Tras la larga catástrofe latinoamericana, el año que termina demostró en un extenso ciclo electoral, altamente participado, la consolidación de un rumbo distinto en dirección a más integración y equidad. Venezuela y Bolivia marcan los impulsos más desafiantes de una agenda revitalizada en la que una mayor autonomía y el diseño de un nuevo esquema energético son prioridades.
La reelección de Hugo Chávez marcó el hito final de un proceso político inédito en América Latina, donde se celebraron elecciones presidenciales en 12 de los 20 países, con una participación promedio del 85 por ciento de los votantes.
Resulta llamativo que esas democracias “problemáticas” hayan demostrado en términos de participación más fortaleza que la estadounidense, a pesar de las inequidades y complejidades que arrastran tanto sus sociedades como sus instituciones.
Pocas veces en tan poco tiempo el continente, incluyendo sus principales economías, sumó tantas elecciones tan convocantes.
Los resultados, que favorecieron candidaturas progresistas o de izquierda en Venezuela, Brasil, Nicaragua, Bolivia, Chile y Ecuador, permiten alimentar las expectativas de avanzar en proyectos de integración que interesan y mucho en Argentina, a la vez que consolidan una fase de construcción de sociedades más equitativas en un momento signado por el crecimiento económico y por la retirada de la administración Bush.
Resulta llamativo que México -inconmovible en tiempos del eterno ciclo del PRI- se haya convertido en la democracia más convulsionada. En primer lugar por la accidentada asunción de Felipe Calderón, el cuestionado presidente, que el 1º de diciembre debió jurar entre abucheos, chiflidos y una movilización de más de 100 mil personas que pusieron en duda la legitimidad de su mandato con acusaciones de fraude que comenzaron el 2 de julio, cuando Calderón ganó por una diferencia ínfima al candidato de centroizquierda Andrés Manuel López Obrador, quien se autoproclamó “presidente legítimo de México”.
Luego del resultado, el Partido por la Revolución Democrática (PRD) no reconoció la derrota e inició un proceso de resistencia social que al mes siguiente desató una serie de huelgas docentes en el sur mexicano. Oaxaca particularmente fue el epicentro de una serie de crímenes políticos aún impunes.
Los analistas coinciden en que “jamás la izquierda mexicana tuvo tanto contacto con la población como lo tiene ahora” y que en esa perspectiva, “lo mejor que les podía pasar era que el candidato del Partido Autonomista Nacional (PAN) ganara para permitir un espacio de acción mayor a la oposición” frente al oficialismo.
Como sea, México termina el 2006 fracturado tras la crisis de un sistema de sucesiones dentro del régimen del Partido de la Revolución Institucional (PRI) que se mantuvo en el poder por más de 70 años, hasta ser sucedido por un partido liberal como el PAN.
El agitado proceso mexicano supera los límites del repudio al presunto fraude y pone de manifiesto conflictos salariales, étnicos y ciudadanos que marcan la crisis del modelo que Estados Unidos había previsto para su vecino.
La implementación de una política migratoria feroz contra quienes intenten a cruzar la frontera cuenta con el peso material del enorme muro que Estados Unidos está construyendo.
Pero el mayor significado del muro es el quiebre definitivo de una relación desigual donde los mexicanos y el resto de los latinoamericanos pagan la peor parte.
EN EL NOMBRE DE EVO
En Brasil el presidente Lula da Silva salió fortalecido de la segunda vuelta -60 por ciento de los votos válidos- y necesitará de mucho de ese oxígeno para hacer frente a los desafíos que le esperan.
Esa victoria es clave para el abordaje de los desafíos y tensiones que afronta el nuevo diseño del MERCOSUR determinado por el ingreso de Venezuela como miembro pleno y por las posibilidades de integración con Bolivia, país que, también con un nuevo y muy distinto gobierno, cambió el panorama energético del continente.
