Puerto Libertad: un pueblo con historia

Las andanzas y los despojos del Grupo Bemberg a lo largo de los años. La expropiación peronista del año 1955 y sus consecuencias. La pastera Arauca y el dominio territorial con la apropiación de tierras. Por Eduardo Silveyra

HISTORIA. Días pasados el pueblo misionero de Puerto Libertad cumplió 100 años. La primera vez que estuve allí fue en el año 2011, antes de las elecciones de ese año. Uno de los propósitos del viaje era darle una mano a un candidato a intendente por el Frente de la Victoria, pero el tipo era tan retobado que su rebeldía excedía lo que la población olvidadiza de la historia podía soportar, y apenas sacó un puñado de votos que no le permitieron siquiera ligar una banca en el concejo deliberante del pueblo de 6 mil habitantes.

Lo de “población olvidadiza de la historia” viene a cuento de que en el año 1923, un tal Pablo Allain ya había arrasado parte de la Selva Paranaense con su explotación maderera, pero ávido de más riqueza, interesó al grupo Bemberg para que aportara capitales para la explotación de la yerba mate, cosa que sucedió, para mal del precursor que fue desplazado de la sociedad al poco tiempo. Para agilizar la logística y el traslado de la producción yerbatera construyeron un puerto al que el grupo bautizó, como es lógico pensar, “Puerto Bemberg”. Según algunos era un emprendimiento modelo, ya que para evitar la fuga de cosecheros construyó viviendas para los mismos, por las que debían módicos alquileres que eran descontados de sus sueldos magros.

El precursor del grupo, Otto Bemberg llegó a la Argentina de Francia en 1852 y en pocos años logró construir un imperio económico monopólico, que abarcaba las plantaciones de cebada y lúpulo para la fabricación de cervezas. Más adelante, su hijo expandió al grupo y fue un adelantado en empresas de tranvías. Dueños de las marcas Quilmes, Palermo y Schaub, la familia cervecera iba expandiéndose a lo largo y ancho de todo el territorio. Pero, del mismo modo que acumulaban riqueza, también evadían impuestos. Los primeros problemas los tuvieron durante los gobiernos de Hipólito Yrigoyen. Derrocado éste, los juicios y los reclamos por parte del Estado se adormecieron hasta la llegada al gobierno de Juan Perón, quién el 4 de febrero de 1955 decide expropiar al grupo sus bienes, ya que los mismos con la creación de sociedades anónimas radicadas en el extranjero habían fugados todos los capitales. El hecho más notorio que se recuerda es la expropiación y venta al Sindicato Cervecero de la cervecería Quilmes. Sin embargo, son pocos lo que tienen un recuerdo de la expropiación de las 5000 hectáreas de Puerto Bemberg, repartidas entre las quinientas familias que conformaban al pueblo misionero, distante solo 25 kilómetros de la frontera con Brasil y donde solo basta cruzar el profundo Paraná para estar en Paraguay.

La medida expropiatoria trajo consigo también el cambio de nombre, en su lugar pasó a llamarse Puerto Eva Perón o 17 de octubre según otra versión, lo cierto es que cualquiera de las denominaciones duró hasta que la Revolución Fusiladora dio el golpe en septiembre de 1955 y el nuevo nombre que perdura hasta hoy, es el de Puerto Libertad.

TIERRAS. El golpe de Estado trajo una esperanza que se fue desvaneciendo a los ávidos Bemberg, sobre quienes Perón reflexionó en el exilio: “La coima es una institución bembergiana. Penetró al Poder Ejecutivo, al Poder Judicial y al Poder legislativo. No hubo rincón de la administración pública donde Bemberg no llegara con su corrupción”. Fue con la llegada al gobierno de Arturo Frondizi, que el grupo llegó a acuerdos extrajudiciales y recuperó gran parte de los bienes confiscados y rearmó nuevamente sus actividades. La apuesta frondicista, con dichos acuerdos, era atraer la inversión de grupos económicos extranjeros, una apuesta liberal que, como siempre, no dio buenos resultados porque siempre contribuyó al saqueo de riquezas y recursos nacionales.

Las tierras expropiadas en Puerto Libertad, sin la continuidad de un proyecto político de liberación y productivo, fueron pasando de mano en mano con diversa suerte, hasta la llegada del grupo Arauco Argentina. S.A. de capitales chilenos, que a partir de 1976 fue comprando tierras, hasta llegar al 80% de la totalidad que conforman actualmente el municipio, es decir, unas 232 mil hectáreas. Siendo la mayor concentración de territorio nacional por parte de una empresa extranjera. Una clara violación a la Ley de Tierras 26.737 que solo permite un quince por ciento, aunque con las modificaciones realizadas durante el gobierno de Macri, la acumulación puede ser infinita.

