Un Tony Blair para el desierto francés

Un perfil de Emmanuel Macron, el nuevo presidente de Francia: su camino al poder, el sueño de una "tercera vía gala" y el ascenso de un outsider abrazado por el establishment.

Emmanuel Macron será el próximo presidente de Francia, la sexta economía del mundo, el motor de la Unión Europea detrás de Alemania y una potencia que viene definiendo o, al menos, influenciando la realidad política, económica y cultural del mundo hace siglos. ¿Cómo hizo este licenciado de Filosofía, ex estrella de las finanzas e incipiente dirigente político para sacarle el título a Napoleón III como el presidente más joven de Francia?

 

Esta es la biografía que, con más o menos detalle, han repetido los medios de todo el mundo en las últimas semanas: dirigente liberal de 39 años, hijo de dos médicos, nacido y criado en la ciudad norteña de Amiens, alumno de una escuela jesuita para luego embarcarse en el tradicional camino educativo de la élite política de su país: Liceo Henry IV, Filosofía en la Universidad de París en Nanterre, Ciencia Política en la universidad Sciences Po y, finalmente, la Escuela Nacional de Administración (ENA). Hace 10 años se casó con su maestra de teatro de la secundaría, Brigitte Trogneux, una madre de tres hijos casada que tiene 25 años más que él; y su carrera profesional estuvo marcada más por la oportunidad y los contactos que por un plan diseñado y ejecutado de manera lineal.

 

El primer nombre famoso que marcó su carrera prometedora fue el de Paul Ricoeur, el reconocido filósofo francés. A lo largo de la campaña presidencial, el joven liberal repitió una y otra vez que fue este gran pensador quien lo “empujó a hacer política porque él no había sido capaz de hacerla”. En la historia de vida que le gusta contar, él fue secretario de Ricoeur, algo que Myriam Revault d’Allonnes, miembro del consejo científico del Fondo Ricoeur, negó rotundamente ya que nunca dio clases ni fue su discípulo. Macron fue apenas un asistente que ayudó a ordenar material bibliográfico para su última obra, La Memoria, la Historia y el Olvido, según la académica. Sin embargo, el entonces joven estudiante de Filosofía aprovechó esa cercanía para entrar al consejo editorial de la reconocida revista académica Esprit, donde publicó varios artículos, algunos sobre educación.

 

Esos antecedentes le serían muy útiles más tarde para venderse como un financista o un dirigente político distinto, con otra sensibilidad social y capacidad intelectual. Sus ambiciones no tardaron en revelarse más grandes y pronto lo llevaron por el camino que transita casi toda la dirigencia política: Sciences Po y el ENA. Al finalizar sus estudios, se cruzó con el segundo hombre que le abriría puertas y lo acercaría un poco más al poder: el empresario vinculado al socialismo, Henry Hermand.

¿Cómo hizo este licenciado de Filosofía, ex estrella de las finanzas e incipiente dirigente político para sacarle el título a Napoleón III como el presidente más joven de Francia?

Hermand lo conoció cuando estaba haciendo una pasantía en una intendencia en las afueras de París e, impresionado por su potencial y su carisma, dice el relato oficial, lo presentó a su amigo, Michel Rocard, un viejo peso pesado del Partido Socialista, que lo recomendó para formar parte de una comisión interpartidaria creada por el entonces presidente Nicolas Sarkozy para proponer formas de “modernizar” y hacer crecer la economía francesa. Esta comisión estaba dirigida por Jacques Attali, un asesor económico del ex presidente Francois Mitterand y el hombre que ese mismo año, 2007, le presentó en una cena en su casa a Francois Hollande, el mandatario que le traspasará el poder el próximo fin de semana y el que le dio su primer cargo en el gobierno nacional cinco años después.

 

Macron había abierto una puerta que lo llevaba a codearse con uno de los sectores más poderosos del Partido Socialista, pero decidió que aún no era tiempo de lanzarse de lleno a la política. Esperó cinco años a que Hollande y la histórica socialdemocracia francesa recuperara el poder.

