Sobre el futuro del kirchnerismo

Observamos la historia de la fuerza política iniciada por Nestor Kirchner y los errores de su actualidad, mientras tanto, nos preguntamos por su posible futuro.

Si de algo no cabe dudar es que el gobierno de Alberto Fernandez se encuentra en una situación más que difícil, no solo por los obstáculos externos e internos que ha encontrado en su camino, sino fundamentalmente por sus propios errores. La llegada de Massa como Superman puede calmar quizás a los mercados, pero difícilmente responderá a las expectativas de quienes votaron por este gobierno en 2019. Ha llegado la hora de preguntarse por el futuro del kirchnerismo, sometido por acción u omisión a un proceso creciente de alvearización, producto de una disociación estructural entre las potencias, que han sabido suscitar en los ámbitos más diversos, y una organización política que no ha estado altura de su propia historia. Al examinar esa cuestión están dedicadas las líneas que siguen, que buscan desplazarse de las noticias del día para reflexionar sobre el futuro de la fuerza política fundada por Néstor Kirchner -la que debe entenderse no sólo en su dimensión política partidaria sino como una verdadera cultura política.

I.

¿Es el kirchnerismo un nuevo movimiento popular, una etapa política diferenciada del tronco peronista, el embrión de un proyecto emancipatorio que aún espera su plena realización? O, por el contrario, ¿la fuerza que gobierna a la Argentina desde 2003 terminará por ser absorbida como una variante más del justicialismo?” Con esta pregunta, Eduardo Jozami abría El futuro del kirchnerismo, libro publicado a comienzos del 2015 en el que realizaba un balance sin concesiones del ciclo K para asumir los desafíos de aquellas horas que intuía, con razón, difíciles. Han pasado siete años, pero esa pregunta se revela igualmente vigente y en cierto sentido más dramática que entonces. Párrafos más adelante, el mismo Jozami advertía la faceta emancipadora del decenio K cuando nos recordaba un vieja idea que se remonta a John William Cooke: “un peronismo que avanza en su proyecto y amplía su convocatoria sin temor de que en algún momento pueda descubrirse como otro”1. Pensamiento que, ciertamente, se puede rastrear en escritos cercanos de Horacio González. Es cierto que en su apogeo, el Frente para la Victoria arañó tal posibilidad, que hubiera supuesto su ruptura frente a un peronismo clásico relegado a la función de partido conservador popular. En breve: el kirchnerismo desligado de su filiación originaria y convertido en un movimiento con identidad propia, de una dimensión similar a la del yrigoyenismo o a la del peronismo histórico. Lo cierto es que con el paso del tiempo esa mutación fracasó: el Frente para la Victoria consolidó su hegemonía, pero lejos de la transversalidad pregonada, mantuvo las mismas prácticas clientelares tradicionales –cárceles de larga duración-, que en última instancia terminaron reproduciendo jerarquías, verticalismos y mandatos, no sólo al exterior, sino también hacia adentro del propio universo, entre dirigentes, cuadros y militantes. Y todo ello para terminar en la candidatura de Daniel Scioli, expresión acabada del fracaso en forjar un liderazgo que expresara en el plano político los logros del ciclo 2003-2015. Siquiera porque en el país de los ciegos el tuerto es rey, el ciclo de los gobiernos K fue el mejor de toda la historia contemporánea -fue en verdad la socialdemocracia posible para la Argentina, a pesar de que nuestros progres, al modo de Ernesto Tenembaum o Beatriz Sarlo, persistan en negarlo. Sin embargo, ese colectivo no supo proyectarse hacia el futuro. Porque eso no se logró, pudo ocurrir el ensayo neoliberal conservador de Mauricio Macri. He aquí una clave que, creemos, explica algunas cosas de nuestro presente: una disociación entre las potencias que ese movimiento ha sabido suscitar en los ámbitos y latitudes más diversos y una organización política que no está a la altura de su propia historia. Y así llegamos al 2022, ¿cómo te has dejado llevar a ese callejón sin salida…?

II.

