Como definición inicial deberíamos precisar que entendemos como “clase obrera nacional” hoy. Ya que la clase obrera es una relación social, no existe en abstracto ni sola, es parte de las relaciones de producción existentes, de la forma que dentro de ese modo de producción se organiza la relación entre capital y trabajo. También de las formas en que estas relaciones se enlazan con factores de conciencia, que son los que hace a la efectividad histórica de una categoría como “clase”, la cual sin si estos es sólo útil como estadística o descripción sociológica y/o económica.
Es el conjunto de los trabajadores asalariados (industrias, finanzas, servicios; obreros, técnicos y especialistas) no solo lo obreros industriales. O sea si se tiende a identificar a “obrero” como el obrero industrial por ser el núcleo mayoritario de trabajadores y estar en el centro de la producción de riqueza material, es necesario extender claramente esa categoría a “clase trabajadora” para abarcar con claridad al conjunto de los asalariados, tal como en lo hechos lo hacen las organizaciones sindicales. Pero no al conjunto de los asalariados, ya que existe una categoría de estos que en realidad son parte de la clase dominantes, por su rol como parte integral de la gerencia o de las operaciones financieras de las empresas o grupos. No son clase trabajadora los agentes de bolsa o categorías similares que hacen al funcionamiento del capital hoy.
Es necesario precisar que incluye al conjunto de las fracciones en que esta dividida como consecuencia de las transformaciones del sistema capitalista en el ámbito de su organización y sus consecuencias sobre el trabajo: o sea la diversificación de las formas de contratación, su deshomogeneización. Este proceso de segmentación de la clase es un tema central en un país como Argentina, cuya particularidad en el “tercer mundo” fue (y aún es, aunque en menor medida) la existencia de la centralidad del trabajo asalariado formal, o mas o menos formal.
También la clase trabajadora es nacional, mas allá de su conciencia o ideología. Como dijeron los anarquistas a principios del siglo XX en su contestación a las bandas paramilitares de la “sociedad patriótica”: si hay algo que es nacional, y esa palabra tiene significado, es el que le da la clase obrera, que todo lo que produce y consume lo hace en el país. En ese sentido, como base material, concreta, la clase obrera es nacional y no puede ser otra cosa, como tal debe ser pensada su lucha política y económica. Mas allá de las condiciones de mundialización del capitalismo y trasnacionalización de las empresas, estas son condiciones que afectan más al capital que el trabajo, o mas bien que impone el capital y sufre el trabajo. Pero es el Estado nacional la herramienta clave de la facilitación, moderación o corrección de esta situación del capital y esto es producto de una relación de fuerzas entre clases y sus expresiones políticas. Y esto es una lucha cuya base y eje en nacional.
En las últimas décadas han surgido desde diversas usinas intelectuales, especialmente de Europa occidental y de los EEUU, nuevas teorías para interpretar y promover el desarrollo de las luchas populares. Teorías que (y destacamos que para países en los que el trabajo asalariado y la industrialización han sido importantes) sacan del centro de la escena a los “obreros” y a la “identidad obrera” y ponen a otras identidades en pie de igualdad o por arriba de esta de acuerdo al caso: genero, indígenas, movimientos sociales articulados en torno a las mas diversas cuestiones, etc. O sea corren el eje del sujeto de la transformación social y/o la liberación nacional hacia otros sujetos, y en muchos casos cambian el contenido de lo que significa liberación o transformación social. Son teorías “multisujeto”. Es debido indicar que las teorías del multisujeto discuten en general con visiones obreristas extremas o caricaturas del marxismo leninismo. Ya que en general las revoluciones existentes contaron al menos con participación determinante de campesinos y que tomaron las reivindicaciones de las mujeres del momento histórico desde una perspectiva revolucionaria y no liberal. De la misma forma que “los movimiento sociales” no son un invento de la argentina neoliberal, sino que la década del 60’ y del 70’ estuvieron plagadas de organizaciones sectoriales por reivindicaciones campesinas, profesionales, artísticas, territoriales, etc. hasta de discapacitados.
Lo que destacamos es que el tipo de sujeto que se pone el eje tiene que ver con el tipo de transformación que busca, y la amplitud y profundidad estructural de la misma. No solo, ni principalmente con la necesidad concreta y justa de un sector en un momento histórico. Es que, cómo, para que, y para quienes se produce y distribuye, lo que hace a lo central de la organización de la sociedad. No el patriarcado, o la orientación sexual de las personas ni el origen étnico, etc. De hecho esos temas no son propios ni originales del capitalismo y cruzan toda la historia humana. Inclusive “el patriarcado” es muy poco sostenible su existencia generalizada en las sociedades actuales más desarrolladas. Aunque queden vestigios.
