Salir de la melancolía

La campaña de Fernández/Fernández ensaya una alquimia delicada: convertir recuerdos en esperanza. Los números de tres distritos claves que contradicen el relato de "paridad" que estimula el gobierno. Y los que disparan alarmas en el PJ-K.

“Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar”, sostiene un viejo lema del peronismo, dicho hace décadas por su propio fundador. ¿Pero qué pasa cuando se es oposición y el campo del hacer –al menos en términos de gestión estatal– está en manos de adversarios? Si no se hace ni se promete: ¿hay que subrayar lo que ya se hizo? Enorme encrucijada en la que se encuentra el peronismo, dado que sus adversarios hacen del “relato de la década ganada” uno de sus puntos fuertes para atacar al kirchnerismo colocándolo en el lugar de mero pasado.

 

La campaña electoral previa a estas elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) pusieron en escena, nuevamente, la destreza y la plasticidad con la que quienes gobiernan el país abordan los desafíos de la hora. En un contexto económico francamente adverso para el oficialismo, y con un clima político bastante hostil hacia su gestión, Cambiemos mostró que no está dispuesto a bajarse tan fácilmente de sus pretensiones de renovar mandato por cuatro años más. Y los comicios del 11 de agosto, si bien no definen ninguna candidatura, se mostrará como un momento fundamental en la disputa de cara a octubre.

 

Su gran capacidad para el manejo de redes sociales y una estrategia unificada que desde el inicio tuvo en claro hacia dónde y cómo apuntalar los cañones, dieron a Cambiemos una franca ventaja respecto del Frente de Todos, si bien los números le son adversos. Las apariciones espasmódicas de kirchneristas ultra-acostumbrados a otra dinámica política del país, dieron al macrismo la oportunidad, incluso, de sumar algunos puntos a favor, inesperados en el diseño de su estrategia.

 

Como contraparte, desde los adherentes al Frente de Todos –y sobre todo en el kirchnerismo– pareció recaerse en cierto dejo de autoconfianza excesivo, que asumió que el anuncio de la Fórmula Fernández/Fernández, casi por su propio peso, ya se había definido la elección.

 

Obviamente, aunque trate de sustraerse todo el tiempo del flanco de esas críticas, resulta obvio que el oficialismo cuenta con toda la maquinaria de (des) información –estatal y privada– para instalar temas, inflar números o desarrollar operaciones de prensa que luego resulta difícil contrarrestar.

 

Las encuestas que circulan dan en la actualidad un empate técnico entre Axel Kicillof y María Eugenia Vidal en provincia de Buenos Aires y una diferencia de unos 5 puntos entre Mauricio Macri y Alberto Fernández, favorable para éste último, pero los números no son inamovibles y en los últimos sondeos, la imagen negativa de Alberto creció en un 10% durante el último mes, mientras que la de Mauricio sólo un 4%.

 

De todos modos, conviene no mantener una mirada ingenua al respecto. Hace por lo menos un mes que los medios hegemónicos vienen construyendo un escenario en el que la imagen de Macri mejora día tras día. Sin embargo –tal como sostuvo recientemente el historiador platense Martín Obregón en su muro de Facebook– “el crecimiento de la intención de voto de Macri a nivel nacional es doblemente sorprendente si se lo compara, siempre en el terreno de las encuestas, con lo que ocurre en algunos territorios considerados bastiones del oficialismo”. Los números que cita respecto de Córdoba, Mendoza y Mar del Plata –tres distritos electorales fundamentales para Cambiemos en 2015– son más que claros. “En Córdoba, por ejemplo, sobre 1400 casos, una encuesta de CB Consultora realizada en la primera semana de julio le da a Macri una diferencia de 18 puntos porcentuales sobre Alberto Fernández (44% a 26%), muy lejos de los 34 puntos que le sacó a Scioli en las generales del 2015 (53% a 19%). En Mendoza, otra encuesta elaborada sobre 1200 casos y publicada hace un par de días por la consultora Reale – Dalla Torre sostiene que las fórmulas presidenciales encabezadas por Macri y Alberto Fernández están empatadas en torno a un 36%, cuando en el 2015 Macri había aventajado a Scioli por 10 puntos (41% a 31%). En Mar de Plata, por último, una de las grandes ciudades del interior provincial en manos de Cambiemos, una encuesta de CEPEI sobre 600 casos le otorga a la fórmula Fernández–Fernández un 41% de intención de voto contra 37% de la fórmula oficialista, cuando Macri había ganado allí en el 2015 por 8 puntos porcentuales (40% a 32%)”.

 

Como puede detectarse, en la era de la posverdad, la disputa por los sentidos cobra una dimensión impensada en otros contextos pretéritos.

Argumentos y eficacia

En la era de la relatocracia, según definió a la época Sol Montero, recientemente, en una nota publicada en la revista Crisis (“Futuros mínimos”), lo que se busca es narrar más de lo que se argumenta. De allí que primen las pequeñas historias singulares por sobre las grandes ideas colectivas. No es causal entonces, que en los spots de campaña, Macri haya hecho tanto hincapié en la cercanía, expresada tanto en las fotografías de los carteles como en los audios de los videos, donde “gente común” parece “ponerse al hombro” la campaña. Si bien el eje de la intervención audiovisual de Cambiemos está centrada en el “antirelato” (“esto no es relato, esto es real”), la secuencia audiovisual no deja de ser la de un relato que hace hincapié en no volver al pasado y en valorar los pasos de avance que se han producido en la actualidad: una red cloacal, un camino, por ejemplo (cosas concretas, diría David Viñas).