El 9 de septiembre de 2020 se produjo un levantamiento policial, que bajo la máscara de una reivindicación sindical, significó un verdadero acto de sedición contra el gobierno de la provincia de Buenos Aires y contra el gobierno nacional. Alberto zafó del conflicto, pero lo que en ese momento no terminó de entenderse es si fue consciente de los peligros que lo acechaban (y lo acechan). Cientos de policías armados le rodean la casa y Alberto más bien pone lo mejor de sí para disimular la gravedad del asunto, hace como que no ve. Aquella noche, Juan Grabois llamó a una movilización ciudadana a la residencia de Olivos en defensa del gobierno constitucional, ciertamente, un llamado en soledad: el resto de la clase política seguía como de costumbre la escena por televisión. Pero Alberto, como era de esperar, desestimó la convocatoria en nombre de las restricciones y el Covid; tenía, es cierto, la coartada perfecta. ¿Y si no hubiera habido cuarentena la habría promovido? La respuesta, claro, es negativa: en el imaginario del progresismo Albertista las masas en la calle es una escena a evitar.

En ese y en otros tantos sentidos, hay que creerle a Alberto cuando afirma su admiración por el presidente Alfonsín. Tiene buenas razones. Ocurre que el Presidente no ha entendido la lección que dejó el final infausto del último caudillo radical. Ese gobierno se terminó en 1987 con el levantamiento carapintada, cuando a pesar de una inmensa movilización ciudadana decidió rendirse; elogió al grupo de criminales alzados contra la democracia y dijo felices pascuas. Era la conclusión lógica de un modo de comprensión de la política que hace de la cobardía una virtud republicana. Después vinieron la hiperinflación, el golpe de mercado y la salida anticipada.

En toda aquella secuencia 1984-1989, el gobierno de Alfonsín producía una suerte de extorsión sobre sus seguidores y electorado, que se parece mucho a lo que ha ocurrido con Alberto: se lo percibe correctamente como una víctima de la derecha y se le ha perdonado todo, porque lo otro es el abismo: en el caso de Alfonsín eran los militares, ahora es la barbarie macrista, el FMI y Cia. Pero lo extraño es que la supuesta víctima nunca termina de enfrentarse con sus victimarios, más bien tiende siempre a negociar y en última instancia a seguir por acción u omisión sus intereses, los intereses de los enemigos del pueblo.

Si volvemos al mejor momento de este gobierno, a la política desarrollada bajo pandemia, habría que subrayar que desde el 10 de marzo del 2020, el gobierno nacional supo tomar centenares de medidas para asistir a los más diversos sectores de la población, como puede seguirse día a día en este sitio. Suspensión de desalojos, extensión de créditos a tasa cero, congelamiento de alquileres, atp, ife, suspensión de pagos de impuestos, prórroga del pago de derechos de exportación para pequeñas y medianas empresas, bonos para el personal de salud, etcétera.

Décadas atrás, semejante esfuerzo, rapidez y eficacia en la gestión hubiera significado una inmediata ampliación de las bases de sustentación del gobierno que las implementara, o sea más votos. Pero en este comienzo del siglo XXI las cosas han cambiado, precisamente el triunfo neoliberal en las elecciones del 2015 mostró que las políticas de inclusión social de grandes sectores de la población vía la ampliación del consumo, ensayada por la gestión de Cristina, no generaron otra cosa que consumidores, en modo alguno ciudadanos dispuestos a sostener esas medidas neo desarrollistas que objetivamente los favorecen. Del mismo modo, las loables medidas de asistencia y contención social en pandemia no generan sino beneficiarios de prestaciones estatales y nada asegura que los mismos sepan defender al gobierno que las ofrece y garantiza -aunque con ello esté en juego su propia vida-. Más bien, aquí, como en todos lados, los consumidores están siempre prontos a defraudarse y a cambiar de marca: votar a la derecha.

Para que ello ocurriera, es decir para que semejante esfuerzo tuviera su correlato político/electoral, el cuerpo de funcionarios que lo hubo tramitado debería correrse del rol de una buena tecnocracia (en este caso solidaria y progresista) que distribuye bienes y servicios entre un grupo de beneficiarios, a los que se denomina “la gente”, para dar lugar a la política, es decir para inscribir esas medidas en un registro ideológico militante y promover en consecuencia la construcción de un poder democrático. María Eugenia Casullo lo ha dicho de manera inmejorable: “ La gestión sola no construye relato, sino que el relato (saber dónde están los nuestros, adónde hay que ir y con quién pelearse) organiza la gestión”2. Ocurre que esperar un relato hoy es soñar despierto, esa burocracia no ha mostrado siquiera interés en intervenir en los medios de comunicación, la información oficial como sabemos ha quedado en manos de la buena voluntad (ya que no siempre del talento) de los periodistas de la cadena C5N, mientras tanto el grueso de medios y redes sociales continúa como si nada hubiera ocurrido en manos de los facinerosos de siempre –Alfredo Leuco, Luis Majul, Carlos Pagni, Nelson Castro-, que acrecentarán en los meses que vienen su prédica golpista a niveles infernales en la medida en que el gobierno siga haciendo concesiones al neoliberalismo.

