“Tengo la esperanza de que Roby esté en Campo de Mayo”

El martes se conoció la pena de 25 años en cárcel común al último presidente de facto, el ex general Reynaldo Bignone, por los tormentos perpetuados y privación ilegitima de la libertad en Campo de Mayo. En esta entrevista, la hermana de Mario Roberto Santucho cuenta su historia.

Blanca Santucho, hermana de Mario Roberto -Roby-, líder del Partido Revolucionario de los Trabajadores -PRT- y una figura emblemática en la historia Argentina, cumplió el pasado 19 de abril ochenta años. Aunque parece cansada, redobla esfuerzos cuando se trata de buscar justicia para su familia y reconstruir la memoria de un pueblo ametrallado por uno de los mayores genocidios que ha existido.

Lejos de su querida provincia, Santiago del Estero, Blanca vive en un complejo habitacional en Parque Patricios, mientras aguarda, ansiosa, reencontrarse con el cuerpo de su hermano y espera el juicio del centro clandestino de detención y torturas, Automotores Orletti, donde estuvieron detenidas su hermana Manuela y su cuñada Cristina Navajas.
Cuando alguna vez la madre de Roby, que era muy creyente, le cuestionó el método de la lucha armada, Blanca cuenta que su hermano le respondía “pero viejita, si Jesucristo fue el primer revolucionario”.

—¿Cómo nacen los Santucho?

—Mi padre llegó a Gramilla, una localidad de Santiago, para trabajar en el campo, y se casó con Elmina Juárez a los 21 años, y tuvieron 7 hijos. Ella era la hija preferida de mi abuelo, que era el juez de paz, comisario y muy querido y reconocido en el pueblo. Se enamoraron y se veían a escondidas, hasta que dijeron “tenemos que legalizar esto” y él se fue a ver a mi abuelo y le expresó que quería formalizar con mi madre, pero mi abuelo le preguntó “qué tiene usted para darle a mi hija”. Entonces mi padre se dio media vuelta y se fue. En esa época no tenía nada, vivía en un ranchito con un compañero y en invierno se tapaban con diario porque no tenían frazada.

Finalmente se casaron, aunque mi abuelo fue el día de la boda para que mi madre desistiera, pero no pudo lograrlo. Pasó el tiempo, fueron momentos difíciles al principió, los dos trabajaban. Mi padre estudió para ser procurador y mi madre para ser maestra, y de a poco la cosa fue mejorando. Al tiempo, la salud de mi madre empeoró, se enfermó y murió a los 38 años. Y dejó siete hijos, entonces Manuela que era la hermana menor, ese mismo año se casó con mi padre, porque qué iba a hacer él con siete hijos. De ese matrimonio, el primer hijo que tuvieron fue Mario Roberto, que por ser el séptimo hijo varón fue ahijado de un militar… ¡Justo él! Después siguió Manuela, mi hermana tan esperada por mí, y después vino Julio.

—¿A su padre le gustaba la política?

—Mi padre se afilió al radicalismo, porque la madre de él era muy radical. Y eso lo transmitió a mis hermanos, sobre todo a Raúl y a Omar que lo siguieron en esa línea. Carlos no militaba pero era peronista. Amilcar era apoderado del Partido Comunista, mientras que Francisco y Oscar estaban más bien con los pueblos originarios, eran indigenistas y formaron un centro de cultura del que luego nacería el FRIP (Frente Revolucionario Indoamericanista Popular), que luego de separarse de Nahuel Moreno sería el PRT.

En los almuerzos se armaban muy buenos debates, a mí siempre me encantaba escuchar todo, me gusta mucho la política… yo tendría que haber sido diputada pero no he tenido palanca para llegar (se ríe). Mi padre fue diputado dos veces por el radicalismo. Él siempre decía “quiero libertad para mí, y quiero mayor libertad para mis hijos”.

—¿Y usted?

—Yo no soy ni radical ni peronista, soy santuchista.

—¿En esa época Mario Roberto ya se distinguía?

—Roby era muy inteligente desde chico. A los 4 años se sabía el Martín Fierro de memoria, y sabía jugar al ajedrez. Siempre se manifestó en contra de cualquier tipo de injusticia y de la desigualdad; desde chico decía que a las empleadas domésticas había que tratarlas como a cualquiera, de igual a igual.

En el año ’54 Mario Roberto fue a estudiar a Tucumán. Ahí estuvo en los claustros universitarios, se incorporó al movimiento estudiantil MIECE (Movimiento Independiente de Ciencias Económicas) y ahí fue elegido Consejero. Comenzó en esa época a tener mucho contacto con los trabajadores de la zafra. Se fue formando, luego empezó a organizar el PRT y se separaron de Nahuel Moreno porque no estaba de acuerdo con la lucha armada. Después de la generación de Mayo, estos jóvenes fueron la generación más brillante, y no hablo únicamente del PRT, sino también de Montoneros, las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) y las que había.

—Luego vino el golpe.

—Si. Tenemos once miembros de la familia que no están. Éramos diez hermanos, quedamos cuatro, más dos sobrinas y tres cuñadas que las ejecutaron. Somos una familia muy castigada, muy diezmada, y todo por la lucha que emprendieron mis hermanos, sobre todo Roby. Fueron nada más dos los que estuvieron en la lucha armada: Mario Roberto y Oscar. Hace poco llevé a mi hermano Carlos a Santiago, que hace 34 años que lo asesinaron en el centro clandestino que fue la sede del Plan Cóndor, Automotores Orletti. Ahí lo asesinaron a Carlos que no tenía ninguna militancia, como yo. Cuando lo fueron a buscar a la empresa donde trabajaba, el dueño le dijo “Carlos, usted se puede escapar si quiere, no vamos a decir nada” y él respondió que no hacía falta porque “no tengo de qué preocuparme, yo estoy legal”.

