatido en la polémica política era si el oficialismo había conseguido hegemonía o no. Parecía que sí, a la vista del mapa del poder, siendo que las urnas le otorgaron la primera minoría de la Cámara de Diputados y prácticamente un empate en dicha condición con el peronismo no-K en el Senado, incapacitado este último, en cualquiera de sus versiones, de reconstituirse como alternativa competitiva. Para más, había una aparente, si no aprobación, al menos quietud popular mayoritaria que convalidaría tácitamente lo hasta aquí actuado. Creyendo con buenas razones que había aumentado su crédito, Macri apostó fuerte con proyectos de reformas profundas: laboral, fiscal y jubilatoria.

 

Cuando las anunció en el Centro Cultural Kirchner, unánimemente se creyó que se trataría de meros trámites en todos los casos. Y no. El minoritario sindicalismo combativo consiguió, pese a esa desventaja, mandar de momento a archivo la eliminación del Derecho del Trabajo. Y si bien el Presidente ya tiene las modificaciones jubilatorias y tributarias, se ha parecido demasiado peligrosamente a una victoria pírrica. El costo que pagó por transformaciones que los suyos consideran demasiado tímidas ha sido altísimo. Segunda extravagancia.

 

¿Qué pasó para que un balance que pintaba para que la administración de los gerentes descorchara champagne termine con un clima tan enrarecido? Hay quienes fingen asombro, temor y pesar por la violencia política que escala. ¿Son o se hacen? Aquí se escribió, el día que finalmente se consumó el hachazo a jubilados, beneficiarios de AUH y héroes de Malvinas, cuando todavía no se había evaporado el polvo de los destrozos y la represión, que se trataba de consecuencias lógicas en el marco de la exclusión sistemática del 60% de la gente que no votó al macrismo. Se pretendió hacer descansar al reformismo permanente en un supuesto pacto entre Olivos y los gobernadores cuya letra tuvo copyright CEOcrático exclusivo. Con eso, los mandatarios locales corrieron a reforzar la representación de un segmento que ya tiene abogado. El resto, huérfanos. Pero la clave no es ésa, que en todo caso ha sido constante de la era PRO, sino que ahora han avanzado aún más allá.

 

Como es obvio, a todo el mundo le llega la vejez. Y se ha dicho hasta el hartazgo: el sufragio amarillo se hace más fuerte a medida que se asciende en franjas etarias. La composición sociológica de los nuevos cacerolazos indica que por primera vez han sentido el impacto en filas propias. Y para eso no hubo relato de Jaime Durán Barba capaz de auxiliar a los dirigentes. El hecho de que el mismísimo jefe de los diputados oficialistas, Mario Negri, haya decidido no defender el proyecto en el cierre del debate parlamentario, hecho del que no se recuerdan precedentes, marida a la perfección con la lengua afuera con la que llegó su espacio al epílogo de este conflicto y con su necesidad de apoyarse en las fuerzas de seguridad, luego de derrapar entre marchas y contramarchas, inconsistencias y sinceramientos que se le escapan y le reprueban. Como dice Diego Genoud, se lesionaron las expectativas, lo único que ofrece un gobierno sin presente y que ya agotó el uso del pasado.

«CFK no acierta a salir del encierro de su acompañamiento duro –dato no menor, el gobierno nacional acaba de ser vencido en la batalla previsional con poco protagonismo suyo»

Si el anterior ciclo se agotó cuando, luego del 54%, se encerró en su núcleo duro e hizo oídos sordos al resto, ¿por qué sería diferente con un gobierno de minorías? El paisaje balotajista inconmovible en que se está desde 2013, donde son varios los actores que expresan porciones sociales significativas, desaconseja apartar porque sí a cualquiera de ellos. Sergio Massa, por caso, obtuvo un millón de votos hace dos meses. Cien mil más que… Elisa Carrió, estrella de aquella jornada.

 

Si el saldo no es peor es debido a lo único que no impresiona en los últimos tiempos: la crisis opositora. Ya sea porque CFK no acierta a salir del encierro de su acompañamiento duro –dato no menor, el gobierno nacional acaba de ser vencido en la batalla previsional con poco protagonismo suyo–, o bien porque los gobernadores peronistas carecen de la más mínima habilidad o voluntad para nada más que el seguidismo acrítico de lo dictado por Balcarce 50 –no todos, clar:; algunos pocos se animaron a romper el contrato del reformismo permanente cuando variaron las condiciones, pues el rechazo se evidenció imponente. Asimismo, por la dispersión y desorganización que los aqueja a todos por igual: con un mínimo de coordinación, la poda jubilatoria no salía, porque Cambiemos llegó al final de la sesión sin capacidad de garantizar quórum.

 

En definitiva, la paradoja principal en un contexto repleto de novedades es que no las hay. Macri cierra 2017 igual que lo comenzó: sustentado en deficiencias ajenas y no en méritos propios. Impresionante, pues en el medio hubo elecciones que lo revalidaron.

 

Puede, pues, que entre tantas incertidumbres los errores devengan un paisaje cada vez más habitual.

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