En 1996 el paquete accionario de Arauco fue vendido a Alto Paraná S.A. que también pertenece al mismo grupo económico. Y entonces, el pueblo se llenó de pinos, agrotóxicos, contaminación de suelos, ríos y todos los males que acarrea la agroindustria, que incluyen por supuesto, los desalojos violentos de agricultores familiares y también de comunidades originarias arraigadas en el lugar.

Recuerdo cierta tarde en que caminaba por la calle principal del pueblo y un paisano me salió al paso desde una casa, para preguntarme:

-¿Usted vino de Buenos Aires, para apoyar a Fulano?

-Algo de eso hay. -le respondí.

-No se hubiera molestado, chamigo. Acá todo es de Arauco, hasta la gente. Si el intendente quiere plantar un arbolito en la vereda, primero tiene que averiguar, porque por ahí la vereda es de la empresa.

El resultado del acto electoral demostró tristemente que el viejo poblador libertense, no estaba errado.

RECUERDO. Cierto mediodía caluroso, tomé un camino empedrado que lleva hacía las orillas del Paraná. A medida que avanzaba la vegetación se iba volviendo más selvática, pero al levantar la vista detrás de ese cortinado montaraz, aparecía la plantación de pinos. Después de caminar unas 25 cuadras, había un puesto de Prefectura y una senda que se bifurcaba y conducía a la Posada Puerto Bemberg, cuyo dueño era (y es) Juan Manuel Zorraquin, emparentado con Alix de Ganays, una tataranieta del primer Otto Bemberg. El emprendimiento ha recuperado 50 hectáreas de selva, para deslumbre de aquellos que pueden darse el lujo de pagar para ver tal recreación turística, y cuenta con un muelle para amarre de veleros, yates y otro tipo de embarcaciones.

Después de ser prevenido por un prefecto de bajar con cuidado los escalones de cemento deteriorado que conducen a la orilla, me descalcé y sumergí mis pies en el agua cristalina. También me tumbé en el pasto para ver las corrientes turbulentas del río y un barco abandonado a unos cincuenta metros, que bien podría haber sido el usado por Herzog para filmar Fitzcarraldo. Luego de estar allí un buen rato, abandoné la actitud contemplativa y emprendí el regreso. Para mi sorpresa, al llegar al pueblo, me sorprendió una camioneta con un altoparlante que convocaba a una marcha de veleros, yates y canoas por el río, organizada por Juan Manuel Zorraquin, que iba como candidato a intendente con un sub lema del Frente para la Victoria. Aquello resultaba estrambótico, surrealista, si se quiere. Le pregunté a uno de los referentes como era posible aquello y me respondió:

-Era candidato del macrismo, pero como no medía, se pasó al peronismo.

Para continuar con el asombro, al pasar por el local partidario, aún se veían los rastros de pintura amarilla debajo de los colores blanco y celeste con los que se había pintado nuevamente. Llamaba la atención que en una de las paredes la consigna papal, Tierra, Techo y Trabajo, el desprolijo letrista había pluralizado cada término, por lo cual se leía: Tierras, Techos y Trabajos, algo que sonaba a ofertas de una agencia comercial. Sin embargo, ese asombro parecía no cesar nunca, ya que al día siguiente al viajar rumbo a Iguazú en un colectivo modelo años 60, unas paradas más adelante se detuvo en una aldea guaraní, donde subió una bandada de adolescentes aborígenes, con la remera que publicitaba al candidato y celulares nuevos. Estallaban de alegría y no paraban de sacarse fotos con el celular obsequiado por el mentado Juan Manuel, con el propósito de juntar unos votos en la indiada. Seguramente se pueden contar muchas más cosas de Puerto Libertad y quizá con alguna cuota risueña, pero, que en un siglo de existencia, y un poco más de cuatro décadas de democracia, venga siendo gobernada durante 25 años por la misma familia, no da lugar para mucho más y nos lleva a reflexionar acerca de qué memoria habrá quedado del paso de José Artigas, de Andrés Guacurarí, y de tantos otros misioneros que más acá en el tiempo, enfrentaron a las injusticias de los gobiernos y los poderosos de esta tierra colorada.

Fotos: Eduardo Silveyra

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