Sasturain: “Puede haber mucha literatura que tal vez no pase por el libro”

El novelista reunió un centenar de poemas escritos en los últimos cuarenta años. “Algunos tal vez puedan decir: 'el pelado es un colado de la poesía'. Un infiltrado, diría Perón”

sasturain

Se lo conoce por sus aportes a la difusión de la historieta y el género policial, por sus cuentos y novelas y su labor periodística. Ahora acaba de reunir en un libro 100 poemas escritos entre 1976 y 2016, y advierte que no es “un colado” en la poesía.

 

De paso por Alta Gracia, la ciudad cordobesa en donde Ernesto Guevara pasó intensos años de su infancia, Juan Sasturain conversó con revista Zoom, minutos antes de subirse a un escenario para participar del Festival de la Palabra.

 

Sasturain egresó de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires en 1969. Tiempo después trabajó en el diario La Opinión, en el suplemento cultural que por entonces dirigía Juan Gelman. También trabajó en la facultad, en la materia “Literatura Argentina” a cargo de Eduardo Romano, en aquel año en el que el director de la carrera de Letras fue Francisco “Paco” Urondo. Después, con el avance represivo de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), abandonó la academia. Durante el terrorismo de Estado trabajó como corrector en el diario Clarín y como redactor en la revista Humor. Por aquellos años finales de la última dictadura publicó su primer poema, que ahora aparece republicado en El versero. Cien poemas (1976-2016), título cuyo autor rescata en el doble sentido de “conjunto de versos” y de “tipo que te hace el verso”.

 

El versero de Sasturain

20161009_2127041976, la poesía. En el libro se aclara que los textos están atravesados por la historia, por la política. ¿Hay una relación directa entre el inicio del Proceso de Reorganización Nacional y el inicio de la escritura poética?

Mi primer poema del libro, que se titula «1976: las llamas», lo escribí ese año, en el 76, y tenía 30 años. 76, las llamas, dicen los quinieleros. Ya había escrito mucha poesía desde entonces, desde muchacho, pero saludablemente no había publicado. Escribía lírica, poesías de amor, un poco de todo. Y luego seguí escribiendo, pero recién publiqué mi primer poema en 1981, durante la dictadura, que se llamó «Cartas al sargento Kirk», que no lo publiqué en una revista de poesía, sino en uno de los pocos medios en los que se podía escribir entonces y en donde yo tuve el gusto de trabajar, que era una revista que se llamaba Medios y comunicación, en la que escribíamos crítica política, crítica de los medios. Allí conocí a José Pablo Feinmann y otra gente que en esa época iba buscando lugares en donde publicar algo. Y en determinado momento, en vez de escribir un texto de crítica, escribí un poema. Un escrito muy reflexivo, muy personal. Tenía 35 años y un montón de poemas escritos, pero nunca había publicado uno. Y ese gesto me fue definiendo luego, con el paso de los años. No publiqué durante mucho tiempo un libro de poemas, pero sí fui publicando poesías sueltas en distintos lugares, incluso en revistas políticas, partidarias. Y algunos otros en Página/12, diario en el que vengo trabajando desde hace veintipico de años, publicando las contratapas de los días lunes. Sintetizando, te diría que me ha quedado, de todos estos años, como una especie de reflejo respecto de escribir poesía. Pero no siempre, sino motivado por las circunstancias externas, de afuera, sean cuestiones afectivas, puramente sentimentales o políticas. Y eso fue puntuando mi poesía escrita durante cuatro décadas. Pero claro, no la había juntado. La primera vez que lo hice, en 2006, publiqué Cartas al Sargetno Kirk y otros poemas de ocasión, donde compilé los poemas escritos entre 1976 y esa fecha. Y se llama “de ocasión”, precisamente, porque fueron por lo general textos escritos de una manera, cómo te diría, de respuesta a las circunstancias. Y cuando tuve la posibilidad hace un tiempo de publicar un nuevo libro de poesías me dijeron que publicara todo. Y ahí me encontré con la posibilidad editorial de reunir gran parte de los poemas que había escrito a lo largo de todos esos años. Y de ahí viene esto de 1976-2016, 100 poemas. Porque son casi todos poemas publicados, no en libros, pero sí en revistas y otros medios. Así que de ahí surge un poco esto de que algunos tal vez puedan decir: “el pelado es un colado de la poesía”. O: “lo único que falta ahora es que se le dé por la poesía”. Un colado más. “Un infiltrado”, diría Perón.

 

Y hablando de nombres como los de Perón y Evita, que también aparecen en el libro, ¿qué hay de los cruces, de las intersecciones entre esos nombres políticos y otros literarios o del campo cultual, como son Bertolt Brecht o Leónidas Lamborghini?