 

El propio Macron explicó, en una entrevista de 2010 con la revista interna de su antigua universidad Sciences Po, por qué eligió no seguir el camino político y optar por un giro poco esperado: el mundo de las finanzas. “Cuando uno se interesa en la cosa pública, cuando quiere mantenerse fiel a sus ideas, sólo puede hacerlo siguiendo sus propias condiciones. Hoy no estoy listo a hacer las concesiones que imponen los partidos, es decir, a pedir disculpas por ser un joven hombre universitario blanco, a pedir disculpas por haber aprobado los concursos de la República (para entrar al ENA, por ejemplo) que son abiertos a todo el mundo”.

 

Para el momento de la entrevista Macron ya había sido nombrado manager del banco Rothschild, la masiva e influyente institución financiera de más de 200 años, desde donde el futuro presidente de Francia terminó de construir su red de contactos y pudo forjar su propia fortuna.

 

Durante su paso por el banco, que algunos medios franceses han bautizado como la banca del poder, conoció a otro hombre que se convertiría en uno de los principales promotores en su ascenso hasta el Palacio del Elíseo: Alain Minc. Veterano empresario que supo ser aliado de Sarkozy, Minc se convirtió en uno de los grandes constructores de la imagen política de Macron. “Lo conozco íntimamente hace 15 años, pero estoy muy sorprendido de cuán rápido aprendió a hacer política. Es un gato, lo tirás desde una ventana y logra caer parado”, contó recientemente a la cadena de noticias británica BBC. Minc no sólo es un hombre cercano al futuro presidente, sino uno de los pocos que ha atravesado su superficie deliberadamente ambigua y ha definido su posición política de manera concreta: “Es un liberal de izquierda y eso es nuevo en la política francesa. Ha habido un ala socialdemócrata en el Partido Socialista, pero él cree mucho más en las fuerzas del mercado. Es un blairista. Es el hijo de Tony Blair”.

“Macron tenía 36 y una idea clara de qué tipo de socialista era: ‘Para mi ser socialista hoy es defender a los desempleados, pero también defender a los empresarios que quieren crear una empresa o que necesitan trabajo’”

De su paso por Rothschild no se conocen muchos detalles, pero se recuerdan, al menos dos, historias, una que describe al “Mozart de las finanzas”, como lo llegó a definir parte de la prensa francesa, y otra menos halagadora, que quedó un tanto perdida en la efectiva y reciente construcción de la imagen pública del futuro presidente francés. La primera es que Macron fue el cerebro y el ejecutor de un negocio por 12.000 millones de euros entre la gigantesca Nestlé y la empresa farmacéutica Pfizer en 2012, apenas meses antes de ingresar al gobierno de Hollande. La segunda sucedió dos años antes y la contó Adrien de Tricornot, el entonces vicepresidente de la Sociedad de Redactores de Le Monde y posterior presidente del órgano que era el principal accionario del diario. Según el periodista, el entonces joven financista de Rothschild los engañó para beneficiar al grupo español Prisa -dueño del diario El País, entre otros tantos medios- en la recapitalización del grupo francés y la venta masiva de acciones.

 

Tricornot describió en un largo artículo cómo Macron ofreció sus servicios ad honorem, les explicó que era un ávido lector del matutino y les dijo que quería defenderlo en medio de la profunda crisis económica que atravesaba. Su pasado como supuesto secretario de Ricoeur y como un hombre entendido en la carrera humanística ayudó a convencer a los periodistas de Le Monde. Sin embargo, esa fachada se cayó el día que Tricornot encontró a Macron saliendo de la oficina de Alain Minc, su actual aliado, el representante del consejo directivo del grupo Prisa en Francia y uno de los dos ofertantes en el proceso de reestructuración del diario parisino. “Encontré a Macron escondido en el último piso del edificio. Se había escapado ni bien lo vi con Minc”, recordó Tricornot, quien lo persiguió por las escaleras, luego que el futuro presidente de Francia trabara el ascensor, según el periodista. Minc y Prisa finalmente quedaron fuera del grupo Le Monde.

 

Después de apenas cuatro años escalando posiciones en el banco de Rothschild, Macron decidió que era tiempo de retornar al mundo de la política. En realidad, según el diario The New York Times, quien lo decidió fue Hollande al lanzar su candidatura presidencial. El hoy mandatario saliente lo llamó para pedirle que se sume como un asesor en las sombras de la campaña y que lleve el mensaje a empresarios e inversores de que su gobierno haría las reformas necesarias para crear más puestos de trabajo y hacer crecer la economía francesa otra vez. Macron aceptó y lo primero que hizo fue recomendarle que abandone su promesa de imponer un impuesto del 75% a todos aquellos que ganen más de un millón de euros por año. “Sería como Cuba pero sin sol”, dijeron por entonces los medios franceses que argumentó el joven financista.

