Rebelión en La Isla

Después de un triunfo arrasador, Schiaretti busca hacer equilibrio entre su buena sintonía con Macri y la demanda de las bases peronistas que reclama militar para la fórmula Fernández-Fernández. Razones históricas y actuales del "cordobesismo", la coartada que usa el gobernador para impostar prescindencia del destino nacional.

El ajedrez, como la teoría de la guerra, ha sido de mucha utilidad a la hora de pensar en la política.

 

En el ajedrez, como en la política, es importante pensar en los movimientos propios, pero también adelantarse a los del contrincante. Obviamente, la misma lógica está presente en ambos lados del juego. De allí que cuando uno esté pensando en una posible movida de piezas del adversario, el otro pueda sorprendernos con otro movimiento que no habíamos advertido dentro del campo de posibilidades.

 

Algo de eso le ha pasado al peronismo cordobés, que hoy se debate en torno a cómo hacer para romper la “maldita herencia” del delasotismo, que priorizó la idea del cordobesismo frente al kirchnerismo en el gobierno nacional, pero ahora en un contexto totalmente distinto, con una Cristina Fernández que se auto-posicionó en un segundo plano (institucional) y abrió el juego al resto del peronismo, al punto de que varios de sus recientes adversarios ahora sean de los primeros aliados.

 

¿Qué hacer ahora, que desapareció Alternativa Federal, en la coyuntura nacional? ¿Cómo contener la “fuerza propia” provincial en un contexto de reordenamiento general del peronismo?

 

Si bien el triunfo del peronismo cordobés en las últimas elecciones provinciales fue arrollador, Schiaretti salió en seguida a sostener que no era “cordobesismo”. Eso sí: la publicidad oficial del gobierno, extendida a lo largo y ancho de la geografía provincial, no deja de hacer hincapié en ese elemento. Todo es “para los cordobeses”, y conquistado por el “esfuerzo de los cordobeses”. Verdad a medias, si se tiene en cuenta el buen vínculo que Juan mantiene con Mauricio, y como esa “extraña amistad” se expresa a veces en giro de fondos de parte del presidente Macri al gobernador Schiaretti.

 

Algo similar podría pensarse del “batacazo electoral” del peronismo. ¿Cuánto fue mérito propio y cuanto “debilidades” ajenas? El propio Juan Domingo Perón solía decir que no había que vanagloriarse tanto de ser buenos, sino poder detectar que los demás eran peores.

 

Y en este caso, asimismo, parece ser que el diablo metió la cola. No olvidemos que el peronismo cordobés arrasó en las urnas ante un adversario dividido (las divisiones se produjeron en Córdoba, obviamente, pero fueron fogoneadas luego desde la propia Casa Rosada y primeras líneas de la gestión Cambiemos).

 

¿Cómo actuará “Hacemos por Córdoba” de ahora en más? Lo que se sabe es que la coalición electoral que reemplazó a “Unión por Córdoba” (en el nuevo armado se incorporó el Partido Socialista y el GEN) se inscribió para presentarse con lista de diputados propia y se declara prescindente para el resto del juego electoral. Es decir: Schiaretti se garantizaría sus propios diputados en el Congreso y daría vía libre para que cada quien convoque a sus bases a votar al candidato a presidente que crea más oportuno.

 

Pero la avenida del medio cada día se angosta más y para muchos peronistas lo de Miguel Pichetto ya traspasó una línea de la que es difícil volver. Esto, sumado a la decisión de Urtubey de irse con Lavagna, vaciaron a Alternativa Federal. De allí que en las bases del peronismo cordobés se geste un malestar respecto a cómo se jugará en octubre y, sobre todo, cómo quedarán parados si triunfa para la presidencia una fórmula (que no se apoyó) encabezada por Alberto Fernández. Obviamente están quienes especulan con seguir sosteniendo la consigna de “defender los intereses de la provincia” (el caudal del 57 % de los votos) por sobre todas las cosas, pero también quienes advierten que no se debe olvidar que, en la última campaña legislativa –2017– dicha política no tuvo buenos resultados: Cambiemos le sacó al penonismo 18 puntos de diferencia. Para los sectores más conservadores, si se logra conseguir las dos bancas que el peronismo cordobés debe renovar y si se evitan fugas masivas hacia la fórmula Fernández-Fernández ya está bien. ¿Y después? Después se verá…

