Con la publicación de A sangre fría, en 1964, Truman Capote revoluciona la novela moderna, inaugurando el non-fiction. Con orgullo nacionalista, en Argentina, suele decirse que ya Rodolfo Walsh había inventado el género en 1956, con Operación masacre, aunque cabe preguntarse si el autor de ¿Quién mató a Rosendo? no es más bien el inventor de otro nuevo género: el de investigación- denuncia- testimonio.
La invención de un género
Los hechos son bastante conocidos: en junio de 1956, a menos de un año del derrocamiento del gobierno constitucional de Perón por una dictadura autodenominada “Revolución libertadora” (que no dudó en bombardear la Plaza de Mayo y masacrar decenas de civiles en el intento de asesinar al presidente), una asonada cívico- militar peronista intenta recobrar sin éxito el control del poder político. Las consecuencias, en gran medida gracias a Rodolfo Walsh, también son conocidas: civiles y militares fusilados ilegalmente en los basurales de José León Suárez como forma de complementar el proceso de “desperonización forzosa” que también incluyó prisión y torturas, proscripción política y sindical, exilios y hasta la prohibición de mencionar públicamente los nombres de Perón y Evita, cuyo cadáver fue secuestrado y ocultado ilegalmente durante años.
La forma en que Walsh se topó con “el caso” también es hoy muy conocida. El resultado tras un año de trabajo independiente (es decir: sin financiamiento) y en la clandestinidad (Walsh llegó a trasladarse armado, por precaución) no tuvo el resultado que imaginaba (creyó que importantes editoriales correrían a sacarle los manuscritos de la mano), pero al fin y al cabo tuvo más “éxito” del que esperaba: se transformó en uno de los textos emblemáticos del peronismo, y fundó un nuevo género en el Río de La Plata.
¿Non fiction?
En un breve artículo publicado en el diario Clarín el 26 de septiembre de 1999 (“El país de no ficción”), Beatriz Sarlo afirma que el primer libro de fortuna del non fiction, aun antes de que Truman Capote escribiera A sangre fría, fue Operación masacre, de Rodolfo Walsh. Sostiene que, además de narración de hechos reales escrita con técnicas literarias, esun género de mezcla, expansión de la crónica periodística por medios tradicionalmente literarios. “El non fiction es un género de voces”, enfatiza Sarlo. El retrato, la interrogación, el enigma, son algunas de las estrategias narrativas que el cronista toma para la construcción de su relato. Esto, en cuanto a los procedimientos literarios. Pero ¿alcanzan esos ejemplos para encuadrar Operación masacre en el género de non fiction? Si consideramos que Walsh comienza con la escritura de esta historia una década antes de que Capote empezara con la suya, y si tenemos en cuenta las condiciones de producción del Nuevo Periodismo en Estados Unidos, deberíamos decir que no. Que Operación masacre no comparte filiación directa con este género, y que de hecho es mucho más subversivo que su par norteamericano. En EE.UU., el reportaje desplaza el lugar central de la novela dentro del sistema literario luego de una década, o más, de crisis de la literatura. A diferencia de la primera posguerra, este segundo período no fue muy productivo para los narradores, quienes corrían tras la ilusión de descubrir nuevos modos de expresión, de modo similar a como los buscadores de oro se esmeran en hallar su preciado tesoro. De allí que A sangre fría –como hemos visto en una nota anterior– se inscriba en esa búsqueda.
Algo de eso hay también en Operación masacre, claro. Pero mientras que Capote y los escritores norteamericanos que hacen de esa búsqueda estética sólo una mera cuestión literaria, Walsh –para decirlo en los términos en que lo plantea el filósofo francés Gilles Deleuze– traza una línea de fuga, gestando una verdadera “máquina de guerra”. La investigación produce no solo testimonio sino también denuncia, y no liga la serie literaria solo con la historia social, sino también con la historia política. Se parte de lugares diferentes, pero también son diferentes los efectos que su escritura provoca en el escritor, y su publicación en el contexto histórico inmediato.
Reivindicando, como Sarlo, ese carácter “coral” del libro, pero arribando a conclusiones totalmente opuestas, Ricardo Piglia remarca esta contraposición entre la invención de un nuevo género en estas tierras del sur del mundo, y el denominado “Nuevo Periodismo Norteamericano”. En su conferencia titulada “La ficción paranoica”, Piglia sostiene que en Walsh (a diferencia de la posición neutra del non fiction estadounidense), el acceso a la verdad está trabado por la lucha política, por la desigualdad social, por las relaciones de poder y por la estrategia del Estado. Así, este nuevo género de investigación-testimonio-denuncia realiza un doble movimiento que implica, por un lado, rescatar las verdades fragmentarias, las alegorías y los relatos sociales. Y, por otro, desmontar las construcciones del poder y sus fuerzas ficticias.