En los sesentas y setentas pocas dudas existían sobre que la clase trabajadora era “el sujeto”, tampoco lo dudaba el peronismo histórico. Y se desarrollaran políticas de organización (aún no superadas) en el movimiento campesino o en el movimiento villero, por ejemplo. Hoy en día la idea de “multisujeto”, parece ignorar la historia. Pero esto es porque su comprensión de las reivindicaciones diversas populares pasa por “otro lado”: el sujeto (o sujetos) de genero, o étnico es puesto en algunas corrientes de influencia en la militancia progresista como eje alternativo o en pie de igualdad, con el trabajador, y como parte de una disputa ideológica contra la cuestión de la clase o la nación.
¿Como fue la historia del movimiento obrero argentino? ¿fue discriminativa? ¿Excluyente? ¿Segmentada? En ese sentido podemos ver que trabajadores de diverso origen, cuyos “ancestros” provienen de muy diversos lugares del planeta, o sea, desde las llanuras ucranianas hasta los bosques chaqueños, son una unidad construida en los lugares de trabajo y cuya realidad se ve claramente si uno observa a la conducción sindical histórica, pero aún más la pos peronista. O sea un Yasky o un Shmid no difieren en tanto dirigentes de sindicatos o jefes de proyección política de un Moyano o un Martínez (aunque el origen de este último parezca asociarse más a las filas de la policía, pero para el ejemplo sirve lo mismo): no hay diferencias étnicas que tengan implicancia histórica en el sindicalismo argentino. La clase obrera argentina unificó a todos los trabajadores en una única cultura obrera nacional y que dio origen a un modelo sindical compartido, el acceso a la conducción sindical no esta limitado bajo ningún aspecto por el origen étnico, ni siquiera por si es un inmigrante, solo por el hecho de ser parte de la clase obrera nacional no coyunturalmente, estar en cierta forma “nacionalizado”.
Quizás en una época se intento inventarlas desde ámbitos académicos y fue tomada por sectores de izquierda en sus variantes gorilas. Cuando el sociólogo italiano Gino Germani acusaba de retrasados (heterónomos, significa eso: retrasados) a los morochos del interior, frente a los “clasistas” de origen europeo (sin dudas mas blancos ¿no?), nada mas falso y alienado proviniendo de un intelectual. Y muy dañino, más que para la clase obrera, cuya realidad de unidad era objetiva e histórica, para la militancia que asumió esas premisas hoy superadas. Pero según parece sólo hasta hoy, ya que nuevas ideas multisujeto, plurinación, plurigénero y multiculturales, son asumidas como determinantes (totalitarias) de la construcción de alternativas al sistema por una nueva camada de intelectuales y activismo progresista que mira al pueblo y lo clasifica con esas anteojeras.
Sin embargo la histórica unidad, que superó ampliamente las diferencias de origen, es una de las características positivas de nuestra clase trabajadora, la no existencia de fracciones en tanto origen étnico o nacional. Los trabajadores argentinos, pasadas las primeras décadas de la gran inmigración, dejaron de tener identidades relevantes que los aglutinaran por origen. La divisiones fueron políticas o de métodos de lucha, etc. Pero la tendencia del movimiento obrero fue a la unidad. Y es una tendencia que se sostiene y se manifiesta en el debate organizativo por incluir en las organizaciones sindicales madres a los movimientos de trabajadores no formales o desocupados, llamados “sociales”.
Cuando hablamos del tema “género” para la clase trabajadora debemos pensarlo en sus categorías significativas: mujeres y hombres. Allí sí encontramos una presencia abrumadora de hombres en la dirección sindical. ¿Por qué? Muchas son la causas, quizás las características “duras”, “físicas” de la lucha desplaza un poco a las mujeres.
