Un castillo que se desplomó en silencio

Monzer al Kassar estaba protegido por la CIA y los servicios secretos de España, Francia, Polonia, Bulgaria, Rumania, Bosnia, Yemen y otros países. Parecía que nadie podía tocarle el culo. Ni contando con la escalera extensible que el cuerpo de bomberos de Nueva York reserva para llegar a los pisos más altos del Empire State. Vivía apaciblemente entre el Palacio Mifadil, Puerto Banús, Marbella, su palacio de Damasco y la casa familiar de Yabrud. Con algunas escalas y desvíos a Viena. Y en algunas oportunidades, a Varsovia.

Más allá del famoso periodista usamericano Lowell Bergman (en cuya eyección del famoso programa 60 minutos por presión de las tabacaleras se basó el film El informante), de Rogelio García Lupo, de Juan Gasparini y de algún otro colega, a nadie en el mundo parecía importarle la impunidad del traficante sirio.

Como con fritas. Pero un día la DEA le tendió una trampa. Era burda, pero Estados Unidos consiguió que un juez español lo detuviera e ipso pucho pidió su extradición. Y contra lo que el sentido común indicaba (el tráfico de armas de que se lo acusaba no sólo había sido inducido por los agentes de aquella agencia dizque antinarcóticos: tampoco se había consumado) el pedido salió con fritas, y el hombre y su melifluo secretario privado –Felipe Moreno Godoy, sexagenario como él–, fueron embarcados hacia Nueva York y juzgados y condenados en un santiamén. Un cable de Reuters anunció la iniciación del juicio y unos días después otro, esta vez de Associated Press, anunció que Al Kassar y Moreno Godoy habían sido condenados a las máximas penas.

Amordazados. Acusados de querer venderles armas a los guerrilleros de las FARC a sabiendas de que éstas podrían ser utilizadas para matar estadounidenses, a Al Kassar y a Moreno no se los condenó a muerte sólo porque España puso como condición para concederles la extradición que no se los ejecutara. Pero se los condenó a 25 años de prisión, lo que alcanza y sobra para garantizar que no saldrán de la cárcel con vida, y por lo tanto no abrirán el pico.

El caso Noriega. Aún si por azar arañasen los 90 años, no sería necesario envenenarlos para evitar inconveniencias. Bastaría con extender su pena con cualquier pretexto o sin él. Como ha sucedido con el general Manuel Noriega, ex lugarteniente del asesinado Omar Torrijos, al que sucedió como líder de Panamá, país al que Bush padre invadió a sangre y fuego en 1989 causando miles de muertos (la mayoría del popular barrio capitalino de Chorillos, que fue arrasado hasta sus cimientos) so pretexto de echarle el guante. Hace rato que Noriega cumplió su ilegal condena por lavar dinero del narco (lo que hizo muchas veces a pedido de la CIA, con quien era el enlace de la Guardia Nacional desde la época de Torrijos) pero no acaban de ponerlo en libertad, al parecer porque el Estado estima que aún no tiene suficiente garantías de que libre Noriega no exponga a la luz más vínculos de la CIA con el tráfico de drogas y la factura de sanguinarios actos terroristas.

Socios. Tras recibir a Al Kassar en la quinta de Olivos, el presidente Carlos Menem ordenó que se lo proveyera de un saco y le prestó una corbata para que le sacaran ahí mismo la foto de su pasaporte argentino. Años después, en la puerta de los tribunales federales lo definió como un hombre que gozaba de la protección total de la CIA. Menem le temía ostensiblemente, algo comprensible si se tiene en cuenta que había sido su cómplice en el envío de pertrechos a Croacia y Bosnia (los que no siempre habían llegado a destino) y que Al Kassar era y sigue siendo el principal sospechoso de haber instigado los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA.

Drogas & armas. A pesar de la proliferación de indicios de que la CIA como el Mossad estaban al tanto de la preparación de esos ataques –cometidos en el medio de una trama de “mexicaneadas” en el caudaloso flujo del trasiego de drogas y armas– estas pequeñeces (¿qué son menos de cien muertos?: cada semana hay más en Irak) fueron soslayadas.

La mayor ofensa. Fue dejada de lado sin que siquiera se la mentara hasta la mayor ofensa que pueda concebirse se le inflija al Tío Sam: intervenir en la producción y distribución de la mayor falsificación de dólares de la Historia. Billetes de 100 dólares impresos en Austria por encargo de los servicios secretos de Siria e Irán. Tan perfectos que obligaron a cambiar el diseño y a reemplazar decenas de millones de billetes de esa denominación. Así lo contó con muchos detalles quien acaso haya sido el mayor perseguidor de Al Kassar, el juez Baltasar Garzón, quien lo detuvo en 1992 acusándolo de infinitas tropelías y consiguió que lo acusaran por el secuestro del crucero italiano Achille Lauro. Brete del que Al Kassar zafó cual Houdini luego de una impresionante serie de rectificaciones, evaporaciones, amnesias repentinas y accidentes mortales de testigos de la acusación, y el secuestro de los hijos del principal de ellos (otro traficante sirio, confidente de la policía española, que lo mantenía escondido) por unos pistoleros enviados especialmente para esa faena desde Colombia.