Ese deslizarse de una voz a otra, de una versión a otra (que son las versiones de aquellos que son testigos de la barbarie porque han sobrevivido al horror de las fuerzas brutales del Estado desatadas contra ellos), es la materia prima para la construcción de un contrarrelato, antagónico con esas versiones estatales. Por eso Piglia insiste en que Walsh sabe oír la voz popular y que es a partir de ese “saber escuchar” que se desarticulará el relato falso de los hechos que ese aparato de poder ha construido ocultando, manipulando y falsificando. Hay que construir una red de historias alternativas para reconstruir la trama perdida. Doble movimiento entonces: oír y transmitir el relato popular; desarmar/desmontar el relato encubridor, la ficción del Estado.
Escritura, ético y política
Operación masacre es un libro raro: desdibuja la línea que separa el periodismo de la literatura y mantiene una estructura escindida. Por un lado, el cuerpo del texto (la historia propiamente dicha), y por otro, la historia de la investigación. El recorrido político e ideológico de Walsh puede rastrearse con claridad a través de los sucesivos “paratextos” que el autor incorpora en las distintas ediciones de Operación masacre.
A diferencia de Capote –comprometido con el estado de situación que juzga y condena a los delincuentes (presos “comunes”, asesinos de una familia de pueblo a la que fueron a robar) con vínculos con la policía, un periodismo hegemónico y un poder judicial que lo favorecen en la investigación— Walsh funciona como una suerte de detective-narrador-periodista que, contra viento y marea, quiere acceder a la verdad para desentrañar un crimen político perpetrado ilegalmente por el Estado (dictatorial).
Como el propio autor sostiene en su breve autobiografía, Operación masacre cambió su vida: “Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior”). Es ese amenazante mundo exterior que le arrebatará la vida, y secuestrará su cuerpo, hasta el día de hoy “desaparecido”.
En el medio, entre 1957 y 1977, Walsh escribió cuentos y obras de teatro, fue un escritor reconocido, como Capote. Pero a diferencia de él, se transformó en militante: fue criptógrafo en la cuba revolucionaria en 196; participa, en 1966, de las elecciones de la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa de Argentina como candidato en una lista de la “nueva izquierda”; en 1967 integra –junto a los hermanos Viñas—, el Consejo de Redacción de la revista Problemas del tercer mundo; en 1968 es jurado del Premio Casa de las Américas de Cuba y en mayo de ese mismo año redacta el “Programa de la CGT de los Argentinos”, mientras dirige su periódico CGT, donde publica las notas que luego integrarán el libro-primo-hermano de Operación masacre, ¿Quién mató a Rosendo?; en 1969 escribe el prólogo para Los que luchan y los que lloran, el libro de su amigo Jorge Masetti, desaparecido desde 1964, cuando –como “Comandante Segundo”– preparaba en Salta las fuerzas del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), el “brazo argentino” del proyecto del Che en Bolivia; a inicios de los setenta se incorpora al peronismo revolucionario, primero a las Fuerzas Armadas Peronistas y luego a Montoneros; en 1973, cuando reedite El caso Satanowsky –su investigación sobre los mecanismos que la Libertadora estableció en los campos afines del periodismo y los Servicios de Informaciones– se lo dedicará a la Agrupación 26 de julio y el Bloque Peronista de Prensa, que integra, con quienes pretende contribuir a combatir diariamente “a la raza de los envenenadores de conciencias: nuestros patrones” –dice–; en 1974, ante la muerte de Perón, escribirá las formidables líneas de tapa de Noticias (el mismo año viaja a Palestina como corresponsal del mismo diario y escribe unos informes con entrevistas dando cuenta de la resistencia del pueblo Palestino); e 1976, tras el golpe del 24 de marzo, se dedica a gestar una serie de intervenciones en el plano de la contrainformación popular –ANCLA, Cadena informativa, las Cartas–, la más famosa, la “Carta abierta de un escritor a la Junta militar”. También escribe una serie de “Observaciones sobre el documento del Consejo del 11/11/76”, reunión del Consejo Nacional del Partido Montonero, que integraba como parte del Área de Inteligencia. Experiencia política de la que formaba parte cuando se enfrentó a tiros con sus verdugos, aquel 25 de marzo de 1977.