 

El veterano líder socialista le hizo caso y, tras ganar las elecciones, lo convirtió en su principal asesor económico. Apenas dos años después, cuando Hollande ya no podía seguir disimulando la orientación económica de su gobierno, lo nombró ministro de Economía. Macron tenía 36 y una idea clara de qué tipo de socialista era: “Para mi ser socialista hoy es defender a los desempleados, pero también defender a los empresarios que quieren crear una empresa o que necesitan trabajo. Tenemos que cambiar el modelo social actual con muchas protecciones formales hacia uno que libere los cuellos de botella de la economía”. Como había dicho su amigo Alain Minc, quería una tercera vía como la de Tony Blair, el ex primer ministro británico que transformó el histórico laborismo socialdemócrata en una fuerza defensora del achicamiento del estado de bienestar y promotora de las fuerzas del mercado.

 

Macron fue un fiel aliado de Hollande e impulsó sin dudarlo las reformas estructurales neoliberales que el presidente socialista demandaba: ajuste en el gasto público, recorte en los impuestos corporativos y una mayor flexibilización laboral. Sin embargo, el ministro de Economía, quien no se afilió al Partido Socialista y desataba todo tipo de críticas en el ala más progresista del oficialismo, nunca dejó de cuidar esa imagen de outsider, de dirigente con ambiciones ambiguas, ajeno a los partidos tradicionales y a la siempre bastardeada vieja política. Por eso, los rumores sobre su posible candidatura presidencial comenzaron desde muy temprano, aún antes de su renuncia en agosto de 2016 e incluso antes de anunciar el lanzamiento de su movimiento político, ¡En Marcha!, en abril de ese año.

“Como había dicho su amigo Alain Minc, quería una tercera vía como la de Tony Blair, el ex primer ministro británico que transformó el histórico laborismo socialdemócrata en una fuerza defensora del achicamiento del estado de bienestar y promotora de las fuerzas del mercado”

Eso explica en parte por qué no le costó tanto construirse como el candidato anti establishment político. “He visto dentro del vacío de nuestro sistema político, un sistema que detiene la mayoría de las ideas porque podrían amenazar al aparato, a los partidos tradicionales, a los intereses creados…Nuestro sistema político está bloqueado”, sentenció ya con el traje de candidato, recuperando una crítica que suelen utilizar el máximo líder de la izquierda francesa, Jean-Luc Mélenchon, y la número uno de la extrema derecha nacional y su rival en el ballotage presidencial del domingo pasado, Marine Le Pen.

 

Poco importó la incoherencia de criticar al mismo sistema que le permitió llegar casi sin escalas a la cima del poder político porque la suerte estuvo, una vez más, de su lado. Primero, la interna del Partido Socialista terminó de explotar con la victoria de un representante del ala más progresista en las primarias presidenciales. Los sectores más liberales, que habían estado en el poder con Hollande, se quedaron sin opción electoral. Segundo, el candidato conservador y el hombre elegido por el establishment económico y mediático para reemplazar al desfalleciente Hollande, Francois Fillon, quedó sumergido en una lluvia de denuncias periodísticas y judiciales por corrupción y tráfico de influencias, y perdió credibilidad frente a varios sectores del aparato de su partido, Los Republicanos.

 

Las fichas no podían haberse acomodado mejor para Macron. Inmediatamente fue identificado por los antiguos aliados de Fillon y algunos influyentes ex socios socialistas como la única opción posible frente a una Le Pen y a un Mélenchon en ascenso. El joven dirigente que entró a la campaña tímidamente, haciendo gala de su independencia política y de su retórica contestaría frente a la dirigencia tradicional no sólo consiguió casi sin esfuerzo el apoyo de los principales sectores del poder concentrado, a los que ya estaba muy bien conectado, sino también de una gran parte del electorado francés que no lo conocía en profundidad pero que, como sucede en la mayoría de los países del mundo, se considera moderada y centrista.

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