Pero esto no es lo importante para nosotros. Si bien la presencia de la mujer en el ámbito laboral tiene muchos años, es mucho mas pareja en tiempos recientes. Sin embargo la mayoría de los gremios son en sus componentes abrumadamente masculinos. Transporte, la mayoría de las industrias, la construcción, son trabajos con muchos hombres, quizás ahora eso se haya corregido en algunas industrias. Pero la mayoría de las mujeres se concentran en educación, empleos administrativos, profesionales, algunas ramas de la industria, sanidad y abrumadamente en empleo domestico, de ninguna sindicalización. En los gremios no hay discriminación salarial entre hombres y mujeres. Una metalúrgica gana lo mismo que un metalúrgico si esta en el mismo puesto. Y así en todos los gremios. El tema es que textiles, por ejemplo, esta muy precarizado y el empleo doméstico es absolutamente precario. Lo que si podemos ver es que en gremios industriales con horarios estrictos y, mas allá de los convenios igualitarios, la cuestión de la mujer tiene algunas aristas específicas. Una de ellas es el trabajo hogareño o con los hijos. El cual recargado solo sobre la mujer y sin un sistema de guarderías o colaboración en la limpieza se torna una carga extra para las mujeres casadas. Eso se relaciona con un cambio cultural necesario, pero también con instituciones económicas y estatales que permitan descargar este trabajo si es que la mujer se incorpora plenamente al mercado laboral en ramas de la producción “duras”. Pero también siguen siendo hombres en general lo que trabajan en esas ramas. O sea no hay discriminación específica de la mujer que admita una lucha por afuera de su condición de trabajadora que no pueda y deba ser asumida por el gremio en su conjunto. No puede haber “día de la trabajadora” separado del “día del trabajador”. En realidad ya existe un día específico de la mujer trabajadora que es el 8 de marzo. Pero el día del trabajador, 1 de mayo, es de hombres y mujeres. No puede haber gremios de mujeres o agrupaciones de mujeres que encaren solo problemas de mujeres como distintos (y hasta enfrentados a los de los hombres), no hay hombres y mujeres, hay trabajadores. Si fuera así debilitarían la lucha de la clase. Aunque está claro que en algunos gremios la representación de la mujer es menor de la lógica de acuerdo al número de mujeres que están asalariadas en ese sector.
Entonces, ante el nuevo modo de acumulación, ante esta nueva estructura del capitalismo y su implicancia en el mercado laboral que cobró forma en los 90 y que segmentó a la clase obrera, es indispensable no asumir ideologías que tiendan a fraccionar a la clase trabajadora en grupos étnicos, nacionales, de genero, o de otro tipo puedan desarrollarse. Tampoco creer que el trabajo y la producción ya no es central, asumiendo que la realidad social de fondo se puede transformar significativamente por luchas diversas. Es claro que en un mundo del trabajo donde el capital crea nuevas formas de acumulación y genera grupos de trabajadores separados entre sí, la fuerza de ideologías disgregacionistas puede tener mas adeptos. Un núcleo de trabajadores formales, otro contratado y flexible, otro precario, otro por cuenta propia y separado en pequeñas unidades, hasta individuales, muchos separados del núcleo empresario, más una masa por debajo de cualquier situación laboral integrada, más una dirección sindical errática (para ser suaves) sin dudas abren el juego a la dispersión.
Pero eso no es un éxito del progreso humano, sino un éxito, una victoria del capital sobre el trabajo, crear ideologías que lo justifique, lo favorezca, o desvíe la importancia fundamental de este hecho sobre todos los demás que afectan a la vida de las personas, es poco razonable desde las perspectivas que piensan la liberación. Es claro que a nivel estructura sindical eso no se nota aún. Pero teniendo en cuenta cierta falencia de representatividad de los antiguos sindicatos “fordistas” en las fracciones precarizadas hay que rescatar esta unidad histórica que rechazó el factor cultural, religioso o étnico como relevante.
Desde afuera de las organizaciones sindicales tradicionales, algunas ideologías que tienden a acentuar las diferencias de origen o cultura por sobre la unidad de la clase trabajadora parten de principios en los cuales lo fundamental en la historia de la humanidad es, por ejemplo, el genero o la división entre hombres y mujeres (se busca enseñar una “historia de genero” una “perspectiva de género”), o el rescate cultural de tradiciones casi muertas para revivirlas como identidades nacionales de diversos grupos diferentes a la “nación argentina”, la cual no existiría frente a estas nuevas naciones. Sin embargo, estas ideologías no plantean, como lo hacían los antiguos anarquistas, o marxistas más universalistas, la evolución hacia un mundo unificado, sino que se aproximan mas a la visión del italiano Toni Negri de “multitud” en el marco de un “imperio”. Esa idea que cayo bajo los misiles occidentales y la plétora de invasiones, guerras y una nueva geopolítica multipolar con potencias y subpotencias enfrentadas y en competencia. Resurge de nueva forma ahora al calor de una tendencia en la militancia progresista de movimientos sociales y partidos de clase media. En realidad desde afuera de estos y los “penetra”, o se asume por oportunismo Se combina con el “populismo” (la categoría populismo da para cualquier cosa evidentemente) de nuestro compatriota Laclau (que sorprendentemente penetró al peronismo kirchnerista), y penetra movimiento nacionales que deberían parecer inmunes a estas ideas. Disminuye al mínimo la cuestión nacional (que es centralmente económica, de liberación nacional, y de unidad del “pueblo nación” contra opresores cambiantes) y hace de la clase trabajadora un “sector mas”.