Es que los bolivianos, tras provocar la caída de gobiernos ilegítimos por medio de la movilización, asistieron a las urnas como nunca, eligieron a su primer presidente indígena y lo mandataron para que nacionalice los hidrocarburos del país, para poner límites a las multinacionales que expoliaron sus recursos y para reconstruir un estado devastado que hoy registra a la cooperación internacional como principal ingreso de divisas y no a la exportación de gas como fuente primordial.
El proyecto de transformación que lidera el Movimiento Al Socialismo en Bolivia implica para sus vecinos la irrupción de una agenda política y económica totalmente distinta.
Bolivia renegocia todas las condiciones para seguir sobreviviendo como nación y la única forma para lograrlo es reduciendo su enorme desigualdad social: 60% de la población viviendo bajo la línea de pobreza.
Bolivia posee una de las reservas gasíferas más importantes del continente, pero carece de la infraestructura para industrializar el gas. O la poca que tiene pertenece a las multinacionales que acaban de renegociar a la fuerza los contratos de explotación, so pena de ser expulsadas si no se acogían a la nacionalización de los hidrocarburos.
El Estado pasó a ser el propietario de los recursos y las empresas son socias en la explotación. Entre ellas está Petrobrás, la petrolera brasileña que ha traído más de un problema a la buena relación que Lula ha mantenido con Evo Morales.
Pero el problema supera los buenos términos de una amistad: Brasil mantiene sobre Bolivia una especie de colonialismo de segundo nivel, donde el país del altiplano ha provisto mucho gas a muy bajo precio en condiciones desiguales.
El problema se coló en las elecciones presidenciales brasileñas y obligó a Lula, tras algunos días de tensión, a decirle a sus adversarios: “¿Qué quieren que haga, que bombardee Bolivia?”.
LULA PESE A TODO
El gobierno de Lula enfrenta una serie de desafíos cruciales: desde una amplia reforma política, pasando por un tipo de crecimiento económico que favorezca una mejor distribución del ingreso, en el contexto de una mayor integración sudamericana.
Si bien tiene una gran legitimidad electoral, su punto de partida es más débil de lo que fue en el primer gobierno. Con lo cual está obligado a mejorar su relación con el Congreso -donde tiene mayoría pero no quórum para aprobar reformas clave- y con los gobernadores de los principales estados.
Por si eso fuera poco, arranca con diversos tribunales investigando los casos de corrupción que han salpicado a su gobierno. En términos territoriales Lula cuenta con el apoyo de 17 de 27 gobernadores, pero no necesariamente de los más poderosos, como San Pablo.
La reforma política debería arrancar una de las raíces profundas del problema de la corrupción estructural del sistema institucional brasileño: la debilidad de los partidos en el Congreso. Para lograr la aprobación de leyes los partidos se ven obligados a formar alianzas inverosímiles y en los peores casos se los ha denunciado por “compra de lealtades”.
Para seguir consolidando su base electoral Lula intentará continuar con las políticas de distribución de la renta, como el programa Bolsa Familia, el principal plan del gobierno de ayuda a los sectores humildes. Para algunos analistas este rumbo sólo es sostenible si hay crecimiento económico: en el último año Brasil tuvo un crecimiento de sólo el 2%, uno de los menores de América Latina.
En términos económicos es esperable que el rumbo macroeconómico no tenga grandes sorpresas y que el “gobierno de izquierda”, según califican ciertos observadores para denostar, siga mostrando a un Lula ortodoxo en su política económica, lo que significa un estricto control del gasto público como permanente señal de tranquilidad para los mercados.
Queda por verse cuál será la dimensión regional que tendrá el segundo mandato de Lula. Las dudas no surgen por la política exterior brasileña, sino por la emergencia de Venezuela como una nueva potencia económica que reorienta políticamente la región en un esquema multipolar que más de una vez conmueve al escenario regional.