—¿Cómo fue su exilio?

—Las amistades nos decían que ya nos detectaban en todos los domicilios que teníamos y decidimos dejar el país porque cada vez se nos cerraba más el cerco. El PRT ya estaba prácticamente derrotado, y bueno, Roby decidió que abandonáramos el país, mi padre, mi madre y yo. En esa época trabajaba en una escribanía en San Antonio de Padua, tuve que abandonar todo, mi apartamento en Congreso, mi trabajo como asistente social. Mi hermana Manuela estaba casada con un militante que en ese momento preso y tenía un hijo de un año y tres meses. Y ella dijo “no, yo no puedo irme, porque si el sale…”. Qué iba a salir si estaban en las puertas de nuestras casas, en nuestras narices. Y era un horror ese tiempo, era un terror que se expandía como un gas paralizante. Pero ella se aferró, dijo que no nos podíamos ir todos los Santucho, que tenía que esperar a su marido que iba salir, que esto y el otro. Y bueno, se quedó.

—¿Y usted con su padre y su madre primero van a Cuba?

—Estuvimos en Cuba primero y luego en Ginebra, Suiza. Y ahí nos enterábamos de todas las muertes porque teníamos más información. Mi segunda madre dijo “aquí en Cuba estamos muy bien pero quedamos aislados”. Una carta tenía que pasar por todos lados para que llegara, y una llamada internacional pasaba por Nueva York. Lo que se hacía en Cuba no tenía ninguna repercusión y eso no nos servía, aunque nos ayudaron muchísimo. Entonces fuimos a Ginebra. Yo me volví sola en el ’83, antes de que asumiera (Raúl) Alfonsín, porque me desesperaba no haber hecho nada por Manuela, porque éramos muy compañeras.

—¿Alguna vez le cuestionaron a Mario Roberto el tema de la lucha armada?

—Mi madre era muy religiosa y ella le discutía y le decía “pero, ¿cómo lucha armada, Roby? Y mi hermano le respondía “pero viejita, si Jesucristo fue el primer revolucionario”. Mi padre también le reprochaba y le decía que exponía a la familia con esa lucha que no tenía salida, porque era una lucha totalmente desigual. “¿Cómo van a luchar contra esos tipos armados hasta los dientes?” Era una juventud gloriosa, una juventud que se entregó por lo que creía, pero tenían familia, tenían hijos, tenían por quien vivir, y sin embargo dejaron todo y se entregaron a una lucha por un país mejor donde no haya injusticia, como esa consigna que puso Roby, “Vencer o morir por Argentina”.

—¿Usted siente que por la historia de su familia los Santucho han estado mucho tiempo estigmatizados?

—Cuando llevé a Carlos a Santiago, por primera vez, sentí un trato distinto, me apoyaron y me dieron mucho cariño. Antes sentía indiferencia, mi familia estaba estigmatizada. Aun así es muy difícil, mucha gente todavía está con eso de no revolver el pasado, que para qué siempre hablar del pasado. Y es que si no podemos hablar y saber qué pasó ayer, no vamos a poder avanzar hacia un futuro mejor.

—¿Y qué espera ahora además de justicia?

—El primero de junio me espera el juicio de Automotores Orletti, donde fueron detenidas mi hermana Manuela y mi cuñada Cristina Navajas de Santucho, esposa de Julio. Además, estoy queriendo armar una asociación para ayudar a Santiago del Estero y a los niños y niñas de la provincia, porque ha sido muy olvidada, muy maltratada por los Juárez y todos los que han estado. Hay mucho para hacer y ayudar. Entonces, antes de irme de este mundo, quiero hacer algo que lleve el nombre de los Santucho, pero es muy difícil porque no tengo recursos.

Añoro mucho volver a Santiago, ya estoy cansada, van a ser tres años que estoy en Buenos Aires, desde el 31 de julio de 2007. Llegué con dos objetivos: el primero, porque tenía una promesa del ex presidente Néstor Kirchner sobre la búsqueda del cuerpo de Roby; el segundo, para que se deje de manosear a la familia. Añoro las fiestas familiares, que antes de que pasara todo esto, en nuestras épocas “doradas”, nos amanecíamos con el folclore en nuestra casa en Santiago.

—Y continúa con la búsqueda del cuerpo Mario Roberto.

—Tengo la esperanza de que Roby esté en Campo de Mayo. Recuperar su cuerpo es fundamental para la memoria del país, porque es un símbolo. Yo estoy conforme con Kirchner en cuanto a la cuestión de los juicios y la política de derechos humanos, aunque no me olvido que la promesa que me hizo, de encontrar el cuerpo de mi hermano, todavía no la ha cumplido.

—¿Pero en las próximas elecciones si se presenta el ex presidente Néstor Kirchner lo votaría?

—En las últimas elecciones no pude votar porque no estaba en el padrón. Pero entre el matrimonio Kirchner y los que están ahora, Francisco De Narváez, Mauricio Macri, Felipe Solá y los radicales, yo elijo al kirchnerismo.

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