Quizás hoy, una idea como la que expresamos pueda ser impugnada por muchos acusando la falta de representatividad e incapacidad de las direcciones sindicales de ocupar un rol determinate en la aglutinación de las luchas y de ser representativos de la mayoría de los oprimidos. Eso es así si vemos solo el plano de las superestructuras y las formas tradicionales “fordistas” de organización. Ciertamente hoy nos encontramos con un fenómeno que es la posición aparentemente hegemónica de una corriente histórica del movimiento obrero: los participacionistas (y conciladores). No es la “burocracia sindical” tradicional. Esta podía ser Lorenzo Miguel o Moyano o Vandor. Esa era una fuerza capaz de impulsar importantes luchas, o negociarlas, pero no pedía su independencia política de cara al estado y la clase dominante. Podía perder, apostar a componendas que llevaran a la derrota. Los participacionistas son otra cosa, eran los Coria, o los Triaca, Cavalieri o Rodríguez. Sindicalistas de gestión asociados a las empresas y Estado como parte de un sistema, como un engranaje , como una “oficina” autónoma. Pero la hegemonía de este sector, en el sindicalismo tradicional, se basa en la exclusión de las grandes cantidades de trabajadores de los segmentos mas perjudicados, tal como lo exige el capital. Es parte de una lucha interna de la clase trabajadora en su conjunto, fue la clase trabajadora la que los desplazó en el pasado y lo será en el futuro.. Pero creer que una crisis de organización, representatividad o dirección expresa un desplazamiento de la centralidad del trabajo en la producción de riqueza y el desplazamiento del “sujeto” a otros sectores indirectamente relacionados con la producción es un error. No hay una sociedad alternativa y mejor por fuera de la transformación de la relaciones entre capital y trabajo, por fuera de la eliminación de la explotación de la “nación” por el “imperio”.
Una organización de trabajadores debe tender a la unidad en su condición de trabajadores argentinos con reivindicaciones que hacen a la nación argentina y al estado argentino. Los trabajadores son argentinos así sean bolivianos (por ejemplo), porque trabajan en argentina y producen en argentina. Debe tender a dar cuenta de los cambios en el modo de acumulación capitalista y la segmentación de la clase trabajadora uniendo a todas sus fracciones y a sus “estamentos” de precarizados, sindicalizados y profesionales. La lucha de los obreros es nacional y por eso su organización debe ser unificada ignorando lo que la posmodernidad considera factores relevantes. O mas bien incorporando todas la reivindicaciones sociales que hacen a la construcción de un a sociedad mas justa.
Por ello, las nuevas ideologías que colocan en pie de igualdad las luchas mas diversas y aun minoritarias , se equivocan y hacen daño a la unidad de los trabajadores sean hombres o mujeres, de cualquier matiz pigmental o etc. Y por ello hacen daño a la lucha por la independencia nacional y la recuperación de las palancas que hacen al control del funcionamiento del país. Porque las luchas por la transformación radical del sistema y por la liberación nacional que van asociadas a esta primer cuestión, la existencia de una clase trabajadora nacional capaz de ser el “sujeto”. Y solo se logra recuperando la capacidad de resolver las contradicciones que permiten el desarrollo y apropiación de la riqueza. No implica esto la ignorancia de discriminaciones diversas, que existen. Pero a nivel sindical los pergaminos se construyen en la lucha (o en la tranza) y estas luchas y tranzas no tiene relación con barreras étnicas o de genero.
Es cierto y lógico en cierta forma, que ideologías posmodernas tiendan a tomar la representación por reivindicaciones diversas y eso se apoya en la realidad de un sistema que ha fragmentado a los oprimidos. Pero nosotros luchamos contra ese sistema no lo aceptamos como un dato definitivo, y en ese sentido rescatamos la unidad de la clase trabajadora nacional, y la realización de una organización económica que integre a todos en un sistema más justo donde todos produzcan y se realicen mediante un trabajo que haga a la riqueza colectiva.
En estos días se conmemora un nuevo primero de mayo. En una etapa de grandes movilizaciones de masas sin una orientación que les de un destino, la clase trabajadora, sus organizaciones, no pueden montar un acto que exprese la fuerza social de las luchas y les de un horizonte. Solo unas pequeñas actividades simbólicas, de compromiso, parecen ignorar que cientos de miles de personas salen a las calles por las mas diversas reivindicaciones pero todas “de resistencia”. Pareciera ser una cuestión de complicidad o desorientación del movimiento obrero organizado y no una cuestión de debilidad. Sin embargo esta debilidad es sólo de la dirección no de la potencia que ya fue puesta en acto varias veces y desperdiciada. Sólo una unidad de lucha que vaya en contra de las cuestiones estructurales del proyecto macrista construirá una alternativa real y obstaculizará la realización de las transformaciones reaccionarias que se imponen actualmente. Y en esa dirección los “conciliadores” quedarán en el camino.