Versión única. Tal fue el silencio que rodeó el sumario proceso judicial sustanciado en Estados Unidos “entre gallos y medianoche”, y tal a dependencia de una única versión, que el despacho de AP le atribuyó falsamente a Felipe Moreno la nacionalidad colombiana, y así salió publicado en todos los medios, siendo que Moreno –quien mediaba el trato de Al Kassar con los periodistas– es manifiestamente chileno.

Una digresión. No se sabe que las FARC hayan hecho operaciones militares lejos de las fronteras de Colombia, por lo que aquella acusación de la DEA (dar armas a sabiendas de que se utilizarían para matar usamericanos) supuso una admisión de la presencia en Colombia de más de mil “asesores” militares yanquis de un ejército regular hundido en el río de sangre de los “falsos positivos: el comportamiento generalizado entre sus cuadros es asesinar campesinos/as inermes y camuflar sus cadáveres de guerrilleros/as de las FARC. Ganan así recompensas y premios, y consiguen ascensos y otras canonjías. El inefable fiscal del Tribunal Penal Internacional (TPI), Luis Moreno Ocampo , no ve en esto un genocidio, ni en los crímenes de los paramilitares imbricados con el gobierno de Alvaro Uribe –su jefe político– que sean atrinbuibles al Estado, y por ende de lesa humanidad. Moreno Ocampo es argentino, pero está en La Haya gracias al apoyo de los Estados Unidos, país que se pasa por el forro las condenas de ese tribunal, tal como pasó en los años ’80 con la que recibió por minar los puertos de Nicaragua.

Legales. Al Kassar es un hombre perspicaz, pero los agentes de la DEA lo aplastaron sin demasiadas sutilezas cuando se estaba retirando por la puerta grande. Y es que hace rato que había comprendido que era mucho más lucrativo y tranquilo dedicarse a las drogas legales que a las ilegales. Y tras retirarse previsora y provisoriamente de la construcción, se había concentrado en una de las principales “bebidas energizantes”, que es como le dicen a esos cócteles de seudoefedrinas, cafeína, taurina y glucosa que aumentan la frecuencia cardíaca y lo ponen a uno pila pila a cambio de acelerarle el desgaste del organismo. Drogas estimulantes como la cocaína y el éxtasis, pero legales.

Virtual. Quizá Washington no logre quitarle esta empresa con sede en Viena, que está bajo la autoridad de la Unión Europea. En cualquier caso, parece increíble que el principal sospechoso de atentar contra el dólar e instigar los atentados de Lockerbie y Buenos Aires haya sido juzgado por una venta de armas a las FARC que no sólo no llegó a concretarse sino que en rigor jamás existió, que no fue más que virtual, ya que los supuestos guerrilleros eran en realidad agentes de la DEA.

Comienzos. Al Kassar se inició como traficante de autos de lujo robados y drogas cuando vivía con su padre embajador en la Europa comunista (en una época, exportaba de América hacia Europa auto de colección… rellenos) y como traficante de armas vendiéndole algunas pocas municiones a los Montoneros antes de hacerse rico en 1975, cuando estalló la guerra civil en el Líbano. Después, llegó a ser el socio europeo de los carteles colombianos. Siempre con la aquiescencia de la CIA y una larga lista de servicios secretos de Europa.

El derrumbe. Su apellido significa “El Castillo”, y en español se retraduce como “Alcázar”. La fortaleza de Toledo así llamada fue el símbolo de la resistencia de los golpistas liderados por Franco a l intento de la República por sofocar la sedición. Pero si aquel aguantó durante cien semanas el embate de los cañones republicanos, el sirio se derrumbó de manera silenciosa, asordinada, tan pronto Washington, le bajó el pulgar. Como un castillo sobre una alfombra mullida. Y todo porque la Nueva Roma no le perdonó que no rompiera relaciones con la familia de Sadam Hussein, el clan Al-Tikriti, tal como se le había ordenado.

Paradoja. No es de descartar que con el paso del tiempo Al Kassar termine cayendo tan simpático como el Michael Corleone que encarnó Al Pacino. Como ya le pasó a un amigo suyo, Alberto Samid, acusado altri tempi de ser el «enemigo públivco nº 1» y émulo vernáculo de Alphonse Al Capone, por sus presuntos actos de cuatrerismo y evasión de impuestos. Y es que Samid sale beneficiado del cotejo con cualquiera de los miembros de la “mesa de enlace” de las entidades campestre-destituyentes. Y es que, a diferencia de ellos, Samid (que rompió el bloqueo contra Bagdad durante la primera guerra de Irak, a comienzos de los ’90) se dedica , no a las exportaciones, sino al mercado interno.

Planetario.Vale recordar que mientras Al Capone constituyó un fenómeno que apenas si trascendió los lindes municipales de Chicago, Al Kassar encarnó a los traficantes de armas y drogas que participaron del Irangate, mercaderes globalizados que a fines de los ’80 y comienzos de los ’90 aparecían en la revista ¡Hola!. Mientras Al Capone fue cabotaje (apenas extendió sus actividades a Canadá) Al Kassar, fue internacional, como su antecesor, el saudí Adnan Kashogui.

Al Kassar y su socio hebreo-británico, el hoy octogenario Judah Eleazar Binstock, contribuyeron muchísimo a convertir a Marbella en la capital mundial de la mafia globalizada. Pero no parece que nadie vaya a agradecérselo. Y es que hay mucha gente olvidadiza.

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