 

El peronismo/kirchnerismo, en cambio, se encontró en la encrucijada de, por un lado, no ensalzar el pasado, pero por otro lado, tampoco caer en la tan cuestionada “promesa de campaña”. Así, quedó en franca desventaja, en una actitud reactiva, en la que no pone el eje en los doce años de gobierno y las conquistas obtenidas en ese período y tampoco lo hace en declamar algo que puede hacerse a futuro. ¿Entonces? Entonces no le quedó otra que poner el foco en algo que desde el peronismo siempre se le criticó a las izquierdas: el denuncialismo. Los spots de campaña de la fórmula Fernández/Fernández ponen el foco en describir la calamitosa situación económica y social que atraviesan hoy la mayoría de las y los argentinos, para finalizar enunciando: “hay espezanza”. El problema es que de las imágenes y voces que aparecen en cada uno de ellos no se deriva ninguna imagen ni relato de esperanza, tan sólo su enunciación final, luego de un relato lacrimógeno que dan más ganas de colgar la toalla que de salir a pelear. Por otro lado –seguramente en búsqueda por ampliar la base electoral “corrida a la derecha”– tampoco los spots dan cuenta de las mil y una iniciativas populares gestadas en estos cuatro años para sobrevivir al temporal. Obviamente, en términos de argumentos, la posición del Frente para Todos es –lejos– imbatibles frente a Cambiemos, no sólo por lo que dicen los propios números de la gestión cambiemista, sino incluso por las posiciones claras y precisas esgrimidas por sus principales candidatos: Alberto ha demostrado en numerosas oportunidades destacarse por su capacidad de oratoria en estas semanas, y el “papelón” que le hizo pasar al aire, en vivo, al mandamás de la cordobesa Cadena 3, Mario Pereyra, es un ejemplo más que claro de esto, así como las recientes definiciones sostenidas por Kicillof y Magario en la entrevista publicada el domingo pasado por el diario Página/12.

 

Pero el neoliberalismo tiene, entre uno de sus engranajes fundamentales, la gran capacidad de ejercitar una anulación del largo plazo en la perspectiva de las personas, tanto para adelante como para atrás. Inmediatez e hipervaloración de lo efímero son dinámicas que pueden registrarse hoy en distintos ámbitos de la vida social: el pasaje del cine a las series; del uso de facebook a Instagram y twitter (con 2.000 y 180 caracteres como límite, respectivamente) y de los “posteos” a las “historias” (que duran 24 horas y luego se borran), por citar ejemplos masivos y cotidianos. Lo mismo podrá decirse de las noticias: se puede decir cualquier cosa con tal que surta efectos en el día, después… después se verá (a otra cosa mariposa, como dice el dicho popular).

 

Por eso el oficialismo apuesta a gestar la más amplia capacidad de adhesión posible, como lo demostró en estos días poniendo a circular el texto “¿Por qué votamos a Macri?” (25/07/2019), en el que 143 integrantes del quehacer intelectual argentino advierten contra el retorno del kirchnerismo y apoyan la fórmula de Cambiemos, pero sobre todo, pone en la primera línea de fuego a personajes como Alejandro Rozitchner, o los propios funcionarios y candidatos, como María Eugenia Vidal, a decir cualquier barbaridad sin ruborizarse.

 

Las afirmaciones de Rozitchner, equiparando al kirchnerismo con el fascismo y haciendo analogías del tipo “ahora no se puede opinar a favor del gobierno” (lo que resulta una paradoja, porque no se entiende cual es la capacidad de represión de quien no detenta el aparato del Estado, único capaz de ejercer el uso legítimo de la fuerza, según la clásica fórmula liberal), “antes por pensar distinto te secuestraban y torturaban”, o las de la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, diciendo que los miles de aspirantes a los 50 puestos de trabajo en el Penal de Olmos de La Plata estaban allí porque buscaban estudiar.

 

Más allá de lo delirante que puedan parecer esas posiciones, convendría no olvidar que esas miles de personas de La Plata, junto con con los 9.000 jóvenes que se anotaron para cubrir las primeras 1.200 vacantes para el “Servicio Cívico Voluntario en Valores” de la Gendarmería Nacional, son personas de los sectores populares que encuentran allí una iniciativa concreta que los contienen (de nuevo cosas concretas frente a relatos).

 

En su clásico libro El arte de la guerra, el sabio oriental Sun Tzu decía que había que conocer al adversario tanto como uno se conoce a sí mismo. Y también, que había que saber aprovechar al máximo los defectos del adversario en beneficio propio. Algo de eso supo intuir, estudiar y llevar adelante Perón, cuando hacía hincapié en desarrollar una estrategia integral que contemplara innumerables tácticas. Y que supiera golpear al enemigo donde duele y cuando duele. Cambiemos no parece haber sacado bandera blanca. Y de hacerlo –siguiendo con Perón– conviene que cuando en enemigo comienza a replegarse lo menos que hay que hacer es relajarse.

 

La confianza en la creatividad popular resulta fundamental. La intervención de carteles de Cambiemos, luego difundida en redes sociales no alcanza, es cierto, pero no deja de ser un modo interesante, fácil y activo de intervenir en la necesaria batalla por el sentido común que habrá que librar de acá a octubre, con todos los frentes, con todas las herramientas.

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