El conductor de Días como flechas por AM 750 y Condenados al Éxito en Radio Cooperativa reflexiona amargamente sobre el lugar de los comunicadores peronistas y sobre la puja de Clarín y los medios de comunicación aliados al Gobierno en el marco de la puesta en práctica de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Hace seis años publiqué un trabajo que me llevó siete: Exhortaciones ante la Muerte del Periodismo, bajo el nombre de fantasía “Salven a Clark Kent”.
Allí se acuñaron ideas, frases, que hoy se usan con gratuidad de royalty como “periodismo hegemónico” o “sistema mediático concentrado”.
Sin embargo, nunca en todo el texto, hubo un planteo que se asimilara a una guerra interna entre grupos de empresas periodísticas, que es lo que se está dando, con la necesidad desesperada del Monopolio Clarín y la especulación de un grupo de empresas disputantes de ese imperio con alianza táctica al Gobierno Nacional.
Todas esas empresas, hoy pro oficialistas, fueron partícipes del aquelarre post menemista de la Alianza consiguiendo perdón en la ignorancia y el descuido que los gobiernos peronistas suelen tener sobre los asuntos de la política de los medios y la gestión cultural, complejo de inferioridad que trato en otro lado.
Así las cosas, tropezamos hoy con la proscripción del peronismo en todos los medios del Estado, ya que no puede pretenderse que los medios de gestión privada abriguen a esos incordios que suelen tener palabra para lo que piensan mucho más que para lo que necesitan. De manera que podrá quien quiera revistar todos y cada uno de los segmentos periodísticos del espectro estatal de medios sin poder encontrar a ningún hombre que curse el peronismo siquiera culturalmente.
Estaría mal si se tratase éste de un gobierno de otro signo, pero resulta horrible cuando se trata, como se trata, de un auténtico gobierno peronista.
Bueno sería que pudiera argüirse la poca calidad de los profesionales que este cuño ideológico (digo el peronismo) puede ofrecerle a los medios, pero vista la lista de personalidades anodinas, profesionalidades chatas, y figurones de cartón piedra que ostenta la otra parte del espectro, ese argumento no puede lograr siquiera el asomo.
Muchos argentinos se sorprenden hoy con el supuesto trastorno de la posición de algunos periodistas venerados años atrás. Digo Lanata, Tenembaum o quien quiera que diga. Se asombran de verlos jugados a favor de los monopolios, aún poniendo en duda sus convicciones democráticas y los blasones logrados “cuando era muy fácil hacer de progresista”. Prepárense todos a cualquier otra destreza de equilibrio del nuevo oficialismo si se llegara a dar la desgraciada circunstancia de una derrota electoral el año que viene. Ahí sí, comenzarían a vivir de periodismo pseudo opositor, revestidos de toda independencia como garantía de la diversidad del nuevo espectro y, las nuevas voces aparecidas al calor de estos días iniciales de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, pasaríamos a habitar las catacumbas, una vez más. Porque claro, nosotros no cruzamos la calle, porque somos adoquines de esa calle, severos de convicciones y resignados a ser lo mejor de la historia o no ser nada.
Que eso no pase, es mi deseo. Pero mi deseo cumplido no va a evitar que se frustre por enésima vez la democratización de la palabra pública. Si lo que debe ser una apertura se convierte en el negocito de un par de productoras a favor del atontamiento que muestra la política de comunicación, estamos fregados. Muy fregados.