Recalculando

A contramano de su costumbre, Trump hizo su discurso anual frente al Congreso con tono conciliador y un freno forzado al muro con México. Concesiones, cálculo político y necesidades financieras detrás de la impostura.

Dentro de una Cámara de Representantes que ya no controla su partido, de espaldas a la líder opositora que le torció el brazo en la última gran batalla política en Washington y enfrentado a una oposición más confiada y que ya piensa en las presidenciales 2020, el presidente Donald Trump dio un discurso del Estado de la Unión para inaugurar el año legislativo sin grandes anuncios, sin grandes ataques, sin gran contenido y sin gran emoción, y esa fue la noticia. Al abandonar su beligerancia e ironía habituales, el mandatario pareció reconocer por primera vez que el escenario político cambió en Washington después de las elecciones legislativas del año pasado y que su reelección será muy difícil si continúa ridiculizando, desafiando y haciendo prácticamente imposible cualquier cooperación con los demócratas.

 

Las elecciones de noviembre pasado no fueron una cachetada para Trump ni mucho menos. Los republicanos ampliaron su mayoría en el Senado y, pese algunos cambios de color político, siguen teniendo más de la mitad de los gobiernos estatales. Además, algunos posibles presidenciables demócratas sufrieron duras derrotas, que seguramente los sacarán de carrera para el año próximo. Pero la oposición sí recuperó un espacio de poder clave -la cámara baja del Congreso- y, por primera vez en mucho tiempo, lo hizo valer sin dudarlo.

 

Como en el tradicional juego de la gallina, Trump se negó a aprobar cualquier ley de presupuesto que no contenga la partida millonaria que pide para pagar la expansión del muro fronterizo con México y prometió mantenerse firme, sin importar los costos. El mandatario contaba con que los demócratas, como suelen hacer, no querrían dejar sin sueldo a unos 800.000 empleados federales y aceptarían algún tipo de compromiso en el Congreso para evitar un nuevo cierre de gobierno. Pero esta vez la flamante presidenta de la cámara baja, la demócrata Nancy Pelosi, se plantó e, incluso, retiró la invitación al presidente para dar el discurso del Estado de la Unión, un requisito formal pero legalmente necesario.

 

Finalmente y en un resultado que quizás haya empoderado más a la oposición que los resultados electorales de noviembre pasado, Trump fue la gallina. Aceptó aprobar fondos para reabrir el gobierno sin la partida para el muro, al menos hasta el próximo viernes 15.

 

El cierre del gobierno federal duró 35 días, fue el más largo de la historia y costó 11.000 millones de dólares, 3.000 millones de los cuales, según la Oficina de Presupuesto del Congreso, el Estado nunca podrá recuperar. Trump no mencionó nada de esto en su discurso, pero sí advirtió que la posibilidad de otro cierre se acerca.

 

“Debemos rechazar la política de venganza, resistencia y represalias y abrazar el ilimitado potencial de la cooperación, del compromiso y del bien común. Juntos podemos romper décadas de parálisis política”, aseguró el presidente y agregó: “Ahora, los republicanos y los demócratas deben unir fuerzas de nuevo para enfrentar una urgente crisis nacional. El Congreso tiene 10 días para aprobar un proyecto de ley que financie a nuestro gobierno, proteja nuestra nación y garantice nuestra peligrosa frontera Sur. Ahora es el momento de que Congreso demuestre que Estados Unidos está comprometido con la eliminación de la inmigración ilegal y el fin de lo coyotes, los cárteles, los narcotraficantes y las mafias que trafican personas.”

 

Pese a que los tiempos apremian y la tensión política no para de crecer, Trump no propuso nada nuevo para evitar otro cierre de su gobierno.

 

“Mi gobierno envió al Congreso una propuesta de sentido común para terminar con la crisis en nuestra frontera Sur. Incluye asistencia humanitaria, más fuerzas de seguridad, mecanismos de detección de drogas en nuestros puertos, eliminar los puntos ciegos que permiten el tráfico de niños y planes para una nueva barrera física, o muro, que garantice la seguridad de las grandes áreas que hay entre nuestros puertos de entrada. En el pasado, la mayoría de las personas que están aquí votaron por un muro, pero el muro nunca fue construido como debía ser. Yo lo construiré”, prometió, tras hacer referencia a la barrera física que fue construido durante el gobierno demócrata de Bill Clinton en algunas parte del límite con México.

 

“Esta es una barrera inteligente, estratégica, por la que se puede mirar al otro lado, no un simple muro de concreto. Será desplegado en las áreas que los patrulleros fronterizos consideren es más necesaria y, como ellos les dirán, cuando se levantan muros, los cruces ilegales se reducen”, agregó el mandatario y ratificó su política migratoria represiva.