Bueno, muchos cruces. En mi poesía están presentes porque se corresponden con mi experiencia como lector, como militante, como escritor. Ahí está todo lo que he leído, lo que he padecido, lo que he disfrutado. Está todo junto.

 

Cultura popular

20161013_122734Juan Sasturain rescata la heterogénea y prolífica producción de literatura policial que existe hoy en la Argentina. Dice que puede verse ejemplificado en la cantidad de colecciones, festivales, presentaciones y estudios dedicados al género. Dicho sea de paso, Sasturain fue una de las personas que tal vez más hayan contribuido a su difusión en el país. Tres décadas después de haber publicado Manual de perdedores, esa saga escrita antes del inicio del Proceso de Reorganización Nacional y publicada luego del terrorismo de Estado, primero en formato de “folletín por entregas”, en el diario La Voz, y luego en sucesivas ediciones de libros, con ilustraciones de Hernán Haedo. La novela protagonizada por el detective privado Julio Argentino Etchenike tuvo dos entregas en formato libro y hace algunos años fue adaptada a la historieta por el joven guionista uruguayo Rodolfo Santullo, con dibujos del entrerriano Lisandro Estherren.

 

Sasturain también es conocido, y recordado con mucho afecto por los amantes de la historieta, por su contribución al género desde las páginas de la revista Fierro, de la que fue jefe de redacción en 1984, y a la que retornó para dirigir en 2006.

 

Desde aquella publicación salió ese hoy emblemático emprendimiento que se tituló La Argentina en Pedazos, una suerte de historia de la literatura argentina realizada a través de micro-ensayos escritos por Ricardo Piglia y adaptaciones de cuentos y novelas a formato historieta llevadas adelante por Carlos Trillo, Manuel Aranda, Otto Carlos Miller, Norberto Buscaglia, Eugenio Mandrini, José Muñoz y Enrique Breccia, quienes también realizaron lustraciones, junto con Solano López, Carlos Nine, Carlos Roume, Alfredo Flores, Crist y El Tomi, en las que se abordan personajes como El Rufián Melancólico de la novela Los siete locos de Roberto Arlt, junto a destacados textos y autores como “El matadero” de Esteban Echeverría, Los dueños de la tierra de David Viñas, “Las puertas del cielo” de Julio Cortázar, Cabecita Negra de Germán Rozenmacher, “La gallina degollada” de Horacio Quiroga, “Historia del guerrero y la cautiva” de Jorge Luis Borges, y Boquitas pintadas de Manuel Puig, entre otros.

 

Durante varias temporadas estuviste a cargo de la conducción de “Ver para leer”, un programa de televisión dedicado a libros, trasmitido por un canal de aire como Telefé. ¿Qué evaluación haces de haber participado de una experiencia así?

Creo que la televisión, como medio de comunicación poderoso que es (y la tele de aire ni hablar), con tantas horas diarias de transmisión que tiene, bien puede tener algunas horas dedicadas a algunos aspectos de la cultura como lo es la literatura, entre tantas otras cosas, por supuesto. Mi programa buscó un poco eso, difundir libros, pero no solo, ya que la literatura ha circulado sobre todo, durante los últimos cinco siglos, bajo el nombre de ese objeto al que todos conocemos como libro. Pero la literatura no se restringe a él. Ha habido mucha literatura anónima y que después llegó al libro de pedo. Y hoy en día puede haber mucha literatura que tal vez no pasa por el libro sino por otros soportes diferentes. Los soportes pueden cambiar, pero el hecho de fabular y la utilización del lenguaje en términos artísticos perdura, y puede ir desde un poema como el del Cid hasta Cucurto. Claro que la experiencia de la lectura no es posible de sustituir por ninguna otra. Que alguien te diga qué escribió Kafka no es equivalente a leer a Kafka. Que en un programa de televisión un pelado te hable de Flaubert no te exime de leer Madame Bovary. A lo sumo puede suceder, como en todos los casos en que recibimos buenas recetas y buenas noticias, de que accedamos a eso porque escuchamos que alguien dijo en la televisión que estaba bueno. Por eso a mí me gusta pensar en públicos amplios y no creo que la nuestra haya sido la única ni la mejor forma de hablar de la literatura en la televisión, pero creo que funcionó, despertó intereses, trasmitió placeres, no un deber, que creo que es lo fundamental. En ese sentido yo pienso en un cocinero como Arguiñano, porque se le nota que le gusta lo que hace, se chupa el dedo, le gusta cocinar, pasar el pancito. Y cuando ves esa pasión decis: “yo le creo”. Y así pasa con todo: si hablás de música o de literatura.

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