Por lo demás, al igual que el Presidente, ese cuerpo de funcionarios no supo entender que el dilema salud o economía era un dilema trágico –cualquiera sea la opción que se elija, las pérdidas son irreparables- y que las restricciones impuestas producían y seguirán produciendo por años efectos devastadores en la vida cotidiana de muchos argentinos. En los hechos, los historiadores del futuro mostrarán sin dificultad que la pandemia y sus efectos actuaron como el shock con que sueñan todos los liberales, vino a completar la destrucción del tejido social comenzado por Macri. Que ese cuerpo de tecnócratas, a comenzar por el grupo Callao, era completamente ignorante de los sufrimientos de sus conciudadanos, lo revelan muchas fuentes que indican que en vísperas de las últimas elecciones legislativas el microclima del entorno presidencial daba por hecho un seguro triunfo. Lo cierto es que en dos años la coalición en el gobierno perdió cinco millones de votos. Entre la imbecilidad y el cinismo, esos mismos funcionarios, en primerísimo lugar el ex ministro de economía, Martín Guzmán, nos prometían hace algunas semanas que el acuerdo con el FMI no traería ajuste.

Todavía más, esa burocracia se mimetiza y acepta disciplinada la agenda que le imponen las corporaciones mediáticas al tiempo que reproduce penosamente sus modismos, sus lenguajes: el último de los clichés asumido por buena parte del funcionariado, diputados y concejales oficialistas que asisten a los sets de televisión es aquel que, en el colmo de la hipocresía, admite: “hay muchos argentinos que no la están pasando bien” (como le decía Luis Novaresio a la entonces gobernadora María Eugenia Vidal, cuando buscaba ungirla en una nueva Evita cristiana y piadosa). Pero esa muestra de humanitarismo liberal progresista se interrumpe de inmediato para advertir que: ¡caramba es poco lo que se puede hacer por los que sufren! Como sabemos, para el Presidente y sus ministros el ingreso universal que reclaman hoy las organizaciones sociales es inviable por la sencilla razón de que el Fondo lo prohíbe. Los pobres tienen que esperar.

En ocasiones escuchamos, tenues, otras voces que vuelven a hablar del pueblo, convocan al aguante de los compañeros, evalúan relaciones de fuerza, ensayan autocríticas y por un momento se olvidan, para bien, de la bendita “gente”. Pienso por ejemplo en las diez tesis que desarrolló Juan Giani en las jornadas Reflexiones sobre el presente y futuro de la Argentina3, que tuvieron lugar en Rosario, en abril de este año, con discursos militantes que aparecen como anomalías, casi un arcaísmo en una escena saturada por la imbecilidad mass mediática. Pero claro, hace ya mucho tiempo que las éticas de la militancia han sido olvidadas, el centro de la escena lo ocupa como decíamos un funcionariado políticamente correcto, un PJ porteño con pinceladas progres al modo Santiago Cafiero: el fracaso está asegurado.

Eso es el Albertismo: un presidente resignado a relatar su propio fracaso –de la expropiación a Vicentin a la guerra contra la inflación- rodeado de un grupo de jóvenes CABA sumidos en la impotencia, a los que se agregan muchos otros secretarios y ministros que responden a Cristina, pero que comparten la misma inacción, la misma inutilidad. Sería, de todas maneras, ingenuo suponer que este presente aciago es obra del destino, más bien esa burocracia albertista encabezada por Santiago Cafiero, Matías Kulfas y Martín Guzman, se encuadra perfectamente bien en la larga fila de jóvenes garcas que el kirchnerismo (y fundamentalmente Cristina) supo entronizar para mal en distintos períodos: Sergio Massa, Juan Manuel Abal Medina, ¡Martín Lousteau!, Diego Bossio, Florencio Randazzo… Los nombres siguen, se podría formar un equipo: los “11 garcas del kirchnerismo”, y habría todavía lugar para suplentes.

III.