CHAVEZ EL ROJO
Hugo Chávez llegó a su reelección con avances importantes en su posición internacional y con un revitalizado proceso de integración regional. Venezuela ha calificado como uno de los más grandes logros de su política exterior el ingreso al MERCOSUR. Con su incorporación, el bloque supera los 200 millones de habitantes, abarca el 70 por ciento del producto interno de América del Sur y fortalece el poder petrolero como herramienta política de contrapeso.
De ese modo ese país llegó a las elecciones con una posición fortalecida al dejar de ser usado como base de operaciones políticas y económicas contra la integración de América Latina y del Caribe.
Esta proyección llevó también a un acercamiento con África, Asia y Europa. Los avances no son menores: en 2006 Venezuela adquirió rango de observador de la Unión Africana; en Europa comenzó a recuperarse del daño a las relaciones bilaterales producido por el gobierno derechista de José María Aznar; en Asia se firmaron acuerdos de diversa índole con China, Vietnam y Malasia.
En esa misma perspectiva cabe incluir el impulso dado a mecanismos integradores como Petrocaribe, el proyecto de construcción del Gran Gasoducto del Sur y el acercamiento con organizaciones sociales e indígenas de Estados Unidos.
Con el empuje venezolano se configuró también el nacimiento de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) -en oposición al proyecto neoliberal estadounidense- con la incorporación de Bolivia, Cuba y Venezuela.
La situación en este campo es radicalmente diferente a la existente unos cinco años atrás, cuando Venezuela y Cuba aparecían como los únicos críticos del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) promovida por Estados Unidos.
Los triunfos de Chávez, de Evo Morales en Bolivia, de Daniel Ortega en Nicaragua y de Rafael Correa en Ecuador, permitirán a Caracas incrementar un tipo de influencia regional que poco antes se reducía a la alianza con Cuba.
Del otro lado, el panorama se completa con el eje de centroderecha que forman Felipe Calderón en México, Álvaro Uribe en Colombia y Alan García en Perú. Hay quienes sugieren que esa posible línea de fisura comenzó a quedar expuesta en la IV Cumbre de las Américas de Mar del Plata del año pasado, que concluyó en un escándalo cuando tras días de deliberaciones los mandatarios del continente no lograron un consenso para avanzar hacia una zona de libre comercio.
EL LUGAR ARGENTINO
En el nuevo escenario regional la Argentina de Néstor Kirchner adquiere una importancia central. Para Estados Unidos parece significar un contrapeso, junto con Brasil, para la ofensiva diplomática, política y comercial que ha emprendido Chávez y que ofrece suculentas plataformas de negocios para sustentar un gobierno progresista sin perder dinero.
Para la España de Rodríguez Zapatero es un aliado inmejorable para preservar los negocios de Repsol en la región, especialmente en Bolivia, donde Evo Morales aceptó el acuerdo propuesto por Néstor Kirchner para garantizarle la compra por 30 años de gas. La movida ocurrió una semana antes de que las multinacionales firmaran el nuevo acuerdo tras la nacionalización.
Además de romper el bloque que habían conformado para boicotear al gobierno de Evo, le permitió a Madrid encontrar una vía menos traumática que la que tuvo que transitar Brasil para seguir explotando las reservas energéticas bolivianas.
Para los socios del MERCOSUR, Argentina es el aliado indiscutido de Brasil y un país donde el gobierno de Evo se recostará más de una vez para no quedar pegado a Chávez y sufrir desgastes innecesarios en una coyuntura local que no admite errores.
Es que con Bolivia sin una salida al mar y con Chile negándosela desde hace un siglo, los asuntos energéticos configuran un tema central de América del Sur.
Más allá de los gestos, la diplomacia energética será la herramienta central de negociación para los próximos años en la región: hay mucha necesidad que resolver y sin un modelo energético equilibrado -donde suelen pesar más los poderes transnacionales que los estatales-, los mejores esfuerzos pueden desvanecerse en poco tiempo.