 

Trump quiere 5.700 millones de dólares para expandir su muro “inteligente” en toda la frontera con México y hasta hace sólo unos meses los demócratas habían aceptado repetir la partida de 1.600 millones de dólares que ya habían aprobado el año pasado y que, según publicó hace unas semanas el portal de noticias Quartz, fue en gran parte subejecutado.

 

“No se construyó ni un metro de muro nuevo en la frontera con México durante su mandato, según una revisión de contratos del Departamento de Seguridad Nacional e investigaciones realizadas por medios locales”, como el diario The New York Times, aseguró el portal. Se estima que este mes podrían comenzar a construir más de 20 kilómetros nuevos de muro o barrera.

 

Tras este intento por moderar su discurso y llamar al bipartidismo, no está claro aún si Trump estará dispuesto a comprometer una cifra más pequeña para el muro en el presupuesto o si introduciría otras concesiones que exigen los demócratas para equilibrar la balanza. Al día siguiente del mensaje presidencial en el Congreso, su vice, Mike Pence, retornó a la postura impenetrable que caracteriza a la Casa Blanca y no descartó un nuevo cierre. “Nunca es un error defender lo que uno cree”, le dijo a la cadena de noticias CBS.

 

En el discurso del Estado de la Unión, sin embargo, se coló una posible concesión: “Quiero que la gente ingrese a nuestro país en cantidades nunca vistas antes, pero que lo hagan en forma legal.”

 

Hasta ahora, Trump no sólo reprimió el ingreso ilegal de inmigrantes con la militarización de la frontera y las crecientes redadas en todo el territorio, sino que además fue limitando la posibilidad de entrar y quedarse legalmente en el país, por ejemplo, con la reducción de las cuotas de refugiados y visas de trabajo, incluso, para puestos de mayor remuneración y especialización técnica, y con la promesa de eliminar la famosa lotería, que da residencia legal sin costos a ciudadanos de países con poca inmigración reciente a Estados Unidos.

 

Pero, como con el resto de las propuestas con las que intentó tender una rama de olivo a los demócratas -un proyecto de ley de infraestructura, financiamiento para la lucha contra el cáncer infantil e investigación sobre el SIDA y una iniciativa para incentivar el “empoderamiento de las mujeres en países subdesarrollados”-, Trump no dio detalles ni se detuvo a explicar demasiado.

 

Lo mismo sucedió cuando habló de su agenda de política exterior.

 

En general, esta parte del discurso no es protagónica, excepto por momentos internacionales excepcionales, como vísperas de una guerra o una crisis económica o política que interesa a Washington. Muchos analistas y periodistas habían pronosticado que este año las cuestiones externas podían asumir un rol más central en el discurso presidencial y que, sin dudas, Venezuela sería la principal referencia.

 

Sin embargo, como es costumbre, lo nacional primó por lejos sobre lo internacional y Venezuela fue apenas un párrafo, en el que Trump no dijo nada nuevo y aprovechó para lanzar uno de los pocos ataques claros y directos contra el ala más progresista de la oposición demócrata, que reclama más políticas y gasto sociales.

 

“Hace dos semanas, Estados Unidos reconoció oficialmente al gobierno legítimo de Venezuela y a su nuevo presidente, Juan Guaidó. Estamos junto al pueblo venezolano en su noble búsqueda por la libertad y condenamos la brutalidad del régimen de (Nicolás) Maduro, cuyas políticas socialistas han llevado a una de las naciones más ricas de Sudamérica a un estado de pobreza y desesperanza absoluta. Aquí, en Estados Unidos, estamos alarmados por los nuevos llamados para adoptar el socialismo en nuestro país. (…) Hoy renuevo nuestra convicción de que Estados Unidos nunca será un país socialista”

 

Luego se dedicó a repasar sus principales medidas de política exterior -la guerra arancelaria con China y las actuales negociaciones, el diálogo y la tregua con Corea del Norte, la salida y renegociación de varios tratados económicos y militares internacionales, y la retirada de tropas de Siria, entre otras-, pero sólo hizo un anuncio concreto. Puso fecha y lugar para su segunda reunión bilateral con el máximo líder norcoreano, Kim Jong-un: 27 y 28 de febrero en Vietnam.

 

Ni bien terminó el discurso, algunos de los máximos referentes demócratas dentro y fuera del Congreso dejaron en claro que el presidente no los convenció.

 

Pelosi aseguró que “tomaría días chequear todas las tergiversaciones que hizo el presidente”, mientras que varios de los presidenciables de la oposición acusaron al mandatario de haber dado un discurso vacío, completamente contrario a su forma de gobernar.

 

Pero fue la nueva estrella del ala progresista, joven y femenina del partido, la congresista por Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez, la que mejor expresó en una entrevista con el canal MSNBC el clima electoral precoz que ya se siente en Washington: “No hubo un plan. No hubo un plan para la crisis de los opiáceos, para enfrentar los costos del sistema de salud o para aumentar los salarios. Me tengo que preguntar si esto fue un acto de campaña o un Estado de la Unión.”

 

 

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