La República de Córdoba

Basta recordar la cruda descripción que de Córdoba hace Sarmiento en Facundo, cuando habla de los “soberbios conventos” que hay en cada cuadra de la ciudad y la importancia que tuvo la Universidad (fundada en 1613), de donde han salido “distinguidos abogados”, pero “literatos ninguno” (y subraya: “que no haya ido a rehacer su educación a Buenos Aires y con los libros europeos”). Obviamente, no se reivindica aquí ni a la figura de Sarmiento, ni su europeista mirada sobre la civilización, pero lo que Córdoba opone entonces a ese centro cultural porteño no son las montoneras federales, sino un autosuficiente sentido de pertenencia aislado de los destinos generales del país. “Córdoba no sabe que existe en la tierra otra cosa que Córdoba”, escribe Sarmiento, quien recuerda que durante la Revolución, Córdoba fue “asilo de los españoles”, que en el resto del país eran despreciados (“la revolución de 1810 encontró en Córdoba un oído cerrado, al tiempo que las provincias todas respondían a un tiempo: ´¡A las armas! ¡A la libertad!´”).

 

También de Córdoba partieron los aviones que en 1955 bombardearon la Plaza de Mayo para desalojar al peronismo del gobierno (y en lo posible asesinar al presidente constitucional Juan Domingo Perón) y en los mismos pagos la última dictadura cívico-militar encontró su ala más dura, con Lucio Benjamín Menéndez como símbolo de ese “extremismo”. Como en la Tucumán del “Operativo Independencia”, también en Córdoba se adelantó el terrorismo de Estado, en este caso con el accionar para-estatal del Comando Libertadores de América, y estatal de las fuerzas de seguridad tras el Navarrazo (febrero de 1974), golpe policial que destituye al gobierno popular encabezado por Atilio López y Ricardo Obregón Cano; momento de clausura del proceso más álgido de protagonismo popular que haya registrado nuestro país, que se inicia precisamente en Córdoba con la rebelión del 29 de mayo de 1969.

 

A contracorriente de esta Córdoba hegemónica se sucedieron en estas tierras algunos de los momentos más álgidos y creativos de las luchas populares argentinas. No sólo el Cordobazo sino también, décadas antes, la Reforma Universitaria.

 

No por casualidad Córdoba fue asumida como la “capital revolucionaria” del país por algunas de las principales organizaciones de izquierda de la época, que logran desarrollar en la provincia una de sus principales trincheras del país.

 

¿Pero es una regularidad esa insubordinación y rebeldía o son –como Diego Tatián tituló a uno de sus libros recientes–, momentos puntuales de una Córdoba que va, precisamente, Contra Córdoba?

 

Para quienes adscriben a esta segunda mirada, en las próximas elecciones se juega mucho más que las bancas del Congreso; algo más que el apoyo a un determinado candidato presidencial. Lo que está en juego en esta coyuntura es cómo se quiere posicionar Córdoba (ahora que el peronismo ganó no sólo la gobernación –como en los últimos veinte años– sino también la capital provincial –como no sucedía desde 1973–) de cara al proceso que pueda vivir el país si este gobierno de la ignominia no logra renovar su mandato y el peronismo (en una mezcla en la que conviven peronistas no kirchneristas, kirchneristas no peronistas y peronistas-kirchneristas) comienza a gobernar la Argentina a partir del 10 de diciembre ¿Será un peronismo triunfante que incluya a Córdoba, o Córdoba pretenderá ser -como sostuvo José Manuel De La Sota durante tantos años- una suerte de isla dentro de la Argentina?

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