Las economías de América latina están creciendo a altas tasas y muchos indicadores sociales han logrado mejorar. Pero la pobreza aún afecta al 38,5 por ciento de la población en la región y la indigencia al 14,7 por ciento.
El dato histórico distintivo es que es la primera vez que los gobiernos elegidos por el voto popular, tras el largo y devastador ciclo neoconservador, están comenzando a cumplir las promesas por las que fueron votados.
En este panorama cabe mencionar un caso diferente, Chile, que aún padece las consecuencias de haber heredado el esquema institucional y económico del pinochetismo. La Concertación de Partidos por la Democracia no ha logrado revertir las graves condiciones de desigualdad: la sociedad chilena sigue siendo una de las que padece la peor distribución del ingreso.
En Colombia, mientras tanto, la reelección en Colombia de Álvaro Uribe por el 62 por ciento del electorado marca la continuidad de un virtual estado de guerra civil que se ha mantenido por más de 45 años, con la implementación del Plan Colombia empantanado.
Pero el foco de interés militar en la región es Paraguay, nuevo destino de tropas norteamericanas y sede de futuras bases militares financiadas por el Pentágono.
Tras años de sufrir un colonialismo de segundo grado, al igual que Bolivia, su débil gobierno optó por aceptar las suculentas ofertas de Washington y cerró un año marcado por la inmunidad que concedió su Congreso a las tropas norteamericanas y por la instalación de una base militar del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos en el aeropuerto de Mariscal Estigarribia.
Asunción bascula entre las pingües ofertas del MERCOSUR para la integración y las propuestas violatorias de toda soberanía que impone la Casa Blanca.
El panorama regional recién se está consolidando, nadie puede dudar que a los gobiernos que impulsan reformas progresistas les faltan fuerzas sociales que los sostengan. Pero esas administraciones todavía pueden llegar más lejos si se lo proponen. Los casos muy distintos de Paraguay y Bolivia muestran que optar todavía es posible.
EL NUEVO MAPA POLÍTICO
Venezuela
Chávez obtuvo cerca del 63 por ciento de las preferencias, mientras que su contrincante Manuel Rosales, gobernador de una provincia productora de petróleo se acercó al 38 por ciento.
Brasil
Luiz Inácio Lula da Silva fue reelegido con un 60,8 por ciento de los votos contra el 39,2 por ciento obtenido por Geraldo Alckmin, del centrista Partido de la Social Democracia Brasileña.
Nicaragua
El ex líder de la guerrilla sandinista Daniel Ortega, cuyo gobierno marxista en la década de 1980 estuvo marcado por una guerra civil alentada por Estados Unidos, obtuvo la presidencia en noviembre con el 38 por ciento de los votos, derrotando al candidato conservador, Eduardo Montealegre, quien obtuvo un 29 por ciento de los sufragios.
Bolivia
Evo Morales, del Movimiento Al Socialismo, ganó la presidencia con 54,2 por ciento de los votos, mientras el ex presidente Jorge Quiroga recibió el 28,6 por ciento.
Chile
Michelle Bachelet, una socialista que encabeza una coalición de centroizquierda, se convirtió en la primera mujer presidente del país, luego de obtener un 53,5 por ciento en las elecciones de enero, superando al candidato derechista, Sebastián Piñera, quien obtuvo un 46,5 por ciento.
Perú
Alan García venció a Ollanta Humala con un 52,6 por ciento de los votos.
Ecuador
En noviembre, Rafael Correa venció con cerca del 57% al candidato conservador, Álvaro Noboa.
México
Felipe Calderón venció por un margen muy estrecho: el 35,89 por ciento de los sufragios contra el 35,33 de López Obrador, quien no reconoció el resultado electoral.
Colombia
Álvaro Uribe ganó con el 62 por ciento contra el 22 por ciento de su rival más cercano, Carlos Gaviria.