Julio de 2022: si de algo no cabe dudar es que la situación es grave: un gobierno a la deriva pronto a rendirse frente a la derecha y el colectivo K sometido por acción u omisión a un proceso de creciente alvearización. La conclusión lógica de esa escena es la coronación de Sergio Massa, seguramente el próximo candidato a presidente por el actual oficialismo. Podemos imaginar de Massa muchas cosas, menos que convoque a la movilización popular para defender e impulsar a este gobierno. Su sueño, como se sabe, es hacer de este país una “fábrica de dólares”.

Pero mejor salirnos de la pantalla del televisor que nos tiene anarcotizados y volver por un momento la mirada al pasado reciente: hubo gigantescas marchas de resistencia al neoliberalismo durante el gobierno Macri que culminaron con las puebladas de diciembre de 2017, acontecimiento que significó en los hechos el principio del fin del macrismo. Habrá que recordar que se trató objetivamente de una derrota (de última Macri con el apoyo de gobernadores peronistas logró hacer aprobar aquella ley) pero significó una enorme victoria subjetiva para el movimiento popular.

Derrotas que son victorias: es esa potencia, que también se reveló en el abrazo verde al parlamento en agosto de 2018, la que se vuelve imperativo recrear en los días que corren, habida cuenta de que la gestión de Alberto ha hecho todo por disolverla y la de Massa pondrá lo mejor de sí para extinguirla definitivamente.

La situación del país y del mundo es tan difícil que siquiera para zafar, para concluir sin grandes sobresaltos la gestión de gobierno, se necesita no solo de pericia, sino también una enorme cuota de coraje. Una gesta épica. Sería ingenuo pedirle tanto al presidente y sería injusto exigirle todavía más –todavía más magia- a la vice presidenta. Precisamente, lo más sensato sería imaginarlo no como un desafío individual sino comunitario. Pensar la construcción de un héroe colectivo que deberá guiar el curso de la coyuntura: movilizar voluntades para contrarrestar el síndrome del buen progresista pusilánime, pronto al fracaso y a la huida que atenaza a Alberto, marcarle la cancha al nuevo primer ministro Massa, rehacer la Corte Suprema, forjar una fuerza que haga que el bendito bono contribución que se les cobró (¡por única vez!) a los ricos se transforme en un verdadero impuesto, impedir que la ley de humedales vuelva a perder estado parlamentario, liberar a Milagros Sala… Esas son tareas que atañen a la promoción de lógicas autogestionarias, horizontales, democráticas -políticas que el kirchnerismo amagó, pero no pudo, o no quiso, concretar años atrás. Todo ello vuelve necesaria la emergencia de otra generación, una nueva militancia que desafíe costumbres, conducciones y burocracias, rompa algunos vidrios y se imponga en el centro de la escena para encarnar y relanzar –quizás refundar- el movimiento nacional, popular y democrático hacia el futuro. El kirchnerismo tiene memoria, tiene mito, es la única formación con capacidad cierta de resistir los embates del neoliberalismo y proponer otros horizontes para los argentinos, pero le falta imperativamente forjar nuevas utopías. Tal es el dilema que, si esto no ocurre, esa vasta cultura política se verá reducida a ser meramente una fuerza partidaria que podrá tener mayor o menor suerte, podrá contribuir a ganar y perder elecciones, pero no será más que otro momento dentro de la larga historia del peronismo. Si, en cambio, se da la hipótesis que trabajamos, si el universo K prueba estar a la altura de sus propias circunstancias, si logra romper con su filiación originaria para profundizar su faceta emancipadora, la historia argentina habrá cambiado para siempre, más allá del resultado de las próximas presidenciales. Cierto es que estas cosas, ese viejo sueño de Cooke del que nos hablaba Jozami, no se imponen por decreto, pero de último vale apostar: en las circunstancias que tocan el movimiento popular tiene muy poco por perder y tiene, en cambio, un mundo por ganar.


1 Esas ideas de Cooke pueden leerse en un texto de 1967: “La revolución y el peronismo”, en Obras completas, Tomo V, Colihue, Buenos Aires, 2001.

2 Maria Esperanza Casullo, Populistas somos todos, Algunos pensamientos sobre la política argentina, con un principio ordenador: funciona mejor de lo que parece. En https://cenital.com/historias-para-ponernos-en-movimiento/, 1 de mayo 2022.

3 Juan Giani , Jornadas Reflexiones sobre Presente y Futuro de la Argentina, Patio de la madera, Rosario, 11 de abril de 2022. https://www.youtube.com/watch?v=lZCzXTvlNEQ

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